Si no sabes
comunicarte, tu matrimonio puede convertirse en un desierto.
Por: Sheila Morataya-Fleishman | Fuente: Aportación de Francisco Casadevall
Si no sabes comunicarte, tu matrimonio puede convertirse en un desierto.
¿Cómo aprender a expresar tus sentimientos,
emociones y necesidades? Sheila Morataya te explica cómo.
La mujer de nuestra época quiere ser amada, acariciada, mimada,
complacida y desde muy joven comienza a imaginar que todo esto tendrá lugar en
algún punto de su existencia en pareja. Vive mucho más enfocada pensando en
todo aquello que tiene derecho a recibir y muy poco orientada hacia todo lo que
puede ser capaz de dar.
Muchas visualizamos y esperamos ansiosamente el momento en que “por fin voy a recibir”. Cuando finalmente te
casas, vas con la maleta llena de ilusiones, pasiones, planes, proyectos. En lo
que no piensas es que algún día tu marido disminuirá los “te quiero”, pausará las caricias y olvidará uno
que otro aniversario.
Esos detalles que antes eran tan frecuentes seguramente disminuirán y
tal vez desaparezcan algún día. ¿Qué vas hacer
cuando esto suceda?
Muchas optamos por comenzar a reclamar aquello que ya no tienes, otras
lloramos en silencio, hay quienes peleamos hasta cinco veces al día. Lo último
que haces es comunicarte, dialogar, expresar lo que no te gusta o lo que sabes
que está mal. Esa capacidad de abrirse y expresar sin rencores e incendios
emocionales constituye una nota distintiva de la madurez personal. Comunicarse
para que la relación crezca fuerte y sana es indispensable.
NO ES NADA EXTRAÑO
Es un hecho sociológicamente comprobado que la queja más frecuente de
las esposas es precisamente la falta de comunicación con los maridos, la
incomunicación con ellos. Muchas veces te sientes atrapada: si ya hay niños hay que levantarse muy temprano,
atenderlos, preparar todo lo que llevan al colegio. Si trabajas tienes
que poner atención a tu vestido y peinado… se pasan las horas, llega la noche y
luego de esa larga jornada ya estás demasiado cansada como para querer dialogar
sobre aquello que sabes que está mal. Y te encuentras diciendo, “tal vez mañana”. O lo que es peor, ¿para qué decir nada si de todas formas no llegamos a
ninguna parte?
LA COMUNICACIÓN ES
IGUAL A COMPARTIR Y COEXISTIR
“Sólo cuando mediante un acto nuevo de su voluntad,
con plena reflexión y libertad deciden que exista aquella unión tan profunda y
total a la que les invita su amor, esa unión queda establecida.” -Pedro-Juan Viladrich.
“Porque te amo haré todo lo que está de mi parte
para comunicarme contigo. Incluso lo haré como acto de mi voluntad que quiere
unirse a la tuya aunque muchas veces tenga que ceder por el bien de nuestro
amor.” Qué difícil,
¿verdad? Es un reto especialmente para ti
como mujer pues nos vemos sumergidas en medio de mensajes que no siempre son de
ayuda para nuestra relación de pareja. Estos son algunos de los pensamientos
que se proponen a las mujeres modernas y cuya base no está enraizada en la
vivencia de los valores cristianos. A veces la mujer moderna se centra en sí
misma.
LOS SIGUIENTES
PENSAMIENTOS SON MUY COMUNES HOY EN DÍA:
– tienes derecho a vivir tu vida: – tienes derecho
a que te traten como a una reina; – no dejes que haga contigo lo que quiera –
en el matrimonio los dos son iguales – si te da mucha lata déjalo, es mejor
estar sola que mal acompañada. – la época en que la mujer era esclava ya pasó.
Es claro que cada uno de los ejemplos anteriores no ayuda a despertar
las diferentes formas del amor de ninguna manera. Una forma de pensar así no
invita a entablar diálogo para hacer más fecunda y sólida la relación.
Entonces, ¿cómo deberá estar orientada tu
inteligencia para poder, a pesar de esto, decidirte libremente darte porque se
quiere construir un amor limpio y generoso enraizado en la voluntad de hacer
biografía juntos?
¿CONOCES ESTA FÁBULA?
En un vasto paisaje helado, azotado por la ventisca, se desliza un
trineo. (Trata de poner toda tu atención en la escena). Su único ocupante viaja
hacia el Polo Norte. De su rostro, cubierto de agujas de hielo, destacan los
ojos febriles clavados con ansia en el horizonte.
Corre el trineo con la prisa de quien llega tarde. No se distrae el
viajero en su valioso equipaje, que es todo lo que posee. No permite que el
tiro de perros se desvíe un ápice del septentrión, no concede respiro a su
esfuerzo, ni disminuye su velocidad. Todo en él es una tensa voluntad de
alcanzar pronto la meta. En llegar al Polo Norte ha puesto lo mejor de sus
energías, la más entrañable de sus esperanzas, el sentido final de su destino.
Solamente de trecho en trecho, nuestro viajero se detiene un instante para
comprobar si la dirección es correcta y cuánta es la distancia que todavía le
separa del Norte. Y aquí la sorpresa. Los instrumentos le demuestran, sin lugar
a dudas, que la dirección resulta exacta, pero la distancia del Norte es cada
vez mayor. En vano verifica una y otra vez sus instrumentos: no están
estropeados, no hay error en la medición, la dirección es buena, más la
distancia no cesa de aumentar. Y nuestro viajero, entre el desaliento y la
esperanza, fuerza siempre la velocidad, castiga sin piedad a sus perros y los
lanza vertiginosamente entre la ventisca con la desesperación de quien huye.
Todo es inútil, no obstante, en cada sucesiva medición, pese a la fidelidad de
la dirección, el Polo Norte se aleja más y más…
¿Qué le ocurre al protagonista de tan dramático
viaje? Quiero hacer
notar que aquel vasto paisaje helado por cuyo interior viaja este diminuto
trineo, no es más que un inmenso témpano de hielo, un colosal iceberg, que se
desplaza hacia el sur a mucha mayor velocidad de la que nuestro pobre viajero
corre hacia el norte. La meta del viaje y los ideales de su equipaje eran
nobles. Su esfuerzo, admirable. Pero la base sobre la que se sustentaba toda la
aventura era tan radicalmente errada que le conducía con fatalidad al polo
opuesto.
También querida lectora dentro de la comunicación en el matrimonio puede
sucederte algo parecido si no tienes total claridad en lo que estás dispuesta a
dar y dejar de recibir para que tu matrimonio funcione. No es que seamos
iguales o merezcamos lo mismo. Se trata de saberse comunicar. Simplemente hay
que hacer a un lado un poquito los sentimientos, de vez en cuando, y “saber ser” inteligentes para comunicarnos, y
asegurarnos de que lo que quieres decir es lo que tu marido entiende. Sin una
buena comunicación, el matrimonio se convertirá en un terrible desierto. Si aprendes a comunicarte, tu matrimonio será un hermoso
jardín.
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