EL PADRE ANDREW PASÓ 13 AÑOS EN UN CAMPO DE REEDUCACIÓN COMUNISTA EN VIETNAM; CUENTA SU HISTORIA
El sacerdote vietnamita Andrew Nuu Le Nguyen pasó
13 años en un gulag comunista y luego reencontró a su torturador
El padre Andrew Nuu Le Nguyen,
que sirve pastoralmente a la comunidad católica vietnamita en Auckland (Nueva
Zelanda) pasó 13 años preso en campos de reeducación en Vietnam, de 1975 a
1988.
Allí sufrió graves torturas que
le dejaron secuelas físicas graves. En el invierno neozelandés, el frío agudiza
especialmente sus heridas. Cuando se refuerza el dolor, él recuerda que tiene que orar por sus enemigos, en este caso por su
torturador en el campo de Thanh Cam, un hombre
llamado Bui Dinh Thi.
"ES
FÁCIL HABLAR DE PERDONAR PERO..."
En 1996, el padre Andrew se
encontró con su torturador muy lejos de Vietnam, en EEUU. Lo perdonó, pero no
fue fácil. Contó la historia en su libro "I
must live" (Debo
vivir), que se ha convertido en un clásico sobre el gulag vietnamita.
Las palizas y el maltrato en el
campo comunista le dañaron la visión de un ojo, lesiones
en las piernas que le hacen cojear y le duelen más con el frío, y un pulmón que sólo puede usar
parcialmente.
“Es muy fácil
hablar de perdonar a tus enemigos. Pero cuando entras en la casa de alguien que
quería matarte, destruirte, es muy duro, no es fácil. Lo hice lo mejor que
pude. Fui a verlo y lo perdoné. Le di la mano y le dije 'te perdono'",
explica el sacerdote al New Zealand Catholic.
"Creo que esto
envía un mensaje muy fuerte. Espero que cuando la gente lea mi libro,
fortalezca su fe", es el
deseo que expresa.
Bui Dinh Thi, su
maltratador, era católico, y había ido a una
parroquia. En el campo de "reeducación" comunista era un detenido, pero distinto a los demás: tenía la
misión encomendada de "hacer cumplir la disciplina" amedrentando a los otros presos. Lo hizo con
brutalidad añadida e innecesaria.
A dos hombres amigos del
sacerdote que intentaron fugarse, los mató: a uno a golpes, a
otro de hambre. Arrojó el
cadáver del primero sobre el padre Andrew.
Al sacerdote le torturó con
diversos tipos de palizas. Por ejemplo, con otro guardián le daban puñetazos y
patadas pasándoselo como una pelota de fútbol.
ALGUIEN
DENUNCIÓ AL TORTURADOR
El sacerdote perdonó a su verdugo
en EEUU... pero al contar la historia en su libro, alguien lo denunció ante las
autoridades de EEUU. El padre Andrew testificó la realidad de los hechos. La sentencia era deportar al torturador a Vietnam en 2004,
pero como no hay realmente un tratado entre EEUU y el Vietnam comunista para
tramitar casos así, terminó en las Islas Marshall,
en el Pacífico, donde
se cree que murió en 2011.
Cuando el sacerdote describe el
campo de trabajo en Vietnam detalla otros muchos sufrimientos añadidos a las
palizas.
CELDAS
DE CALOR ABRASADOR E INMUNDICIA
Por un lado, encerraban a varios
presos juntos en una celda sin ventanas donde hacía un calor abrasador. En la
celda de castigo había además cadenas, y se les encerraba durante semanas,
obligados a acumular allí sus propios excrementos, heces, orinas, y limpiándose
sólo con las manos o restos de su ropa.
Se le sometió a la falta de comida, que casi le mató, a la sed, a la desnudez. Vio cómo le
cortaban el ojo a otro prisionero. Oyó
a otros prisioneros hacer planes para comérselo. Han pasado 33 años, y sus
lesiones le siguen provocando grandes dolores.
Desde 1990 es capellán de los
vietnamitas de Auckland. Dice que reza por su torturador más en invierno,
cuando sus heridas le duelen más.
MEDIA
LATA DE AGUA SALVÓ SU VIDA
Su libro va por la tercera edición
y añade en ella nuevos detalles. Por ejemplo, recuerda que un sargento le hizo llegar una lata llena de agua, que salvó su vida.
Aunque Bui Dinh Thi pateó la lata y la
mitad del agua se derramó, la que quedó bastó para salvar al padre
Andrew.
Hoy el sacerdote ofrece una recompensa de 5.000 dólares a quien le ponga en contacto con
ese militar "que me hizo un favor para
salvarme la vida". A sus feligreses les cuenta esa escena para
mostrar que "tu pequeño obsequio podría salvar
la vida de otra persona", y evitar que piensen que un pequeño acto
de bondad no vale la pena.
El padre Andrew espera que su
libro eduque a los jóvenes y a gente de todo el mundo sobre los horrores del
gulag comunista vietnamita, donde calcula que unas 400.000 personas pasaron por
sus terribles campos de tortura. "Los
comunistas hacen una propaganda muy fuerte y mienten sobre cómo era la
situación", denuncia.
En el libro habla también de
Dios: cree que su amor y providencia se mostraron
en muchas de sus pruebas y sufrimientos. Y también
él pudo ser instrumento del amor de Dios para otros en circunstancias muy duras, dice.
Durante algunos años fue el único
sacerdote entre unos 1.000 prisioneros. La mayoría de ellos eran
católicos, especialmente perseguidos por el régimen comunista.
"Me miraban
como a quien esperaban defender lo que es correcto y ser testigo
del amor de Dios en la cárcel. Pensé: ' no puedo hacer esto'.
Pero en la cárcel el sacerdote es el faro que fortalece y da esperanza a los
presos, para ser
felices y hacerles sentir que tienen en qué apoyarse”.
El P. Nguyen podía celebrar misas de vez en cuando en los campos, ya que los
feligreses contrabandeaban pan y vino, a veces disfrazados de medicinas para los
prisioneros . Pudo además enseñar la fe a algunos prisioneros y realizar
algunos bautismos.
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