Volvamos a educar en
la castidad.
Por: INEsea | Fuente: Centro de Espiritualidad Santa María
Si escuchamos las voces de nuestra cultura y de
nuestro mundo, no podemos apartar la vista de una realidad muy generalizada
entre nuestros adolescentes y jóvenes. Hoy la mayoría, con o sin
formación cristiana, consideran algo natural tener relaciones sexuales, y no
sólo con el novio sino también con aquel o aquella que están saliendo para conocerse
más.
Sabemos que el principio "todo el mundo lo hace" no justifica su moralidad pero sí vale para adentrarnos en sus causas y en sus consecuencias.
Como padres deseamos lo mejor para nuestros hijos; que sepan elegir bien, que se casen, tengan hijos y una linda familia; pero a la hora de formarlos para el matrimonio, no estamos nada convencidos de por qué no es bueno para ellos que tengan relaciones sexuales. Son muchos los padres que aconsejan a sus hijos cómo cuidarse y si bien no lo fomentan, no los educan; y después sufrimos nuestro propio dolor, el de nuestros hijos y el de nuestros nietos.
La crisis por las consecuencias de este desorden también se manifiesta en la salud; son muchos los que contraen enfermedades venéreas a causa de excesos y relaciones promiscuas.
Si ampliamos la mirada y vemos qué pasa con estos adolescentes-jóvenes que han vivido así sus relaciones de amistad y noviazgo, no descubrimos que ha sido un aporte para los nuevos matrimonios, sino al contrario. Cada vez más las separaciones se dan en los primeros años del matrimonio. ¿Qué pasa?
Sabemos que el principio "todo el mundo lo hace" no justifica su moralidad pero sí vale para adentrarnos en sus causas y en sus consecuencias.
Como padres deseamos lo mejor para nuestros hijos; que sepan elegir bien, que se casen, tengan hijos y una linda familia; pero a la hora de formarlos para el matrimonio, no estamos nada convencidos de por qué no es bueno para ellos que tengan relaciones sexuales. Son muchos los padres que aconsejan a sus hijos cómo cuidarse y si bien no lo fomentan, no los educan; y después sufrimos nuestro propio dolor, el de nuestros hijos y el de nuestros nietos.
La crisis por las consecuencias de este desorden también se manifiesta en la salud; son muchos los que contraen enfermedades venéreas a causa de excesos y relaciones promiscuas.
Si ampliamos la mirada y vemos qué pasa con estos adolescentes-jóvenes que han vivido así sus relaciones de amistad y noviazgo, no descubrimos que ha sido un aporte para los nuevos matrimonios, sino al contrario. Cada vez más las separaciones se dan en los primeros años del matrimonio. ¿Qué pasa?
Sin pretender dar respuestas quisiera
reflexionar sobre la manera de vivir la sexualidad durante el noviazgo y
profundizar en el desarrollo de la comunicación.
Nos confundimos al pensar que es sólo una cuestión "religiosa"; es mucho más honda, sus raíces se hunden nada menos que en el orden natural de nuestra comunicación.
Vamos a intentar profundizar en este tema sin pretender tener todas las respuestas.
Cuando varones y mujeres nos encontramos, descubrimos que esta capacidad de encuentro, de diálogo, de comunicación y por lo tanto de unión y de comunión, atraviesa todas nuestras dimensiones. Cuando la persona se comunica, lo hace con su cuerpo, con su alma y con su espíritu. Lo visible es el cuerpo, es lo que llama la atención, lo que atrae "a primera vista". Pero no es sólo el cuerpo, que es la corporeidad del alma y del espíritu, lo que nos atrae del otro, es también su interior que se transparenta y emana por medio del cuerpo y como un imán atrae el afuera hacia el adentro.
Y esto conlleva un orden con sus propias leyes que, cuando las quebramos se desordena algo muy profundo.
En el encuentro entre un varón y una mujer, lo primero que atrae es esta encanto del cuerpo; y es a través de la mirada y del lenguaje, verbal y gestual, que comenzamos el juego de la seducción.
Este juego es un arte ancestral. Nadie nos enseña a seducir, sencillamente emerge de lo más hondo de nuestra sexualidad y de nuestra capacidad de comunicarnos. Lo encontramos también en los animales, se acercan, se olfatean y, según las especies podemos encontrar maneras que van de lo más sencillo hasta lo más sofisticado para aparearse y procrear.
Esta atracción abre la puerta a algo más, a una comunicación de nuestro mundo interior, que se expresa por medio de gestos y palabras y nos invita a profundizar en el conocimiento mutuo.
