Cultivemos en nuestro interior la gratitud hasta cuando las cosas no salen como esperamos.
Por: Karla Yamilet Montero Gallardo | Fuente:
Semanario Alégrate
¿Cómo restarle validez?
Sumándonos a ese hombre liberado de su enfermedad,
recordando agradecer a Dios por todo lo que nos pasa (y lo que no). La clave
para entender por qué la gratitud es un don tan importante está en el prefacio
eucarístico (y a lo mejor hasta lo tenemos memorizado). Durante la misa, antes
de la Consagración, ocurre un diálogo entre el sacerdote y el pueblo que cierra
con las palabras: “Demos gracias al Señor, nuestro
Dios”, a las que respondemos: “Es justo y
necesario”. El sacerdote continúa, ahora dirigiéndose a Dios, y nos
entrega un conocimiento muy valioso: “En verdad es
justo y necesario, es nuestro DEBER y SALVACIÓN darte gracias SIEMPRE y EN TODO
LUGAR”. Si repasamos con cuidado, ser agradecido es un deber y, por lo
tanto, hay que cumplirlo, pero, además, ¡también
puede salvarnos! Dar gracias a Dios SIEMPRE
Y EN TODO LUGAR puede ser la diferencia para que nuestra alma gane la
vida eterna.
Pensando lo que conviene a
nuestro espíritu, podemos comenzar a decir (o decirlo con más frecuencia) “gracias a Dios” en nuestro día a día tanto como
podamos. “Ya llegué, gracias a Dios”, “Bien, gracias
a Dios”. Integrarlo a nuestras palabras lo más que podamos para estar
cada vez más cerca de “siempre”, cuidando
también que sea en cada área de nuestra vida para estar cada vez más cerca de “en todo lugar”. Que quede clara una cosa: Dios no necesita nuestra gratitud, nos la regala por
nuestro bien. En una de sus modalidades, este prefacio eucarístico dice “aunque no necesitas de nuestra alabanza, es don tuyo que
seamos agradecidos y, aunque nuestras bendiciones no aumentan tu gloria, nos
aprovechan para nuestra salvación”.
¡Pues bien! Que todo aquel que quiera salvarse dé gracias a Dios en todo tiempo. No
unas cuantas veces, no sólo en lo que creamos exclusivo de la fe, “siempre y en todo lugar”. Utilicemos este don
divino también entre nuestros semejantes, digamos fuerte y firme: “gracias” a todo aquel que nos sirve, incluso si es su
trabajo. No demos por hecho ni por bien merecido nada de lo que
recibimos. Cultivemos en nuestro interior la gratitud hasta cuando las cosas no
salen como esperamos. Que nuestras bendiciones sean dadas verdaderamente
siempre y en todo lugar.
Y que nuestro decir se haga bueno
con expresiones que, como ésta, lo llenen de riqueza. ¡Gracias
a Dios!
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