Cuidar
la salud del cuerpo y del alma
Benedetta
Frigerio escribe en Brújula Cotidiana un artículo cuyo título, «Morir
preparados, eso es lo que necesitamos», expresa uno de los mensajes que en
estos días la Iglesia, los católicos, estamos urgidos a proclamar.
(InfoCatólica) La autora comienza exponiendo en su artículo algunas muestras de las preguntas y debates que en los últimos días se han mantenido en directo o
virtualmente entre los católicos sobre
«si es correcto o no excluir al pueblo de los
fieles católicos de participar en el Sacrificio Eucarístico», «sobre el
significado del castigo (¿Dios castiga o no?) o sobre el miedo... o con
diferentes reflexiones teológicas» y mientras «se
invita a la gente a quedarse en casa por prudencia» y «se afirma que hoy en día seguimos recibiendo la Comunión
aunque de otra forma» al tiempo que otros temen que «de tanto decirlo no
nos acostumbremos a pensar que recibir o no recibir el Cuerpo de Cristo es lo
mismo o que la Misa en la televisión y la real no son tan diferentes después de
todo».
Entonces, y sin excluir que «la Iglesia está justamente también interesada en la
salud del cuerpo», Benedetta expone la pregunta fundamental: ¿Pero no es la salud del alma lo que la Iglesia debe cuidar más que nada?
Teniendo en cuenta que la
declaración como PANDEMIA por la OMS del
contagio por coronavirus o COVID-19 hace que uno
tras otro todos los gobiernos de Asia, Europa, América, están decretando
medidas de restricción de movimientos, de menor contacto social, incluso de
confinamiento en los lugares de residencia de cada cual, durante semanas o
meses, Frigerio explica que los católicos tenemos el
peligro de pasar este tiempo sumidos en el pánico (vamos a morir todos sin
remedio) o en la evasión (todo va a salir bien).
«De hecho,
pensando en la dramática realidad en la que estamos inmersos, ninguna de estas
dos posiciones es adecuada –prosigue la autora–. Ninguno de ellas nos ayuda
realmente a enfrentar la crisis. La Iglesia, de hecho, que nunca ha sido ni
pesimista (u os encerráis en la casa o morís todos) ni optimista (si os quedáis
en la casa no moriréis) está llamada más que nunca a ser realista. Es decir, a
ayudar a todos a mirar el hecho de la muerte y prepararse para ella. El realismo, de hecho, ayuda a
ayudar».
El realismo nos debe ayudar a
ver que en bastantes ciudades y pueblos de Italia, en España, tal vez pronto de
otros países de América, en estas semanas, para un católico, «da más miedo que
la gente pierda su vida sin el consuelo de sus seres queridos y especialmente
sin los sacramentos o los funerales que la muerte misma».
Benedetta
Frigerio, graduada
en Ciencias Políticas y que escribe en la revista Il
Timone y en La Nuova Bussola Quotidiana sobre temas de defensa de la vida y la familia,
afirma: «Cabe preguntarse cómo puede la Iglesia
tratar la situación desde el punto de vista de estas almas, ya que pensar en la
salud pública es tarea del Estado. Tal vez ayudando a los médicos y enfermeras
a entender qué tipo de apoyo espiritual pueden dar a los enfermos, o recordando
a los que temen la muerte lo que Jesús le dijo a Marta: “El que cree en mí,
aunque muera, vivirá; en efecto, el que vive y cree en mí no morirá nunca”. Por lo tanto, además de intentar
posponer la muerte, un cristiano debe preocuparse (sobre todo si es él o
alguien cercano a él) de llegar preparado a ese momento que nos asusta pero que
acaba tocándonos a todos».
Para las personas más frágiles, como los enfermos o los
ancianos, Benedetta pide que puedan hablar –guardando las medidas
sanitarias debidamente impuestas– «con sacerdotes
que estén dispuestos a confesarles, a mostrarles el rostro del Padre, a
invitarles a perdonar las injusticias que han sufrido, a reconciliarse con Dios
y con los hombres, o a darles la Comunión».
CONCLUYE SU ARTÍCULO
CON UNA REFERENCIA Y VARIAS PREGUNTAS:
«Necesitamos,
como ha escrito Costanza Miriano, ser llamados más que nunca a los sacramentos
y a los Novísimos, al sentido del sufrimiento. A la misericordia de Dios, al
arrepentimiento de los pecados, a cómo murieron los santos. Ahora más que nunca
la muerte no puede convertirse en un tabú para la Iglesia.
NECESITAMOS
OÍR HABLAR DE LA MUERTE Y DE LA ESPERANZA DE LA VIDA ETERNA.
§ ¿No es eso lo
que anhelamos, en lugar de huir de la muerte? [...]
§ Si todos los
muertos por coronavirus se hubieran preparado para morir así, ¿no tendríamos
todos menos miedo a la muerte en estos días?
§ ¿No debería ser
éste el único partido que la Iglesia, hoy más que nunca, puede jugar y ganar en
un momento tan grave que incluso el hombre está dispuesto a escuchar?»








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