En este caso se ha añadido el ecologismo a la
opción por los pobres
Hace 54 años, un
grupo de obispos participantes en el Concilio Vaticano II firmó un documento
conocido como Pacto de las Catacumbas. Hace unos días, un grupo de los obispos
del Sínodo para la Amazonia ha renovado dicho pacto.
(InfoCatólica) La excusa del primer pacto de las Catacumbas fueron los pobres. Se celebró el
16 de noviembre de 1965, pocos días antes de la clausura del
Concilio Vaticano II, cuando cuarenta y dos padres conciliares celebraron la
Eucaristía en las Catacumbas de Domitila para pedirle a Dios la gracia de «ser
fieles al espíritu de Jesús» al servicio de los pobres.
El texto de aquel pacto fue redactado por el obispo brasileño Helder Cámara, aliado del cardenal
belga Suenens, auténtico líder del episcopado que buscaba una reforma radical de la Iglesia en el concilio, en clara ruptura con la Tradición. La crisis
postconciliar y el auge de la teología de la liberación hunden sus raíces en
aquel espíritu rupturista.
En
esta ocasión la excusa han vuelto a ser los pobres, en su versión indígena,
pero acompañados del ecologismo. La ceremonia fue presidida por el cardenal Hummes, relator general del
sínodo amazónico y el texto firmado se titula: «Pacto
de las Catacumbas por la Casa Común. Por una Iglesia con rostro amazónico,
pobre, servidora, profética y samaritana».
El nuevo pacto recoge quince
compromisos dado «el sentimiento de urgencia que se
impone ante las agresiones que hoy devastan el
territorio amazónico, amenazado por la violencia de un sistema económico depredador
y consumista».
En primer lugar figura la
defensa de sus respectivas áreas de influencia como obispos «ante la amenaza extrema del calentamiento global
y del agotamiento de los recursos naturales».
También se comprometen a
promover en sus iglesias «la opción
preferencial por los pobres, especialmente por los pueblos originarios, y junto con ellos garantizar el derecho a ser
protagonistas en la sociedad y en la Iglesia».
«Ayudarlos a preservar
sus tierras, culturas, lenguas, identidades y espiritualidades (ndr: es decir, su paganismo)», señala el texto, en el que además se
subraya la exigencia de hacer que los indígenas sean respetados «local y globalmente».
El quinto punto emplaza a «abandonar, en consecuencia, en
nuestras parroquias, diócesis y grupos todo tipo de mentalidad y postura
colonialistas, acogiendo y valorando la diversidad cultural, étnica
y lingüística» de esos pueblos.
Además se comprometen a «denunciar todas las formas de violencia» que los
indígenas padezcan, anunciar el mensaje «de acogida» del Evangelio y
ponerse del lado de quienes sean perseguidos por denunciar las injusticias o
agresiones.
Los obispos firmantes también
quieren «caminar ecuménicamente con otras
comunidades cristianas, (...) religiones y personas de buena voluntad» para
la defensa del medioambiente. Lo cierto es que el protestantismo
evangélico ha crecido exponencialmente en la región amazónica y todo indica que se convertirá en
la religión mayoritaria en dicha parte del planeta, con la particularidad de que la mayor parte de los protestantes evangélicos son contrarios a cualquier tipo de relación
ecuménica con el catolicismo.
Los prelados pretenden
empeñarse en «el urgente reconocimiento de los ministerios
eclesiásticos ya existentes» en
la zona, como agentes pastorales, catequistas indígenas o ministros de la
Palabra.
Y también se quiere «reconocer los servicios y la real diaconía de gran cantidad
de mujeres que hoy dirigen comunidades en la Amazonía» y «buscar consolidarlas con un ministerio adecuado de mujeres
animadoras de comunidad».
Por otro lado le comprometen a
«asumir ante la avalancha del consumismo un estilo
de vida alegremente sobrio, sencillo y solidario con los que poco o nada
tienen, reducir la producción de basura y el uso de plásticos» y «usar el transporte público siempre que sea posible»
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