sábado, 8 de marzo de 2008

AL PIE DE LA CRUZ: RELATO COMPLETO (III PARTE)



LX
Los judíos ponen guardia en el sepulcro

(56)

En la noche del viernes al sábado vi a Caifás y a los principales judíos consultarse respecto de las medidas que debían adoptarse, vistos los prodigios que habían sucedido y la disposición del pueblo. Al salir de esta deliberación, fueron por la noche a casa de Pilatos, y le dijeron que como ese seductor había asegurado que resucitaría el tercer día, era menester guardar el sepulcro tres días; porque si no, sus discípulos podían llevarse su Cuerpo y esparcir la voz de su Resurrección. Pilatos, no queriendo mezclarse en ese negocio, les dijo: "Tenéis una guardia: mandad que guarde el sepulcro como queráis". Sin embargo, les dio a Casio, que debía observarlo todo, para hacer una relación exacta de lo que viera. Vi salir de la ciudad a unos doce, antes de levantarse el sol; los soldados que los acompañaban no estaban vestidos a la romana, eran soldados del templo. Llevaban faroles puestos en palos para alumbrarse en la oscura gruta donde se encontraba el sepulcro. Así que llegaron, se aseguraron de la presencia del cuerpo de Jesús; después ataron una cuerda atravesada delante de la puerta del sepulcro, y otra segunda sobre la piedra gruesa que estaba delante, y lo sellaron todo con un sello semicircular. Los fariseos volvieron a Jerusalén, y los guardas se pusieron enfrente de la puerta exterior. Casio no se movió de su puesto. Había recibido grandes gracias interiores y la inteligencia de muchos misterios. No acostumbrado a ese estado sobrenatural, estuvo todo el tiempo como fuera de sí, sin ver los objetos exteriores. Se transformó en un nuevo hombre, y pasó todo el día haciendo penitencia y oración. Después de la Resurrección del Señor, dejó la milicia y se juntó con los discípulos. Fue uno de los primeros que recibieron el bautismo, después de Pentecostés, junto con otros soldados convertidos al pie de la Cruz.

LOS AMIGOS DE JESUS
EL SÁBADO SANTO

Había unos veinte hombres en el Cenáculo, tenían vestidos largos y blancos, con cinturas y celebraban el sábado. Después se separaron para acostarse y muchos se fueron a sus casas. El sábado por la mañana se juntaron otra vez, rezando y leyendo, alternativamente. De cuando en cuando introducían a otros que llegaban.
En la parte de la casa donde estaba la Virgen, había una gran sala con celdas separadas para los que querían pasar la noche allí. Cuando las piadosas mujeres volvían del sepulcro, una de ellas encendió una lámpara colgada en el medio de la sala, y se sentaron debajo de ella alrededor de la Virgen; rezaron con mucha tristeza y mucho recogimiento. Después se separaron para entrar en las celdas y descansar. A media noche se levantaron y se reunieron con la Virgen debajo de la lámpara para rezar. Cuando la Madre de Jesús y sus compañeras acabaron este rezo nocturno, Juan llamó a la puerta de la sala con algunos discípulos, y en seguida cogieron sus capas y les siguieron al Templo.
A las tres de la mañana, cuando fue sellado el sepulcro, vi a la Virgen ir al Templo acompañada de las otras Santas mujeres, de Juan y otros discípulos. Muchos judíos tenían costumbre de ir al Templo antes de amanecer el día, después de haber comido el Cordero Pascual. El Templo se abría a media noche porque los sacrificios empezaban temprano. Pero como la fiesta se había interrumpido, todo estaba aún abandonado, y me parecía que la Virgen venía solamente a despedirse del Templo donde se había educado. Estaba abierto, según la costumbre de ese día, y el espacio alrededor del Tabernáculo reservado a los sacerdotes estaba abierto al pueblo, según se acostumbraba ese día; mas el Templo estaba solo y no había más que algunos guardias y algunos criados. Todo estaba en desorden.
Los hijos de Simeón y los sobrinos de José de Arimatea, llenos de tristeza por la prisión de su tío, condujeron por todas partes a la Virgen y a sus compañeros, pues estaban de guardia en el Templo; todos contemplaban con terror las señales de la ira de Dios. La Virgen fue a todos los sitios que Jesús había consagrado por su presencia; se prosternó para besarlos y los regó con sus lágrimas; sus compañeras la imitaron.
La Virgen se separó del Templo, llorando; la desolación y la soledad en que estaba, en un día tan santo, atestiguaban los crímenes de su pueblo. María se acordó que Jesús había llorado sobre el Templo y que había dicho: "Destruid este Templo y yo lo reedificaré en tres días". María pensó que los enemigos de Jesús habían destruido el Templo de su cuerpo, y deseó con ardor ver relucir el tercer día en que la palabra eterna debía cumplirse.
María y sus compañeras habían llegado antes del amanecer al Cenáculo, se retiraron a la habitación situada a la derecha. Juan y los discípulos entraron en el Cenáculo, donde los hombres, cuyo número se elevaba a veinte, rezaban alternativamente debajo de la lámpara. Los recién venidos de cuando en cuando fueron introducidos tímidamente y conversaban, llorando: Todos mostraban a Juan un gran respeto mezclado de confusión, porque había asistido a la muerte del Señor. Juan era afectuoso para con todos, tenía la simplicidad de un niño en sus relaciones con ellos. Los vi comer una vez. La mayor tranquilidad reinaba en la casa, y las puertas estaban cerradas, aunque no tenían nada que temer, pues la casa era propiedad de Nicodemus.
Mis ojos se volvieron una vez más hacia las Santas mujeres y las vi pasar todo el día en la sala oscura, con las puertas cerradas y ventanas tapadas, a la luz de una lámpara rezando o mostrando su dolor de muchas maneras. Cuando mi pensamiento se unía al de la Virgen, que estaba siempre ocupada de su Hijo, yo veía el sepulcro y los guardias sentados a la entrada. Casio estaba arrimado a la puerta sumergido en la meditación. Las puertas del sepulcro estaban cerradas y la piedra por delante. Sin embargo, vi el cuerpo del Señor rodeado de esplendor y de luz y de Ángeles en adoración, pero mi meditación, habiéndose dirigido sobre el alma del Redentor, vio un cuadro tan grande y tan complicado del descendimiento a los infiernos, que sólo he podido acordarme de una pequeña parte. Voy a contarlo como mejor pueda.

