lunes, 28 de noviembre de 2011

ADVIENTO: TIEMPO DE LA ESPERA DE CRISTO



1. Volver a empezar, volver a esperar.
El año litúrgico que empieza con el tiempo de Adviento, marca el ritmo vital de la Iglesia en camino hacia su realización escatológica en el encuentro definitivo con el Señor. Cada año, al recorrer el ciclo anual de los misterios de Cristo, entramos en comunión con el Señor en la triple dimensión del misterio ya anunciado y cumplido (el pasado), de su presencia permanente que nos permite participar de este misterio en la liturgia de la Iglesia (el presente), de la espera de la bienaventurada realización del misterio anunciado y ya presente en su última y definitiva manifestación (el futuro).

Y sin embargo no deberíamos tener nunca la sensación que el año litúrgico que vuelve puntual en cada ciclo temporal, sea una repetición; como si nuestra vida y nuestra experiencia de los misterios fuera una especie de círculo cerrado que vuelve continuamente sobre sí mismo, como una eterna y monótona repetición de celebraciones. Cristo que es el Señor de la historia ha salvado nuestra experiencia humana del fatalismo del eterno retorno. El tiempo está abierto hacia el futuro, como en espiral, o como quien va hacia la cima de una montaña, subiendo poco a poco, bordeando la montaña. El tiempo es ya tiempo oportuno de Dios. Y es tiempo nuevo. Nuevo con la novedad de Dios. Nuevo con la novedad de nuestra propia experiencia humana y eclesial que permite que el misterio celebrado cobre tonos nuevos, tenga resonancias inéditas, nos ofrezca la posibilidad de vivir en salvación el momento presente de nuestra historia, en contacto con el eterno misterio de Cristo.

Estamos ya en Adviento y se acerca Navidad. Y con estos dos momentos iniciales del año litúrgico se nos ofrece la posibilidad de vivir algunos momentos o aspectos del misterio de Cristo y de la Iglesia.

El misterio de Cristo que celebramos en este tiempo es precisamente el del Mesías anunciado, esperado, que finalmente ha llegado para realizar las promesas y las esperanzas. Y es también el misterio de aquel que tiene que venir al final de los tiempos. Por eso la Iglesia celebra el Adviento con una atención vigilante, atenta al misterio de la historia y a los signos de los tiempos, solícita por preparar los caminos del Señor y colaborar á la llegada definitiva de su Reino. Tiempo que espera con el sabor de esperanzas cumplidas; cuando llega Navidad, y se celebra la fidelidad de Dios a sus promesas con la venida de su Hijo, manifestación del amor de Dios para todos los hombres. El Verbo Encarnado, el Enmanuel, cuyos pasos se escuchan a través de las páginas del Antiguo Testamento, como afirman los Padres de la Iglesia, es ya una afirmación anticipada y una promesa cumplida que asegura a la Iglesia que también las esperanzas escatológicas tendrán su cumplimiento cabal.

Es también Adviento tiempo de la Iglesia. Iglesia que somos nosotros. Un misterio que nos concierne y una responsabilidad que nos atañe. Iglesia de Adviento que es Iglesia en vela, comunidad de la esperanza, pueblo peregrino y misionero, depositario de las promesas e intérprete de los anhelos de toda la humanidad. Iglesia misionera del anuncio del "Esperado de todas las naciones", en un tiempo en el que para muchos pueblos todavía es Adviento.

Adviento y Navidad son como las dos caras de una misma medalla en esta experiencia litúrgica de la Iglesia. Por una parte la espera y la esperanza; por otra la presencia y el cumplimiento de las promesas. Navidad asegura a este nuevo Adviento de la historia, en espera de Cristo glorioso, la fidelidad de Dios. No son vanas nuestras esperanzas, como no fueron vanas las del pueblo de Israel que esperaba al Mesías. Por eso Adviento es celebración de la espera mesiánica de nuestros Padres en la fe y actualización de nuestras esperanzas de cara a Cristo, cuando venga a salvar definitivamente nuestro mundo y nuestra historia. Y Navidad, en la que desemboca el Adviento, es celebración del Dios con nosotros, gozo por la compañía de Dios que desde hace dos mil años está presente en la vida de la Iglesia, a partir de su Encarnación y en una misteriosa y real presencia en los misterios de la liturgia.

2. El sabor primitivo del Adviento cristiano: "Marana-thá".
Sabemos que la celebración litúrgica de Adviento, como espera del Señor, es relativamente tardía en la tradición de la Iglesia. Su organización definitiva en la liturgia romana es del siglo VI. Y sin embargo lo que celebra tiene un inconfundible sabor primitivo que nos hace remontar a los primeros días de la Iglesia apostólica. La clave para entender este sentido primitivo del Adviento cristiano y vivirlo en sintonía con las esperanzas de la Iglesia primitiva nos la ofrece una palabra breve y densa en su significado; una palabra que resume la espiritualidad del Adviento y su misma oración litúrgica. Una palabra que hace de puente entre el ayer y el hoy, y nos proyecta hacia el futuro. Es la palabra "Maranatha".

Esta expresión, conservada casi como una reliquia en la misma lengua materna de Jesús, resonaba en las asambleas primitivas como resuena hoy en nuestro Adviento. Y puede y debe convertirse para nosotros es una fórmula para la "oración del corazón", como una invocación que se hace con el latido del corazón y el ritmo respiratorio, como para entrar con todo nuestro ser en la espiritualidad del Adviento.

Esta palabra tiene un doble significado, según sus dos posibles lecturas. Si separamos las dos primeras sílabas, la palabra Maran-athá se convierte en una afirmación gozosa, pletórica de fe. Significa: "El Señor viene" o "El Señor ha venido". Es una fórmula, pues, que aclama la presencia del Resucitado en medio de la comunidad cultual. En cambio, si la pronunciamos separando las tres primeras sílabas de la cuarta diciendo Marana-thá, la invocación se convierte en un grito de esperanza: "Ven, Señor", como en las últimas palabras del Apocalipsis: "Ven, Señor Jesús" (Ap 22,20; Cfr. 1 Cor 16,22).

Las dos lecturas tienen su fundamento literario, su significado teológico y su carga de experiencia cristiana, tanto en la primitiva comunidad cristiana como en nuestra comunidad litúrgica. El Señor está presente en su comunidad, como él lo ha prometido (Cfr. Mt 18,20). Y sin embargo esta presencia no es evidente y no es definitiva. Por eso, cuanto más real es su presencia en la Iglesia, como en la celebración eucarística, más imperioso se hace el deseo de la presencia sin velos, de la manifestación definitiva. Y por eso aclamamos: "Ven, Señor, Jesús".

Es significativo que esta expresión se encuentre en la última página de la revelación del Nuevo Testamento que es el Apocalipsis, como el último suspiro del Espíritu y de la Esposa, como la oración definitiva e incesante que rasga los cielos a través de los tiempos y resuena como un secreto de la historia que tiene que cumplirse, esperanza y deseo de los cristianos, pero con una proyección universal. Hasta el momento en que se escuche ya cercana la voz del que continuamente viene y diga: "Sí, vendré pronto" (Ap 22,20). Entonces comprenderemos que ya estaba con nosotros. Y ahora nos invita a que para siempre estemos con Él.

Curiosamente sabemos que esta expresión cristiana ha nacido en el ambiente de las celebraciones eucarísticas primitivas. Los discípulos que habían conocido al Maestro y hablaban de él suscitaban, podemos pensar, una gran nostalgia por su persona, un gran deseo de conocerlo. Esta nostalgia se convirtió en impaciencia escatológica por su venida, cuando las comunidades primitivas creyeron inminente su retorno. Por eso cada vez que en el memorial litúrgico del Señor, la Eucaristía, se celebraba en un intenso clima de esperanza, se evocaba la presencia del Resucitado y se profesaba la fe en su misteriosa autodonación en los signos del pan y del vino, "eucaristizados". Y sin embargo la presencia sacramental no colmaba el deseo de verlo cara a cara y se hacía más ardiente la súplica: "Marana-thá: "Señor, ven".

3. Adviento, proyección de la Pascua.
Esta experiencia primitiva de la espera impaciente del retorno del Señor que nace de la Pascua, es fundamento de nuestra celebración actual del Adviento, como lo es también aquella larga espera de nuestros Padres en la fe que volvían sus miradas hacia el futuro, casi vislumbrando, como hacen los profetas, los rasgos de aquel que tenía que venir para salvar a su pueblo.

Por eso el tema del "Marana-thá", repetido en las invocaciones y en los himnos de Adviento, es como una prolongación de la invocación del Padre nuestro: "Venga a nosotros tu Reino". Ambas invocaciones nos permiten vivir una instancia fundamental de la experiencia cristiana que la Iglesia celebra de un modo coral en Adviento: la esperanza de la definitiva venida del Señor.

Así Adviento es como una proyección de la Pascua, una ritualización prolongada de una de las dimensiones esenciales de la Vigilia pascual que es la raíz y síntesis de todo el Año litúrgico. En realidad, la primera ritualización de la esperanza escatológica, los cristianos la celebraban en la Vigilia pascual. Si antiguas tradiciones hebreas aseguraban que el Mesías tenía que venir en la celebración de la Cena pascual, los cristianos recogieron también esta tradición. Cuando se reunían para celebrar la Pascua tenían la certeza de que el Señor volvería una vez u otra. Un texto de San Jerónimo nos recuerda esta curiosa tradición: "Una tradición de los judíos dice que Cristo vendrá a medianoche, como en el tiempo de Egipto, cuando se celebró la Pascua… De aquí creo que viene la tradición apostólica que ha llegado hasta nosotros; según ésta no es lícito despedir la asamblea en la vigilia pascual antes de medianoche, mientras se espera todavía la venida de Cristo. Pero pasado este tiempo, todos hacen fiesta, al recobrar de nuevo la seguridad".

Textos litúrgicos antiguos, conservados todavía hoy en la celebración eucarística ambrosiana, ponen en labios del Señor estas palabras con las que aclamamos su presencia después de la consagración: "Cada vez que hagáis esto, lo haréis como memorial mío: anunciaréis mi muerte, proclamaréis mi resurrección, esperaréis con confianza mi retomo, hasta que venga de nuevo a vosotros desde el cielo".

Se puede, pues, afirmar que Adviento celebra un fragmento de la Pascua, su dimensión escatológica, y al colocarse como preparación del principio del misterio pascual que es Navidad, nos hace revivir la otra espera y la otra venida. La espera de los justos del Antiguo Testamento, y la venida que cumplió tantas promesas, el misterio de Navidad, misterio de la presencia del Dios con nosotros.

