Ayer, 3 de abril, el
papa Francisco dijo lo siguiente en su homilía en
Santa Marta (negritas
mías):
Honrar a la Virgen y decir: «Esta es mi Madre», porque ella es la Madre. Y
este es el título que recibió de Jesús, justo ahí, en el momento de la Cruz.
Tus hijos, tú eres Madre. No la nombró primer ministro ni le dio títulos de «funcionalidad». Sólo «Madre».
Y luego, los Hechos de los Apóstoles la muestran en oración con los
Apóstoles como una madre. Nuestra Señora
no quiso quitarle ningún título a Jesús; recibió el don de ser su Madre y el
deber de acompañarnos como Madre, de ser nuestra Madre. No pidió para sí misma
ser cuasi-redentora o una co-redentora: no. El Redentor es uno solo y este título no se
duplica. Sólo discípula y madre.
No es la primera vez que
Francisco niega que María es corredentora. No es la primera vez que Francisco,
tal y como hacen los protestantes, sostiene la idea de que reconocer los
títulos que adornan a la Madre del Señor le puede quitar algo de gloria u honra
al Salvador. No es, por tanto, la primera vez, que Francisco arremete contra el
honor debido a la Madre del Señor.
Para empezar, es evidente que ser
corredentora no es sinónimo de ser redentor, de la misma manera que ser
copiloto no es ser piloto. San Pablo dice de sí mismo que es colaborador de
Dios (1 Cor 3,9) y a nadie se le ocurre decir que el apóstol le resta gloria a
Dios al afirmar tal cosa.
Alguno puede preguntarse si al actual Pontífice le molestan algunos o
todos los títulos que se otorgan a la Virgen María en las letanías lauretanas que se suelen
rezar en el Rosario.
Ya desde el siglo II los
santos y padres de la Iglesia escribieron de María señalando su papel
fundamental en la salvación de los hombres. Tanto San Justino como San Ireneo
de Lyon la vieron como lo que es, la segunda Eva. Enseñaron que ella era “causa salutis” nuestra. Cito Lumen Gentium 56, del
concilio Vaticano II:
Con razón, pues,
piensan los Santos Padres que María no fue un instrumento puramente pasivo en
las manos de Dios, sino que cooperó a la salvación de los hombres con fe y
obediencia libres. Como dice San Ireneo, «obedeciendo, se convirtió en causa de salvación para sí misma y
para todo el género humano» . Por eso no pocos Padres antiguos afirman
gustosamente con él en su predicación que «el nudo de la desobediencia de Eva fue
desatado por la obediencia de María; que lo atado por la virgen Eva con su
incredulidad, fue desatado por la virgen María mediante su fe»; y comparándola con Eva, llaman a
María «Madre de los vivientes», afirmando aún con mayor frecuencia que «la
muerte vino por Eva, la vida por María».
Por tanto, cabe
hacer la siguiente petición:
Estimado papa Francisco,
Sucesor de Pedro, Vicario de Cristo, Obispo de Roma, ¿podría
usted hacernos el favor a los fieles católicos de no volver a contraponer la
honra y adoración debida a Cristo con la honra y veneración debida a la Madre
de Cristo y Madre nuestra? ¿podría usted hacer el favor de no negar lo
que algunos de sus antecesores han proclamado respecto a la Virgen, llamándola
corredentora?
Laus Deo Virginique Matri
Luis Fernando
Pérez Bustamante
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