Dios, en la historia de los convertidos, se hace una experiencia viva, tan caliente, tan próxima, tan evidente, tan segura que, a su luz, se disipan las nubes de las dudas y se abre el corazón a la posesión gozosa y pacífica de Dios.
«Volví la cara –
cuenta el profesor García Morente – al interior de la habitación
y me quede petrificado. Allí estaba el. Yo no lo veía, yo no lo oía, yo no lo
tocaba, pero él estaba allí»
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