El uso litúrgico de las flores.
Por: P. Jon Mikel de Arza Blanco, IVE | Fuente:
Institudo del Verbo Encarnado // www.teologoresponde.com.ar
PREGUNTA:
Somos catequistas y necesitamos tener datos sobre las
flores que se ponen alrededor del Altar para la Santa Misa, saber su
significado, como alegría y recepción, etc. Todos los datos que pueda enviarnos
nos servirán. En Cristo Jesús, María Santísima y San José, modelo de Familia.
RESPUESTA:
Lo primero que
hay que decir es que las flores en el altar tienen una función de ornamentación
(así como los cirios, el mantel, el incienso, etc.), es un modo de honrar a
Cristo, pues, el altar es Cristo.
Secundariamente,
también honrar a sus miembros más gloriosos, que son los mártires, cuyas
reliquias están depositadas en el altar, es decir, la Iglesia triunfante,
Esposa de Cristo. Relaciónese esto con la corona de flores de naranjo que
llevaba la novia en el matrimonio, y por qué no, con el mismo Cristo, ya que,
por ejemplo, en el rito bizantino, también el esposo es coronado.
Según una antiquísima tradición, atestiguada ya en la Traditio Apostolica (año
215), atribuida a San Hipólito de Roma, los cristianos llevaban rosas y lirios
como ofrenda al altar: “algunas veces ofrecían
flores; se ofrecía, pues, la rosa y el lirio, y no otras” (Traducimos el
texto de la edición de BOTTE, 1963, 78). Como nota el famoso liturgista
italiano, Mons. Mario Righetti, “el pavimento a
mosaico de la basílica de Aquilea, construido en los primeros años del s. IV,
lleva también un panel que representa las mujeres que ofrecen a la Iglesia
flores sueltas y a festones”. (M. RIGHETTI, Storia Liturgica, I, 544).
Desde el s. IV, y probablemente antes, los sepulcros de los mártires, conforme
al uso universal, que de este modo honraba todas las tumbas, eran adornados con
perfume de flores, que llegaba también a la mesa del altar que custodiaba las
reliquias. De aquí que cantara Prudencio († 410 ca.): “Violis
et fronde frequenti/Nos tecta fovebimus ossa” (Cathemerinon, X, v. 169).
Que podríamos traducir: “Con asiduas violetas y
frondas/honraremos los huesos cubiertos”. San Jerónimo elogiaba a
Nepociano que cuidaba diligentemente la decoración floral de las basílicas y
lugares de los mártires, con diversas flores, ramas de árboles y sarmientos
(Cf. Epist. LX ad Heliodorum).
A falta de ramos de olivo y de palmeras, se bendijeron flores (y aún se
bendicen) en los países septentrionales el Domingo de Ramos (de aquí, “Pascua Florida”). Esta circunstancia dio nombre a
la península de “Florida” en los Estados
Unidos, precisamente por este uso litúrgico, ya que los españoles llegaron allí
para esa fecha en el año 1513 (Cf. M. RIGHETTI, Idem, II, 184). Una costumbre
característica de la época medieval el día de Pentecostés, era la de hacer
llover rosas, durante el canto de Tertia o de la Sequentia de la Misa, que
recreaban simbólicamente las lenguas de fuego y los dones del Espíritu Santo,
por eso se conoce esta solemnidad también con el nombre de “Pascua rosada” (Cf. Ibidem, II, 316).
En fin, sirvan estos datos históricos para atestiguar el uso litúrgico de las
flores.
Vayamos ahora a las normas de la Ordenación General del Misal Romano: el
principio es que “en la ornamentación del altar se
guardará moderación” (OGMR, 305). Hay templos en los que uno no sabe si
se encuentra en una florería, un vivero, o una selva. En el afán de adornar, se
convierte en principal aquello que es accesorio, y pierde visibilidad lo más
importante, que es el altar, o incluso, se dificulta la movilidad del sacerdote
en el desenvolvimiento del rito. Ahora bien, hay tiempos litúrgicos en los que
la moderación debe ser aún mayor, como en el Adviento, o incluso no deben
ponerse flores, como durante la Cuaresma (excepto el IV domingo, conocido como
domingo de “Laetare” – “Alégrate”, como un
anticipo de la alegría pascual, que ya está próxima). Las solemnidades y
fiestas, por supuesto, requieren de mayor abundancia floral (Cf. OGMR, 305).
Entre paréntesis, a veces se ve un lunes cualquiera del año la iglesia llena de
flores que quedaron del matrimonio celebrado el día anterior, esto no se
condice con la función de manifestar la alegría festiva que reservamos para las
ceremonias más solemnes, porque no puede ser fiesta todos los días, con lo cual
se perdería el verdadero sentido de la fiesta, que exige que haya algún exceso
significativo.
Sin embargo, la Ordenación vuelve a insistir: “el
empleo de las flores como adorno del altar ha de ser siempre moderado, y se
colocarán, más que sobre la mesa del altar, en torno a él” (OGMR, 305).
Esto último tiene un motivo práctico o funcional, que es, precisamente, para
que no se entorpezca la visibilidad de los fieles sobre los diferentes ritos
que realiza el sacerdote, pero, hay un motivo más de fondo, y es que el altar
no es solamente la mesa de un banquete, sino sobre todo, el ara del sacrificio,
como se deduce de lo que dice la misma OGMR: “El
altar, en el que se hace presente el sacrificio de la cruz bajo los signos
sacramentales, es, además, la mesa del Señor, para cuya participación es
convocado en la Misa el pueblo de Dios…” (OGMR, 296).
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