JESUS BAJA A LOS INFIERNOS

Cuando Jesús, dando un grito, exhaló su alma Santísima, yo la vi como una forma luminosa entrar en la tierra al pie de la Cruz; muchos Ángeles, en los cuales estaba Gabriel, la acompañaban. Vi su divinidad esta unida con su alma y también con su cuerpo suspendido en la Cruz. No puedo expresar cómo eso se hacía. El sitio a donde entró el alma de Jesús estaba dividido en tres partes. Eran como tres mundos; tuve el sentimiento que eran de forma redonda y que cada uno de ellos tenía su esfera separada.
Delante del limbo había un lugar más claro y más sereno; en él veo entrar las almas libres del purgatorio antes de ser conducidas al cielo. El limbo donde estaban los que esperaban la Redención, estaba rodeado de una esfera parda y nebulosa, y dividido en muchos círculos. El Salvador resplandeciente de luz es conducido por los Ángeles por en medio de dos círculos: en el de la izquierda estaban los patriarcas anteriores a Abraham; en el de la derecha estaban las almas de los que habían vivido desde Abraham hasta San Juan Bautista. Cuando Jesús pasó así no lo conocieron, mas todo se llenó de gozo y de deseo y hubo como una dilatación en estos lugares estrechos donde estaban apretados. Jesús pasó entre ellos como el aire, como la luz, como el rocío de la Redención, con la rapidez de un viento impetuoso penetró entre esos círculos hasta un sitio cubierto de niebla, donde estaban Adán y Eva; les habló y ellos le adoraron con un gozo indecible. El Señor, acompañado de los dos primeros hombres, entró a la izquierda en el círculo de los patriarcas anteriores a Abraham, era una especie de purgatorio. Entre ellos había malos espíritus que atormentaban e inquietaban el alma de algunos. Los Ángeles llamaron y mandaron abrir: "Abrid las puertas", y Jesús entró en triunfo; los malos espíritus se alejaron. El alma de Jesús acompañada de los Ángeles y de las almas libertadas entró en el seno de Abraham.
Este lugar me pareció más elevado, como cuando se sube de una iglesia subterránea a una iglesia superior. Allí se hallaban todos los santos israelitas, no había malos espíritus en este lugar. Una alegría y una felicidad indecibles entraron en estas almas que saludaron y adoraron al Redentor. Algunos de ellos fueron enviados sobre la tierra para tomar sus cuerpos y dar testimonio de Jesús. Entonces fue cuando tantos muertos se aparecieron en Jerusalén.Después vi a Jesús con su acompañamiento entrar en una esfera más profunda, a donde se hallaban paganos piadosos que habían tenido un presentimiento de la verdad y la habían deseado. Vi también a Jesús atravesar como libertador, muchos lugares donde había almas encerradas. En fin, vi a Jesús acercarse con una cara severa al centro del abismo. El infierno se me apareció bajo la forma de un edificio inmenso, tenebroso; a sus entradas había enormes puertas negras con cerraduras; un aullido de horror se elevaba sin cesar; las puertas se unieron y apareció el mundo horrible de las tinieblas. La celestial Jerusalén se me aparece siempre como una ciudad donde las moradas de los bienaventurados se presentan bajo la forma de palacios y de jardines llenos de flores y de frutos maravillosos, que comunican la vida, según su condición de beatitud. En el infierno todo tiene por principio la ira eterna, la discordia y la desesperación, prisiones y cavernas, desiertos y lagos llenos de todo lo que puede excitar el disgusto y el horror, la eterna y terrible discordia de los condenados. Todas las raíces de la corrupción y del terror producen en el infierno el dolor y el suplicio correspondiente; cada condenado tiene siempre presente este pensamiento, que los tormentos a que está entregado son el fruto natural y necesario de su crimen, pues todo lo que se ve y se siente de horrible en este lugar no es más que la esencia, la forma interior del pecado descubierto.
Cuando los Ángeles echaron las puertas abajo, fue como un mar de imprecaciones, de injurias, de aullidos y de lamentos. Todos tuvieron que conocer y adorar a Jesús, y éste fue el mayor de sus suplicios. En el medio del infierno había un abismo de tinieblas. Lucifer fue precipitado en él y encadenado, y negros vapores se extendían sobre él. Es sabido que debe ser desencadenado por algún tiempo, cincuenta o sesenta años antes del año 2000 de Cristo. Otros muchos números que no me acuerdo fueron marcados. Algunos demonios deben ser sueltos antes ya para castigar y tentar al mundo.