Nos confundimos al pensar que es sólo una cuestión "religiosa"; es mucho más honda, sus raíces se hunden nada menos que en el orden natural de nuestra comunicación.
Vamos a intentar profundizar en este tema sin pretender tener todas las respuestas.
Cuando varones y mujeres nos encontramos, descubrimos que esta capacidad de encuentro, de diálogo, de comunicación y por lo tanto de unión y de comunión, atraviesa todas nuestras dimensiones. Cuando la persona se comunica, lo hace con su cuerpo, con su alma y con su espíritu. Lo visible es el cuerpo, es lo que llama la atención, lo que atrae "a primera vista". Pero no es sólo el cuerpo, que es la corporeidad del alma y del espíritu, lo que nos atrae del otro, es también su interior que se transparenta y emana por medio del cuerpo y como un imán atrae el afuera hacia el adentro.
Y esto conlleva un orden con sus propias leyes que, cuando las quebramos se desordena algo muy profundo.
En el encuentro entre un varón y una mujer, lo primero que atrae es esta encanto del cuerpo; y es a través de la mirada y del lenguaje, verbal y gestual, que comenzamos el juego de la seducción.
Este juego es un arte ancestral. Nadie nos enseña a seducir, sencillamente emerge de lo más hondo de nuestra sexualidad y de nuestra capacidad de comunicarnos. Lo encontramos también en los animales, se acercan, se olfatean y, según las especies podemos encontrar maneras que van de lo más sencillo hasta lo más sofisticado para aparearse y procrear.
Esta atracción abre la puerta a algo más, a una comunicación de nuestro mundo interior, que se expresa por medio de gestos y palabras y nos invita a profundizar en el conocimiento mutuo.
¡Quisiéramos estar juntos
todo el tiempo! ¡Quisiéramos decirnos tantas cosas... revelar todo el misterio
de lo que somos...!
La atracción es enorme, los sentidos corporales
se activan, necesitamos mirarnos, escucharnos, tocarnos, olernos y gustarnos. La intimidad e intensidad de estas caricias va creciendo al mismo tiempo
que se desarrollan los sentidos interiores y crece la comunicación espiritual.
El enamoramiento nos hace capaces de escucharnos en todo lo que tenemos que decirnos, y también de escucharnos en todo lo que no expresamos con palabras; Somos capaces de recibirnos con la mirada y con los gestos, con sólo verte me voy dando cuenta qué pasa en el interior de tu corazón, con solo tocarte siento que puedo tocar tu misterio. Es cuando nuestros gestos se van haciendo cada vez más elocuentes para quien nos ama. Como si el conocimiento de cada uno avanzara al mismo tiempo por la profundidad de lo que somos capaces de compartirnos, verbal y gestualmente. Palabras y gestos son los rieles por donde avanza la comunicación.
Cuando en el noviazgo la comunicación pretende avanzar sólo en un carril, en vez de avanzar se desordena. Pero este desorden no es percibido en la misma relación, que, aunque en forma desordenada, "parece" seguir avanzando.
El noviazgo es el tiempo aprender a comunicarnos, a intercambiar opiniones, visiones, compartir nuestros pensamientos, creencias, ideales, para ver si congeniamos y si podemos construir un proyecto común cimentado con lo que los dos traemos de diferente. Es el tiempo de salir y de relacionarnos también con otras personas, conocer nuestra manera de ser y de comportarnos en distintas situaciones. No sólo lo que decimos, sino lo que hacemos y cómo lo hacemos.
Y mientras va avanzando nuestra comunicación, van surgiendo las primeras dificultades.
Y si bien la dificultad entorpece la relación y nos desanima, sin embargo es la única posibilidad de darnos cuenta si somos capaces de resolverla; si los dos contamos con los medios internos para atravesarla. Esto manifiesta nuestra capacidad de frustrarnos, de aceptar nuestras diferencias y, lo que es más importante, de ver si podemos resolverlas juntos. El noviazgo es el tiempo de resolver nuestras dificultades a través de la palabra. Este proceso, largo y a veces trabajoso es el que permite que nuestras facultades del alma, nuestra psicología y nuestra dimensión espiritual vayan interactuando y compenetrándose.
En el noviazgo quebramos la armonía del orden en el desarrollo de la comunicación cuando dejamos que el gesto desplace a la palabra y nos apresuramos a resolver las dificultades por medio de la entrega íntima corporal, que es la culminación de la comunicación, el último paso y que supone nuestra mayor entrega.
