La única verdadera es que tenemos en el corazón. ¡Y sólo Dios puede ver lo que ocurre en nuestros corazones!
Por:
Oscar Schmidt | Fuente: www.reinadelcielo.org
Es muy notable como la misma actitud, el mismo
gesto, puede en dos personas distintas contener significados opuestos. Una
buena acción de alguien a veces nos deja con la extraña sensación de que algo
está mal allí. Y la misma situación puesta en cabeza de otra persona parece ser
sin dudas un gesto de amor sincero.
Otras veces, una acción que nos parece incorrecta a la luz de nuestro pobre
juicio, nos deja con la impresión de que en el fondo puede no estar tan mal. Y
puesta en cabeza de otra persona, ¡definitivamente
es una mala actitud! ¿Qué es lo que ocurre?
Ocurre que hay algo que es invisible a nuestros ojos: es la intención verdadera
que tiene la persona en el corazón. ¡Y sólo Dios
puede ver lo que ocurre en nuestros corazones! Es por este motivo que
Jesús nunca dejaba a sus discípulos juzgar a los demás, porque muchas veces el
silencio humilde de una persona la colocaba en actitud incómoda frente a los
hombres, ante un supuesto mal gesto. Sin embargo, en su corazón, esta persona
guardaba una intención recta y sincera para con Dios. Y otras veces, quienes se
esforzaban en aparecer justos y nobles frente a los hombres eran quienes
abrigaban intenciones más indignas en el corazón.
Las cosas que se hacen deben estar originadas en intenciones virtuosas,
intenciones de hacer el bien. Esto es más
importante que las consecuencias mismas de nuestras acciones, ya que Dios ve en
lo profundo de nuestros corazones, muy por encima de la opinión de los hombres
sobre nuestros actos. Y no hay que preocuparse tanto de cómo luzcamos frente a
los demás, ya que no son ellos quienes nos juzgarán cuando llegue el momento de
sopesar nuestra vida: será el Justo Juez, Jesús,
quien dictamine si hubo intención virtuosa en la forma en que hemos vivido.
Por otra parte, es preferible pensar que los demás tienen una intención
virtuosa en sus actos, y no desconfiar al extremo de accionar permanentemente
nuestras defensas en anticipación a ser engañados o perjudicados. Si el otro
tuvo intención virtuosa, Dios verá con agrado como dos de sus hijos obran en el
bien. Y si el otro se aprovechó de mí,
pues tendré un perjuicio a nivel humano, pero seré visto con mirada agradable
por Dios. Y el juicio Divino recaerá sólo sobre el otro.
Jesús llevó la intención virtuosa al extremo de jamás haber pecado. Y si bien Él es Dios, también fue hombre. Y como tal estuvo sometido a la
tentación: recordemos los cuarenta días en el desierto, y tantas otras veces en
que los hombres lo sometieron a presiones e intentos de engaño. Sin embargo, en
treinta y tres años de vida ¡jamás pecó! Buena
parte de las acusaciones que los hombres hicieron para llevarlo a la muerte,
fueron acumulándose en la negativa de Cristo a aceptar las reglas de juego del
mundo: El simplemente tuvo intención virtuosa en
todo lo que hizo, más allá de las reacciones de los hombres. Claro que llevar
la intención virtuosa a tal extremo de perfección tuvo sus consecuencias:
¡Nuestro Señor terminó crucificado en el Gólgota!
Hagamos todo en la vida con una intención
virtuosa, con ánimo de hacer el bien. Las cosas nos podrán ir bien o mal, pero
sin dudas estaremos en el sendero que Dios marca para nosotros.
¡La mirada de Dios es lo
único que cuenta!.
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