domingo, 20 de octubre de 2019

TIENEN OTRA RELIGIÓN


A la vista de los resultados de los círculos menores del Sínodo de la Amazonia, ya no puede quedarme duda: una buena parte de los padres sinodales tienen una fe distinta a la mía, pertenecen a otra religión diferente. Quizá incluso se trate de la mayoría.
Estas semanas, he leído con horror afirmaciones que ponían en el mismo plano la Revelación de Dios y las ocurrencias más o menos disparatadas de cuatro tribus amazónicas, he visto ceremonias paganas con idolillos en el Vaticano y sus alrededores, he escuchado a obispos orgullosos de no haber bautizado nunca a nadie o que niegan la doctrina infalible que limita el sacerdocio a los varones y los he visto idolatrar a los pueblos indígenas como si no tuvieran pecado original (hasta el punto de contemporizar con el infanticidio).
En las conclusiones de los círculos menores, la mayoría rechazan impíamente, de forma apenas disimulada, el celibato sacerdotal (que es gloria y Tradición de la Iglesia Latina), desprecian a los indígenas al considerarlos incapaces de vivir la castidad perfecta, piden el acceso de las mujeres al sacramento del orden, eliminan la distinción entre sacerdotes y laicos, pretenden que la Iglesia acompañe a los hombres “sin distinción de credos” en lugar de evangelizarlos, blasfeman al llamar “sensus fidei” a sus despropósitos ideológicos, anteponen el activismo a la contemplación y la cultura al Evangelio, quieren rescatar “los distintos rituales, símbolos y modos celebrativos de las comunidades indígenasa pesar de que están evidentemente cargados de paganismo e incluso coquetean con la idea de un “rito amazónico”, previsiblemente calcado de esas ceremonias claramente paganas que hemos tenido la desgracia de contemplar estos días.
Por si eso fuera poco, nos hablan de los “derechos de la naturaleza” y los pecados contra ella (el “ecocidio”), de la “Madre tierra”, del cambio climático, de “reducir el consumo de carne roja”, del “ministerio (eclesial) de cuidado de la casa común”, de la “conversión ecológica” y de la “herida” de la deforestación, conceptos todos ellos ajenos a la Tradición cristiana (y a la razón) y que, aparentemente, fueron desconocidos para el mismo Cristo y solo ahora se han descubierto, en nuestra época moderna e ilustrada. Los que nos dicen estas cosas son, además, los mismos pastores que han sembrado de sal la Amazonia, ahuyentando a todos los fieles o empujándolos a las sectas protestantes y destruyendo la fe plantada allí por los auténticos evangelizadores durante siglos. Aun así, en una locura suicida, se pide oficialmente su opinión sobre cómo debería actuar la Iglesia, inevitablemente para acelerar la destrucción que ellos mismos llevan protagonizando décadas y décadas.
No es, por desgracia, un hecho aislado. Tras el Sínodo de la Familia y la publicación de Amoris Laetitia constaté que muchos de los padres sinodales de entonces tenían una moral completamente distinta a la mía, una moral que defiende que el fin justifica los medios y no existen actos intrínsecamente malos, que considera que Dios no da la gracia necesaria para dejar de pecar, que acepta el adulterio o las parejas del mismo sexo como un acercamiento personal a Dios, que ha abandonado la lógica, que suspira por abandonar a Cristo y volver a la ley de Moisés y que incluso afirma que Dios quiere que pequemos en ciertas ocasiones. En relación con el seudosínodo alemán, he escuchado a otros pastores que quieren bendecir las uniones del mismo sexo, aceptar los anticonceptivos, reconocer el divorcio y, en general, cambiar por completo la moral de la Iglesia y así lo afirman abiertamente. El problema no es que su moral sea distinta a la mía, porque yo no soy nadie, sino que, hasta donde puedo ver, es una neomoral, contraria a la moral de Juan Pablo II, Benedicto XVI, Pablo VI y todos los papas, santos y doctores de la Iglesia desde el siglo I.
Además de eso, observo que esos padres sinodales, en muchísimos casos, aman lo que yo odio y odian lo que yo amo, rechazan visceralmente todo lo que huele a católico, se desviven por mundanizar lo más posible la Iglesia y ganar el aplauso de los que no creen, capitulando por completo ante el relativismo, el multiculturalismo, el indigenismo, el feminismo y todos los ismos de la época actual. Sus palabras, excepto por un superficial barniz de términos cristianos esparcidos aquí y allá, son indistinguibles de las de las organizaciones internacionales agnósticas y lo mismo podría decirse de sus fines. Tanto el profeta como el sacerdote vagan sin sentido por el país.
En cierto modo, da igual que el Papa acepte o no sus sugerencias. El mismo hecho de que existan, se manifiesten públicamente y no sean condenadas de inmediato muestran que la Iglesia está irremediablemente dividida y una ciudad dividida no puede subsistir.