Dejamos que nuestros cuerpos se fundan y se penetren el uno en el otro, sin que esta fusión / penetración se haya realizado al mismo tiempo en las otras dimensiones de nuestro ser.
No respetamos la sabiduría del ritmo que impone el mismo orden y deviene un desorden casi imperceptible en la misma relación ya que la comunicación continúa y "parece" avanzar porque nos "sentimos" muy bien, nuestro cuerpo está gratificado y colmado de sensaciones placenteras.
Sin embargo, en lo interior, en lo invisible, en el alma y en el espíritu de esas personas, está sucediendo otra cosa que todavía no puede ser comunicada por medio de la palabra.
La entrega íntima de nuestros cuerpos nos toma por entero, avasalla cualquier otro tipo de comunicación. Es la comunicación por excelencia cuando ocupa su lugar; cuando no es así, desplaza a todas las otras que necesitan crecer en consistencia.
Cuando rompemos este orden no estamos eligiendo, estamos actuando desde el impulso o la reacción, desde lo que "siento". Y las sensaciones pueden tener tanta fuerza que no nos ayudan a pensar para elegir. Es cuando nos dejamos llevar por las necesidades del cuerpo. Esto está bien para las funciones vitales, pero la comunicación es espiritual y exige de nuestra inteligencia, de las facultades de nuestra alma. Y ésta a su vez está supeditada a un orden que la trasciende; el orden espiritual que une a todas las personas entre sí con toda la creación y con su creador.
Es de esta hondura de mi espíritu humano unido al espíritu divino, de quien soy deudor y criatura, desde donde la persona elige el sentido último de su vida, quién es y qué va a hacer para realizarse en el ser.
La comunicación del alma y del espíritu requiere mucho más tiempo que la corporal. Al cuerpo le toca esperar y respetar el ritmo de cada dimensión de nuestros ser.
La relación sexual es el punto máximo de convergencia de la comunicación; en donde no sólo nuestros cuerpos exigen tal compenetración, también nuestras almas y nuestro espíritu. Es la comunicación más espiritual que somos capaces de tener como personas, por lo tanto el tener o no tener relaciones sexuales con otra persona es una decisión espiritual. El que mi cuerpo y la atracción que el otro ejerza sobre mí lo requieran, no debería ser, por sí mismo, un indicativo de mi elección.
Las desinteligencias del noviazgo deben solucionarse por medio de la palabra. Debemos conocer el límite de la palabra, la impotencia, la frustración, el no saber cómo decirte todo lo que quiero expresarte.; aprender a intercambiar opiniones y vivencias, a gozar la experiencia de "estar de acuerdo" y también a sufrir el "desacuerdo" para encontrar juntos la solución. Nos toca aprender a discutir, a pelearnos y a reconciliarnos sin faltarnos el respeto. Es el tiempo de darnos tiempo para aprender a poner en palabras lo que nos pasa, y a silenciarnos para poder escuchar lo que no somos capaces de decirnos, la humillación de la palabra da lugar a la comunicación sin palabras, la comunicación espiritual, de corazón a corazón.
Todo esto es parte del noviazgo. No es fácil aprender a aceptar nuestras diferencias, sólo si somos capaces de hacerlo estaremos en condiciones de dar un paso más; pero ¿cómo lo sabremos si incluimos las relaciones sexuales para superarlas?
Por supuesto que en el noviazgo la relación sexual parece resolver casi todas las diferencias; en la intimidad sexual la palabra pierde toda su potencia para dejar espacio al gesto; Pero el gesto no resuelve la diferencia que queda sumergida para volver a aparecer en otro momento, muchas veces ya casados y con la tristísima experiencia de que no podemos ni sabemos solucionarlas.
El que antes era todo para mí, comienza a ser un desconocido. Nunca antes lo había oído hablar así, ni comportarse de esa manera. Nos sentimos dolidos y desilusionados, perdemos interés por estar juntos y nuestras diferencias nos van separando cada vez más.
Es importante que sepamos las consecuencias de este desorden para ser más responsables a la hora de actuar. La entrega sexual es la entrega de toda mi persona a otra persona, es el máximo exponente de nuestra capacidad de comunicarnos.
Es lícito que exija reciprocidad, privacidad, intimidad y respeto. Está abierta a la procreación, eso supone que asumo el riesgo de que pueda ser una entrega fecunda en un hijo.
Sabemos que aunque lo evitemos, el riesgo siempre está y esto por sí sólo debería ser un límite para quienes no están dispuestos o preparados para formar una familia.