4. Adviento, espiritualidad de la esperanza.

Estas dos actitudes, la espera escatológica y la espera mesiánica, dan el tono a la espiritualidad del Adviento y marcan el pensamiento de la Iglesia en su plegaria litúrgica, haciendo de ella la comunidad de la esperanza. Una venida anuncia y confirma la otra. Navidad es garantía de la Parusía del Señor. Pero nosotros nos podemos vivir el Adviento como los justos del Antiguo Testamento, como si en realidad el Mesías no hubiera venido. Adviento no es ficción. Es realidad, a partir del misterio de la Pascua.

La Iglesia nos dice a propósito de este tiempo de gracia: "El tiempo de Adviento tiene una doble índole: es el tiempo de preparación para las solemnidades de Navidad, en las que se conmemora la primera venida del Hijo de Dios a los hombres, y es a la vez el tiempo en el que por este recuerdo se dirigen las mentes hacia la expectación de la segunda venida de Cristo al fin de los tiempos. Por estas dos razones el Adviento se nos manifiesta como tiempo de una expectación piadosa y alegre".

Da el tono a esta orientación litúrgica el primer prefacio de Adviento, cuando bendecimos al Padre por este misterio de la espera de Cristo: "Quien al venir por vez primera en la humildad de nuestra carne, realizó el plan de redención trazado desde antiguo y nos abrió el camino de la salvación; para que cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria, revelando así la plenitud de su obra, podamos recibir los bienes prometidos que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar".

Entre el pasado y el futuro ¿cuál puede ser el significado del Adviento litúrgico para la vida de la Iglesia? ¿Cómo enriquecer el Adviento con nuestra propia experiencia espiritual y social de personas y comunidades que viven con realismo este tiempo de gracia?

Ante todo, la Iglesia tiene la clara conciencia de ser en este mundo la presencia inicial del Reino de Dios, pero ora y trabaja para que el Reino se manifieste en toda su plenitud. Por eso cuanto más precaria se hace la seguridad de los hombres tanto más fuerte y responsable se hace la esperanza de la Iglesia y su misión. Con los textos del tiempo de Adviento -textos bíblicos arcaicos, textos eclesiales de rancio abolengo como las antífonas mayores o los himnos clásicos, textos de nueva composición como las intercesiones de Laudes y Vísperas- la Iglesia ora con realismo por toda la humana sociedad, necesitada de una salvación integral con la presencia del Señor. Hacemos nuestros los gemidos del Espíritu que brotan de la humana sociedad y de la creación, y los convertimos en oraciones de deseo y de esperanza, en fuertes imploraciones de salvación y de presencia.

La Iglesia, intérprete de la humanidad, sabe que el vacío del deseo crea espacios a la esperanza, y la conciencia de la necesidad de la redención abre las puertas al Mesías redentor. Por eso en este tiempo de Adviento, la Iglesia vive de forma intensa y concentrada las esperanzas del Antiguo Testamento, el deseo de las primeras comunidades cristianas; la oración es ya confesión de la necesidad de una venida y profesión esperanzadora de la certeza de que el Señor viene y que anticipa misteriosamente esta venida definitiva al mundo en los corazones de los fieles y en los espacios que la comunidad ofrece.

No es intimismo, sino realismo personalista, el poner el acento en la vivencia del Adviento como experiencia personal, interior, de espera y de vigilancia, en el momento presente de nuestra historia y de nuestro camino hacia la plenitud de la vida en Cristo.

El Cardenal H. J. Newman ha expresado muy bien el sentido personal del Adviento en una homilía de la que destacamos estas expresiones: "¿Sabéis lo que significa esperar a un amigo, esperar que llegue y ver que tarda? ¿Sabéis lo que significa estar en ansia cuando una cosa podría ocurrir y no acaece, o estar a la espera de algún acontecimiento importante que os hace latir el corazón cuando os lo recuerdan y al que pensáis cada mañana desde que abrís los ojos? ¿Sabéis lo que es tener un amigo lejos, esperar sus noticias y preguntaros cada día qué estará haciendo en ese momento o si se encontrará bien?… Velar en espera de Cristo es un sentimiento que se parece a todos estos, en la medida en que los sentimientos de este mundo pueden ser semejantes a los del otro mundo".

Salvación de Adviento. No es una palabra huera, cuando hay una experiencia viva. Se espera lo que se desea. Se desea aquello que se necesita. ¿Cómo podemos decir que esperamos al Señor si no lo deseamos, o que lo deseamos si no sentimos necesidad de su presencia? Sin deseo, no hay esperanza, sin necesidad no hay deseo. Y sin estas componentes de la espiritualidad del Adviento, la oración del deseo y de la esperanza pierde su verdad y su fuerza expresiva.

No hay Adviento donde no hay deseo y necesidad de presencia y de salvación. Por eso la materia prima del tiempo litúrgico de la espera y la esperanza, a nivel personal, es la invocación sentida y sincera de una nueva venida del Señor en nuestra vida personal, en ese momento del camino de nuestra experiencia eclesial. Lo ha expresado muy bien el anónimo autor de meditaciones evangélico-litúrgicas que firma "un monje de la Iglesia de Oriente" y que en realidad es el monje L. Guillet: "Quien espera a Cristo se ilumina y se dilata en cada instante. Se dilata porque lo vemos que tiende hacia su plenitud. Se ilumina porque la presencia de Cristo proyecta ya sobre él la luz de una venida todavía más perfecta. El vendrá, vendrá de nuevo. Vendrá siempre hasta el momento de su venida en la gloria. El ya ha venido. Viene a nosotros en cada instante. Cada instante no tiene otro valor que el de esta venida y esta presencia de Cristo que el momento presente nos trae".

Desde la experiencia personal, la oración universal de la Iglesia en Adviento referida a toda la humanidad, la evocación de las visiones lisonjeras de los profetas, pacifistas y pacificadores, el ansia de la venida del Mesías, dan a la espiritualidad del Adviento una dimensión también real y universalista. Este tiempo de la Iglesia celebra, afirma e implora con su oración la salvación de nuestro mundo y de nuestra historia. La Iglesia afirma en este tiempo, como le gustaba recordar a Teilhard de Chardin, que nuestro mundo y nuestra historia necesitan una salida, una salvación que no puede ser inmanente a la sociedad en que vivimos; tiene que venir de fuera, de Dios. Por eso el sabio jesuita con ardor poético y con una cierta inspiración mística y litúrgica apostrofaba a los cristianos con palabras que pueden ser también motivo de meditación litúrgica para este tiempo de Adviento: "Cristianos, encargados, después de Israel, de mantener viva en la tierra la llama del deseo. Apenas veinte siglos después de la Ascensión ¿qué hemos hecho de nuestra espera? Seguimos diciendo que estamos en vela en espera del Señor. Pero en realidad, si queremos ser sinceros, hemos de confesar que no esperamos nada. Hay que avivar la llama a cualquier precio. Hay que renovar a toda costa en nosotros la esperanza y el deseo de la venida del Señor".

Desde la perspectiva de un mundo que todavía espera al Mesías como Salvador de su propia historia, desde la experiencia comunitaria de una Iglesia que tiene que avivar el sentido de la espera y la llama de la esperanza, desde la propia experiencia de pobreza y de indigencia que hacen no superflua sino necesaria la presencia del Señor, podemos vivir el misterio del Adviento. Una acumulación de deseos, decía Teilhard de Chardin, hará explotar la Parusía del Señor.

Por eso la oración que resume la espiritualidad del Adviento, el Marana-thá puede ser el grito de la Iglesia que ansía, espera e invoca una nueva venida del Señor. Una oración que desde el corazón puede ir impregnando de liturgia cotidiana el trabajo de cada día. Y una oración coralmente celebrada en la Liturgia de las Horas y en la Eucaristía como expresión cabal de una Iglesia, Esposa en vela que anhela y espera al Esposo, mientras no deja de anunciar su venida a toda la humanidad.

Jesús Castellanos

COMO EN HOLLYWOOD



¡Cuantas veces hemos visto películas en las que el tema principal es que una persona viva dentro del cuerpo de otra!

Existen no una sino varias películas que tratan de este tema… la mayoría de ellas son graciosas ya que resulta extraño y hasta cómico que una persona con ciertas costumbres, características, gustos, ideas y demás cosas, viva dentro de un cuerpo y de una vida que no le pertenecen y que por consecuencia no irán al 100% con su estilo de vida.

Es ridículo e imposible que algo similar ocurra en la realidad, pero

Imagínate que un día te levantas … (pero como en una historia Hollywoodense) y dentro de tu cuerpo, tu mente, tu alma y tu corazón, vive otra persona y esa persona es nada mas y nada menos que: JESUS, el maestro, el carpintero, el Hijo de Dios, el que comía con publicanos y hablaba con samaritanas, el que no le huía a los leprosos ni a los endemoniados (ocurría lo contrario en este último caso) el que amaba sin ser correspondido, el que bendecía a los que lo maldecían, el que daba su vida por sus amigos (incluyéndote), el que lavaba pies sucios y mal olientes, el que ponía la otra mejilla, el que aborrecía el pecado, el que pasaba horas orando, etc, etc, etc, y la lista es interminable.

IMAGÍNATE nuevamente como sería tu vida si Él viviera dentro de ti, ¿qué cambios tan drásticos notarían los demás en ti?, ¿cómo sería tu conducta en el trabajo?, ¿cómo te vería la señora de la tienda de la esquina?, ¿qué pensarían de ti tus padres, esposo, esposa, hijos? ¿qué cosas verían tus ojos de ese día en adelante?, ¿qué escucharían tus oídos a partir de ese momento?, ¿cuánta misericordia irradiaría tu vida?, ¿cómo verías el cielo después de ese acontecimiento?, ¿cuántas veces le sonreirías a un desconocido?, ¿agradecerías hasta el vaso de agua que bebes, jamás pensarías mal de nadie, cuántos favores harías sin esperar nada a cambio?

¡Nuevamente la lista es larguisisísima!

Definitivamente las costumbres de Jesús chocarían con las nuestras, sus prioridades distarían kilómetros de las tuyas y las mías, nuestro cuerpo y mente se sentirían forzados a hacer cosas que tal vez no acostumbren, pero poco a poco se empezaría a notar el Jesús que llevamos dentro.