No sé si somos muchos o pocos los que rechazamos todo eso e intentamos ser fieles a lo que la Iglesia siempre ha enseñado, pero lo que es indudable es que nuestra religión y la suya son distintas. ¿Cómo vamos a pretender que tenemos una misma fe, si lo que creemos es completamente diferente y, a menudo, opuesto? ¿Cómo vamos a llegar a un acuerdo los que creemos que la Iglesia es la columna y fundamento de la verdad, que nos ha legado sin deformación la Revelación del mismo Hijo de Dios y los que piensan que, hasta ahora, la Iglesia siempre ha estado equivocada sobre cuestiones fundamentales? ¿Cómo voy a dejarme pastorear por clérigos que, como padre católico, nunca dejaría que se acercasen a mis hijos para que no pervirtiesen su fe? Les pedimos pan y solo nos dan piedras. Han destruido la confianza que todo fiel tiene que tener para con la Iglesia.
Solo un puñado de obispos en todo el mundo, Dios les bendiga abundantemente, han alzado la voz contra estas barbaridades, llamándolas lo que son: herejía y apostasía. Un puñado en el que, por desgracia, no se encuentra prácticamente ninguno de los obispos españoles. ¿Qué les sucede a nuestros obispos? Todos hemos sospechado siempre (y ahora resulta indudable) que hay obispos que no creen. Yo he conocido, sin embargo, a obispos españoles que indudablemente tenían fe y la proclamaban, en algunos casos me la enseñaron a mí… pero ahora están callados como muertos. ¿Qué sucede? ¿Tienen miedo? ¿Han abandonado la fe? ¿Por qué no dicen nada cuando todo eso que enseñaban hace unos años es negado y pisoteado por sus hermanos en el episcopado? ¿Es por prudencia? ¿Qué extrañísima prudencia es esa que, de algún modo, les aconseja no hablar en defensa de la fe de los sencillos, atacada hoy desde dentro de la misma Iglesia?
Recuerdo otros tiempos, en que defendían públicamente la fe que ahora es atacada y me pregunto qué ha pasado, pero no encuentro respuesta. ¿Dónde están, por ejemplo, Mons. Zornoza, Mons. Reig Pla, Mons. Demetrio Fernández, el Card. Rouco, Mons. Sanz, Mons. Munilla, Mons. Iceta, Mons. Francisco Pérez, Mons. Carrasco Rouco, Mons. Martínez Camino, el Card. Cañizares, Mons. Ladaria, Mons. Rico Pavés, Mons. Elizalde y otros muchos que yo no conozco? ¿Por qué calláis, padres, cuando vuestras ovejas somos maltratadas, se ataca nuestra fe y se pisotea la enseñanza de la Iglesia? ¿Es que no escucháis nuestros gritos?¿Por qué no os apiadáis de nuestro sufrimiento? Nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza. Nuestro aliento se hunde en el polvo, nuestro vientre está pegado al suelo.
¿De verdad tenéis buenas razones que requieren que no cumpláis vuestra misión principal de defender la fe y pastorear a las ovejas? ¿No nos habéis enseñado vosotros mismos que esa unidad a la que algunos apelan, cuando se da fuera de la verdadera fe, es una falsa unidad, que encubre la podredumbre de la más horrible desunión y solo sirve para engañar a los que se excusan con ella? ¿Es que no dicen la Tradición y la Escritura que, cuando hay peligro para la fe, hay que argüir públicamente incluso a los superiores? ¿Acaso el auténtico amor al Papa y a vuestros hermanos obispos no pasa por decirles la verdad, como hizo el mismo San Pablo con San Pedro? ¿Es que no es mayor el escándalo de vuestro silencio ante la destrucción de la fe que cualquier inquietud que pueda causar la denuncia del mal que campa a sus anchas en la Iglesia? ¿Es que la confianza en Dios no incluye (y exige) que vosotros pongáis de vuestra parte todo lo que podáis para cumplir el deber que os encomendó Cristo de proteger a sus ovejas?
Estamos como ovejas sin pastor. Si vosotros nos abandonáis, ¿a quién acudiremos? Solo podremos acudir al Buen Pastor que no falla y pedirle a Él amparo y justicia contra los malos pastores que, por acción u omisión, nos abandonaron a los lobos.
¿Por qué me atrevo a decir estas cosas? Sin duda, no soy mejor persona que muchos de esos que no creen en nada y no soy profeta ni hijo de profeta. Sin embargo, creo que no debo callarme. Hablo por el sufrimiento que me causa este desgarro de la túnica inconsútil, por la postración de mi Madre la Iglesia, porque veo que se oscurece la luz del Evangelio en el mundo y por el deber que Dios me ha dado de legar la fe a mis hijos. Mis ojos se deshacen en lágrimas, día y noche no cesan, por la terrible desgracia de la doncella de mi pueblo.
¿Hasta cuándo, Señor? ¿Hasta cuándo nos ocultarás tu rostro? Ten piedad de nosotros, Dios mío, e ilumina a nuestros pastores, para que vuelvan a alimentarnos con tu Palabra, en lugar de con vaciedades humanas. Danos pastores buenos y valientes que nos defiendan de los lobos y se olviden de cualesquiera otras preocupaciones que no sean la gloria de Dios y el bien de las almas. No nos abandones, Señor, porque solo en ti hemos puesto nuestra esperanza.
Bruno

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