-¿Noviembre es el mes de los difuntos porque el día 2 se conmemoran?
–En esta ocasión
acierta usted, cosa rara.
–LA SAGRADA ESCRITURA
Dios
no hizo la muerte, pues lo hizo todo bueno (Sab 1,13-16;
Gen 1,31). Por el pecado entró la
muerte en el mundo, cuando Adán y Eva cedieron a la tentación del diablo (Gen 3; Rm 5,12.17; 1Cor
15,21). La naturaleza humana queda entonces en sí misma herida por el
pecado: «pecador me concibió mi madre» (Sal
50,7). Y «el espíritu que actúa en los hijos
rebeldes» (Ef 3,2), el diablo, procura que pequen los hombres, para que
sigan bajo su influjo y se pierdan eternamente.
«Pero Dios, que
es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, y estando nosotros muertos por nuestros pecados, nos
dio vida por Cristo –de gracia habéis sido salvados–, y nos resucitó
y nos sentó en los cielos por Cristo Jesús» (Ef 2,4-5).
+ ANTIGUO TESTAMENTO
Israel
no recibe de Yahvé una clara revelación acerca del misterio de la muerte y de
la realidad de una vida eterna. Le habían sido revelados con claridad muy altos misterios sobre la
unicidad omnipotente de Dios, la Creación, la Providencia, el pecado como
origen de la muerte, etc. Pero la realidad de la muerte y de una posible vida
posterior permanecía en la oscuridad. Y no sólo en Israel, sino en todas las
religiones, que a lo más llegaban a unos atisbos sin fundamentos ciertos, o
como algunos filósofos griegos, que alcanzaron a conocer la inmortalidad del alma (Platón en el Fedon;
Aristóteles, menos claramente), pero de ningún modo la del cuerpo. Cuando San
Pablo les habló de la resurrección a los atenienses, «se
rieron de él» y lo despidieron cortesmente (Hch 17,32)… Volviendo a
considerar el A.T.:
«El hombre no
dura más que un soplo, pasa como pura sombra… [Señor], «aplácate, dame respiro,
antes de que pase y ya no exista» (Sal 38,7.14). «Pronto me dormiré en el
polvo, y si me buscas, ya no me hallarás» (Job 7,21). «Tengo mi cama entre los
muertos, como los caídos que yacen en el sepulcro, de los cuales ya no guardas
memoria, porque fueron arrancados de tu mano» (Sal 87,6). Son pensamientos
desoladores, que en buena parte reflejan las convicciones de muchas religiones
primitivas ante la proximidad de una muerte inexorable.
Sin
embargo, la esperanza de una vida posterior a la muerte se apunta ya en algunos
lugares de la Revelación antigua: «No me
entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me
enseñarás el camino de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría
perpetua a tu derecha» (Sal 15,11; cf. 48,16). Hallamos sobre
todo estos destellos de luz en textos proféticos: «el Señor destruirá
la muerte para siempre, y enjugará las lágrimas de todos los rostros» (Is
25,8; cf. Ap 21,4). «La muchedumbre de los que duermen en el
polvo de la tierra se despertarán, unos para la vida eterna, otros para
eterna vergüenza y confusión» (Dan 12,2).
Esas
mínimas pero fulgurantes luces impulsan en algunos la oración y los sacrificios
por los difuntos. Como es el caso de Judas Macabeo, unos 125
años antes de Jesús.
Después de una
batalla, colecta dos mil dracmas, «que envió a Jerusalén para ofrecer
sacrificios por el pecado» de aquellos combatientes difuntos, que habían
escondido en sus ropas amuletos prohibidos. Realizó así «una obra digna y
noble, inspirada en la esperanza de la resurrección. Pues si no hubiera
esperado que los muertos resucitarían, vano y superfluo sería orar por ellos»
(2Mac 12,43-44).
De
todos modos, Israel permanece en la oscuridad o en la penumbra sobre
estos temas tan importantes para la vida
religiosa de los hombres y sus esperanzas. De hecho, en tiempo de Jesús, «los saduceos niegan la resurrección y la
existencia de ángeles y espíritus, mientras que los fariseos profesaban
lo uno y lo otro» (Hch 23,6-9; cf. Mt 22,23.29-32). Y los
saduceos, como Caifás, predominaban en el Sanedrín, y por supuesto eran
considerados ortodoxos.
