La coronación de María como Reina y Señora de todo lo creado es la más alta designación que ha hecho Dios a un ser humano.
En María, la criatura humana,
recuperó -tan solo por unas palabras transitorias- aquél estatus en el
que Dios la creó y que fue perdido por la desobediencia de los primeros padres.
Es razonable que Dios
designara a uno de nosotros en el que nos viéramos total e incondicionalmente
amados, elegidos, agraciados y redimidos, coronados.
Es razonable ya que Dios tiene
pensado recapitular en si todas las cosas por lo que, el asentimiento de
María, da la oportunidad a Dios restablecer el orden en la creación. Nos
demuestra, además, cómo fue que fuimos pensados: llenos
de gracia, en total adhesión a Dios.
En María, Puerta del Cielo,
Dios recuperó lo que parecía perdido “por haber
entrado por ella al mundo la Palabra hasta entonces invisible de Dios”, por Quien fueron hechas todas las cosas y
tendrán su fin.
De ahí que María “se entregara con todas fuerzas a la alabanza y a
la acción de gracias, consagrándole su vida, sentimientos y pensamientos”; de ahí que su espíritu “se alegrara en la divinidad
eterna de Jesús [ ] que se ha revestido de mi carne y reposa en mi seno”
¿Y qué es, si
no, lo mismo que cada uno, por haber recibido el Espíritu de Dios, tendría que
cantar con su vida? ¿Qué es, si no, lo que encuentra el alma cada vez que
Dios perdona sus culpas mediante el sacramento de la Reconciliación? ¿Qué es,
lo que el alma dulcificada por la gracia recibe en la santa comunión si no “la
divinidad eterna de Jesús, revestida de mi carne reposando en mi seno”?
¿Es que existe
obra mayor que, por la fe, la gracia haga a Cristo carne en cada uno, por el
tiempo en que exista el ser humano que de al Creador su asentimiento?
No existe obra mayor que la de
redimirnos y por eso el Señor ha anunciado que nos espera corona de gloria. No
será de la categoría dada a María pero corona será.
Con nuestro asentimiento,
permitamos que “la divinidad eterna de
Jesús se revista de nuestra carne” ya
que no existe mayor deseo de Dios que ver en nuestra carne al Hijo que
tanto ama.
¿Es de
maravillarse la precisión del plan de Dios? ¿Cómo no amarle y regocijarse “en
Dios, mi Salvador”?
Las palabras de María fueron
transitorias pero de una efectividad trascendental, las nuestras -por gracia-
también lo serán.
“Hágase
en mi según tu Palabra”
Amen
NOTA: Fragmentos
tomados de san Beda el Venerable sobre el Magníficat y de la Sagrada Escritura
Maricruz Tasies
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