Cuando nos quita algo, ya tiene preparado algo mejor para nosotros, pues nuestro Dios tiene siempre un propósito.
Por: Maleni Grider | Fuente: ACC Agencia de
Contenido Católico
Bienaventurado el hombre
que persevera bajo la prueba, porque una vez que ha sido aprobado (ha pasado la
prueba), recibirá la corona de la vida que el Señor ha prometido a los que lo
aman. Que nadie diga cuándo es tentado:
“Soy tentado por Dios”. Porque Dios no puede ser tentado por el mal, y Él mismo
no tienta a nadie.
Santiago 1:12-13
El ejemplo del piadoso Job en la Biblia es
quizás el más significativo de lo que Dios hace cuando nos despoja de algo, o
de todo, y luego repone y añade a nuestra vida de manera abundante.
Dolorosa como es, la historia de Job revela el
carácter de un Dios que, lejos de sólo querer torturar a un ser humano con un
sufrimiento extremo, en realidad lo rescata, mira su fidelidad y lo recompensa,
pues no fue Dios quien quitó todo a Job y lo zarandeó con una terrible
enfermedad que casi acaba con su vida, sino Satanás.
Una de las formas en que crecemos como seres
humanos, y también como creyentes, es a través de las situaciones difíciles o
extremas. Si la vida fuera siempre fácil, feliz y sin variaciones, quizá nunca
alcanzaríamos la madurez. El aprendizaje y la sabiduría vienen con los años,
mediante pruebas y hechos a veces muy dolorosos.
Como seres dependientes de Dios, la hora del
dolor y la desesperación es el momento justo en el que debemos acudir a Él,
refugiarnos en Él, confiar y esperar en Él. Correr en sentido contrario a su
Majestad no arregla la situación ni sana el dolor, de hecho, lo hace más
intenso y complejo.
Apegados a las cosas terrenales, nos es difícil
soltar aquello que consideramos valioso en nuestra vida, ya sean objetos
materiales, personas, amistades, empleos, proyectos, sueños, etcétera. Pero
cuando deseamos vivir una vida cercana a Dios, en santidad, apegados a su
voluntad y hambrientos de su amor, entonces sus propósitos empiezan a
manifestarse de manera real en nuestro diario vivir, de tal manera que ocurren
muchos cambios y podemos ver la intervención real de nuestro Señor en cada
situación.
Para pulirnos, refinarnos, y librarnos de toda
la basura que nos estorba, a veces Dios nos quita cosas que no esperamos
perder. Es muy doloroso. No comprendemos por qué, y nos rebelamos en primera
instancia. Sin embargo, si permanecemos conectados al Señor en oración y
obediencia, por el tiempo que sea necesario, Él nos mostrará su grandeza, el
enorme amor que nos tiene, y el porqué de todo lo que nos pasa, pues Él es fiel
y verdadero.
Cuando nos quita algo, ya tiene preparado algo
mejor para nosotros, pues nuestro Dios tiene siempre un propósito, no es un
dios caprichoso y cruel. A veces, antes de tiempo, abandonamos nuestra relación
con Él, resentidos por aquello que se ha ido. Pero si esperamos pacientemente y
con fe, muy pronto recibiremos algo mejor y mucho más de lo que nos fue
quitado. La única forma de ser merecedores de dicha recompensa es la fidelidad
y la identidad cristiana, la aceptación del dolor pasajero.
Cuando Job ya desfallecía y se encontraba
completamente despojado de todo, sobre el polvo, su fe prevaleció y exclamó:
Yo sé que mi Defensor
está vivo, y que él, el último, se levantará sobre el polvo. Tras mi despertar
me alzará junto a él, y con mi propia carne veré a Dios. (Job 19:25 y 26)
Y así fue. Job sabía en quién había creído. Dice
la Biblia que, entonces, Dios le devolvió la salud y multiplicó dos veces todo
lo que tenía, incluyendo posesiones, animales y familia.
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