Vi multitudes innumerables de almas rescatadas elevarse del purgatorio y del limbo detrás del alma de Jesús, hasta un lugar de delicias debajo de la Jerusalén celestial. He visto al Señor en diferentes puntos; parecía que santificaba y libertaba toda la creación; por todas partes los malos espíritus huían delante de Él y se precipitaban en el abismo. Vi también su alma en diferentes sitios de la tierra, la vi aparecer en el interior del sepulcro de Adán debajo del Gólgota.
Esto es lo poco de que puedo acordarme sobre la bajada de Jesús a los infiernos y la libertad de las almas de los justos. Pero además de este acontecimiento, cumplido en el tiempo, vi una figura eterna de la misericordia que ejerce hoy con las pobres almas benditas. El descendimiento de Jesús a los infiernos es la plantación de un árbol de gracia destinado a comunicar sus méritos a las almas que padecen. La Redención continua de estas almas es el fruto que da este árbol en el jardín espiritual de la Iglesia. La Iglesia militante debe cuidar este árbol y recoger los frutos para comunicarlos a la Iglesia paciente que no puede hacer nada por sí misma. Lo mismo sucede con todos los méritos de Cristo; para participar de ellos hay que trabajar para Él y con Él.

NOCHE ANTES DE LA RESURRECCION

Cuando se acabó el sábado, Juan vino con las Santas mujeres, lloró con ellas y las consoló. Se fue poco después; entonces Pedro y Santiago el Menor vinieron a verlas con la misma intención. Pero estuvieron poco con ellas. Mientras la Virgen Santísima oraba interiormente llena de un ardiente deseo de ver a Jesús, un Ángel vino a decirle que fuera a la pequeña puerta de Nicodemus, porque el Señor estaba cerca. El corazón de María se inundó de gozo, ella se envolvió en su manto y dejó a las Santas mujeres sin decir nada a nadie. La vi ir deprisa a la pequeña puerta de la ciudad por donde había entrado con sus compañeras al volver del sepulcro. La Virgen se acercaba a pasos precipitados a la puerta, cuando la vi pararse en un sitio solitario.
Miró a lo alto de la muralla de la ciudad y el alma del Salvador resplandeciente bajó hasta María acompañada de una multitud de almas y patriarcas. Jesús, volviéndose hacia ellos y señalando a la Virgen, dijo: "María, mi Madre". Pareció que la abrazaba y desapareció. La Virgen se arrodilló y besó la tierra en el sitio donde había aparecido. Debían ser las nueve de la noche. Sus rodillas y sus pies le quedaron marcados sobre la piedra y regreso llena de una consolación inefable a reunirse con las Santas mujeres que encontró ocupadas en preparar ungüentos y aromas. No les dijo lo que había visto, pero sus fuerzas se habían renovado; consoló a las otras y las fortificó en la fe.

