martes, 8 de febrero de 2022

EL DÍA QUE DESCUBRÍ QUE EL AMOR Y EL SUFRIMIENTO SON DOS CARAS DE LA MISMA MONEDA

 Quiero compartir una experiencia personal íntima, que el Señor permitió que viviera. Enseñándome a través de la «escuela de María» – la pedagogía del dolor-alegría – a crecer y madurar como persona y  cristiano. A conformarme un poquito más con el Señor Jesús.

En ese sentido, por supuesto, he aprendido a vivir la felicidad de una forma más profunda, más encarnada en las distintas experiencias de la vida cotidiana. La vida humana es muy compleja, pero esas dos palabras: amor y sufrimiento, logran sintetizar de modo paradójico lo que significa vivir.

¿CUÁNTO ESTÁS DISPUESTO A AMAR PARA SER FELIZ?

La pregunta parece ser sencilla, y la respuesta obvia. Pero les invito a que se cuestionen con serenidad. Hagan una pausa en lo que están haciendo, y, después de un breve examen de consciencia, escriban – si desean – ¿Cómo y cuánto y en qué situaciones están viviendo concretamente el amor?

Hablar del amor, actualmente, está en la boca de todos. Sin embargo, infelizmente, muy pocos saben vivir el amor de verdad. Se confunde el amor con un mero sentimiento. Con algo pasajero, que está a merced de determinadas situaciones que muchas veces no dependen de nosotros.

A veces, incluso, se lo entiende como una mera cuestión sexual. Es imposible hablar del auténtico amor si no nos referimos a experiencias humanas como la libertad, las virtudes, la consciencia, la voluntad, la inteligencia, la afectividad y la propia espiritualidad.

Para no quedarnos en algo muy abstracto, les invito a que miren la entrega de Jesucristo en la Cruz, y se pregunten si están dispuestos a dar la vida por amor a los demás. Incluso por los enemigos.

Porque «nadie tiene más amor, que el que da la vida por sus amigos» (Juan 15, 13). Así que el amor verdadero se hace concreto de modo muy claro en esa entrega sacrificada y desprendida por los demás.

¿CUÁNTO ESTÁS DISPUESTO A SUFRIR PARA AMAR?

Como personas solamente seremos felices si vivimos el Amor. Creados a imagen y semejanza de Dios, estamos invitados a realizarnos en el camino del Amor.

Sin embargo, en esta existencia, que ya está marcada por el pecado, no hay una realidad humana que escape del misterio del mal. Tampoco el amor escapa de las consecuencias funestas que tuvo esa opción de nuestros primeros padres, lo cual conocemos como el pecado original.

Vivir es un entreverado de amor y sufrimiento. Es más, cuando uno madura en la vida, descubre que el amor y el sufrimiento tienen muchas más similitudes que diferencias. Así es, como lo has leído. Debemos aprender a sufrir si queremos vivir el amor.

Amar a Dios, amarnos a nosotros mismos y a los demás, supone aceptar y convivir con realidades que nos llevan a experimentar el trago amargo del dolor. Cuánto más nos involucramos y comprometemos con Dios, con nuestra propia vida y la vida de los demás, nos adentramos por la senda impostergable del sufrimiento.

Digamos, nada más, que ser fiel a la vocación que nos hace Dios es un camino que nos lleva necesariamente por la senda de la Cruz. Así nos lo ha dicho innumerables veces el mismo Señor Jesús: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame». (Mateo 16, 24)

LA EXPERIENCIA DEL BUEN SAMARITANO

Finalmente, cuando queremos relacionarnos con otras personas de «carne y hueso», y cuánto más queremos involucrarnos para servir, ayudándolos en su sufrimiento, indefectiblemente, nos chocamos con la cruda realidad de las miserias y fragilidades ajenas.

Esto, obviamente, nos hace sufrir de distintas maneras. Hasta el punto de que ya no sufrimos por algo personal, sino por darnos cuenta del sufrimiento del otro, y como muchas veces, cerrándose a nuestra ayuda y nuestro amor, deciden – muchas veces de modo inconsciente – seguir sus maneras de hacer las cosas, aunque pudieran dejar de sufrir si nos hicieran caso.

Imagínense la experiencia que debió haber vivido el conocido personaje bíblico del buen samaritano. Claro, siempre pensamos lo lindo y edificante que debió haber sido esa actitud de ayudar y sanar las heridas, renunciando a su tiempo y dedicándose al enfermo que estaba tirado en la vera del camino.

Les invito a que piensen un rato cómo debió haber sido ese hecho. Para empezar, el samaritano tuvo que tocar las llagas de la persona, si lo quiso sanar. Tocó sus heridas, y eso – lo sabemos todos – duele.

Que alguien nos evidencie y toque nuestras heridas siempre duele. Probablemente, al inicio por lo menos, no deben haber sido palabras muy simpáticas la que escucho el samaritano. Muchas veces las personas que ya están hace tiempo prostradas en su condición, suelen acomodarse, aunque la situación no sea la mejor.

Todo ese esfuerzo del samaritano implicó al extraño mucho esfuerzo, y de ahí pueden surgir gritos y maneras bruscas de reaccionar. Por supuesto, al final del pasaje mencionado, sabemos que el resultado es hermoso.

Aunque a veces el final de nuestros esfuerzos no es feliz, aprendemos y maduramos mucho a lo largo del camino. Dios se vale de las distintas experiencias de sufrimiento para educarnos y forjar nuestra personalidad. Para crecer en el Amor y vivir cada día más en comunión con el Señor.

UNA PREGUNTA FINAL

¿Cuántas veces queremos ayudar, pero la experiencia no es linda como nos imaginábamos, sino difícil y dolorosa? ¿Estás dispuesto a amar, sabiendo que vas a sufrir? Una experiencia implica la otra.

Cuánto más queremos amar, más sufrimos. Mientras vivamos en esta existencia marcada por el pecado, no podemos esquivarnos de la triste realidad del sufrimiento.

Así que ruego a Dios, que nos ayude a todos, para que aprendamos a vivir el sufrimiento. Que nos hagamos dóciles a su Gracia, y nos conformemos un poco más con Jesucristo, Quien no escatimó en el sufrimiento, pues sabía que lo hacía todo por amor a nosotros.  Luego del sufrimiento y en esta misma vida, viene la alegría de la Resurrección.

Escrito por: Pablo Perazzo

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