Nuestra alma para bien o para mal, según lo que nosotros queramos decidir, jamás perecerá.
Por: Juan del Carmelo | Fuente:
www.religionenlibertad.com
Hace unos días tuve un sueño que voy a contar.
Me acosté por la noche, después de haber pasado la tarde oyendo hablar y
comentar en un círculo de amigos, los inconvenientes de las distintas
enfermedades, de las que adolecían algunos de los presentes y de otras
enfermedades, así como de los remedios a estas, de médicos, de operaciones, de
medicamentos y de farmacias. Por la noche, después de haber cumplido con mis
oraciones nocturnas habituales y antes de irme a la cama me quedé meditando un
poco, sobre las enfermedades del cuerpo y de cómo resulta, que cuando el hombre
logra dominar una enfermedad con nuevos fármacos, al poco tiempo aparece otra
nueva enfermedad, que arrasa al hombre. Tal es el caso, por ejemplo, de de la
sífilis que cuando ya se encontraba dominada, aparece el temido sida. No quiero
afirmar con este ejemplo que las enfermedades que sufrimos en nuestras carnes o
en las del prójimo, sean fruto de los pecados del hombre, pero un cierto
tufillo de relación sí que hay. Es como si el Señor nos quisiera mantener en
tensión, para que no nos olvidemos, de que solo Él, es el que todo lo puede.
Mi meditación avanzó, pero esta vez en relación con los males o enfermedades
del alma humana, tema este del que poco o muy poco nos ocupamos, y cuyos
estragos en la personas mujeres y hombres, son mucho más grandes, que los que
nos producen las enfermedades materiales. Aunque no lo veamos ni comprendamos,
resulta que es mucho más importante la muerte de un alma, por razón del pecado
mortal, de ahí el adjetivo de mortal, que las dolencias corporales incluso la
muerte a la que estas dolencias o enfermedades corporales, pueden llevarnos. Y
lo más grande es que el pecado mortal, puede tener solución con el
arrepentimiento y el perdón confesional, restituyéndosele al alma toda la salud
y méritos espirituales que tenía antes de pecar mortalmente. Pero es el caso de
que tratándose de enfermedades serias, un cáncer incurable por ejemplo, el
final es marcharse de este mundo, claro que quien se marchará de este mundo
será nuestra alma, porque lo que es el cuerpo, incinerado o enterrado aquí se
quedará. Realmente es de ver y no olvidar, que día a día, todos estamos
muriendo un poco.
Comprender esto aunque no lo queramos entender, es muy sencillo si tenemos
presente que el orden del espíritu, lo espiritual, es un orden muy superior al
material, la materia siempre es limitada en sus posibilidades y caduca, pues
muere con el tiempo; el espíritu es ilimitado en sus posibilidades de actuación
y es inmortal, no caduco. Nuestra alma para bien o para mal, según lo que
nosotros queramos decidir, jamás perecerá.
Es de reconocer que el sistema sanitario de nuestro cuerpo en cualquier país
cuesta un ojo de la cara a sus súbditos o ciudadanos, según se trate de una
monarquía o de una república, y está mejor organizado y funciona mejor, que el
sistema sanitario de nuestras almas, que no nos cuesta un duro, y no le
prestamos atención. A lo sumo lo que nos cuesta son las pocas perras, que los
domingos echamos en la colecta y eso el que las echa.
Con estos pensamientos me quedé dormido ya en la cama, y ¡eh aquí mi sueño!
Soñé con el mencionado sistema sanitario de nuestra alma y me vi acompañado de
mi ángel de la guarda que me hacía de “cicerone”. A
los que hayan leído mi libro “Conversaciones con mi
ángel” Isbn: 9788461179190 (Si se desea leer en forma gratuita este
libro, éntrese en la librería de Google con el número indicado de Isbn), no les
extrañará esta compañía tuve en el sueño.