JOSÉ DE ARIMATEA PUESTO EN LIBERTAD

Poco después de la vuelta de la Santísima Virgen vi a José de Arimatea rezando en la cárcel. De pronto la prisión se llenó de luz y oí una voz que le llamaba por su nombre. El tejado se levantó dejando una abertura, y vi una forma luminosa echarle una sábana que me recordó la que sirvió para amortajar a Jesús. José la cogió con ambas manos y se dejó levantar hasta la abertura que se cerró detrás de él. Cuando llegó a lo alto de la torre la aparición desapareció. Él siguió la muralla hasta cerca del Cenáculo que estaba a la inmediación de la muralla meridional de Sión. Entonces bajó y llamó en el Cenáculo. Los discípulos habían cerrado la puerta; estaban muy afligidos por la desaparición de José creyendo que lo habían echado en una cloaca. Cuando le vieron entrar, su alegría fue grande. Contó lo que le había sucedido, ellos le dieron de comer y dieron gracias a Dios. Él salió de Jerusalén por la noche y se fue a Arimatea, su patria. Volvió sin embargo, cuando supo que ya no corría peligro. Pronto vi el sepulcro del Señor; todo estaba tranquilo alrededor. Había seis o siete guardias de pie o sentados. Casio estaba frente a la entrada en contemplación. El Santo cuerpo, envuelto en la mortaja y rodeado de luz, reposaba entre dos Ángeles que yo vi constantemente en adoración a la cabeza y a los pies del Salvador, desde que se puso en el sepulcro. Estos Ángeles me parecían sacerdotes, su postura y sus brazos cruzados sobre el pecho me recordaron los querubines del Arca de la Alianza, mas no les vi las alas. El Santo Sepulcro todo entero me recordó muchas veces el Arca de la Alianza en diversas épocas de su historia. Quizá la luz y la presencia de los Ángeles eran visibles para Casio, pues estaba en contemplación delante de la puerta del Sepulcro como uno que adora al Santísimo Sacramento.
Vi el alma del Señor, acompañada de las almas de los patriarcas, entrar en el Sepulcro a través del peñasco y mostrarles todas las heridas de su Sagrado Cuerpo. La mortaja pareció abrirse y el cuerpo aparecía cubierto de llagas. Era como si la divinidad que habitaba en él hubiese mostrado a esas almas de un modo misterioso toda la esencia de su martirio. Me pareció transparente y se podía ver hasta el fondo de sus heridas. Las almas estaban llenas de un respeto mezclado de tristeza y de una viva compasión.
En seguida tuve una visión misteriosa que no puedo explicar ni contar bien claramente. Me pareció que el alma de Jesús sin estar todavía completamente unida a su cuerpo, salía del Sepulcro en él y con él. Me pareció ver a los dos Ángeles que adoraban a las extremidades del Sepulcro, levantar el Sagrado Cuerpo, desnudo, cubierto de heridas y salir hacia el cielo por medio de la roca que se conmovía; Jesús parecía presentar su cuerpo suplicando delante del trono de su Padre Celeste, en medio de los coros innumerables de Ángeles prosternados. Quizá fue de este mismo modo que las almas de los profetas entraron momentáneamente en sus cuerpos después de la muerte de Jesús, sin volver a la vida en realidad, pues se separaron de nuevo sin el menor esfuerzo.
En ese momento hubo una conmoción en la pena: cuatro de los guardias habían ido a por algo a la ciudad, los otros tres cayeron casi sin conocimiento. Atribuyeron eso a un temblor de tierra. Casio estaba conmovido, pues veía algo de lo que pasaba, aunque no era claro para él. Pero se quedó en su sitio esperando lo que iba a suceder. Mientras tanto los soldados ausentes volvieron.
Vi de nuevo a las Santas mujeres que habían acabado de preparar sus aromas y se habían retirado en sus celdas. Sin embargo no se acostaron para dormir, sólo se recostaron sobre los cobertores enrollados. Querían ir al Sepulcro antes de amanecer, porque temían a los enemigos de Jesús. Pero la Virgen, animada de un nuevo valor desde que se le había aparecido su Hijo, las tranquilizó diciéndoles que podían reposar y sin temor ir al Sepulcro, que no les sucedería ningún mal, y entonces se tranquilizaron un poco. Serían las once de la noche cuando la Virgen, llevada por el amor y por el deseo irresistible, se levantó, se puso una capa parda y salió sola de casa. Me decía: "¿Cómo dejarán a esta santa Madre tan acabada, tan afligida, ir sola entre tanto peligro?" Fue a la casa de Caifás, al palacio de Pilatos, corrió todo el camino de la Cruz por las calles desiertas, parándose en los sitios donde el Salvador había sufrido los mayores dolores o los peores tratamientos. Parecía que buscaba un objeto perdido; con frecuencia se prosternaba en el suelo, tocaba las piedras o las besaba como si hubiese habido sangre del Salvador. Estaba llena de un amor inefable y todos los sitios santificados le parecían luminosos. Yo la acompañé todo el camino y sentí todo lo que ella sintió según la medida de mis esfuerzos.
Fue así hasta el Calvario, y al acercarse se paró de pronto. Vi a Jesús con su sagrado cuerpo aparecerse delante de la Virgen precedido de un Ángel, teniendo a sus lados a los dos Ángeles del Sepulcro, seguido de una multitud de almas libertadas. El cuerpo de Jesús estaba resplandeciente; yo no veía en él ningún movimiento, pero salió de él una voz que anunció a su Madre lo que había hecho en el limbo y le dijo que iba a resucitar y a venir a ella con su cuerpo transfigurado, que debía esperarlo cerca de la piedra donde se había caído en el Calvario. La aparición se dirigió hacia la ciudad y la Virgen fue a arrodillarse al sitio que le había sido designado. Podía ser la media noche, porque la Virgen había estado mucho tiempo en el camino de la Cruz. Vi al Salvador con su escolta celestial seguir el camino; todo el suplicio de Jesús fue demostrado a las almas con las más pequeñas circunstancias. Los Ángeles recogían todas las partes de su sustancia sagrada que habían sido arrancadas de su cuerpo.
Me pareció después que el cuerpo del Señor reposaba otra vez en el Sepulcro y que los Ángeles restituían de un modo misterioso todo lo que los verdugos y los instrumentos del suplicio le habían arrancado. Lo vi otra vez resplandeciente en su mortaja con los dos Ángeles en adoración a la cabeza y a los pies. No puedo explicar cómo sucedió todo eso, pues no lo alcanza nuestra razón, además lo que me parece claro e inteligible cuando lo veo, se vuelve oscuro cuando lo quiero expresar con palabras. Cuando el cielo comenzó a relucir por el Oriente vi a Magdalena, María, hija de Cleofás, Juana Cusa y Salomé salir del Cenáculo, envueltas en sus capas. Llevaban aromas y una de ellas una luz encendida, pero todo escondido debajo de sus vestidos. Las vi dirigirse tímidamente hacia la puerta de Nicodemus.

