miércoles, 3 de noviembre de 2021

¡MUY BIEN HECHO!

 He visto en Internet este detalle del Papa, que me ha encantado. Un legionario de Cristo recién ordenado, el P. Ernesto Simroth, le dice al Papa en una audiencia general:

—Santo Padre, me acabo de ordenar sacerdote.

Y el Papa Francisco, en vez de decirle un simple “felicidades", como esperaba el nuevo sacerdote, lo que hace es besarle las manos en silencio.

Y yo solo puedo decir del gesto del Papa: ¡Ole! (así, sin acento, a la madrileña). ¡Muy bien hecho! Besar las manos de los sacerdotes es una de esas cosas buenas, bellas y llenas de sentido que hemos perdido.

Antiguamente, no solo todo el mundo besaba las manos de los recién ordenados, sino que lo normal era que los niños acudieran a besar las manos de cualquier sacerdote con el que se encontraran. Conociendo por experiencia el estado habitual de limpieza de la boca, la nariz y la cara en general de los niños pequeños, supongo que los pobres sacerdotes tendrían que llevar a mano un par de pañuelos para esas ocasiones, pero el gesto en sí mismo, además de entrañable y respetuoso, era un signo de fe en el sacerdocio, en la Iglesia y en Jesucristo.

A fin de cuentas, las manos sacerdotales son las manos que nos bendicen, que se alzan alabando a Dios en nuestro nombre e intercediendo por nosotros, que nos dan la absolución de nuestros pecados, que consagran para nosotros el Pan del cielo y que nos ungen con aceite santo en la enfermedad y al prepararnos para la muerte. Es decir, son para nosotros las manos del mismo Cristo. ¿Y quién no desearía haber podido besar las manos de nuestro Señor cuando recorría los caminos de Palestina?

El amor no son los besos, pero el amor besa. Los gestos, sobre todo los pequeños gestos que se hacen habitualmente y sin pensar, dicen mucho sobre lo que realmente pensamos, apreciamos y vivimos. Es muy posible que, al dejar que se perdieran costumbres como la de besar las manos de los sacerdotes, hayamos perdido mucho más que el mero gesto.

Bruno M.

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