Gracias, Señor, por todo lo que no me has dado.
¡Pedimos tantos disparates los niños… ¡
Lo
más terrible no es que pidamos tijeras afiladas para cortarnos los dedos, para
sacarnos los ojos.
Lo
más terrible es que nos enfademos cuando nuestros padres nos niegan las
tijeras.
¡Cuántas veces tienes que sufrirnos en tu casa por nuestras incomprensiones
y antojos de niños!
Enséñanos a tener paciencia y a dejarnos conducir por tu amorosa providencia.
A
esperar la eternidad del cielo para entender que Dios tenía razón.
La
vida, como los tapices y los bordados, no se entiende contemplada al revés.
Mientras
tanto, Señor, gracias por todas las tijeras afiladas que arrancaste, tantas
veces, de nuestras manos de niños antojadizos.
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