+ NUEVO TESTAMENTO
Es
Cristo quien, con su predicación, su muerte y su resurrección, revela por
primera vez a Israel y a todos los pueblos, con divina certeza, el misterio de
la muerte y de la vida eterna posterior. Es Cristo, «la luz del mundo» (Jn 8,12), «la luz verdadera, que
ilumina a todo hombre» (Jn 1,9), el que vino de la alto, para iluminar a
los que están en tinieblas y sombras de muerte (cf. Lc 1,19).
Nuestro
Señor y Salvador Jesucristo, cuando nadie sabía nada cierto sobre la muerte y una posible
pervivencia posterior, es el que «hace desaparecer
el velo que vela a todos los pueblos,
la cortina que cubre todas las naciones» (Is 25,7). Es Él quien abre los
ojos de la humanidad a una vida eterna posterior a la muerte. Es Él quien con
su muerte vence la de los hombres. Y su Esposa, la Iglesia, iluminará con el
Evangelio a todos los creyentes con esta luz que vence la oscuridad del mundo
de los difuntos. Recordaré las vías por las que la Iglesia comunica y recuerda
esa grandiosa revelación, aparte de la vía fundamental: la predicación
del Evangelio.
+EN LOS EPITAFIOS DE LOS SEPULCROS ANTIGUOS
Dios justo y misericordioso,
con justicia y misericordia juzga a los hombres cuando mueren. «Saldrán los que han obrado el bien para la
resurrección de la vida, y los que han obrado el mal para la resurrección del juicio» (Jn
5,29; +Rm 2,6-8; Apoc 22,12).
Los
epitafios sepulcrales de los primeros siglos de la Iglesia, en griego o en latín, como se
comprueba en las Catacumbas, manifiestan que los cristianos conocían y creían
estas verdades fundamentales de la fe: muerte, juicio, purgatorio, cielo o infierno,
así como la oración por los difuntos. Y perduró esa tradición en la Edad Media
y el Renacimiento, y en menor grado hasta nuestro tiempo.
En las Catacumbas descansaban los restos de los que morían en
amistad con Dios, no de pecadores públicos. Eran acogidos en columbarios y
sepulcros, cuyas lápidas a veces se adornaban con símbolos cristianos y con
epitafios que daban junto a sus nombres mínimos datos biográficos y textos
piadosos. En ocasiones se incluían varios epitafios en la misma losa sepulcral,
por ejemplo, cuando habían sufrido juntos el martirio: dormiunt in somno pacis; praecesserunt in signo Christi...
En el lenguaje epigráfico eran
frecuentes las abreviaturas. –Gregorius vir
ill[us]tris fam(u)l(us) Dei vixit annis,
etc. –In Chr(isti) n(omin)e, orate pro anima Trasemiri cuius corpus iacet in
hoc túmulo. Vibat cu(m) Chr(ist)o in eternu(m). Ame(n). Orad por el alma
de Trasemiri.
+EN LA LITURGIA DE LA MISA Y DE LAS HORAS
La
Iglesia es Madre que ama a todos sus hijos, sean vivos o difuntos, con un amor «católico», universal. Suscita y mantiene viva en
su liturgia ese amor, en forma de oración, todos los días del Año litúrgico,
tanto en la Eucaristía,
en el memento
de difuntos y frecuentemente en la última de las Preces de los fieles, como en la Liturgia de las Horas, en
la última de las preces de Vísperas.
+EL MEMENTO DE LOS DIFUNTOS. –Aunque la
Iglesia desde el principio fomentó y practicó la oración por los difuntos, no
integró esa intercesión como pieza permanente en la Plegarias eucarísticas de
los primeros tiempos. Si existían, por supuesto, esas
oraciones en las Misas de Difuntos. Pero, por ejemplo, en el sacramentario que
el papa Adriano (+795) envió a Carlomagno (+814) no se incluía en la Eucaristía
la intercesión por los difuntos. En cambio, en la edición realizada por
Alcuino, sabio monje inglés, +804, que desde el 782 vivió en la corte
carolingia de Aquisgrán, ya se incluye el memento
etiam en el canon de la Misa
romana.
Por el contrario en el Oriente
cristiano, excepto Egipto, la conmemoración de los fieles difuntos se realizaba
después de la consagración con las demás oraciones de intercesión. San Cirilo de Alejandría (370-444),
explica esa decisión en sus Catequesis
mistagógicas:
«… luego nos
acordamos también de lo que durmieron en el Señor, empezando por los patriarcas
y profetas… y de todos los que murieron entre nosotros, porque creemos que es
de gran provecho para sus almas el orar por ellas mientras tenemos presente el
santo y tremendo sacrificio». La misma explicación da San Juan Crisóstomo
(349-407, In Phil. hom. 3,4).
