A continuación, la catequesis completa del Papa Francisco en la Audiencia General de este miércoles 5 de octubre sobre “los elementos de discernimiento, conocerse a sí mismo”:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Seguimos tratando el tema del discernimiento. La última vez consideramos
como su elemento indispensable el de la oración, entendida como familiaridad y
confianza con Dios. Oración, no como loros, sino como familiaridad y confianza
con Dios; oración de hijos al Padre; oración con el corazón abierto. Lo vimos
en la última catequesis.
Hoy quisiera, de manera casi complementaria, subrayar que un buen
discernimiento requiere también el conocimiento de sí mismo. Conocerse a sí
mismo.
Y esto no es fácil. En efecto, el discernimiento implica nuestras
facultades humanas: memoria, intelecto, voluntad, afectos. A menudo no sabemos
discernir porque no nos conocemos lo suficientemente bien a nosotros mismos, y
por eso no sabemos lo que realmente queremos.
Habéis oído muchas veces: 'Pero esa persona,
¿por qué no arregla su vida? Nunca ha sabido lo que quiere...". Sin
llegar a ese extremo, pero también nos pasa que no sabemos realmente lo que
queremos, no nos conocemos lo suficiente.
En la raíz de las dudas espirituales y de las crisis vocacionales se
encuentra no pocas veces un diálogo insuficiente entre la vida religiosa y
nuestra dimensión humana, cognitiva y afectiva.
Un autor de espiritualidad señaló cómo muchas dificultades en el tema
del discernimiento se refieren a problemas de otro tipo, que deben ser
reconocidos y explorados. Este autor escribe: "He
llegado a la convicción de que el mayor obstáculo para el verdadero
discernimiento (y para el verdadero crecimiento en la oración) no es la
naturaleza intangible de Dios, sino el hecho de que no nos conocemos
suficientemente a nosotros mismos, y ni siquiera queremos conocernos como
realmente somos.
Casi todos nos escondemos detrás de una máscara, no
sólo ante los demás, sino también cuando nos miramos al espejo" (Th. Green, Il grano e la zizzania, Roma, 1992, 25). Todos tenemos la
tentación de enmascararnos incluso ante nosotros mismos.
La ignorancia de la presencia de Dios en nuestras vidas va de la mano de
la ignorancia sobre nosotros mismos -ignorando a Dios e ignorándonos a
nosotros-, la ignorancia sobre las características de nuestra personalidad y
nuestros deseos más profundos.
Conocernos a nosotros mismos no es difícil, pero es cansado: implica una
paciente búsqueda del alma. Requiere la capacidad de parar, de "desconectar el piloto automático", de
tomar conciencia de nuestra forma de hacer las cosas, de los sentimientos que
nos habitan, de los pensamientos recurrentes que nos condicionan, y muchas
veces sin que nos demos cuenta.
También requiere que distingamos entre emociones y facultades
espirituales. "Siento" no es lo
mismo que "estoy convencido"; "siento
sobre" no es lo mismo que "quiero".
Así llegamos a reconocer que la visión que tenemos de nosotros mismos y
de la realidad está a veces un poco distorsionada. ¡Darse
cuenta de esto es una gracia!
De hecho, muchas veces puede ocurrir que creencias erróneas sobre la
realidad, basadas en experiencias pasadas, nos influyan fuertemente, limitando
nuestra libertad para jugar por lo que realmente importa en nuestras vidas.
Viviendo en la era de la informática, sabemos lo importante que es
conocer las contraseñas para entrar en los programas donde se encuentra la
información más personal y valiosa. Pero la vida espiritual también tiene sus
"contraseñas": hay palabras que tocan el corazón porque se refieren a
aquello a lo que somos más sensibles.
El tentador, es decir, el diablo, conoce bien estas palabras clave, y es
importante que nosotros también las conozcamos, para no encontrarnos donde no
queremos estar. La tentación no sugiere necesariamente cosas malas, sino a
menudo cosas desordenadas, presentadas con excesiva importancia.
De este modo, nos hipnotiza con la atracción que despiertan en nosotros
estas cosas, que son bellas pero ilusorias, que no pueden cumplir lo que
prometen, por lo que al final nos dejan una sensación de vacío y tristeza. Esa
sensación de vacío y tristeza es una señal de que hemos tomado un camino que no
era el correcto, que estábamos desorientados.
Puede ser, por ejemplo, un título, una carrera, relaciones, todas las
cosas que son en sí mismas loables, pero hacia las que, si no somos libres,
corremos el riesgo de albergar expectativas irreales, como la confirmación de
nuestra valía. Tú, por ejemplo, cuando piensas en un estudio que estás
haciendo, ¿piensas en él sólo para promocionarte,
para tu propio interés, o también para servir a la comunidad? Ahí se
puede ver cuál es la intencionalidad de cada uno de nosotros.
De esta incomprensión viene a menudo el mayor sufrimiento, porque
ninguna de esas cosas puede ser la garantía de nuestra dignidad.
Por eso, queridos hermanos y hermanas, es importante conocernos a
nosotros mismos, conocer las contraseñas de nuestro corazón, aquello a lo que
somos más sensibles, para protegernos de quienes se presentan con palabras
persuasivas para manipularnos, pero también para reconocer lo que es realmente
importante para nosotros, distinguiéndolo de las modas del momento o de los
eslóganes llamativos y superficiales.
Muchas veces lo que se dice en un programa de televisión, en algún
anuncio que se hace, nos toca el corazón y nos hace ir por ahí sin libertad.
Ten cuidado con eso: ¿soy libre o me dejo llevar
por los sentimientos del momento, o las provocaciones del momento?
Una ayuda en esto es el examen de conciencia, pero no me refiero al
examen de conciencia que todos hacemos cuando nos confesamos, no. Es decir: 'Pero he pecado de esto, de que...'. No. Examen de
conciencia general del día: ¿qué pasó en mi corazón
en este día? "Han pasado muchas cosas...". ¿Cuáles? ¿Por qué? ¿Qué
huellas han dejado en el corazón?
Hacer el examen de conciencia, es decir, el buen hábito de releer con
calma lo que ocurre en nuestro día, aprendiendo a notar en nuestras
evaluaciones y elecciones a qué damos más importancia, qué buscamos y por qué,
y qué hemos encontrado finalmente. Sobre todo, aprender a reconocer lo que
sacia mi corazón.
Porque sólo el Señor puede darnos la confirmación de lo que valemos. Nos
lo dice cada día desde la cruz: ha muerto por nosotros, para mostrarnos lo
valiosos que somos a sus ojos. No hay obstáculo ni fracaso que pueda impedir su
tierno abrazo.
El examen de conciencia ayuda mucho, porque entonces vemos que nuestro
corazón no es un camino donde todo pasa y no sabemos. No lo hacemos. Ver: ¿qué ha pasado hoy? ¿Qué ha pasado? ¿Qué me hizo
reaccionar? ¿Qué me entristece? ¿Qué es lo que me ha alegrado? Lo que
era malo y si hacía daño a los demás. Se trata de ver el camino de los
sentimientos, de las atracciones en mi corazón durante el día. No lo olvides.
El otro día hablamos de la oración; hoy hablamos del autoconocimiento.
La oración y el autoconocimiento permiten crecer en libertad. ¡Esto es crecer en libertad! Son elementos básicos
de la existencia cristiana, elementos preciosos para encontrar el lugar de uno
en la vida. Gracias.
Redacción ACI Prensa
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