RESURRECCION DEL SEÑOR

Vi como una gloria resplandeciente entre dos Ángeles vestidos de guerreros, bajar el alma de Jesús, que penetrando por la roca vino a unirse con su Cuerpo Santísimo. Vi los miembros menearse y el cuerpo del Señor, unido con su alma y con su divinidad, salir de su mortaja resplandeciente de luz. Me pareció que en el mismo instante una forma monstruosa salía de la tierra debajo de la peña, tenía una cola de serpiente, una cabeza de dragón que se levantaba contra Jesús. Me parece que además tenía una cabeza humana. Vi en la mano del Salvador resucitado una bandera flotante. Pisó la cabeza del dragón y pegó tres golpes en la cola con su palo. Desapareció primero el cuerpo, después la cabeza del dragón y quedó la cabeza humana. He visto con frecuencia esta misma visión en la Resurrección y he visto una serpiente igual a la que estaba emboscada en la concepción de Jesús. Me recordó la serpiente del Paraíso, pero todavía era más horrorosa. Yo pienso que esto se refiere a la profecía: "El hijo de la mujer romperá la cabeza de la serpiente". Todo eso me pareció un símbolo de la victoria sobre la muerte, pues cuando vi al Señor romper la cabeza del dragón, ya no vi el sepulcro.
Jesús, resplandeciente, se elevó por medio de la peña. La tierra tembló. Un Ángel, parecido a un guerrero, se precipitó del cielo al Sepulcro como un rayo, puso la piedra a la derecha y se sentó sobre ella. Los soldados cayeron como muertos y estaban tendidos en el suelo sin dar señales de vida. Casio, viendo la luz brillar en el Sepulcro, se acercó, tocó los lienzos solos y se retiró con la intención de anunciar a Pilatos lo sucedido. Sin embargo, espero un poco, porque había sentido el terremoto y había visto al Ángel echar la piedra a un lado y el Sepulcro vacío, mas no había visto a Jesús.
En el momento en que el Ángel entraba en el Sepulcro y que la tierra temblaba, el Salvador resucitado apareció a su Madre en el Calvario; estaba hermoso y radiante. Su vestido, parecido a una capa, flotaba tras Él, era de un blanco azulado como el humo visto al sol. Sus heridas estaban resplandecientes, se podía meter el dedo en las aberturas de las manos. Salían rayos del centro de la mano a la punta de los dedos. Las almas de los patriarcas se inclinaron ante la Madre de Jesús. El Salvador mostró sus heridas a su Madre, que se prosternó para besar sus pies, más Él la levantó y desapareció. Se veían relucir faroles a lo lejos cerca del Sepulcro, y el horizonte se esclarecía hacia el Oriente encima de Jerusalén.