Me encontré dentro de una extraña farmacia, donde había unos dependientes que
eran ángeles con sus correspondientes batas blancas y había un ángel de
categoría superior. Pensé que este era el farmacéutico y los demás los
mancebos. Le pregunté a mi ángel y él me explicó que entre ellos existe una
jerarquía, que siempre es una jerarquía marcada por el amor a diferencia de lo
que pasa en el infierno en el que la jerarquía entre los demonios existe, pero
es una jerarquía de odio: se odian unos a otros a matar de la misma forma que
también se odian entre si las personas reprobadas que han repudiado el amor que
el Señor les ofreció en su día.
Ignoro si el ángel farmacéutico y sus mancebos, debajo de las batas llevaban
recogidas sus correspondientes alas, pero me dio la impresión de que no, al
menos mi ángel no las llevaba y se desplazaba sin ellas de una forma que daba
gloria y envidia verlo, pero yo tampoco me quedaba manco pues literalmente
flotaba y me desplazaba flotando en el aire. ¡Qué
gozada! Eso de las alas es un cuento que nos hemos inventado, para
justificar la envidia que tenemos de los ángeles y de los cuerpos ya
glorificados, que son capaces de volar y nosotros no. Es más, entiendo que
cuanto menos espiritual es un alma, más está pegada al barro de este mundo. La
fuerza de nuestro espíritu, puede ser tremenda y con la gracia de Dios, violar
la ley de la gravedad. Así tenemos el caso de santos, que en éxtasis de amor,
han levitado, ante el asombro de los que lo contemplaban. Nosotros pensamos que
hace falta tener alas para volar, pero los ángeles son espíritus puros que solo
se materializan ante nuestros ojos, con alas o sin ellas cuando Dios lo autoriza.
En la farmacia entraban y salían constantemente ángeles clientes de la farmacia
que solicitaban fármacos ya elaborados o algunos especiales para sus protegidos
en la tierra. Muchos de ellas acudían al farmacéutico titular, pidiéndole que
el reforzase el fármaco que pedía con una determinadas dosis más abundantes de
humildad u otra virtudes que su protegido necesitaba urgentemente. En general
todos los ángeles clientes pedían medicamentos en los que el principio activo
más importante era la fe. Mi ángel me explicó, que la falta de fe era la
principal dolencia del género humano y me aseguró, que ni el que se creía que
tenía mucha fe, apenas tenía unos escaso miligramos y me preguntó: ¿En dos mil años de existencia del cristianismo, has
visto acaso alguien que haya sido capaz de mover de su sitio con su fe, un
árbol o una montaña? Y sin embargo el Señor, os aseguró que eso y mucho
más podríais hacer si tuvieseis fe suficiente. “En
verdad os digo que, si tuviereis fe y no dudareis, no solo haréis lo que la
higuera, sino que si dijereis a ese monte: “Quítate y échate en el mar”, se
haría, y todo cuanto con fe pidiereis en la oración lo recibiríais”. (Mt
21,21-22) y también “Díjole Jesús: ¡Si puedes! Todo
es posible al que cree”. (Mc 9,14-24).
Además de la fe, le pregunté a mi ángel: ¿Qué otra
virtud es más solicitada en esta farmacia celestial? Porque las virtudes
del amor a Dios y el amor al prójimo estarán también muy solicitadas. Desde
luego que lo están, pero no en el grado en que tú te imaginas, ya que mientras
estáis pasando en el mundo la prueba de amor a la que estáis llamados, la fe es
lo que más necesitáis, al que de verdad cree, el resto de las virtudes se le
dan, sin que el sea consciente de que las tiene. Las virtudes aumentan o
disminuyen en el alma humana al unísono. A una mayor fe siempre corresponde un
mayor amor a Dios y al prójimo y una mayor esperanza y humildad, así como un
aumento del resto de las virtudes, pues todas ellas tienen un único fundamento
y está totalmente relacionadas.
Me hubiese gustado prolongar más mi sueño, pero vi
claramente que había tenido este sueño para que me diese cuenta, de que es más
necesario cuidar la sanidad del alma que la del cuerpo y que la docilidad que
tengamos en seguir las mociones e inspiraciones del Espíritu Santo, es la
garantía de un alma sana y creciendo en santidad.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te
bendiga.
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