Sigue la catequesis sobre el libro de Hechos
En la audiencia
general de este miércoles 23 de octubre de 2019, el papa Francisco ha
continuado con el ciclo de catequesis sobre los Hechos de los Apóstoles. Hoy ha
tratado sobre la expansión misionera de la Iglesia tras su primera persecución
y lo dispuesto por el primer concilio de la Iglesia, que tuvo lugar en
Jerusalén.
(InfoCatólica) Catequesis completa del papa
Francisco en el día de hoy, miércoles 23 de octubre del 2019:
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El libro de los Hechos de los
Apóstoles nos dice que san Pablo, después de ese encuentro transformador con
Jesús, es acogido por la Iglesia de Jerusalén gracias a la mediación de Bernabé
y comienza a anunciar a Cristo. Pero, debido a la hostilidad de algunos, se ve
obligado a trasladarse a Tarso, su ciudad natal, donde Bernabé se une a él para
involucrarlo en el largo viaje de la
Palabra de Dios. El libro de los Hechos de los Apóstoles, que
estamos comentando en estas catequesis, puede decirse que es el libro del largo
camino de la Palabra de Dios: la Palabra de Dios debe ser anunciada, y
anunciada en todas partes. Este viaje comienza después de una fuerte persecución (cf. Hch
11,19); pero esta, en vez de ser un compás de espera para la evangelización, se
convierte en una oportunidad para ampliar el campo donde sembrar la
buena semilla de la Palabra. Los
cristianos no se asustan. Deben huir, pero huyen con la
Palabra, y la difunden por todas partes.
Pablo y Bernabé llegaron
primero a Antioquía de Siria, donde se quedan un año entero para enseñar y
ayudar a la comunidad a echar raíces (Hechos 11:26).Anunciaban a la comunidad
judía, a los judíos. Antioquía se convierte así en
el centro de propulsión misionera,
gracias a la predicación con la que los dos evangelizadores -Pablo y Bernabé-
llegan los corazones de los creyentes, que aquí, en Antioquía, son llamados por
primera vez «cristianos» (cf. Hch 11, 26).
El libro de los Hechos revela la naturaleza de la Iglesia,
que no es una fortaleza, sino una tienda capaz de ampliar su espacio (cf. Is 54,2) y
de dar cabida a todos. La Iglesia o es «en salida» o no es Iglesia, o está en camino,
ampliando siempre su espacio para que todos puedan entrar, o no es Iglesia. «Una Iglesia con las puertas abiertas» (Exhortación
Apostólica Evangelii Gaudium,
46), siempre con las puertas abiertas. Cuando veo una iglesita aquí, en esta
ciudad, o cuando la veía en la otra diócesis de dónde vengo, con las puertas
cerradas, creo que es una mala señal. Las iglesias siempre deben tener las
puertas abiertas porque son el símbolo de lo que es una iglesia: siempre abierta. La Iglesia está «llamada a ser siempre la casa abierta del Padre». De ese modo si alguien quiere seguir una
moción del Espíritu y se acerca buscando a Dios, no se encontrará con la
frialdad de unas puertas cerradas» (ibid., 47).
¿Pero esta
novedad de las puertas abiertas a quién? A los paganos,
porque los apóstoles predicaban a los judíos, pero también los paganos
venían a
llamar a la puerta de la Iglesia; y esta novedad de las puertas abiertas a los
paganos desencadena una controversia muy animada. Algunos judíos afirman la
necesidad de hacerse judíos mediante la circuncisión para salvarse y luego
recibir el bautismo. Dicen: «Si no os circuncidáis
conforme a la costumbre mosaica no podéis salvaros» (Hch 15,1), es
decir, no podréis recibir el bautismo más tarde. Primero el rito judío y luego
el bautismo: esta era su postura. Y para resolver la cuestión, Pablo y Bernabé
consultan al consejo de los Apóstoles y de los ancianos en Jerusalén, y tiene lugar lo que se considera el primer
concilio en la historia de la Iglesia, el concilio o asamblea de Jerusalén, al que
Pablo se refiere en la Carta a los Gálatas (2,1-10).
Se aborda una cuestión teológica, espiritual y disciplinaria muy delicada: es
decir, la relación entre la fe en
Cristo y la observancia de la Ley de Moisés. En el curso de la asamblea son decisivos
los discursos de Pedro y Santiago, «columnas» de
la Iglesia Madre (cf. Hch 15,7-21; Gál 2,9). Invitan
a no imponer la circuncisión a los paganos, sino sólo a pedirles que rechacen
la idolatría y todas sus expresiones. De la discusión viene el camino común, y esa decisión, ratificada
con la llamada carta apostólica enviada a Antioquía.
La
asamblea de Jerusalén arroja una luz significativa sobre cómo tratar las
diferencias y buscar la «verdad en la caridad» (Ef 4,15). Nos recuerda que el
método eclesial de resolución de conflictos se basa en el diálogo, constituido
por la escucha atenta y paciente y el discernimiento efectuado a la luz del
Espíritu. En efecto, es el Espíritu el que ayuda a superar los cierres y las
tensiones y actúa en los corazones para que alcancen la verdad y la bondad,
para que lleguen a la unidad. Este texto nos ayuda a comprender la sinodalidad.
Es interesante, como escriben la Carta: los
Apóstoles empiezan diciendo: «El Espíritu Santo y nosotros pensamos
que…». Es propio de la sinodalidad, de la presencia del
Espíritu Santo, de lo contrario no es sinodalidad, es parlamento, otra cosa.
Pidamos al Señor que
fortalezca en todos los cristianos, especialmente en los obispos y sacerdotes,
el deseo y la responsabilidad de la comunión. Que nos ayude a vivir el diálogo,
la escucha y el encuentro con nuestros hermanos y hermanas en la fe y con los
que están lejos, para gustar y manifestar la fecundidad de la Iglesia, llamada
a ser en todos los tiempos «madre gozosa» de muchos hijos (cf. Sal 113, 9).
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