LAS SANTAS MUJERES EN EL SEPULCRO

Las Santas mujeres estaban cerca de la pequeña puerta cuando Nuestro Señor resucitó, pero no vieron nada de los prodigios que habían sucedido en el Sepulcro. Tampoco sabían que habían puesto guardia, porque no habían ido la víspera a causa del sábado. Se preguntaban entre sí con inquietud: "¿Quién nos levantará la piedra delante de la entrada?" Querían echar agua de nardo y aceite olorífico sobre el cuerpo de Jesús con aromas y flores. Querían ofrecer al Señor lo más precioso que podían encontrar para honrar su sepultura. La que había llevado más cosas era Salomé. No era la madre de Juan sino una mujer rica de Jerusalén, parienta de San José. Resolvieron poner sus aromas sobre la piedra y esperar que algún discípulo viniera a levantarla.
Los guardias estaban tendidos en el suelo como atacados de una apoplejía. La piedra estaba echada a la derecha de modo que se podía abrir la puerta sin dificultad. Los lienzos que habían servido para envolver el cuerpo de Jesús estaban sobre el Sepulcro. La gran sábana estaba en su sitio, pero con los aromas sólo. Las vendas estaban sobre el borde anterior del Sepulcro, los paños con que María había envuelto la cabeza de su Hijo estaban en el mismo sitio. Vi a las Santas mujeres acercarse al jardín. Cuando vieron los faroles y los soldados tendidos alrededor del sepulcro, tenían miedo y se alejaron un poco. Pero Magdalena, sin pensar en el peligro, entró precipitadamente en el jardín y Salomé la siguió a cierta distancia. Las otras dos, menos osadas, se quedaron en la puerta. Magdalena, al acercarse a los guardias, tuvo miedo y se volvió con Salomé, y las dos juntas, pasando entre los soldados tendidos en el suelo, entraron en la gruta del Sepulcro. Vieron la piedra quitada, pero las puertas estaban cerradas. Magdalena las abrió llena de emoción y vio los lienzos fuera. El Sepulcro estaba resplandeciente y un Ángel estaba sentado a la derecha sobre la piedra. No sé si Magdalena oyó las palabras del Ángel, mas salió perturbada del jardín y corrió rápidamente a la ciudad adonde estaban reunidos los discípulos. No sé tampoco si el Ángel habló a María Salomé, que se había quedado en la entrada del Sepulcro; la vi salir muy de prisa del jardín detrás de Magdalena, y reunirse a las otras dos mujeres anunciándoles lo que había sucedido. Se llenaron de sobresalto y de alegría al mismo tiempo, y no se atrevieron a entrar en el jardín. Casio, que había esperado un rato por allí, pensando quizás ver a Jesús, fue a contarlo todo a Pilatos. Al salir dijo a las Santas mujeres lo que había visto y las exhortó a que fueran a asegurarse por sus propios ojos. Ellas se animaron y entraron en el jardín. Estando en la entrada del Sepulcro, vieron dos Ángeles vestidos de blanco como sacerdotes. Las mujeres se asustaron y se cubrieron los ojos con las manos y se postraron en el suelo. Pero un Ángel les dijo que no tuvieran miedo que no buscaran al Crucificado porque había resucitado y estaba vivo. Les enseñó el sitio vacío y les mandó que dijeran a los discípulos lo que habían visto y oído, añadiendo que Jesús les precedería en Galilea y que debían acordarse de sus palabras: "El Hijo del Hombre será entregado a manos de los pecadores, le crucificaran y resucitara al tercer día". Entonces los Ángeles desaparecieron. Las Santas mujeres temblando, pero llenas de gozo, se volvieron hacia la ciudad. Estaban conmovidas; no se apresuraban y se paraban de cuando en cuando para mirar si veían al Señor, o si Magdalena volvía.
Mientras tanto, Magdalena llegó al Cenáculo; estaba fuera de sí y pegó con fuerza a la puerta. Algunos discípulos estaban todavía acostados. Pedro y Juan le abrieron. Magdalena les dijo desde fuera: "Han sacado al Señor del Sepulcro; no sabemos dónde lo han puesto". Después de estas palabras se volvió corriendo al jardín. Pedro y Juan entraron en la casa y dijeron algunas palabras a los otros discípulos. Después la siguieron corriendo; Juan iba más de prisa que Pedro. Magdalena entró en el jardín y se dirigió al Sepulcro, conmovida de su viaje y de su dolor. Estaba cubierta de rocío, su capa se había caído de su cabeza y de sus hombros y sus largos cabellos estaban descubiertos y flotantes. Como estaba sola, no se atrevió a bajar a la gruta, y se paró un instante en la entrada. Se arrodilló para mirar dentro del Sepulcro por entre las puertas, y al echar atrás sus cabellos, que le caían sobre la cara vio dos Ángeles vestidos de blanco sentados en las extremidades del Sepulcro, y oyó la voz de uno de ellos que decía: "Mujer, ¿por qué lloras?" Ella gritó en medio de su dolor, pues no veía más que una cosa, no tenía más que un pensamiento, al saber que el cuerpo de Jesús no estaba allí: "Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto". Después de estas palabras, viendo el Sepulcro vacío, salió y se puso a buscar acá y allá, le parecía que iba a encontrar a Jesús; presentía confusamente que estaba cerca de ella y la aparición de los Ángeles no podía distraerla. Parecía que no veía que eran Ángeles y no podía pensar más que en Jesús: "Jesús no está allí, ¿dónde está Jesús?" La vi errante de un lado para otro como una persona que ha perdido su camino. Su cabello le caía por ambos lados sobre la cara; una vez cogió todo su pelo con las manos, lo partió echándolo atrás. Entonces, mirando alrededor, vio a diez pasos del Sepulcro, hacia el Oriente, en el sitio donde el jardín sube hacia la ciudad, aparecer una figura vestida de blanco, entre los arbustos, a la luz del crepúsculo, y corriendo de ese lado oyó estas palabras: "Mujer, ¿por qué lloras?" Ella creyó que era el jardinero y, en efecto, el que hablaba tenía una azada en la mano y sobre la cabeza un sombrero ancho que parecía hecho de corteza de árbol. Yo había visto bajo esta forma al jardinero de la parábola que Jesús había contado a las Santas mujeres en Betania, poco antes de su Pasión. No estaba resplandeciente de luz, pero semejante a un hombre vestido de blanco visto a la luz del crepúsculo. A estas palabras: "¿A quién buscas?", ella respondió: "Tú lo has cogido; dime dónde está y yo iré por él". Y en seguida se puso a mirar a su alrededor. Entonces Jesús le dijo con su voz ordinaria: María!" Ella conociendo su voz y olvidando crucifixión, muerte y sepultura, como si viviera, dijo volviéndose:Rabani!" (Maestro), se postró de rodillas delante de Él, extendió los brazos a los pies de Jesús. Mas Él, deteniéndola, le dijo: "No me toques, pues aun no he subido hacia mi Padre. Vete tú a decir a mis hermanos que subo hacia mi Padre y el suyo, hacia mi Dios y el suyo". Y desapareció. Dijo Jesús "no me toques" a causa de la impetuosidad de ella que pensaba que Él vivía la misma vida de antes. En cuanto a las palabras: "Aún no he subido a mi Padre" quería expresar que aún no había dado las gracias por la obra de la Redención a su Padre, a quien pertenecen las primicias de la alegría. En cambio ella, en el ímpetu de su amor, ni se daba cuenta de las cosas grandes que habían pasado, queriéndole besar, como antes los pies. Después de un momento de perturbación, Magdalena se levantó y corrió otra vez al Sepulcro. Ahora vio a los Ángeles que le repitieron las palabras que habían dicho a las otras mujeres. Entonces, segura del milagro, se fue a buscar las compañeras, y las encontró en el camino que conduce al Gólgota.
Toda esta escena no duraba más que dos minutos. Eran las dos y media cuando se le apareció el Señor. Ahora entraron los dos Apóstoles; primero Juan, que se paró a la entrada del sepulcro, miró por la puerta entreabierta y vio el sepulcro vacío. Después llegó Pedro y entró en la gruta, donde vio los lienzos doblados. Juan le siguió y creyó. Comprendieron todo. Pedro cogió los lienzos bajo su capa y volvieron corriendo. He visto siempre los dos Ángeles sentados. Me parece que Pedro no los vio. Juan dijo más tarde a los discípulos de Emaus que había visto desde fuera a un Ángel. Tal vez era por miedo que dejaba ir a Pedro delante. Regresando, Juan otra vez adelantaba a Pedro.
Entonces vi a los guardias levantarse y recoger sus picas y faroles. Estaban espantados. Corriendo llegaron a las puertas de la ciudad. Mientras tanto Magdalena contó a las compañeras que había visto a los Ángeles. Magdalena corrió a Jerusalén y las mujeres regresaron al jardín pensando encontrar a los dos Apóstoles. Al acercarse Jesús se les apareció vestido de blanco, y les dijo: "Yo os saludo". Ellas se echaron a sus pies. Él les dijo algunas palabras y parecía indicarles algo con la mano y desapareció. Entonces corrieron al Cenáculo y contaron a los discípulos que habían visto al Señor. Estos no querían creer ni a ellas ni a Magdalena, y trataron todo lo que les decían de sueños de mujeres, hasta la vuelta de Pedro y Juan. Al regresar éstos encontraron a Santiago el Menor y a Tadeo, que los habían seguido y estaban muy conmovidos, pues el Señor se les había aparecido cerca del Cenáculo. Yo había visto a Jesús pasar delante de Pedro y de Juan, y me parece que Pedro lo vio, pues me pareció haber sentido un terror súbito. No sé si Juan lo conocería.