¿Y sabes qué es lo más genial? Que esta idea no se le ocurrió a Spielberg para llevarla a una pantalla, sino a nuestro Dios, para que sea una realidad.

Eunice Rodríguez

Gálatas 2:20 - Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.
Juan 14:17 - El Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce; pero vosotros lo conocéis, porque vive con vosotros y estará en vosotros.

PANCAKES



El pequeño Luis, de seis años, decidió una mañana prepararle pancakes a sus papás para desayunar.

Encontró un gran tazón y una cuchara, acercó una silla a la mesa, y trató de alzar el pesado paquete de harina para abrirlo.

La mitad del paquete quedó desparramada entre la mesa, la silla y el suelo. Tomó toda la que pudo con sus manitas y la puso dentro del tazón, después le puso un poco de leche y azúcar, haciendo una mezcla pegajosa que empezaba a chorrear por los bordes. Además había ya pequeñas huellas de harina por toda la cocina, dejadas por él y su perrito.

Luis estaba totalmente cubierto con harina, y estaba empezando a frustrarse. Él quería darle una sorpresa a sus papás haciendo algo muy bueno, pero todo le estaba saliendo al revés. No sabía qué más había que agregar a la pasta, o si había que hornear los pancakes, pues ni siquiera sabía cómo usar el horno.

Cuando miró otra vez la mesa, su perrito estaba lamiendo el tazón, por lo que corrió a apartarlo de la mesa, pero por accidente derramó la botella de leche y además se quebraron unos huevos que había sobre la mesa al caer al suelo. Intentó agacharse para limpiar, pero se resbaló y quedó con toda su pijama pegajosa, llena de harina y huevo. En ese momento, vio a su papá de pie en la puerta. Dos grandes lágrimas se asomaron a sus ojos. Él solo quería hacer algo bueno, pero en realidad había causado un gran desastre.

Estaba seguro de que su papá lo iba a regañar y muy posiblemente, castigarlo. Pero su papá sólo lo miraba en medio de aquel desorden. Entonces, caminando encima de todo aquello, tomó en sus brazos a su hijo que lloraba, y le dio un gran abrazo lleno de amor, sin importarle llenarse él mismo de harina y huevo.

Así es como Dios nos trata. A veces tratamos de hacer las cosas bien, pero sin querer terminamos haciendo un desastre. Discutimos y peleamos en familia, insultamos a un amigo, hacemos mal nuestras obligaciones, y desordenamos nuestra vida. Otras veces, sólo podemos llorar, porque ya no sabemos qué más hacer. Entonces, es cuando Dios nos toma en sus brazos, nos perdona y nos demuestra que nos ama, sin importarle que pueda ensuciarse con nuestra suciedad. Pero por el simple hecho de habernos equivocado, no debemos dejar de preparar pancakes para Dios o para alguien especial. Tarde o temprano lo lograremos y Dios estará orgulloso de nosotros, porque no nos dimos por vencidos.

Dios no ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades, ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados. Salmos 103:10.

ADORACIÓN CONTEMPLATIVA



De entrada diremos que la adoración como todo acto de la vida espiritual, está ligado al amor, de una íntima especial forma.

Escribiré, como alguien que conozco que decía: El que ama, te adora y te alaba, y el que te adora y te alaba, es que te ama, porque amar es adorar y alabar al igual que adorar y alabar es amar. El culto a Dios, podemos dárselo sirviéndole, adorándole y glorificándole, y quizás la más perfecta de estas tres formas de dar culto a Dios sea la de adorarle. Como sabemos tenemos tres clases o formas de oración que podemos practicar y de acuerdo con su grado de perfección, estas tres formas son: vocalmente, mentalmente y contemplativamente. Y como la oración contemplativa, es la más perfecta, lógicamente la forma de adorar al Señor más perfectamente se realiza en la contemplación. Para Benedicto XVI, cuando era cardenal Ratzinger, decía que La oración en el marco de la adoración eucarística, alcanza una dimensión completamente nueva, solo ahora en este caso reúne los dos planos y solo ahora es, cuando es realmente auténtica.

Se puede servir al Señor con actividades materiales, y ello sin duda alguna es bueno, pero mucho más perfecto es adorarle contemplándole. Con respecto a la actividad material de Marta y la espiritual de María, escribe San Agustín: Marta navega, cuando María está ya en el puerto. Y es normal que la contemplación, que tiene su fundamento en el orden espiritual, sea superior a la actividad, que tiene su fundamento en el orden material. Porque es bien sabido, que el orden espiritual está por encima del material. Y es que el valor espiritual de una existencia humana, no se mide por las actividades materiales que realice, sino por la intensidad y cantidad de la adoración espiritual que haga: El valor de una vida es el peso de su adoración. San Francisco de Sales, escribía que: Toda la vida de Nuestro Señor fue un largo acto de adoración y sumisión completa a la voluntad de Dios.

Los cristianos hablan todavía mucho de Dios; hacen también muchas cosas y muchas obras materiales por Él; pero pierden el sentido de la adoración; por eso están amenazadas de ateísmo. Un Dios al que no se adora no es el verdadero Dios. Debes reconocer que solo Dios es Dios, y que su adoración es tu primer deber. Este acto no es más que una anticipación, una degustación de lo que harás eternamente en el corazón de la Santísima Trinidad. La fundadora de las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús, Santa Rafaela María, daba diversas definiciones de lo que significa adorar al Señor, mostrándonos en ellas el inmenso amor al Señor que había en su alma. Estas son:
Adorar es sentir que Dios es muy grande y nosotros muy pequeños, pero intensamente amados por Él: es sentir el gozo de estar en las manos de Dios: el absolutamente otro el incomprensiblemente cercano.
Adorar es alabar y dar gracias. Es confiar, es creer a ciegas el incomprensible amor que Dios nos tiene.
Adorar es bucear en el mar sin fondo del amor de Cristo que se ofrece en la Eucaristía. Es hacerse Eucaristía: amar, servir… Amar hasta el extremo hasta entregar la vida como Cristo.
Adorar es acoger el proyecto de Dios, dejarse en sus manos sin límites. Es recibir la vida que Dios nos regala, con sus altibajos, penas y alegrías. Es responder a la vida con amor.
Adorar es dejar latir el propio corazón al compás del corazón de Cristo. Es sentirse, con Cristo, Corazón del mundo: latir por todos, interceder por todos.
Adorar es vivir el gozo de la verdadera libertad, la ofrenda del ser en el templo del universo. Es entrar en el espacio y el tiempo de Dios, darle mi tiempo.
Adorar es mirar al Señor, sentirlo cercano, muy dentro. Saber que me habita una maravillosa presencia.

En definitiva, podríamos pensar y decir con el oblato norteamericano Nemeck, que: Adorar es perderse unitivamente en Dios”. La adoración a Dios es una formidable arma, puesta a nuestra disposición para el combate espiritual, ella sorprende a nuestro enemigo y le obliga a que se rinda. Después de esto, aunque el pecado siga estando presente, no reina ya en nosotros, se ha visto obligado a abdicar. ¡Poder santificador de la adoración!

En la adoración contemplativa, el silencio, es fundamental. El que trate de adorar al Señor contemplativamente, ha de aprender a escuchar a Dios en el ruido del silencio, porque para amar hace falta intimidad y el silencio es la que nos la dona. Por ello hemos de pedir: Señor, dame el vehemente deseo llegar al silencio para poder estar siempre contemplándote, adorándote, alabándote y amándote”.

También en este sentido, el versículo de un salmo, recogido después en la Liturgia de las Horas, decía en su texto hebreo: Para ti el silencio es alabanza. (Sal 65,2). Para Gregorio Nacianceno, adorar significa elevar a Dios un himno de silencio. Para él, a medida que nos vamos acercando a Dios las palabras deben de hacerse más breves, hasta llegar al final a enmudecer por completo, y unirse en silencio al que es inefable.

Es indudable que sin soledad y silencio, es harto difícil, poder adorar al Señor en la contemplación. Somos cuerpo y alma y aunque el alma esté bien dispuesta, ella necesita que nuestro cuerpo no la interrumpa en sus deseos de adorar al Señor contemplándolo, con circunstancias puramente materiales, como es el ruido, o las distracciones que pueden venir de las actividades humanas sean próximas o lejanas, y que pueden romper nuestra intimidad con el Señor.

Como siempre ocurre en el desarrollo de la vida espiritual, cuando algo se desea, ya se posee. Porque el amor del Señor a nosotros es tan inmenso, que siempre está deseando concedernos de inmediato, las peticiones de orden espiritual que le hagamos. Es por ello, que el mero deseo de tener fe, significa que ya la posee el que la desea, será una plantita pequeña de fe, pero ya crecerá si persevera. El que desea amar, al Señor, sin darse cuenta ya lo está amando. Y así se puede seguir poniendo ejemplos. Por lo tanto el que desea adorar al Señor, en sí, ya lo está adorándolo con su pensamiento. Solo consiste en decir: Señor, dame el vehemente deseo de estar siempre contemplándote, adorándote, alabándote y amándote”.

San Francisco de Sales, el dulce obispo de Ginebra, escribía: El deseo de alabar a Dios que la santa benevolencia excita en nosotros, es insaciable; el alma que de él se siente influida querría poseer alabanzas infinitas para atribuírselas al Amado. El alma que ha experimentado gran complacencia en la infinita perfección de Dios, viendo que no le puede desear ningún acrecentamiento de bondad, porque lo posee en grado muy superior a cuánto es deseable e imaginable, al menos desea que su nombre sea bendito, exaltado, alabado, honrado y alabado cada vez más.

