EL NACIMIENTO DE JESÚS SEGÚN LO RELATÓ LA BEATA ANA CATALINA EMMERICK
Compartimos el bello
y significativo relato que ella contó sobre lo que vio del Nacimiento de
nuestro Señor.
Por: n/a | Fuente: ACI Prensa
A finales del siglo XVIII e inicios del XIX
surgió en Alemania la famosa mística Ana Catalina Emmerick (1774-1824), quien llevó
consigo los estigmas de la Pasión de Cristo y en los últimos años de vida se
sustentó solamente de la Eucaristía.
Dios le concedió detalladas revelaciones
místicas de la vida de Jesús, San Juan Pablo II la beatificó en 2004 y Mel Gibson se
inspiró en sus visiones para realizar la película de “La
Pasión”. A continuación les compartimos el bello y significativo relato
que ella contó sobre lo que vio del Nacimiento de nuestro Señor:
"He
visto que la luz que envolvía a la Virgen se hacía cada vez más deslumbrante,
de modo que la luz de las lámparas encendidas por José no eran ya visibles.
María, con su amplio vestido desceñido, estaba arrodillada con la cara vuelta
hacia Oriente. Llegada la medianoche la vi arrebatada en éxtasis, suspendida en
el pecho. El resplandor en torno a ella crecía por momentos. Toda la naturaleza
parecía sentir una emoción de júbilo, hasta los seres inanimados. La roca de
que estaban formados el suelo y el atrio parecía palpitar bajo la luz intensa
que los envolvía.
Luego ya no vi más la bóveda. Una estela
luminosa, que aumentaba sin cesar en claridad, iba desde María hasta lo más
alto de los cielos. Allá arriba había un movimiento maravilloso de glorias
celestiales, que se acercaban a la Tierra, y aparecieron con claridad seis
coros de ángeles celestiales. La Virgen Santísima, levantada de la tierra en
medio del éxtasis, oraba y bajaba las miradas sobre su Dios, de quien se había
convertido en Madre. El Verbo eterno, débil Niño, estaba acostado en el suelo
delante de María.
Vi a Nuestro Señor bajo la forma de un pequeño
Niño todo luminoso, cuyo brillo eclipsaba el resplandor circundante, acostado
sobre una alfombrita ante las rodillas de María. Me parecía muy pequeñito y que
iba creciendo ante mis ojos; pero todo esto era la irradiación de una luz tan
potente y deslumbradora que no puedo explicar cómo pude mirarla. La Virgen
permaneció algún tiempo en éxtasis; luego cubrió al Niño con un paño, sin
tocarlo y sin tomarlo aún en sus brazos. Poco tiempo después vi al Niño que se
movía y le oí llorar. En ese momento fue cuando María pareció volver en sí
misma y, tomando al Niño, lo envolvió en el paño con que lo había cubierto y lo
tuvo en sus brazos, estrechándole contra su pecho. Se sentó, ocultándose toda
ella con el Niño bajo su amplio velo, y creo que le dio el pecho. Vi entonces
que los ángeles, en forma humana, se hincaban delante del Niño recién nacido
para adorarlo.
Cuando había transcurrido una hora desde el
nacimiento del Niño Jesús, María llamó a José, que estaba aún orando con el
rostro pegado a la tierra. Se acercó, lleno de júbilo, de humildad y de fervor.
Sólo cuando María le pidió que apretase contra su corazón el Don Sagrado del
Altísimo, se levantó José, recibió al Niño entre sus brazos, y derramando
lágrimas de pura alegría, dio gracias a Dios por el Don recibido del Cielo.
María fajó al Niño: tenía sólo cuatro pañales.
Más tarde vi a María y a José sentados en el suelo, uno junto al otro: no
hablaban, parecían absortos en muda contemplación. Ante María, fajado como un
niño común, estaba recostado Jesús recién nacido, bello y brillante como un
relámpago. ‘¡Ah, decía yo, este lugar encierra la salvación del mundo entero y
nadie lo sospecha!’.
He visto en muchos lugares, hasta en los más
lejanos, una insólita alegría, un extraordinario movimiento en esta noche. He
visto los corazones de muchos hombres de buena voluntad reanimados por un
ansia, plena de alegría, y en cambio, los corazones de los perversos llenos de
temores. Hasta en los animales he visto manifestarse alegría en sus movimientos
y brincos. Las flores levantaban sus corolas, las plantas y los árboles tomaban
nuevo vigor y verdor y esparcían sus fragancias y perfumes. He visto brotar
fuentes de agua de la tierra. En el momento mismo del nacimiento de Jesús brotó
una fuente abundante en la gruta de la colina del Norte.
A legua y media más o menos de la gruta de
Belén, en el valle de los pastores, había una colina. En las faldas de la
colina estaban las chozas de tres pastores. Al nacimiento de Jesucristo vi a
estos tres pastores muy impresionados ante el aspecto de aquella noche tan maravillosa;
por eso se quedaron alrededor de sus cabañas mirando a todos lados.
Entonces vieron maravillados la luz
extraordinaria sobre la gruta del pesebre. Mientras los tres pastores estaban
mirando hacia aquel lado del cielo, he visto descender sobre ellos una nube
luminosa, dentro de la cual noté un movimiento a medida que se acercaba.
Primero vi que se dibujaban formas vagas, luego rostros, y finalmente oí cantos
muy armoniosos, muy alegres, cada vez más claros. Como al principio se
asustaron los pastores, apareció un ángel entre ellos, que les dijo: ‘No
temáis, pues vengo a anunciaros una gran alegría para todo el pueblo de Israel.
Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo, el Señor.
Por señal os doy ésta: encontraréis al Niño envuelto en pañales, echado en un
pesebre’. Mientras el ángel decía estas palabras, el resplandor se hacía cada
vez más intenso a su alrededor. Vi a cinco o siete grandes figuras de ángeles
muy bellos y luminosos. Oí que alababan a Dios cantando: ‘Gloria a Dios en las
alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad’.
Más tarde tuvieron la misma aparición los
pastores que estaban junto a la torre. Unos ángeles también aparecieron a otro
grupo de pastores cerca de una fuente, al Este de la torre, a unas tres leguas
de Belén. Los he visto consultándose unos a otros acerca de lo que llevarían al
recién nacido y preparando los regalos con toda premura. Llegaron a la gruta
del pesebre al rayar el alba".
Artículo originalmente
publicado en ACI Prensa
No hay comentarios:
Publicar un comentario