La familia exige una casa, un hogar, un lecho común; Una vida compartida con todas sus consecuencias: Compromiso, seguridad, estabilidad y fidelidad. Cuando no estamos dispuestos a formar una familia, pero igual queremos tener relaciones sexuales, estamos desoyendo las exigencias que conlleva la relación sexual, pensando en nosotros mismos, en el ahora, pero sin proyectarnos en un compromiso estable. Y esto es un desorden, que muchas veces trae aparejados otros desordenes aún mayores.
El enamoramiento nos hace capaces de escucharnos en todo lo que tenemos que decirnos, y también de escucharnos en todo lo que no expresamos con palabras; Somos capaces de recibirnos con la mirada y con los gestos, con sólo verte me voy dando cuenta qué pasa en el interior de tu corazón, con solo tocarte siento que puedo tocar tu misterio. Es cuando nuestros gestos se van haciendo cada vez más elocuentes para quien nos ama. Como si el conocimiento de cada uno avanzara al mismo tiempo por la profundidad de lo que somos capaces de compartirnos, verbal y gestualmente. Palabras y gestos son los rieles por donde avanza la comunicación.
Cuando en el noviazgo la comunicación pretende avanzar sólo en un carril, en vez de avanzar se desordena. Pero este desorden no es percibido en la misma relación, que, aunque en forma desordenada, "parece" seguir avanzando.
El noviazgo es el tiempo aprender a comunicarnos, a intercambiar opiniones, visiones, compartir nuestros pensamientos, creencias, ideales, para ver si congeniamos y si podemos construir un proyecto común cimentado con lo que los dos traemos de diferente. Es el tiempo de salir y de relacionarnos también con otras personas, conocer nuestra manera de ser y de comportarnos en distintas situaciones. No sólo lo que decimos, sino lo que hacemos y cómo lo hacemos.
Y mientras va avanzando nuestra comunicación, van surgiendo las primeras dificultades.
Y si bien la dificultad entorpece la relación y nos desanima, sin embargo es la única posibilidad de darnos cuenta si somos capaces de resolverla; si los dos contamos con los medios internos para atravesarla. Esto manifiesta nuestra capacidad de frustrarnos, de aceptar nuestras diferencias y, lo que es más importante, de ver si podemos resolverlas juntos. El noviazgo es el tiempo de resolver nuestras dificultades a través de la palabra. Este proceso, largo y a veces trabajoso es el que permite que nuestras facultades del alma, nuestra psicología y nuestra dimensión espiritual vayan interactuando y compenetrándose.
En el noviazgo quebramos la armonía del orden en el desarrollo de la comunicación cuando dejamos que el gesto desplace a la palabra y nos apresuramos a resolver las dificultades por medio de la entrega íntima corporal, que es la culminación de la comunicación, el último paso y que supone nuestra mayor entrega.
Dejamos que nuestros cuerpos se fundan y se penetren el uno en el otro, sin que esta fusión / penetración se haya realizado al mismo tiempo en las otras dimensiones de nuestro ser.
No respetamos la sabiduría del ritmo que impone el mismo orden y deviene un desorden casi imperceptible en la misma relación ya que la comunicación continúa y "parece" avanzar porque nos "sentimos" muy bien, nuestro cuerpo está gratificado y colmado de sensaciones placenteras.
Sin embargo, en lo interior, en lo invisible, en el alma y en el espíritu de esas personas, está sucediendo otra cosa que todavía no puede ser comunicada por medio de la palabra.
La entrega íntima de nuestros cuerpos nos toma por entero, avasalla cualquier otro tipo de comunicación. Es la comunicación por excelencia cuando ocupa su lugar; cuando no es así, desplaza a todas las otras que necesitan crecer en consistencia.
Cuando rompemos este orden no estamos eligiendo, estamos actuando desde el impulso o la reacción, desde lo que "siento". Y las sensaciones pueden tener tanta fuerza que no nos ayudan a pensar para elegir. Es cuando nos dejamos llevar por las necesidades del cuerpo. Esto está bien para las funciones vitales, pero la comunicación es espiritual y exige de nuestra inteligencia, de las facultades de nuestra alma. Y ésta a su vez está supeditada a un orden que la trasciende; el orden espiritual que une a todas las personas entre sí con toda la creación y con su creador.
Es de esta hondura de mi espíritu humano unido al espíritu divino, de quien soy deudor y criatura, desde donde la persona elige el sentido último de su vida, quién es y qué va a hacer para realizarse en el ser.