Nosotros estamos hechos para adorar, alabar, amar y servir a Dios, y ello será lo que gozosamente haremos durante la eterna felicidad que nos espera. Desgraciadamente, hemos olvidado a Dios y nos hemos apartado de Él, en persecución de nuestras ansias carnales. En el cielo los elegidos, no tendrán descanso ni de día ni de noche, repitiendo; Santo, Santo, Santo, Señor Dios Todopoderoso… Así en el Apocalipsis podemos leer: Cada uno de los cuatro Seres Vivientes tenía seis alas y estaba lleno de ojos por dentro y por fuera. Y repetían sin cesar, día y noche: ·Santo, santo, santo es el Señor Dios, el Todopoderoso, el que era, el que es y el que vendrá. Y cada vez que los Seres Vivientes daban gloria, honor y acción de gracias al que está sentado en el trono, al que vive por los siglos de los siglos, los veinticuatro Ancianos se postraban ante él para adorarlo, y ponían sus coronas delante del trono, diciendo: Tú eres digno, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder. Porque has creado todas las cosas: ellas existen y fueron creadas por tu voluntad. (Ap 4,8-11)

Escribe Philippe, Marie-Dominique: En cielo, la adoración será nuestra gloria. En este mundo, y tan materializados como estamos, nos cuesta mucho comprenderlo, pero en el cielo esta será nuestra gloria: ser movidos por el Espíritu Santo y hacer eternamente actos de adoración. Por lo tanto, es algo bueno, ya en este mundo, marcar nuestra jornada con siete actos de adoración”. A primera vista, a más de uno no le va a parecer muy deseable este fin, pero hay que tener en cuenta que si se llega a alcanzar esta posibilidad nuestra naturaleza y deseos habrán cambiado totalmente. Nos encontraremos libres de las servidumbres humanas que nos aplastarán, concupiscencia, tendencias carnales y mundanas y ya en pleno orden del espíritu, que es muy superior al material que ahora nos domina, nuestros deseos serán el de estar lo más cerca posible de lo que adoramos. Recuérdese lo que dijo San Pedro cuando la Transfiguración en el Monte Thabor: Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para ti, una para Moisés, y otra para Elías. (Mt 17,4). Y eso que no llegó a ver el Rostro de Dios. Además tampoco hay que olvidar que existe un cielo accidental, donde alcanzaremos todo lo que deseemos y que en este mundo no hemos logrado alcanzar, aunque nuestro mayor deseo siempre será el principal, el de alabar a Dios, y estoy seguro a que a la vista del cielo esencial, el accidental que ahora tanto nos gusta, nos importará un bledo.

Y si ese ha de ser nuestro fin, bueno es que empecemos a hacer ahora: Lo que haremos eternamente en el cielo: adorar y glorificara a Dios. El tiempo que nos resta de vida, no sabemos cuánto es, pero sea el que sea, es muy importante que empleemos todo el tiempo de que disponemos en esta vida, en glorificar y alabar a Dios, y no malgastar este tiempo, porque como dice el refrán: El tiempo es la sustancia de la que está hecha la vida. Y tal como nos alcance el inevitable fin, así nos quedaremos para toda la eternidad.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

UN EXORCISTA: "ES TERRIBLE LO QUE SUFREN LOS POSESOS, NUNCA PERMITIRÉ QUE NADIE FILME UN EXORCISMO"



La Comunitat Valenciana, zona con gran actividad demoníaca.

«Me gustaría que la gente liberada hablara y dijera lo que han tenido que pasar para que todos vuelvan a creer en esto».

Es difícil encontrarse a alguien como Juan José Gallego (León, 1940), un exorcista que habla con claridad de posesiones. Gran conocedor de la Comunitat Valenciana, desgrana un oficio con muchos mitos a su alrededor... ¿o quizá no tantos?

De voz grave y ligero deje valenciano, el padre dominico Juan José Gallego atiende nuestra llamada y arroja luces sobre un oficio, el de exorcista, asociado demasiadas veces a la película homónima de 1973 dirigida por William Friedkin y a unas notas de piano de sobra conocidas. Pero, ¿qué hay de cierto en lo que cuenta la cinta? Pues, a tenor de lo que relata Gallego, mucho. Escucharle explicar algunos de sus casos pone los pelos de punta, porque son historias vistas cientos de veces en el cine. Fuerza sobrehumana, convulsiones, lenguas extrañas, voces graves... auténticos relatos de terror que se desarrollan en el despacho de este tranquilo leonés, que fue ordenado en Torrent, y que no se parece en nada al atormentado padre Karras.

-Antes de ser designado exorcista, usted trabajaba en Valencia, donde pasó muchos años. ¿En qué consistía su trabajo allí?
-Casi más de la mitad de mi vida la he pasado en Valencia. Me ordenaron sacerdote en Torrent, en el año 1965. Después fui prior de un convento de esa ciudad, rector del Colegio San Vicente Ferrer durante seis años, presidente de la Confederación de Religiosos de la Comunidad Valencia (Confer-Coval) y vicegrancanciller de la Facultad de Teología de San Vicente Ferrer. Me siento muy identificado con Valencia.

-¿Cómo y cuándo le dicen «padre Gallego, necesito que sea exorcista»? ¿Cuál fue su reacción?
-Aquí, en Barcelona, estaba de exorcista un padre que había vivido en Valencia, el prior de uno de los conventos dominicos de Valencia. El cardenal, cuando el hermano se fue, me preguntó si yo aceptaría. Yo dije que sí, sin más. Él me conocía un poco pero más a mi hermano.

-¿Qué necesita alguien para ser exorcista de la Iglesia Católica?
-Según el código de Derecho Canónico, tiene que ser sacerdote, ser nombrado por el obispo y tener buena fama y ser docto en doctrina social de la Iglesia. Hay que tener, claro, conocimientos de demonología. Me tragué todo lo que había y me preparé mucho. Los poseídos son uno de los colectivos que más sufre y está casi abandonado.

-¿Cree que el suyo es un ministerio necesario?
-Totalmente. Mucha gente que se siente mal y no sabe dónde acudir, que va a un sacerdote, que antes siempre le derivará a un psiquiatra. El poseído puede no ser católico, pero es más difícil de solucionar. Hace más de 4.000 años que había exorcismos en Mesopotamia y los hay en todas culturas hoy en día.

-De los más de 300 exorcismos que ha realizado, ¿se le ha quedado alguno grabado?
-Al poco de ser exorcista, me llamó un señor de Ecuador y me dijo que estaba asustado porque su mujer cuando veía cualquier signo religioso perdía el conocimiento, se ponía violenta... Cuando vinieron yo había salido, así que me retrasé. Al acercarme, vi que ante el convento estaba en el suelo. La metimos dentro, fui a por el libro del exorcismo y el agua bendita, y se retorcía por el suelo de una manera impresionante cuando le tiraba agua. Tuve miedo, porque se lanzaba a cogerme de los pantalones, quería hacer daño a su hijo pequeño... Cuando terminamos me pidió confesión y me dijo que el agua bendita le quemaba. Me impresionó también un muchacho de quince años que aparecía con la camisa quemada, arañado, decía que su abuelo le hablaba... En fin, cosas muy raras. No quiso hacer el exorcismo. Después de pelear, aceptó y en medio del exorcismo me dijo: «Van a salir pero volverán». A los cuatro cinco días volvió todo igual. Durante el exorcismo, perdía el conocimiento nada más empezar: entraba en trance, que duraba unos diez minutos. Un día pasó media hora y le dije que no le hacía más exorcismos porque estaba violento, así se fue a Murcia y le ayudó un exorcista de allí. Ocurrió con este muchacho un episodio curioso. Iba en el coche con su madre y su hermana por la autopista, algo se apoderó de él y cogió el volante. El coche dio tres o cuatro vueltas de campana y quedaron todos ilesos. Mi interpretación es que es verdad, el demonio le había poseído, pero los ángeles de la guarda le protegieron.

-¿Es verdad lo que se ve en las películas?
-Al poco de nombrarme exorcista me hicieron una entrevista en Barcelona y me preguntaron por esto. A la semana siguiente, una cadena de televisión dio El Exorcista, y entonces vi muchas cosas que no había visto. Por ejemplo, la protagonista hace la ouija, que es una invocación a los espíritus. Lo que le pasó a ella... he tenido casos semejantes: hablan lenguas, tienen fuerza, se sienten destrozados interiormente, sienten una presencia dentro de ellos... He vivido casos similares. Un muchacho, por ejemplo, que en una colchoneta daba brincos de dos y tres metros, que si no lo ves no lo crees. Es terrible lo que sufren estas personas, la verdad, aunque nunca permitiré que nadie filme un exorcismo.

-En alguna ocasión ha asegurado que la Comunitat Valenciana es una zona con una gran actividad demoníaca.
-Sí. Son impresiones. Quizá el bienestar de la zona afecta. No lo sé. Fíjate que las sectas satánicas hacen un mal enorme, y es posible que haya por allí células de esto. Hay que estar atentos porque hoy hay muchísima gente que se ríe de estas cosas, pero me gustaría que la gente liberada hablara y dijera lo que han tenido que pasar para que todos vuelvan a creer en esto.

-¿Ha pasado miedo en alguna ocasión?
-Pasé mucho miedo al principio. Cuando dije que sí, cuando paseaba veía demonios por todas partes. En un momento de mi vida, dije que era sacerdote y que creía en la Eucaristía, y que eso era mucho más importante. Desde aquel momento no he tenido miedo ningún momento.

-¿Qué son los demonios?
-Presencias. Se puede hablar con ellos... pero yo no lo he hecho nunca porque el demonio es el padre de la mentira. No tienes que hacerle caso.

-¿Es difícil pedir permiso para hacer un exorcismo?
-Yo tengo un nombramiento que no es frecuente. Dice textualmente: «Te autorizo para que realices todos los exorcismos que tú consideres necesarios según tu prudencia». Depende de que el obispo se fíe de ti y que tenga indicios de que eres una persona preparada.

-¿Cree que algunas de las posesiones que usted exorciza se pueden tratar de problemas psiquiátricos?
-El exorcismo no es un oficio de psiquiatras. Pero eso sí, cuando viene alguien lo primero que le pido es que me enseñe un certificado psiquiátrico. Son funciones distintas. El exorcista es un oficio religioso. Con las películas que hemos visto nos fijamos en los movimientos violentos y esas cosas, pero eso es lo secundario. El demonio lo que quiere es apartarnos de Dios. El exorcista tiene que ayudar a estar con Dios. La verdad es que en ocasiones hay esquizofrenias que dan síntomas parecidos, por eso antes tengo una entrevista con la persona que puede durar cuatro o cinco sesiones hasta que tengo indicios ciertos de que puede haber algo.

A. Serrano/Diario Información

ESPERANZA EN ÁFRICA



La oferta del Papa al continente más pobre del mundo: ni oro ni plata, sino "la palabra de Cristo que sana, libera y reconcilia"

El Papa visitó África por segunda vez en su pontificado del 18 al 20 de noviembre. El momento sobresaliente de esta visita apostólica a Benin ha sido su discurso en el palacio presidencial de Cotonou, frente a las autoridades políticas, a exponentes de la sociedad civil y de la cultura, a obispos y a representantes de varias religiones.

El discurso, claramente pensado y escrito casi enteramente por el Papa, tiene una palabra clave: "esperanza". Él ha aplicado esa palabra a dos realidades: la vida socio-política y económica del continente africano, y al diálogo interreligioso.

