jueves, 2 de mayo de 2019

CONSEJO


Una palabra acertada y expresada en el momento justo, logrará un cambio favorable en la vida de quienes nos rodean.

La convivencia diaria nos revela costumbres, hábitos, cualidades y defectos de las personas que nos rodean; ante todo esto, nuestra actitud puede variar dependiendo del afecto, la confianza y el interés que tenemos por cada una de ellas: comprensión, disgusto, rechazo o indiferencia. Aconsejar debería convertirse en la expresión habitual del interés que tenemos por contribuir al desarrollo y formación personal de quienes nos rodean.

El valor del consejo nos ayuda a advertir las posibilidades de mejora que tienen las personas, transmitiendo ideas que orienten y faciliten el crecimiento individual de cada una de ellas en los distintos aspectos de su vida; siempre de persona a persona, en un ambiente de confianza, procurando no ofender, ni interferir en decisiones que no nos corresponden.

Saber aconsejar es un valor necesario para lograr un mejor entendimiento en la vida familiar; facilitar el trato personal en la actividad profesional o de estudio; establecer verdaderas y profundas relaciones de amistad, eliminando todo rastro de complicidad o indiferencia y superando la superficialidad de los simples encuentros ocasionales.

En lo personal, este valor nos ayuda a mejorar nuestra comprensión hacia los demás, y crecemos en sencillez para aceptar y agradecer los consejos que recibimos, con el consecuente esfuerzo personal por mejorar.

Debemos tener cuidado de no convertirnos en observadores y jueces permanentes de la conducta ajena, provoca molestia e incomodidad la persona que todo el tiempo se la pasa “aconsejando” a los demás sobre su manera de vivir y de conducirse. El entrometido generalmente es soberbio, por lo que se niega a juzgar su propia conducta y sólo busca poner de manifiesto las debilidades de los demás.

Para no hacer de nuestro consejo una crítica imprudente, es necesario analizar y comprender las circunstancias y necesidades de los demás, aportando la experiencia propia como punto de partida, pero jamás como la única y posible solución.

Cada vez que hablamos irresponsablemente, lo que catalogamos como consejo carece de validez porque personalmente no demostramos interés por mejorar en ese mismo aspecto. Por ejemplo, es fácil decir como deben hacer su trabajo los demás, y ser inconstante, irresponsable y desordenado en el propio. Tener una vida congruente en pensamientos, palabras y acciones, es la mejor forma de dar validez a nuestros consejos.

Por lo anterior expuesto, es conveniente transmitir la propia experiencia con ideas “probadas” que harán la vida más sencilla a los demás: organización personal del tiempo, sistema de trabajo, educación de los hijos, administración del hogar… Será muy difícil aportar algo de utilidad cuando en nuestra vida personal no existe el esfuerzo diario, ni la disposición por superarnos.

Es común pensar que los consejos están reservados a circunstancias de verdadera trascendencia, sin embargo, nos enfrentamos a situaciones ordinarias en las que es necesario superar el temor a provocar un malentendido o herir los sentimientos de los demás. Pensemos en las corbatas y la combinación de traje que usa nuestro jefe inmediato; los modales de la compañera a la hora de comer; el mal aliento del amigo; el vocabulario impropio que usa un padre de familia y que sus hijos imitan; el desorden material que existe en un hogar… Qué fácil es criticar y pasar por alto detalles tan insignificantes pero al mismo tiempo tan evidentes.

Si deseamos vivir este valor, debemos mostrar interés por ayudar a los demás a mejorar en esas “pequeñeces”, pues un consejo oportuno y con rectitud de intención, siempre será apreciado y comprendido. Es importante considerar que todo consejo debe expresarse con la misma delicadeza que quisiéramos tuvieran con nosotros.

Para quienes tienen cierta responsabilidad y autoridad sobre otros (padres de familia, jefe de departamento, profesores, etc.) saber aconsejar forma parte integral de su labor, pues existe el deber de orientar y buscar el mejor rendimiento de quienes están bajo su tutela, no sólo en el aspecto laboral o educativo -si es el caso-, sino en el personal, que es el más importante y necesario. Recordemos que al mejorar los hábitos y reforzar los valores, la persona se supera en todos los aspectos de su vida.

En estos ambientes de necesaria convivencia, encontraremos personas con el ingenio y la iniciativa para superarse a partir del momento en que escuchan nuestro consejo, pero la mayoría de las veces no será así. De esta manera, el valor del consejo nos ayuda a perfeccionar los valores de la comprensión y la paciencia.

Debemos recalcar que todo consejo siempre estará sujeto a la aceptación de quien lo recibe, por eso no debemos sentirnos menospreciados o disgustarnos, al darnos cuenta del poco entusiasmo que tengan las personas por seguir nuestras indicaciones. El consejo no exige obediencia porque no es una orden; tampoco requiere un fiel apego, porque cada persona vive sus propias circunstancias y tiene el derecho de tomar sus propias iniciativas.

Para actuar con prudencia y aprender a dar buenos consejos, podríamos comenzar por:
– Evitar dar tu opinión sobre lo que no te gusta o te parece mal de los demás. A eso se le llama crítica y demuestra falta de comprensión.
– Antes de dar un consejo, revisa tu vida y piensa tres alternativas que ayuden a la persona a mejorar.
– Es muy importante utilizar palabras precisas y de estímulo, en vez de censurar y subrayar los errores y desaciertos.
– Procura expresar tu consejo únicamente al interesado, jamás lo hagas en público.
– No olvides que es de suma importancia encontrar el momento oportuno para expresar tu punto de vista.
– Pregunta de vez en cuando por el desarrollo que ha tenido la persona en el asunto que diste tu opinión. Esto demuestra aprecio y fortalece la confianza.
– Observa tu actitud al recibir consejos y haz el propósito de aceptarlos con serenidad. Así serás más sencillo, y creces en comprensión y delicadeza en el trato con los demás.

El aconsejar es una responsabilidad muy grande, porque cada una de nuestras palabras puede traer un beneficio o una consecuencia grave en la vida de quien nos escucha. El valor del consejo despierta en nosotros el verdadero interés por nuestros semejantes, desarrollando una personalidad digna de confianza, por el respeto y prudencia que manifestamos al orientar a los demás.

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