La comunicación del alma y del espíritu requiere mucho más tiempo que la corporal. Al cuerpo le toca esperar y respetar el ritmo de cada dimensión de nuestros ser.
La relación sexual es el punto máximo de convergencia de la comunicación; en donde no sólo nuestros cuerpos exigen tal compenetración, también nuestras almas y nuestro espíritu. Es la comunicación más espiritual que somos capaces de tener como personas, por lo tanto el tener o no tener relaciones sexuales con otra persona es una decisión espiritual. El que mi cuerpo y la atracción que el otro ejerza sobre mí lo requieran, no debería ser, por sí mismo, un indicativo de mi elección.
Las desinteligencias del noviazgo deben solucionarse por medio de la palabra. Debemos conocer el límite de la palabra, la impotencia, la frustración, el no saber cómo decirte todo lo que quiero expresarte.; aprender a intercambiar opiniones y vivencias, a gozar la experiencia de "estar de acuerdo" y también a sufrir el "desacuerdo" para encontrar juntos la solución. Nos toca aprender a discutir, a pelearnos y a reconciliarnos sin faltarnos el respeto. Es el tiempo de darnos tiempo para aprender a poner en palabras lo que nos pasa, y a silenciarnos para poder escuchar lo que no somos capaces de decirnos, la humillación de la palabra da lugar a la comunicación sin palabras, la comunicación espiritual, de corazón a corazón.
Todo esto es parte del noviazgo. No es fácil aprender a aceptar nuestras diferencias, sólo si somos capaces de hacerlo estaremos en condiciones de dar un paso más; pero ¿cómo lo sabremos si incluimos las relaciones sexuales para superarlas?
Por supuesto que en el noviazgo la relación sexual parece resolver casi todas las diferencias; en la intimidad sexual la palabra pierde toda su potencia para dejar espacio al gesto; Pero el gesto no resuelve la diferencia que queda sumergida para volver a aparecer en otro momento, muchas veces ya casados y con la tristísima experiencia de que no podemos ni sabemos solucionarlas.
El que antes era todo para mí, comienza a ser un desconocido. Nunca antes lo había oído hablar así, ni comportarse de esa manera. Nos sentimos dolidos y desilusionados, perdemos interés por estar juntos y nuestras diferencias nos van separando cada vez más.
Es importante que sepamos las consecuencias de este desorden para ser más responsables a la hora de actuar. La entrega sexual es la entrega de toda mi persona a otra persona, es el máximo exponente de nuestra capacidad de comunicarnos.
Es lícito que exija reciprocidad, privacidad, intimidad y respeto. Está abierta a la procreación, eso supone que asumo el riesgo de que pueda ser una entrega fecunda en un hijo.
Sabemos que aunque lo evitemos, el riesgo siempre está y esto por sí sólo debería ser un límite para quienes no están dispuestos o preparados para formar una familia.
La familia exige una casa, un hogar, un lecho común; Una vida compartida con todas sus consecuencias: Compromiso, seguridad, estabilidad y fidelidad. Cuando no estamos dispuestos a formar una familia, pero igual queremos tener relaciones sexuales, estamos desoyendo las exigencias que conlleva la relación sexual, pensando en nosotros mismos, en el ahora, pero sin proyectarnos en un compromiso estable. Y esto es un desorden, que muchas veces trae aparejados otros desordenes aún mayores.
De relaciones sexuales apuradas, surgen los matrimonios de apuro y los hijos no deseados y tantas veces abortados. Las familias que nacen así ya tienen en su constitución este desorden. Si bien pensaban casarse, la fecha anunciada fue por el hijo y no por un consentimiento responsable.
De relaciones sexuales apuradas surgen elecciones equivocadas, en las que falta la claridad suficiente para discernir, evaluar y elegir.
Muchas veces, los novios que viven situaciones de entrega casi matrimonial, no son muy libres para elegir si quieren o no continuar con la relación, quedan "pegados" a una forma de relacionarse desordenada que les quita libertad de elección.
Volvamos a mirar como queremos crecer en la comunicación del amor. La comunicación es espiritual y exige una inteligencia espiritual que es la integración de mi cuerpo con las facultades del alma y del espíritu que actúa como principio integrador de todo el ser.
Volvamos a educar en la castidad, que es la virtud que nos invita a ordenar toda nuestra sexualidad a la comunicación del amor. Aspiremos a la castidad, y no nos cansemos de las dificultades que vamos encontrando en el camino. ¡Que este sea nuestro deseo! Que esta sea nuestra aspiración. No importa que nos equivoquemos, o que las cosas "se nos desordenen" en el camino.
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