La comunión eucarística, como
sacramento de la comunidad, parece ser la razón de fondo para que los vivientes
recuerden a los difuntos, que ya no pueden comulgar, justamente después de la
consagración y antes de la comunión. Aunque ellos no pueden comer el pan del
cielo, sin embargo nos han precedido al otro mundo sellados por la fe: «praecesserunt cum signo fidei».
EL MEMENTO DE DIFUNTOS EN EL CANON
ROMANO TRADICIONAL
«Memento
etiam, Domine, famulorum, famularumque tuarum N. et N., qui nos praeceserunt
cum signo fidei, et dormiunt in somno pacis.[Orat aliquantulum pro iis
defunctis]. Ipsis, Domine, et omnibus in Christo quiescentibus, locum
refrigerii, lucis et pacis, ut indulgeas, deprecamur, Per eundem Christum
Dominum nostrum. Amen».
EN LAS CUATRO PLEGARIAS EUCARÍSTICAS DE LA LITURGIA
RENOVADA
LA PRIMERA ES LA DEL
CANON ROMANO EN VERSIÓN ALGO ABREVIADA:
I) «Acuérdate
también, Señor, de tus hijos N. y N., que nos han precedido con el signo de la
fe y duermen ya el sueño de la paz. A ellos, Señor, y a cuandos descansan en
Cristo, concédeles el lugar de la luz y de la paz». No incluye el Amen,
que se reserva para la doxología final de la Plegaria eucarística: «Per ipsum,
et cum ipso… omnis honor et gloria» – «Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre
omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los
siglos de los siglos. Amén».
Veamos la oración por los
difuntos en las otras tres Plegarias eucarísticas.
II) «Acuérdate
también de nuestros hermanos que durmieron en la esperanza de la resurrección,
y de todos los que han muerto en tu misericordia; admítelos a contemplar la luz
de tu rostro».
III) «A nuestros hermanos difuntos y a cuantos murieron
en tu amistad recíbelos en tu reino, donde esperamos gozar todos juntos de la
plenitud eterna de tu gloria».
IV) «Acuérdate
también de los que murieron en la paz de Cristo y de todos los difuntos, cuya
fe sólo tú conociste».
La
oración por los difuntos se hace siempre en la Misa en referencia a los fieles que murieron in signo fidei, no por aquellos que
abandonaron la fe en su mente y en su vida, ni por quienes ya están en el
cielo, sino por los difuntos que aún padecen la purificación del Purgatorio (purificatorio).
Praecessit
nos in pace, requiescat in pace, in Christo, in signo fidei, in somno pacis, in
Christo quiescentes, etc. y otras oraciones por los difuntos, son expresiones muy tradicionales,
que se hallan ya en no pocos epitafios de las Catacumbas.
Pasados ya los años de las persecuciones, en el cementerio romano de Santa
Práxedes, se halla este epitafio del año 397: «Dulcis
et innocens hic dormit Severianus XP in somno pacis. Qui vixit [etc.]… cuis spiritus in luce Domini susceptus est»…
Estas preciosas y venerables
expresiones funerales, usadas tanto en epitafios como en la liturgia, también
en la Liturgia renovada, tienen con frecuencia su origen en la Biblia: «los muertos en Cristo
resucitarán» (1Tes 4,17); «Bienaventurados los
que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, para que descansen de
sus trabajos, pues sus obras los siguen» (Apoc 14,13). Incluso fueron
usadas por Cristo: «Lázaro, nuestro amigo, está
dormido, pero yo voy a despertarle» (Jn 11,11; +Mc 9,24).
+EN LA FIESTA DE LA CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS, del 2 de noviembre, la
santa Madre Iglesia ruega por las «bienaventuradas
almas del purgatorio». «Bienaventuradas», sí, porque aunque todavía
necesiten, antes de ingresar en la visión beatífica, una purificación en el purgatorio (purificatorio),
que consuma la obrada por la gracia en el tiempo de su vida terrenal, ya
han sido salvadas por Dios.
+EN LAS INDULGENCIAS PLENARIAS O PARCIALES. El Manual
de Indulgencias, aprobado por el
Episcopado español en su LXII Asamblea plenaria (14/18-XI-1994) y confirmado
por la Penitenciaría Apostólica (7-II-1995), se reitera la fe de la Iglesia
(Coeditores Litúrgicos, Madrid 1995).