RELACION DE LOS GUARDIAS DEL SEPULCRO

Casio fue a ver a Pilatos una hora después de la Resurrección. El gobernador romano estaba aún acostado cuando entró Casio. Le contó con gran emoción todo lo que había visto, le habló de la conmoción de la peña, de la piedra alzada por un Ángel y de los lienzos que se habían quedado vacíos; añadió que Jesús era ciertamente el Mesías, el Hijo de Dios y que había resucitado verdaderamente. Pilatos escuchó esta relación con un terror secreto, pero sin dejarlo ver. Dijo a Casio: "Tú eres un supersticioso, has hecho una necedad en ponerte cerca del Sepulcro del Galileo; sus dioses se han apoderado de ti y te han hecho ver todas estás visiones fantásticas. Te aconsejo que no cuentes esto a los Príncipes de los Sacerdotes, porque te harían un mal partido". Hizo como si creyera que el cuerpo de Jesús había sido escondido por los discípulos y que los guardias contarían la cosa de otro modo, o sea por excusarse de su negligencia, o sea por haberse dejado engañar por hechizos. Habiendo hablado así Casio salió y Pilatos fue a sacrificar a sus dioses.Presto vinieron cuatro soldados a hacer la misma relación a Pilatos; más no se explicó con ellos y los mandó a Caifás. Vi una parte de la guardia de un gran patio cerca del Templo, donde se habían juntado muchos judíos ancianos. Después de algunas deliberaciones, cogieron los soldados uno por uno y a fuerza de dinero o de amenazas, los forzaron a que dijeran que los discípulos se habían llevado el cuerpo de Jesús mientras dormían. Los soldados escondieron que sus compañeros que habían ido a casa de Pilatos podrían contradecirlos, y los fariseos les prometieron que lo compondrían todo con el gobernador. Más cuando los cuatro guardias llegaron no quisieron volverse atrás de lo que habían dicho en casa de Pilatos. La voz se había extendido que José de Arimatea había salido milagrosamente de la prisión, y como los fariseos daban a entender que esos soldados habían sido sobornados para dejar coger el cuerpo de Jesús, éstos respondieron que ni ellos podían presentar el cuerpo de Jesús ni los guardias de la prisión podían presentar a José de Arimatea. Perseveraron en lo que habían dicho y hablaron tan libremente del juicio inicuo de la antevíspera y del modo que se había interrumpido la Pascua, que los pusieron en la cárcel. Los otros esparcieron la voz que los discípulos se habían llevado el cuerpo de Jesús, y este embuste fue extendido por los fariseos, los saduceos y los herodianos. Lo esparcieron por todas las sinagogas acompañándolo de injurias contra Jesús.
Sin embargo, este embuste no tuvo efecto generalmente, pues después de la Resurrección de Jesús, muchos judíos de la ley antigua aparecieron a muchos de sus descendientes que eran capaces de recibir la gracia y los excitaron a que se convirtiesen. Muchos discípulos dispersados por el país y atemorizados, vieron también apariciones semejantes que los consolaron y los confirmaron en la fe.
La aparición de los muertos que salieron de sus sepulcros, después de la muerte de Jesús, no se parecía en nada a la Resurrección del Señor. Jesús resucitó con su cuerpo renovado y glorificado que no estaba sujeto a la muerte y con el cual subió al cielo en presencia de sus amigos, mas esos cuerpos que habían salido del sepulcro eran cadáveres sin movimiento, dados por vestidos a las almas que los habían habitado, para volverlos a dejar en la tierra hasta que resuciten como nosotros todos el día del juicio. Estaban menos resucitados que Lázaro que vivió realmente y que murió una segunda vez.


FIN DE ESTAS MEDITACIONES PARA LA CUARESMA

El domingo siguiente, si no me equivoco, vi a los judíos lavar y purificar el Templo. Ofrecieron sacrificios expiatorios, sacaron los escombros, escondieron las señales del terremoto con tablas y alfombras y continuaron las ceremonias de la Pascua que no se había podido acabar el mismo día. Declararon que la fiesta se había interrumpido por la asistencia de los impuros al sacrificio y aplicaron, no sé cómo, a lo que había pasado, una visión de Ezequiel sobre la resurrección de los muertos. Además amenazaron con penas graves a los que hablaran o murmuraran; sin embargo no calmaron más que la parte del pueblo más ignorante y más inmoral. Los mejores se convirtieron, primero en secreto, y después de Pentecostés, abiertamente. Los Príncipes de los Sacerdotes perdieron una gran parte de su osadía al ver la rápida propagación de la doctrina de Jesús. En el tiempo del diaconado de San Esteban, Ofel y la parte oriental de Sión no podían contener la comunidad cristiana, y tuvo que ocupar el espacio que se extiende desde la ciudad hasta Betania. Vi a Anás como poseído del demonio; lo encerraron y no volvió a aparecer.
Caifás estaba como loco, furioso, tal era la violencia de la rabia secreta que lo devoraba.
El jueves después de Pascua, la monja dijo: "Hoy he visto a Pilatos hacer buscar inútilmente a su mujer. Estaba escondida en casa de Lázaro en Jerusalén. No lo podían adivinar, pues ninguna mujer habitaba en aquella casa. Esteban, que no era conocido por discípulo, le llevaba la comida y las noticias de fuera. Esteban era primo de Pablo".

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