La palabra "esperanza" es muy grata al papa Joseph Ratzinger. Le ha dedicado a ella toda una encíclica, la "Spe salvi", la más "suya" de las tres publicadas hasta ahora, escritas de su puño y letra desde la primera palabra hasta la última. Y es en particular a África que el Papa asocia esta palabra, al continente que ha visto en el último siglo la más asombrosa expansión del cristianismo y que más podría determinar el futuro.

¿Pero de cuál esperanza habla Benedicto XVI? Su respuesta, en el discurso de Cotonou, es de inaudita simplicidad: "Hablar de la esperanza es hablar del porvenir y, por tanto, de Dios".

Es una simplicidad de la que el Papa Ratzinger no se desvía ni siquiera cuando se refiere a la vida sociopolítica y económica de África:
"La Iglesia no ofrece soluciones técnicas ni impone fórmulas políticas". Simplemente, "ella acompaña al Estado en su misión; quiere ser como el alma de ese cuerpo, indicando incansablemente lo esencial: Dios y el hombre. Quiere cumplir abiertamente y sin temor esa tarea inmensa de quien educa y cuida y, sobre todo, de quien ora incesantemente y que muestra dónde está Dios y dónde está el verdadero hombre".

Al exhortar a la Iglesia a cumplir estas tareas propias, el Papa ha remitido a cuatro pasajes del Evangelio, el último de los cuales (Juan19, 5) es aquél en el que Pilatos presenta a Jesús coronado de espinas y con la túnica de color púrpura diciendo a la multitud: He aquí el hombre!".

El día posterior, el 20 de noviembre, fue el domingo de Cristo Rey, el último del año litúrgico. En la homilía, Benedicto XVI afirmó de nuevo que éste y no otro es el "reinar" de Dios: desde el madero de la cruz. Un reino que "es verdaderamente una palabra de esperanza, porque el Rey del universo se ha hecho muy cercano a nosotros, siervo de los más pequeños y de los más humildes", para introducirnos, una vez que él ha resucitado, "en un mundo nuevo, un mundo de libertad y de felicidad".

Yendo al diálogo interreligioso, también aquí Benedicto XVI ha fundado la esperanza incita en tal diálogo sobre la centralidad absoluta de Dios. Ha dicho que si se dialoga, no debe ser "por debilidad, sino que dialogamos porque creemos en Dios, creador y padre de todos los hombres. El diálogo es una forma más de amar a Dios y al prójimo en el amor de la verdad. Tener esperanza no es ser ingenuo, sino hacer un acto de fe en Dios, Señor del tiempo y Señor también de nuestro futuro".

El Papa ha retomado cuanto ha acontecido en Asís el pasado 27 de octubre:
"El conocimiento, la profundización y la práctica de su propia religión es esencial para un verdadero diálogo. Este sólo puede comenzar con la oración personal sincera de quien quiere dialogar. Que se retire en el secreto de su habitación interior para pedir a Dios la purificación de sus motivos y la bendición para el encuentro deseado. Esta oración pide también a Dios el don de ver en el otro a un hermano que debe amar, y de reconocer en la tradición en que él vive un reflejo de esa Verdad que ilumina a todos los hombres. Por eso conviene que cada uno se sitúe en la verdad ante Dios y ante el otro. Esta verdad no excluye, y no comporta una confusión. El diálogo interreligioso mal entendido conduce a la confusión o al sincretismo. No es este el diálogo que se busca".

Al concluir el discurso, el Papa aplicó ante la esperanza la imagen de la mano:
"Está compuesta por cinco dedos muy diferentes entre sí. Sin embargo, cada uno de ellos es esencial y su unidad forma la mano. El buen entendimiento entre las culturas, la consideración no altiva de unos hacia otros y el respeto de los derechos de cada uno, son un deber vital. Se ha de enseñar esto a todos los fieles de las diversas religiones. El odio es un fracaso, la indiferencia un callejón sin salida y el diálogo una apertura. ¿No es ese el buen terreno donde sembrar la simiente de la esperanza? Tender la mano significa esperar a llegar, en un segundo momento, a amar. Y, ¿hay acaso algo más bello que una mano tendida? Esta ha sido querida por Dios para dar y recibir. Dios no la ha querido para que mate o haga sufrir, sino para que cuide y ayude a vivir. Junto con el corazón y la mente, también la mano puede hacerse un instrumento de diálogo. Puede hacer florecer la esperanza, sobre todo cuando la mente balbucea y el corazón recela".

Y por último se apoyó sobre tres símbolos de esperanza proporcionado por las Sagrada Escritura:
"Según la Sagrada Escritura, hay tres símbolos que describen la esperanza para el cristiano: el casco, que le protege del desaliento (cf. 1 Ts 5,8), el ancla segura y firme, que fija en Dios (cf. Hb 6,19), y la lámpara, que le permite esperar el alba de un nuevo día (cf. Lc 12,35-36). Tener miedo, dudar y temer, acomodarse en el presente sin Dios, y también el no tener nada que esperar, son actitudes ajenas a la fe cristiana y también, creo yo, a cualquier otra creencia en Dios. La fe vive el presente, pero espera los bienes futuros. Dios está en nuestro presente, pero viene también del futuro, lugar de la esperanza. El ensanchamiento del corazón no es sólo la esperanza en Dios, sino también la apertura al cuidado de las realidades corporales y temporales para dar gloria a Dios. Siguiendo los pasos de Pedro, del que soy sucesor, deseo que vuestra fe y vuestra esperanza estén puestas en Dios. Estos son los votos que formulo para toda África, que me es tan querida. ¡Ten confianza, África, y levántate. El Señor te llama!".

Es la misma lógica que se encuentra en la exhortación apostólica postsinodal "Africæ munus" que Benedicto XVI ha entregado a los católicos africanos el 20 de noviembre.

En los parágrafos 148-149, luego de haber mencionado el episodio evangélico del paralítico en la piscina de Betesda (Juan 5, 3-9), el Papa escribe:
"La acogida de Jesús ofrece a África una curación más eficaz y más profunda que cualquier otra. Como el apóstol Pedro declaró en los Hechos de los Apóstoles, repito que no es oro o plata lo que África necesita en primer lugar; desea ponerse en pie como el hombre de la piscina de Betesda; desea tener confianza en sí misma, en su dignidad de pueblo amado por su Dios. Este encuentro con Jesús, pues, es lo que la Iglesia debe ofrecer a los corazones afligidos y heridos, anhelantes de reconciliación y de paz, sedientos de justicia. Debemos ofrecer y anunciar la Palabra de Cristo que sana, libera y reconcilia".

Autor: Sandro Magister

domingo, 27 de noviembre de 2011

NUESTRA SEÑORA DE LA MEDALLA MILAGRISA



Advocación Mariana, 27 de noviembre.

La primera aparición de la Medalla Milagrosa tuvo lugar el domingo 18 de Julio 1830, en París, justo en la capilla de la casa central de las Hijas de la Caridad, a una religiosa llamada Catalina Laboure. El padre Aladel, confesor de la vidente, fue quien insertó el relato en el proceso canónico siete años más tarde.

"A las cinco de la tarde, estando las Hijas de la Caridad haciendo oraciones, la Virgen Santísima se mostró a una hermana en un retablo de forma oval. La Reina de los cielos estaba de pie sobre el globo terráqueo, con vestido blanco y manto azul. Tenía en sus benditas manos unos como diamantes, de los cuales salían, en forma de hacecillos, rayos muy resplandecientes, que caían sobre la tierra... También vio en la parte superior del retablo escritas en caracteres de oro estas palabras: ¡Oh María sin pecado concebida!, rogad por nosotros que recurrimos a Vos. Las cuales palabras formaban un semicírculo que, pasando sobre la cabeza de la Virgen, terminaba a la altura de sus manos virginales. En esto volvióse el retablo, y en su reverso viose la letra M, sobre la cual había una cruz descansando sobre una barra, y debajo los corazones de Jesús y de María... Luego oyó estas palabras: Es preciso acuñar una medalla según este modelo; cuantos la llevaren puesta, teniendo aplicadas indulgencias, y devotamente rezaren esta súplica, alcanzarán especial protección de la madre de Dios. E inmediatamente desapareció la visión".

Esta visión se repitió algunas veces, durante la Misa y durante la oración, siempre en la rue du Bac, de París, cerca de la parada de "Metro" Sèvre-Babylone, detrás de los grandes almacenes "Au Bon Marché" donde está el edificio de las Hijas de la Caridad, en la capilla rectangular y sin estilo definido similar a las miles que existen en las casas religiosas.

¡Oh María sin pecado concebida!, rogad por nosotros que recurrimos a Vos.

¿POR QUÉ SE LE SIGUEN DURMIENDO A CRISTO?



Va a empezar el Adviento y nuestra misión hasta que Él vuelva, es ahondar en nuestra vocación cristiana, conocer los fundamentos de nuestra fe.

¿Por qué se le siguen durmiendo a Cristo sus discípulos y seguidores?

Como humano, Jesús fue adquiriendo asimilando la experiencia, los conocimientos y el folclore de su pueblo que se ven reflejadas en su palabra, pero la experiencia con sus propios apóstoles le hizo que sus palabras fueran de prevención para sus seguidores, pues si bien lo vemos, de entre sus apóstoles, uno lo negó en el momento más importante de su vida, otro lo traicionó hasta enviarlo a lo alto de la cruz, y el día de su transfiguración, cuando el Padre lo presentaba como su predilecto, los tres apóstoles que llevaba como testigos, se le durmieron y sólo como entre sueños lo vieron acompañado de Moisés y Elías conversando sobre su muerte y resurrección, y en el momento crucial de su existencia, cuando oraba intensamente en el huerto de los olivos pidiendo fortaleza porque la carga que veía que se venía encima estaba sobre su capacidad y sobre sus hombros, todos sus apóstoles estaban a unos cuántos pasos de él, dormidos, adormilados, quizá después de las emociones de la última cena.

Por eso, ahora que vamos a comenzar el tiempo de Adviento el domingo, Cristo se levanta, a decir del Evangelista Marcos, con un fuerte llamado a la vigilancia. Hasta por cuatro veces en unos cuántos renglones Cristo nos previene: "Velen y estén preparados, porque no saben cuándo llegará el momento". Cristo está hablando de su retorno, de su venida final, al fin de los tiempos, para dar a cada uno según sus obras. Lo hemos oído hasta el cansancio el domingo pasado, fiesta de Cristo Rey.

