«Creo en Dios, pero no me gusta la Iglesia», «soy creyente pero no practicante», «la Iglesia me parece una institución que se ha quedado en el tiempo, yo creo en Dios, pero no me gusta cómo se manejan».
Este
tipo de frases simbolizan el pensamiento de muchos jóvenes de hoy en todas
partes. En la facultad, en el trabajo y hasta dentro de la propia familia. ¿Quién tiene que hacerse responsable de esto?, ¿existe
solución alguna a esta problemática?
¿Somos nosotros
los fieles los encargados de dar una imagen «buena» de la Iglesia y dar
respuesta? Son muchas
preguntas, pero la respuesta es muy sencilla: ¡por
supuesto que sí!
Solo cuando comprendemos la
labor tan importante que tenemos como discípulos, amigos y testigos de Cristo
es cuando podemos accionar, escuchar, testimoniar.
¡TENEMOS UNA GRAN MISIÓN COMO CREYENTES!
Nosotros los cristianos
tenemos encomendada una misión ¡tan bella y tan difícil a la vez! No puede
suceder que, por una mala experiencia, una mala medida tomada
institucionalmente, una mala forma de dirigirse a alguien o una mala actitud,
haya gente que se aleje de la Iglesia.
Que pierda la esperanza, que
crea que Dios es malo, soberbio y que su intención es la de hacernos sufrir.
Porque definitivamente no es así. Por esta razón hay que tener cuidado: como cristianos no podemos decir y hacer cualquier cosa,
¡somos los responsables de hacer que el nombre de Dios no se olvide!
AHORA, ¿QUÉ ES LA IGLESIA?
¿Es meramente
una institución que «dicta leyes» y tiene jerarquía?, ¿o es algo mucho más
grande? «Ayúdense mutuamente a llevar sus cargas, y así cumplirán la Ley de
Cristo» (Gálatas,
6. 2).
A veces los jóvenes o adultos
asocian la Iglesia con la mera estructura e institución y se olvidan de lo más
importante: la Iglesia es el Pueblo de Dios. ¡La
iglesia somos nosotros, la formamos entre todos!
Está bien acercarse a rezar al
templo, está bien ir a misa, confesarse, por supuesto que sí, debemos hacerlo.
Pero la Iglesia puede trasladarse… porque ser creyente no significa ir todos
los domingos, rezar el rosario y nada más.
Ser
creyente es vivir el mismo estilo de vida que Jesús tuvo: el estilo de vida más genuino, sencillo y generoso
que existió. Se es
iglesia dentro y fuera de ella. Recordemos que somos bautizados y que creemos
en Él.
«Fue voluntad de
Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna
de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y
le sirviera santamente.
Por ello eligió
al pueblo de Israel como pueblo suyo, pactó con él una alianza y le instruyó
gradualmente, revelándose a sí mismo y los designios de su voluntad a través de
la historia de este pueblo, y santificándolo para sí…
Este
pueblo mesiánico es para todo el género humano, un germen
segurísimo de unidad, de esperanza y de salvación. Cristo, que lo instituyó
para ser comunión de vida, de caridad y de verdad, se sirve también de él como
de instrumento de la
redención universal y lo envía a todo el universo como luz del mundo y sal de
la tierra» (Mt 5,13-
16).
LOS TRES VERBOS MÁS IMPORTANTES: ESCUCHAR, ACEPTAR,
TESTIMONIAR
Para derribar este problema
que atraviesa a muchos jóvenes de hoy debemos hacer uso de tres verbos:
escuchar, aceptar y testimoniar. Igual que Jesús escuchó las necesidades del
prójimo, hizo silencio gran parte de su vida y estuvo al servicio de los demás,
también tenemos que hacerlo nosotros.
— Es necesario
preguntar y escuchar a la persona con la cual estamos hablando si tuvo malas experiencias
dentro la Iglesia. Si tal vez se sintió mal ante una forma de hablar, o pasó
algo en particular con alguien. Solamente si escuchamos al otro
podemos dar una respuesta, podemos accionar, podemos ver cómo solucionarlo.
