El Bautismo de Jesús en el Jordán, donde se escuchó la voz del Padre y el Espíritu se hizo presente en forma de paloma (Mc 1, 7-11), es uno de los momentos de manifestación trinitaria de los Evangelios.
Solemnidad de la Santísima Trinidad, Ciclo A
Juan 3, 16-18
¿Por qué los cristianos creen en la Trinidad?
¿No es ya bastante difícil creer que existe Dios como para añadirnos el enigma
de que es «uno y trino»? A diario aparece quien no estaría a disgusto con dejar aparte la
Trinidad, también para poder así dialogar mejor con judíos y musulmanes, que
profesan la fe en un Dios rígidamente único.
La respuesta es que los cristianos creen que Dios es trino
¡porque creen que Dios es amor! Si
Dios es amor debe amar a alguien. No existe un amor al vacío, sin dirigirlo a
nadie. Nos interrogamos: ¿a quién ama Dios para ser
definido amor? Una primera respuesta podría ser: ¡ama a los hombres! Pero los hombres existen desde hace algunos
millones de años, no más. Entonces, antes, ¿a quién
amaba Dios? No puede haber empezado a ser amor desde cierto momento,
porque Dios no puede cambiar. Segunda respuesta: antes de entonces amaba el
cosmos, el universo. Pero el universo existe desde hace algunos miles de
millones de años. Antes de entonces, ¿a quién amaba
Dios para poderse definir amor? No podemos decir: se amaba a sí mismo, porque amarse a uno mismo no es
amor, sino egoísmo, o como dicen los psicólogos, narcisismo.
He aquí la respuesta de la revelación cristiana. Dios es amor en sí mismo,
antes del tiempo, porque desde siempre tiene en sí mismo
un Hijo, el Verbo, a quien ama con amor infinito, que es el Espíritu Santo.
En todo amor hay siempre tres realidades o sujetos: uno que ama, uno que es
amado y el amor que les une. Allí donde Dios es concebido como poder absoluto,
no existe necesidad de más personas, porque el poder puede ejercerlo uno solo;
no así si Dios es concebido como amor absoluto.
La teología se ha servido del término
naturaleza, o sustancia, para indicar en Dios la unidad, y del término persona
para indicar la distinción.
Por esto decimos que nuestro Dios es un Dios único en tres personas. La
doctrina cristiana de la Trinidad no es un retroceso, un pacto entre monoteísmo
y politeísmo. Al contrario: es un paso adelante que
sólo el propio Dios podía hacer que lo diera la mente humana.
La contemplación de la Trinidad puede tener un precioso impacto en nuestra vida
humana. Es un misterio de relación. Las personas divinas son definidas por la
teología «relaciones subsistentes». Significa que las personas
divinas no tienen relaciones,
sino que son relaciones.
Los seres humanos tenemos relaciones -entre padre e hijo, entre esposa y
esposo, etcétera-, pero no nos agotamos en esas relaciones; existimos también
fuera y sin ellas. No así el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
La felicidad y la infelicidad en la tierra dependen en gran medida, lo sabemos,
de la calidad de nuestras relaciones. La Trinidad nos revela el secreto para
tener relaciones bellas. Lo que hace
bella, libre y gratificante una relación es el amor en sus diferentes expresiones. Aquí se ve
cuán importante es que se contemple a Dios ante todo como amor, no como poder: el amor dona, el poder domina. Lo que envenena una
relación es querer dominar al otro, poseerle, instrumentalizarlo, en vez de
acogerle y entregarse.
Debo añadir una observación importante. ¡El Dios
cristiano es uno y trino! Ésta es, por lo tanto, asimismo la solemnidad
de la unidad de Dios, no sólo de su trinidad. Los cristianos también creemos «en un solo Dios», sólo que la unidad en la que
creemos no es una unidad de número, sino de
naturaleza. Se
parece más a la unidad de la familia que a la del individuo, más a la unidad de
la célula que a la del átomo.
La primera lectura de la Solemnidad nos presenta al Dios bíblico como «misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en
amor y fidelidad». Éste es el rasgo que reúne más al Dios de la Biblia,
al Dios del Islam y al Dios (mejor dicho, la religión) budista, y que se presta
más, por ello, a un diálogo y a una colaboración entre las grandes religiones.
Cada sura del Corán empieza con la invocación: «En el nombre de Dios, el
Misericordioso, el Compasivo». En el budismo, que desconoce la idea
de un Dios personal y creador, el
fundamento es antropológico y cósmico: el hombre
debe ser misericordioso por la solidaridad y la responsabilidad que le liga a
todos los vivientes. Las guerras santas del pasado y el terrorismo
religioso del presente son una traición, no una apología, de la propia fe. ¿Cómo se puede matar en nombre de un Dios al que se
continúa proclamando «el Misericordioso y el Compasivo»? Es la tarea más
urgente del diálogo interreligioso que juntos, los creyentes de todas las
religiones, deben perseguir por la paz y el bien de la humanidad.
Tomado de Homilética.
Por: Raniero Cantalamessa
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