Y estaríamos tentados a pensar que Cristo nos quiere meter miedo con lo que ocurrirá al final de los tiempos. Lo que tiene que ocurrir ocurrirá sin remedio. Pero definitivamente Cristo no nos está incitando "al bien morir" sino al bien vivir, cuando nos habla de un hombre que se va de viaje y encarga a los suyos, a sus sirvientes lo que deben hacer mientras él regresa, con un regreso del que nadie sabe el día ni la hora. A cada uno de nosotros nos ha dejado una tarea en la marcha de este mundo, y nos da los medios, las herramientas para que cada uno pueda emplear al tope, al máximo, los talentos que a cada uno ha puesto en nuestras manos. Nadie puede permanecer ocioso, nadie tiene derecho a la flojera y todos debemos estar vigilantes, siendo guardianes de nuestros hermanos los hombres.

Eso se refleja en el inicio de la Exhortación Apostólica del Papa Benedicto XVI Africae munus, lanzada en aquél lejano continente apenas la semana pasada, entregada precisamente en ese continente que es como un pulmón de fe y de esperanza, abierto e importante para todos los continentes: "El compromiso de África con el Señor Jesús es un tesoro precioso que confío en este comienzo del tercer milenio a los Obispos, a los sacerdotes, a los diáconos permanentes, a las personas consagradas, a los catequistas y a los laicos de ese querido continente y de las islas vecinas. Esa misión comporta que África ahonde en la vocación cristiana. Invita a vivir, en nombre de Jesús, la reconciliación entre las personas y las comunidades, y a promover para todos la paz y la justicia en la verdad.

Esa es entonces nuestra misión hasta que él vuelva, ahondar en nuestra vocación cristiana, conocer los fundamentos de nuestra fe, acoger al Cristo muerto y resucitado que tiene que hacerse hombre entre los hombres, y luego, comenzar a vivir en la alegría nuestro encuentro con el Cristo vivo en los más pobres y los tratados con injusticia, para lograr entre todos la paz y la justicia precisamente en la verdad.

sábado, 26 de noviembre de 2011

¿QUÉ EDAD TENÍAS ABUELA?




Una tarde un nieto estaba charlando con su abuela sobre los acontecimientos actuales.

Entonces, él preguntó:
-¿Qué edad tienes abuela?.
La abuela respondió:

-Bueno, déjame pensar un minuto... Nací antes de la televisión, las vacunas contra la polio, las comidas congeladas, la fotocopiadora, el fax, los lentes de contacto, la píldora anticonceptiva y el freesbee. No existían los radares, las tarjetas de crédito, el rayo láser, los teléfonos celulares o los patines en línea. No se había inventado el aire acondicionado, los hornos de microondas, las lavavajillas, las secadoras, y las prendas se ponían a secar al aire fresco; “Gay" era una palabra respetable en inglés que significaba una persona contenta, alegre y no homosexual, al que cariñosamente llamábamos "loca". De lesbianas, nunca habíamos oído hablar y ni los muchachos usaban aretes. Conocíamos la diferencia entre los sexos, pero a nadie se le ocurría cambiar el suyo; nos conformábamos con el que teníamos. No había mujeres peluqueras, ni estéticas unisex. SIDA no significaba nada, aids en inglés era un ayudante de oficina... olcajete y no licuadoras. No se hacían citas, ni se concertaban matrimonios por computadora. Tu abuelo y yo nos casamos y después vivimos juntos, y en cada familia había un papá y una mamá. El hombre todavía no había llegado a la Luna y no existían los aviones de propulsión a chorro para pasajero. No se hacían trasplantes de corazón; se remendaban calcetines no corazones, y se destapaban caños, no arterias. Nací antes de la computadora, los virus provocaban viruelas más no desaparecían archivos, "Chip" significaba un pedazo de madera, "hardware" era la ferretería y el "software" no existía. No había las dobles carreras universitarias, ni estrés, ni traumas prenatales, ni las terapias de grupo y los psicólogos. Se jugaba balero, al trompo, a las canicas, no al nintendo. Hasta que cumplí 25, llamé a cada policía y a cada hombre, "señor", y a cada mujer señora" o "señorita". Tener una relación era llevarse bien con los primos o simplemente tener una amistad. En mis tiempos la virginidad no producía cáncer. Nuestras vidas estaban gobernadas por los 10 Mandamientos, el buen juicio y el sentido común. Nos enseñaron a diferenciar entre el bien y el mal y a ser responsables de nuestros actos. Creíamos que la comida rápida era lo que la gente comía. Hablando de máquinas, no existían los cajeros automáticos, las máquinas de helado en las paleterías, los radio reloj despertador, para no hablar de los video cassettes ni las filmadoras de vídeo. Si en algo decía "Made in Japan" se le consideraba una porquería y no existía "Made in Korea" ni "Made in Taiwan". No se había oído de Pizza Hut, McDonalds ni de fast food ni el vídeo bar o la disco. La salsa era un condimento, no se bailaba. No había el café instantáneo ni los endulzantes artificiales. Se podía comprar un Chevrolet Coupé nuevo por 600 dólares (pero, ¿quién los tenía?) Costaba 30 centavos el litro de gasolina y un solo automóvil era suficiente para la familia. Había tiendas donde se compraban cosas por 5 y 10 centavos. los helados, las llamadas telefónicas, los pasajes de autobús y la Pepsi, todo costaba 10 centavos. En mi tiempo, "hierba" era algo que se cortaba y no se fumaba; "Coca" era una gaseosa y no se inhalaba y la música de rock era la que hacía la mecedora de la abuela. Las conejitas eran simplemente unos animalitos y los escarabajos no eran volkswagens. Fuimos la última generación que creyó que una señora necesitaba un marido para tener un hijo. Ahora dime, ¿cuántos años crees que tengo?

El chico respondió:
“¿Más de cien?”
"No, mi amor... solamente 60!"

LA MEDALLA MILAGROSA Y SANTA CATALINA LABOURÉ



Oh María sin pecado concebida: Ruega por nosotros que recurrimos a Ti.

Esta fue la santa que tuvo el honor de que la Sma. Virgen se le apareciera para recomendarle que hiciera la Medalla Milagrosa.

Nació en Francia, de una familia campesina, en 1806. Al quedar huérfana de madre a los 8 años le encomendó a la Sma. Virgen que le sirviera de madre, y la Madre de Dios le aceptó su petición.

Como su hermana mayor se fue de monja vicentina, Catalina tuvo que quedarse al frente de los trabajos de la cocina y del lavadero en la casa de su padre, y por esto no pudo aprender a leer ni a escribir.

A los 14 años pidió a su papá que le permitiera irse de religiosa a un convento pero él, que la necesitaba para atender los muchos oficios de la casa, no se lo permitió. Ella le pedía a Nuestro Señor que le concediera lo que tanto deseaba: ser religiosa. Y una noche vio en sueños a un anciano sacerdote que le decía: "Un día me ayudarás a cuidar a los enfermos".

La imagen de ese sacerdote se le quedó grabada para siempre en la memoria.Al fin, a los 24 años, logró que su padre la dejara ir a visitar a la hermana religiosa, y al llegar a la sala del convento vio allí el retrato de San Vicente de Paúl y se dió cuenta de que ese era el sacerdote que había visto en sueños y que la había invitado a ayudarle a cuidar enfermos. Desde ese día se propuso ser hermana vicentina, y tanto insistió que al fin fue aceptada en la comunidad.

Siendo Catalina una joven monjita, tuvo unas apariciones que la han hecho célebre en toda la Iglesia. En la primera, una noche estando en el dormitorio sintió que un hermoso niño la invitaba a ir a la capilla. Lo siguió hasta allá y él la llevó ante la imagen de la Virgen Santísima. Nuestra Señora le comunicó esa noche varias cosas futuras que iban a suceder en la Iglesia Católica y le recomendó que el mes de Mayo fuera celebrado con mayor fervor en honor de la Madre de Dios. Catalina creyó siempre que el niño que la había guiado era su ángel de la guarda.

Pero la aparición más famosa fue la del 27 de noviembre de 1830. Estando por la noche en la capilla, de pronto vio que la Sma. Virgen se le aparecía totalmente resplandeciente, derramando de sus manos hermosos rayos de luz hacia la tierra. Y le encomendó que hiciera una imagen de Nuestra Señora así como se le había aparecido y que mandara hacer una medalla que tuviera por un lado las iniciales de la Virgen MA, y una cruz, con esta frase "Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti". Y le prometió ayudas muy especiales para quienes lleven esta medalla y recen esa oración.

Catalina le contó a su confesor esta aparición, pero él no le creyó. Sin embargo el sacerdote empezó a darse cuenta de que esta monjita era sumamente santa, y se fue donde el Sr. Arzobispo a consultarle el caso. El Sr. Arzobispo le dio permiso para que hicieran las medallas, y entonces empezaron los milagros.

Las gentes empezaron a darse cuenta de que los que llevaban la medalla con devoción y rezaban la oración "Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti", conseguían favores formidables, y todo el mundo comenzó a pedir la medalla y a llevarla. Hasta el emperador de Francia la llevaba y sus altos empleados también.

En París había un masón muy alejado de la religión. La hija de este hombre obtuvo que él aceptara colocarse al cuello la Medalla de la Virgen Milagrosa, y al poco tiempo el masón pidió que lo visitara un sacerdote, renunció a sus errores masónicos y terminó sus días como creyente católico.

Catalina le preguntó a la Sma. Virgen por qué de los rayos luminosos que salen de sus manos, algunos quedan como cortados y no caen en la tierra. Ella le respondió: "Esos rayos que no caen a la tierra representan los muchos favores y gracias que yo quisiera conceder a las personas, pero se quedan sin ser concedidos porque las gentes no los piden". Y añadió: "Muchas gracias y ayudas celestiales no se obtienen porque no se piden".