Tenemos que estar dispuestos a
hacer silencio y a
escuchar lo que la otra persona tiene para contarnos. Si Jesús escuchaba a sus
apóstoles y a toda persona que aparecía en su camino, ¿por
qué nosotros no hacemos lo mismo?
— En segundo lugar,
aceptar. Hay que
aceptar al otro y también aceptar que la Iglesia tuvo sus errores, ¡por supuesto que los tuvo! Tantas cosas dentro de
los últimos siglos no siguieron lo que Dios más quería: amarlo a Él por encima de todo y al prójimo como a uno mismo.
Está
bien reconocer los errores que se tiene porque solo así se puede mejorar,
seguir, avanzar. Solo así se puede
evangelizar en el momento presente. Entendamos a la Iglesia como Pueblo de
Dios, pero también como una institución que necesita orden y tiene un
funcionamiento como cualquier otra.
¡Nadie es
perfecto! Vamos por
una Iglesia más unida, que acepte y no divida.
— En tercer y último
lugar, el testimonio. Qué bello es contar lo contemplado, compartir lo vivido, evangelizar con
el ejemplo. No hay
nada más hermoso que otra persona se acerque a Dios por medio de un gran
testimonio.
«Quienes, con la
ayuda de Dios, han acogido el llamamiento de Cristo y han respondido libremente
a ella, se sienten por su parte urgidos por el amor de Cristo a anunciar por
todas partes en el mundo la Buena Nueva.
Este tesoro
recibido de los Apóstoles ha sido guardado fielmente por sus sucesores. Todos
los fieles de Cristo son llamados a transmitirlo de generación en generación,
anunciando la fe, viviéndola en la comunicación fraterna y celebrándola en la
liturgia y en la oración» (Catecismo de la Iglesia Católica, Prólogo: I. Sección 3).
¿Y DESPUÉS QUÉ?
Luego de haber hecho silencio,
escuchado y aceptado lo que el otro tiene para contarnos, los cristianos
tenemos que compartir nuestra experiencia y comunicar de manera fraternal el
Evangelio.
Antes de testimoniar es muy
válido preguntarse cómo estamos viviendo y si nuestros actos tienen coherencia
con lo que decimos. «Esto que voy a hacer, ¿lo
haría Jesús, lo haría María?».
Es hermoso saber que si nos
desviamos del camino Dios siempre va
a estar para perdonarnos, porque
equivocarse es algo humano y nos va a pasar todo el tiempo.
HAGAMOS CRECER ESTA FAMILIA
Solo después de haber
escuchado, aceptado y testimoniado podemos invitar a la otra persona a la
Iglesia. Pero no a la mera estructura, ojo, sino a vivir en gracia con Dios, a tener una
amistad con Él, a vivir la experiencia de los
sacramentos.
Jesús instituyó la Eucaristía
2000 años atrás para que sigamos comiendo de su cuerpo y bebiendo de su sangre.
¡Qué fuerte suena! Pero es así: Dios se entregó por nosotros y quiere vivir dentro de nosotros también, no dejemos que ninguna
mala experiencia se interponga sobre eso.
Como conclusión, sabiendo que nuestro objetivo
como cristianos es el apostolado, la misión que tenemos
es clara y concisa: acrecentar esta gran familia
que es la Iglesia.
Aquí nos equivocamos, nos
escuchamos, nos aceptamos, nos contamos las experiencias. Dios nos confió la
misión de ser sus discípulos y si no testimoniamos lo que sucede nadie más lo
va a hacer.
No porque seamos superiores o
los mejores, sino porque al ser sus hijos (y amigos), somos los encargados de
que el nombre de Dios no se olvide.
No dejemos que nada se
interponga entre la relación de una persona y Dios. Y cualquier cosa a mejorar
siempre hay que decirla, no guardarla, solo así se avanza, solo así se
evangeliza hoy. No dejemos pasar ni un día sin escuchar, sin aceptar
y sin testimoniar.
Artículo elaborado por Camila Sirolli.
Escrito por: Lector invitado
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