«1). La indulgencia es la remisión
ante Dios de la pena temporal por los pecados ya borrados en cuanto a la culpa»,
etc. 2) La indulgencia es
parcial o plenaria», etc. 3) Nadie
que gane indulgencias puede aplicarlas a otras personas que aún viven. 4) Las indulgencias, parciales o
plenarias, pueden aplicarse siempre a los difuntos como sufragio» (pg. 23).
En el Manual se
regulan diversos modos: Visitas al cementerio (n. 13), Oficio de difuntos (18), Requiem
aeternam (46). Y se reproduce la Constitución apostólica de Pablo VI
Indulgentiarum doctrina (1-I-1967) (pgs. 81-109).
+EN LAS DEVOCIONES POPULARES
La Iglesia, al paso de los
siglos, ha animado y bendecido diversas formas devocionales de ayuda espiritual
a los difuntos. Son innumerables. Y habré de limitarme a recordar algunas
someramente.
–AL FINAL DEL ROSARIO. Muchos millones de voces
cristianas cada día, fieles a una constante tradición, ayudan a los difuntos,
pues somos muchos quienes rezamos por ellos al terminar el Rosario.
–EN LAS COFRADÍAS Y HERMANDADES que veneran y oran
especialmente por las benditas almas del purgatorio. Un ejemplo:
La Cofradía
de la Muerte, Hermandad romana fundada en 1538, comienza a partir de 1551 a
impulsar la celebración de las Cuarenta Horas. En 1551, Julio III
aprueba sus Estatutos, dándoles el nuevo nombre de Cofradía de la Oración y
de la Muerte, por su especial orientación en favor de los fieles difuntos.
Y Pío IV, en una Bula de 1560, la aprueba y le concede indulgencias.
–EL TOQUE DE DIFUNTOS, EN LAS CAMPANAS DE LA
PARROQUIA. A veces
sonaban éstas todos los días
a cierta hora. En casi todas, al menos en las de pueblo, sonaban también
anunciando el fallecimiento de uno de sus feligreses. Las campanas doblaban
de forma pausada e intercalada, y en modos diferentes anunciaban la
muerte de un hombre, de una mujer o de un niño. La madre Iglesia parroquial
estimulaba así en sus hijos la oración por sus hermanos difuntos, la esperanza
en la vida eterna, y al mismo tiempo expresaba su condolencia a los familiares.
Perfecto.
–VISITAS AL «CEMENTERIO» (= dormitorio),
lugar
sagrado, para rezar en el sepulcro de los familiares, y por cuantos «duermen en Cristo» a la espera de su
resurrección. Esta piadosa costumbre se desarrollaba antiguamente de modo
especial en las parroquias que enterraban en su propio templo los feligreses
difuntos, o cuando la parroquia tenía junto a su iglesia su cementerio propio.
–CONGREGACIONES RELIGIOSAS, como las Hermanas Auxiliadoras de las Almas del Purgatorio, una congregación religiosa femenina de vida
apostólica y de derecho pontificio, fundada en Polonia por la religiosa Wanda
Oledzka en 1890.
–LOS PROTESTANTES NO CREEN EN EL PURGATORIO.
Es una de las graves pérdidas que su cisma implica. Martín Lutero aceptó al principio
el dogma del purgatorio, pero pronto, en 1519, pasó a rechazarlo. Hoy no pocos
«católicos» ilustrados actualizan «su fe», no
la católica, siguiendo el mismo camino. Su atrevimiento espiritual es pura
miseria. «Ecclesia doctrinam fidei relate ad purgatorium formulavit» (Catecismo
1031, citando los Concilios de Florencia y de Trento: Denz 1304 y 1580).
Y «el justo vive de
la fe» (Rm 1,17).
José María Iraburu, sacerdote
Post post. –En noviembre
de 2017 comencé la serie de artículos
«La muerte cristiana», que pueden interesar al lector.
(403) 1. La muerte cristiana, –hoy silenciada; (404) 2. –doctrina católica, I; (406) 3. –doctrina católica, y II; (408) 4. –en el Antiguo Testamento; (417) 5. –en el Nuevo Testamento; (419) 6. –en la Liturgia, I; (421) 7. –en la Liturgia, y II; (422) 7b. –en el Año litúrgico; en la Cuaresma; (423) 8. –en nuestro Señor Jesucristo; (424) 9. –en San Esteban; (425) 10. –en Beatriz de la Encarnación; (426) 11. –en Frédéric Chopin; (427) 12. –en Perpetua y mártires de Cartago: martirio y alegría;
(428) 13. –en San Juan Crisóstomo; (430) 14. –en San Luis Gonzaga; (436) 15. –en San Francisco de Asís; (446) 16. –en Napoleón Bonaparte.








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