Hace unos días que le llevo
dando vueltas a lo de las iglesias cerradas, y a lo de las Misas “sin pueblo, por imperativo legal y eclesial -en muchos
casos-; o no". Y cada vez me escandaliza más el tema. Es una
derrota en toda regla, y un arrasar la poca Fe que quedaba en pie: supuesto que quedase; que sí quedaba y queda, como me ha
llegado de tanta buenísima gente.
Y digo todo lo anterior con
dolor de alma y de corazón: por Jesús, por la Iglesia y por las almas todas. Y
lo digo con cuarenta años de sacerdote detrás, uno tras otro, y sumando Dios
mediante. Que no son tres o cuatro ya. Gracias a Dios.
¿Qué ha podido
pasar por el alma -la cabeza no pretendo ni nombrarla- de tantos miembros de la
Jerarquía Católica para que, ante el covid famoso, la ocurrencia primera y más
puesta en el candelero, o en el candelabro, haya sido la de echar el cerrojo?
¡Cerrojazo patronal! No me extrañaría que hubiesen pillado el “bicho"…,
y les haya comido hasta la Fe. O lo que les quedase de ella. A quien le
quedase; porque tal como van y están las cosas…
Porque resulta incomprensible. Amén de escandaloso.
Y me explico.
Es muy posible que los
políticos de la progrez -que nos ha infectado mucho más fuertemente que cualquier
bicho- pudiesen acudir -sin mirar siquiera a Italia, ahí al lado y con la que tenían
montada; y sin escuchar a los expertos médicos, y no me refiero al busto
parlante y riente, que no “sonriente” que
han sacado- a un expediente parecido a “no teníamos
precedentes de nada parecido"…
De este modo, y encomendándose
únicamente al diablo -no tenían más agarradero, ni tienen- se hayan atrevido a
incitar a asistir a la manifa femi, y en
Madrid. Por eso, entre otras cosas, es Madrid la primera y la más perjudicada
por toda esta hecatombe. Pero ya sabe la gente a quién se debe tamaño honor…
Pero este planteamiento, o
este expediente, en la Iglesia Católica ni cabía ni cabe. En sus más de dos
milenios de existencia -siempre la misma Iglesia Católica: fiel a Cristo y a las almas, para ser fiel a sí misma-,
se ha encontrado con situaciones tan graves o más que esta.
Y NUNCA, oigan, NUNCA ha dado cerrojazo. Es más: a los sacerdotes y religiosos que huían de donde debían
estar -y se jugaban la vida, literalmente-, es decir, huían de las gentes que
enfermaban y morían, y de las sanas -que también las había-, o se volvían a su
sitio, o quedaban inmediatamente EXCOMULGADOS. Cualquier cosa, cualquier
solución era buena, menos… ABANDONAR.
En esto ha quedado la “nueva iglesia", la tan cacareada y
cacareadora “iglesia en salida". ¿Y en qué ha
venido a parar lo de la iglesia como “hospital de campaña? CERROJAZO y TENTE TIESO…, QUE YA TE APAÑARÁS por tu cuenta y
riesgo.
“Y que Dios te
la depare buena". Como se cuenta de aquel médico de pueblo del siglo XIX que llevaba en el
bolsillo una serie de recetas; de modo que cuando tenía que recetar algo,
echaba mano al bolsillo, sacaba una y, sin mirarla siquiera, se la daba al
enfermo y le decía exactamente esas palabras. Aclaro que es una anécdota “irreal", mero chascarrillo, sin más
connotación. Y no lo cuento por los médicos, como es lógico y se entiende, sino
por los miembros de la Jerarquía Católica que están haciendo lo que están
haciendo.
Por cierto: aprovecho para aplaudir a todo el personal sanitario y
personal hospitalario en todas sus facetas, incluida la limpieza, la comida y
la ropa, para mandarles, junto al aplauso, mis oraciones de sacerdote: lo hago
con todo gusto y afecto, especialmente con la Santa Misa.