Después de las apariciones de la Sma. Virgen, la joven Catalina vivió el resto de sus años como una cenicienta escondida y desconocida de todos. Muchísimas personas fueron informadas de las apariciones y mensajes que la Virgen Milagrosa hizo en 1830. Ya en 1836 se habían repartido más de 130,000 medallas. El Padre Aladel, confesor de la santa, publicó un librito narrando lo que la Virgen Santísima había venido a decir y prometer, pero sin revelar el nombre de la monjita que había recibido estos mensajes, porque ella le había hecho prometer que no diría a quién se le había aparecido. Y así mientras esta devoción se propagaba por todas partes, Catalina seguía en el convento barriendo, lavando, cuidando las gallinas y haciendo de enfermera, como la más humilde e ignorada de todas las hermanitas, y recibiendo frecuentemente maltratos y humillaciones.
En 1842 sucedió un caso que hizo mucho más popular la Medalla Milagrosa y sucedió de la siguiente manera: el rico judío Ratisbona, fue hospedado muy amablemente por una familia católica en Roma, la cual como único pago de sus muchas atenciones, le pidió que llevara por un tiempo al cuello la medalla de la Virgen Milagrosa. Él aceptó esto como un detalle de cariño hacia sus amigos, y se fue a visitar como turista el templo, y allí de pronto frente a un altar de Nuestra Señora vio que se le aparecía la Virgen Santísima y le sonreía. Con esto le bastó para convertirse al catolicismo y dedicar todo el resto de su vida a propagar la religión católica y la devoción a la Madre de Dios. Esta admirable conversión fue conocida y admirada en todo el mundo y contribuyó a que miles y miles de personas empezaran a llevar también la Medalla de Nuestra Señora (lo que consigue favores de Dios no es la medalla, que es un metal muerto, sino nuestra fe y la demostración de cariño que le hacemos a la Virgen Santa, llevando su sagrada imagen).

Desde 1830, fecha de las apariciones, hasta 1876, fecha de su muerte, Catalina estuvo en el convento sin que nadie se le ocurriera que ella era a la que se le había aparecido la Virgen María para recomendarle la Medalla Milagrosa. En los últimos años obtuvo que se pusiera una imagen de la Virgen Milagrosa en el sitio donde se le había aparecido (y al verla, aunque es una imagen hermosa, ella exclamó: "Oh, la Virgencita es muchísimo más hermosa que esta imagen")

Al fin, ocho meses antes de su muerte, fallecido ya su antiguo confesor, Catalina le contó a su nueva superiora todas las apariciones con todo detalle y se supo quién era la afortunada que había visto y oído a la Virgen. Por eso cuando ella murió, todo el pueblo se volcó a sus funerales (quien se humilla será enaltecido).

Poco tiempo después de la muerte de Catalina, fue llevado un niño de 11 años, inválido de nacimiento, y al acercarlo al sepulcro de la santa, quedó instantáneamente curado.

En 1947 el santo Padre Pío XII declaró: santa a Catalina Labouré, y con esa declaración quedó también confirmado que lo que ella contó acerca de las apariciones de la Virgen sí era Verdad.
Publicado por Wilson

LA VIDENTE SANTA CATALINA LABOURÉ
Catalina nació el 2 de mayo de 1806 en el pueblito de Fain-lès.Moutier, en la Cote-d'Or (Francia) y era la novena hija de una familia que contaría con once. Sus padres, Pedro Labouré y Luisa Magdalena Gontard, propietarios de la granja que ellos mismos trabajaban, eran profundamente cristianos. Formaron a su numerosa familia en el temor y amor de Dios. La devoción a María era muy estimada.

Por desgracia, la señora de Labouré murió en 1815. Catalina no tenía más que nueve años. Huérfana de su madre terrenal, la niña se buscó otra madre en la SS. Virgen. En efecto, poco tiempo después, una criada de la granja, la sorprendió subida sobre la mesa con la estatua de María que había tomado de la chimenea y la estrechaba sobre sus bracitos.

A los doce años, como consecuencia de la entrada de su hermana mayor en la Compañía de las Hijas de la Caridad, su padre le confió el cuidado de la casa, en cuya tarea fue ayudada por la anciana sirvienta y por su hermana menor Antonieta, llamada familiarmente Tonina. Los testigos en el proceso de beatificación han asegurado que se desempeñó muy bien en su cometido. Tonina reveló que a partir de los catorce años, pese a los trabajos agotadores, Catalina empezó a ayudar el viernes y el sábado y a concurrir a misa entre semana, en el Hospicio de Moutiers Saint-Jean, distante tres kilómetros. Prácticamente no fue a la escuela y sólo más tarde aprenderá a leer y a escribir aún bastante imperfectamente.

Desde su primera comunión había oído el llamado de Dios y soñaba con la vida religiosa. Rechazó varias veces propuestas de matrimonio.

Dudaba sin embargo, en la elección de una comunidad. Un sueño la ayudó a orientarse.

Un venerable sacerdote se le había aparecido y le había dicho estas palabras: Un día serás feliz en venir hacia mí. Dios tiene sus designios sobre ti.

Algún tiempo después Catalina tuvo la oportunidad de ir a la Casa de las Hijas de la Caridad en Chatillon-sur-Seine. Entrando al locutorio su mirada se detuvo en un cuadro adosado a la pared: Ese, exclamó, es el sacerdote que yo ví en sueño. ¿Cuál es su nombre? Se le hizo saber que era San Vicente de Paúl. Desde ese momento no dudó más.

El 21 de abril de 1830 Catalina era recibida en el noviciado de la calle du Bac. Algunos día después tuvo la dicha de asistir a la traslación solemne de las reliquias de San Vicente de Paúl, desde Nôtre-Dame hasta la Capilla de los sacerdotes lazaritas, en la calle de Sèvres.

Su noviciado transcurrió ciertamente en el fervor, como lo atestiguan las gracias extraordinarias con que fue favorecida y su alma mariana debió apreciar profundamente la devoción muy particular que las Hijas de San Vicente tenían a la Inmaculada Concepción. Sin embargo nada en ella llamó la atención de los que la rodeaban. He aquí el juicio más bien insignificante que sus superiorers emitieron sobre ella cuando terminó el noviciado: Catalina Labouré: fuerte, de mediana estatura, sabe leer y escribir para sí misma. Su caracter pareció bueno. Su inteligencia y juicio no son sobresalientes. Es piadosa. Trabaja en adquirir la virtud.

Catalina fue colocada entonces en París mismo en el hospicio del barrio Saint Antoine en la seccional XII y allí pasó toda su vida, entregada a los humildes trabajos de servir a los ancianos, atender la cocina, la ropería, el gallinero y la portería.

Catalina guardará secreto absoluto acerca de las apariciones de la Virgen María. Solamente su confesor, el Padre Aladel, fue el confidente. María lo quiso así y solamente cuando el confesor murió, pocos meses antes que ella, creyó Catalina que debía hablar a su superiora, porque la estatua que la Virgen había pedido aún no había sido hecha.

Catalina Labouré expiró el 31 de diciembre de 1876. Su cuerpo fue encontrado intacto con ocasión de su beatificación en 1933, y reposa en la Capilla de las Apariciones bajo el altar mismo en el que María se le apareció. Fue canonizada el 27 de julio de 1947.

Tal fue, dice el P. Gasnier O.P., aquella que la Santísima Virgen se eligió como mensajera cuando se dignó revelar al mundo su "Medalla Milagrosa" ¡Estaríamos tentados de sorprendernos de esta elección! Nuestro espíritu superficial, tan poco apto para juzgar las cosas sobrenaturales, esperaría encontrar en semejante vidente un carácter más definido, sucesos extraordinarios, éxtasis repetidos, una santidad deslumbrante y no hay nada de esto. Estamos en la presencia de un alma recta, sencilla, sin nerviosismo ni exaltación, dueña de sí misma, perfectamente equilibrada.

Dios hace bien lo que hace: el carácter de la vidente basta, en efecto, para autenticar su testimonio. Catalina dirá un día de sí misma a su Superiora que le felicitaba por haber sido favorecida con gracias extraordinarias: ¿Yo favorecida? Solo he sido un instrumento. No fue debido a mis méritos el que la SS. Virgen se me hubiere aparecido. Yo no sabía nada ni siquiera escribir; en la Comunidad aprendí cuanto sé y por este motivo la SS. Virgen me eligió, a fin de que no se pueda dudar.

No se podría hablar mejor. Dios tiene sus razones al elegir los instrumentos más humildes para sus obras más hermosas y las apariciones de la calle du Bac no son una excepción a esta regla.

Las Apariciones.
Primera Aparición.
La primera aparición tuvo lugar en la noche del 18 al 19 de julio de 1830, víspera de la fiesta de San Vicente de Paul y debía preparar a la vidente a su misión posterior.

He aquí como la describe ella misma en la relación que hace a su confesor: Llegó la víspera de la fiesta de San Vicente. Nuestra buena Madre Marta, nos dio una charla sobre la devoción a los santos, en particular sobre la devoción a la SS. Virgen, charla que me inspiró un deseo tan grande de ver a la SS. Virgen que me fui a acostar con el pensamiento de que esa noche vería a mi buena Madre. ¡Hacía tanto tiempo que deseaba verla! Al fin me quedé dormida. Como se nos había distribuido un pedazo de género de la sobrepelliz de S. Vicente corté la mitad del mismo, me la tragué y me dormí con la idea de que San Vicente me obtendría la gracia de ver a la SS. Virgen.

En fin a las once y media de la noche, oí que alguien me llamaba por mi propio nombre:
-Hermana, Hermana.
Despertándome, miré hacia el costado de donde escuchaba la voz, que era del lado del pasillo. Corro la cortina y veo un niño vestido de blanco, de 4 o 5 años de edad, que me dice:
-Ven a la Capilla, allí te espera la SS. Virgen.
Inmediatamente me asaltó la idea:
-Me van a oír.
El niño me respondió:
-Quédate tranquila, son las once y media, todo el mundo duerme profundamente. Ven, te espero.
Me vestí rápidamente y me dirigí adonde estaba el niño que había permanecido de pie, sin adelantarse más allá de la cabecera de mi cama. El me siguió o más bien, yo le seguí, siempre a mi izquierda, por donde pasaba. Las luces estaban prendidas en todas partes, lo que me sorprendió mucho; pero mayor fue mi asombro cuando al entrar a la Capilla, la puerta se abrió, apenas el niño la hubo tocado con la punta del dedo. Mi sorpresa creció todavía más, cuando vi todos los cirios y antorchas encendidos, lo que me recordó la misa de Nochebuena. Sin embargo no veía a la SS. Virgen.

El niño me condujo al presbiterio, al lado del sillón del P. Director, me puse de rodillas y el niño quedó de pie todo el tiempo. Como me parecía larga la espera, yo miraba si las centinelas (las Hermanas designadas para vigilar durante la noche) no andaban por las tribunas. Al fin llegó la hora. El niño me alerta y me dice:
-¡He aquí a la SS. Virgen, hela aquí!.