¿Cómo es posible
que hayamos llegado a esto en la Santa Madre Iglesia? Porque llegar se ha llegado: es innegable. No en todas las diócesis, pero sí en
la mayoría… pretendiendo además que esta postura por lo eclesial es “un bien” para sus hijos. Quizá para las ovejas
estaría muy bien, que para eso son ovejas; pero para los hijos…, para los hijos
de Dios en su Iglesia… pues, en fin.
Me escribía una señora
buenísima -católica, por supuesto-, escandalizada y dolorida por estas medidas
tan inhumanas y tan hueras de espiritualidad y de vida sobrenatural -tan vacías
de Dios, se mire como se mire-; me escribía: “En
mi cabeza, desde luego, no cabe que la Iglesia pueda cerrar sus puertas ante
una situación de emergencia o calamidad, como no entendería que una madre
dejara en la calle a su hijo enfermo o necesitado y en medio de la lluvia. Creo
que existe un abismo inmenso entre permitir a los fieles participar de las
Eucaristías con las debidas precauciones, que no se trata de ser imprudentes, y
privarles incluso de esa posibilidad… E igual de desafortunada me parece la
idea de suspender la Adoración Perpetua: ’sin Mí no podéis hacer nada’; o
dificultar el acceso a los Sacramentos… San Juan Pablo II: ‘No tengáis miedo,
abrid de par en par las puertas a Cristo’. Eso le pido al Señor, que esta
Iglesia suya no tenga miedo de abrir sus puertas”.
Es desolador ver la figura del
Papa caminar a solas, sin más compañía “obligada” que
la de los guardaespaldas: pero es la imagen exacta
de lo que se ha hecho y se está haciendo en la Iglesia: VACIARLA y convertirla
-en eso están muchos- en una cáscara vacía, un trampantojo, mientras se
mantienen cargos, instituciones y demás que, como cisternas agrietadas no pueden retener el agua.
Es incomprensible, por mor de
doloroso, oír a un canónigo de una muy ilustre catedral española decir que iba
a celebrar la Santa Misa: “porque se siguen
diciendo; pero SIN PUEBLO; eso sí: la catedral sigue abierta para el que quiera
entrar a rezar"…, pero NO PARA asistir a MISA y COMULGAR…
Y más incomprensible si cabe
la afirmación de que “nos confesemos con
Dios", que es lo mismo que decirle a uno “que
se confiese con una farola"; porque “eso”
ni ha existido en la Iglesia, ni existe, ni podrá existir.
Existe el SACRAMENTO de la CONFESIÓN,
donde uno se confiesa exactamente con Dios, a través de persona interpuesta: el sacerdote. Sí existen también los “actos de contrición
perfecta” que, de suyo, cuando no hay posibilidad de acercarse a confesar,
perdonan los pecados…, siempre que acompañe el propósito serio y honrado de
confesarlos en cuanto se pueda.
Pero, ¿quién
es el guapo que puede decir “yo he hecho un acto de perfecta contrición"? Por
eso SIEMPRE está la Confesión, y los
sacerdotes debemos estar a mano para facilitarla: no para decir que estamos
fuera de servicio.
¿Cómo se puede
dejar a los fieles, desde la propia Jerarquía que debería vivir única y
exclusivamente para ellos, y más con una epidemia galopante, SIN los medios de
Salvación, ordinarios y extraordinarios, entregados por el mismo Jesucristo a
su Iglesia, cuando más falta les hacen?
¡Que sea Trump
el que diga que establece un día de oración por esta pandemia, ya tiene mérito!
Ni siquiera
es católico, para más inri. Nadie en la Iglesia ha dicho algo igual. Y menos
antes que él.
TODO ESTÁ SIENDO
YA UN DISPARATÓN… que, en la Iglesia Católica, día a día va creciendo y se hace más y más
dañino.
¡Señor, ten piedad! ¡Apresúrate a socorrernos!
¡Mira que perecemos!
José Luis
Aberasturi
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