Escucho un ruido, como el roce de un vestido de seda que venía del lado de la tribuna, del lado del cuadro de San José. Ella vino a detenerse sobre las gradas del altar del lado del Evangelio, en un sillón parecido al de Santa Ana; sólo que no tenía el mismo aspecto que el de Santa Ana.

Yo dudaba si sería la SS. Virgen. Sin embargo, el niño que estaba allí me dijo: ¡He aquí a la SS. Virgen! Me sería imposible expresar lo que experimenté en ese momento, lo que sucedía dentro de mí; me parecía que no veía a la SS. Virgen. Entonces el niño me habló no como un niño sino como un hombre, ¡con voz muy enérgica! Mirando entonces a la SS. Virgen, no hice más que dar un salto hasta Ella, me puse de rodillas en las gradas del altar, las manos apoyadas sobre las rodillas de la SS. Virgen.

Allí, transcurrió un momento, el más dulce de mi vida; me sería imposible decir todo lo que experimenté. Ella me dijo:
Hija mía! Dios quiere confiarte una misión. Tendrás que sufrir, pero sobrellevarás esto pensando en que lo haces por la gloria de Dios; serás atormentada hasta que lo hayas comunicado al que está encargada de dirigirte. Se te contradirá, pero tendrás la gracia, no temas. Háblale con confianza y sencillez; ten confianza y no tengas miedo. Verás algunas cosas, da cuenta de ellas. Te sentirás inspirada durante tu oración.

La SS. Virgen me enseñó como debía comportarme con mi Director y agregó muchas cosas más que no debo decir.

Respecto al modo de proceder en mis penas, me señaló con su mano izquierda, el pie del altar y me recomendó acudir allí y desahogar mi corazón, asegurándome que en ese lugar recibiría todos los consuelos de que tuviera necesidad.

-Los tiempos son muy malos. Calamidades van a caer sobre Francia, el trono será derribado; el mundo entero se verá trastornado por desgracias de toda clase (la SS. Virgen tenía aspecto muy apenado al decir esto). Pero venid al pie de esta altar: ahí las gracias serán derramadas sobre todas las personas que las pidan con confianza y fervor, serán derramadas sobre grandes y chicos. ¡Hija mía! me complazco en derramar mis gracias, sobre la Comunidad en particular, a la que amo mucho...

Respecto a otras Comunidades, habrá víctimas (la SS. Virgen tenía lágrimas en los ojos al decir esto). El Clero de París tendrá sus víctimas, el Arzobispo morirá (a esta palabra de nuevo las lágrimas) ¡Hija mía! La cruz será despreciada, correrá la sangre en la calle (aquí la SS. Virgen no podía hablar más, el dolor se pinta en su rostro). ¡Hija mía!, me dijo, todo el mundo estará triste.
(Todos estos detalles se cumplirán al pie de la letra en 1870-1871).

Yo pensaba cuando sucedería esto. Entendí muy bien: cuarenta años.

No sé cuanto tiempo quedé a los pies de la SS. Virgen; lo único que sé es que cuando hubo partido, sólo percibí algo que se desvanecía, como una sombra que se dirigía hacia el costado de la tribuna, por el mismo camino por donde había llegado.

Me levanté de las gradas del altar y vi al niño en el mismo lugar donde lo había dejado; me dijo:
-¡Se ha ido!

Volvimos por el mismo camino, siempre iluminado y ese niño estaba siempre a mi izquierda. Creo que ese niño era mi ángel de la guarda que se había vuelto visible para hacerme ver a la SS. Virgen, porque yo le había rogado mucho que me obtuviese este favor.

Estaba vestido de blanco, llevando una luz milagrosa delante de él, es decir estaba resplandeciente de luz, poco más o menos de cuatro a cinco años de edad. Escuché sonar la hora; no me dormí más.

Segunda Aparición.
Esta es la gran aparición en la que María comunica a la Vidente el mensaje que debía transmitir. Nada mejor que dejar también aquí, la palabra a la misma Sor Catalina. La aparición tuvo lugar el 27 de noviembre de 1830, mientras las novicias se encontraban reunidas en la Capilla para la meditación de la tarde, víspera del primer domingo de Adviento. La escena se desarrolla en tres cuadros sucesivos y progresivos que introducen a la Vidente cada vez más profundamente en la inteligencia del mensaje y de todo el misterio mariano.

Era el 27 de noviembre de 1830, que caía el sábado anterior el primer domingo de Adviento. Yo tenía la convicción de que vería de nuevo a la SS. Virgen y que la vería "más hermosa que nunca"; yo vivía con esta esperanza. A las cinco y media de la tarde, algunos minutos después del primer punto de la meditación, durante el gran silencio, me pareció escuchar ruido del lado de la tribuna, cerca del cuadro de San José, como el roce de un vestido de seda.

Primer cuadro: La Virgen con el globo.
Habiendo mirado hacia ese costado, vi a la SS. Virgen a la altura del cuadro de San José. La SS. Virgen estaba de pie, era de estatura mediana; tenía un vestido cerrado de seda aurora, hecho según se dice "a la virgen", mangas lisas; un velo blanco le cubría la cabeza y le caía por ambos lados hasta sus pies; debajo del velo vi sus cabellos lisos, divididos por la mitad, ligeramente apoyado sobre sus cabellos tenía un encaje de tres centímetros, sin fruncido, su cara estaba bastante descubierta. Sus pies se apoyaban sobre la mitad de un globo blanco o al menos no me pareció sino la mitad, tenía también bajo sus pies una serpiente de color verdoso con manchas amarillentas. Con sus manos sostenía un globo de oro, con una pequeña cruz encima, que representaba al mundo; sus manos estaban a la altura del pecho, de manera elegante; sus ojos miraban hacia el Cielo. Su aspecto era extraordinariamente hermoso, no lo podría describir.

De pronto vi anillos en sus dedos, tres en cada dedo; el más grande cerca de la mano, uno de mediano tamaño en el medio y uno más pequeño en la extremidad y cada uno estaba recubierto de piedras preciosas de tamaño proporcionado. Rayos de luz, unos más hermosos que otros salían de las piedras preciosas; las piedras más grandes emitían rayos más amplios, las pequeñas, más pequeños; los rayos iban siempre prologándose de tal forma que toda la parte baja estaba cubierta por ellos y yo no veía más sus pies.

Esta fase fue silenciosa; preparaba la siguiente. El globo desapareció, la Virgen va a cambiar de actitud, a bajar la mirada y teniendo los dedos siempre guarnecidos de anillos con piedras preciosas destellantes, va a hablar a Sor Catalina.

Segundo cuadro: El anverso de la Medalla.
En ese momento en que yo la contemplaba, la SS. Virgen bajó sus ojos mirándome. Una voz se hizo escuchar y me dijo estas palabras:
-Este globo representa al mundo entero, especialmente a Francia... y a cada persona en particular.
Aquí yo no sé expresar lo que experimenté lo que vi.
-La hermosura y el brillo de los rayos tan bellos... son el símbolo de las gracias que yo derramo sobre los que me las piden, haciéndome comprender cuán generosa se mostraba hacia las personas que se las pedían, cuánta alegría experimenta concediéndoselas... Estos diamantes de los que no salen rayos, son las gracias que dejan de pedirme.

En este momento o yo estaba o no estaba, no sé... yo gozaba. Se formó un cuadro alrededor de la SS. Virgen, algo ovalado, en el que se leían estas palabras escritas en semicírculo, comenzando a la altura de la mano derecha, pasando por encima de la cabeza de la SS. Virgen y terminando a la altura de la mano izquierda: ¡Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos!, escritas en caracteres de oro. Entonces oí una voz que me dijo:
-Haz acuñar una medalla según este modelo, las personas que la llevaren en el cuello recibirán grandes gracias; las gracias serán abundantes para las personas que la llevaren con confianza.

Tercer cuadro: El reverso de la Medalla.
En aquel instante me pareció que el cuadro se daba vuelta. Vi sobre el reverso de la Medalla la letra M, coronada con una cruz, apoyada sobre una barra y, debajo de la letra M los sagrados Corazones de Jesús y de María, que yo distinguí, porque uno estaba rodeado de una corona de espinas y el otro, traspasado por una espada.

Inquieta por saber que sería necesario poner en el reverso de la Medalla, después de mucha oración, un día, en la meditación, me pareció escuchar una voz que me decía:
-La letra M y los dos corazones dicen lo suficiente.
Las notas de la Vidente no mencionan las doce estrellas que rodeaban el monograma de María y los dos corazones. Sin embargo han figurado siempre en el reverso de la medalla. Es moralmente seguro que este detalle ha sido dado de viva voz por la Santa en el momento de las apariciones o un poco más tarde.

Tercera Aparición.
El P. Aladel, confesor de Sor Catalina, recibió con indiferencia, hasta se puede decir con severidad, las comunicaciones de su penitente. Le prohibió aún darles fe. Pero la obediencia de la Santa, atestiguada por su mismo Director, no tenía el poder de borrar de su mente el recuerdo de lo que ella había visto. El pensamiento de María y lo que Ella pedía no la dejaban, ni tampoco una íntima convicción de que la volvería a ver.

En efecto, en el curso del mes de diciembre de 1830, Catalina fue favorecida con una nueva aparición, exactamente parecida a la del 27 de noviembre, y en el mismo momento, durante la oración de la tarde. Hubo sin embargo una diferencia notable. La SS. Virgen se apareció no a la altura del cuadro de San José, como la vez anterior, sino cerca y detrás del Tabernáculo.

Sor Catalina debía tener la certeza de que no se había equivocado en el momento de la visión del 27 de noviembre. Recibió nuevamente la orden de hacer acuñar una medalla según el modelo que veía. Termina el relato de esta aparición con estas palabras:
Decirle lo que sentí en el momento en que la SS. Virgen ofrecía el globo a Nuestro Señor, es imposible expresarlo, como también lo que experimenté mientras la contemplaba. Una voz se hizo escuchar en el fondo de mi corazón y me dijo: Estos rayos son el símbolo de las gracias que la SS. Virgen consigue para quienes se las piden.

María insistió de una manera muy especial sobre el simbolismo del globo que Ella tenía en sus manos:
-Hija mía, este globo representa el mundo entero, particularmente a Francia y a cada persona en particular. Fíjese bien (dirigiéndose a su Confesor): el mundo entero, particularmente Francia y a cada persona en particular.
Por eso, Sor Catalina acaba su relato con esta exclamación:
¡Oh que hermoso será escuchar decir: María es la Reina del Universo y particularmente de Francia! Los niños gritarán: María es la Reina de cada persona en particular.