LA SANTIDAD NO ES ALGO DEL PASADO, DE UNOS POCOS PRIVILEGIADOS CON EXPERIENCIAS MÍSTICAS FUERTES.
Tampoco es una misión
imposible que Dios dejó a unos cuantos hombres y mujeres que se apartaron del
mundo para hacer cosas extraordinarias.
No, la santidad es una
invitación actual, hecha para ti y para mí. Pero, ¿en qué nos afecta saber eso? Cuando tenemos la
consciencia de que Dios nos llama a ese estado, nuestra vida cambia. Aunque no
cambie externamente o de manera drástica, adquiere una luz nueva.
Toda nuestra existencia toma
un relieve distinto, porque todo lo que hacemos sabemos que resuena en el
cielo, porque todo lo que vivimos con amor será nuestro consuelo en la
eternidad.
Sin embargo, queremos un poco
más de claridad, ¿no?, ¿qué significa vivir buscando
la santidad?
Quiero compartirte algunos
aspectos que viven las personas que se han tomado seriamente su responsabilidad
y privilegio de buscar la santidad.
1. DEDICAN TIEMPO A DIOS
Tiempo a las cosas de Dios,
tiempo a cultivar la
relación con Él. Todos los demás hábitos, giran en torno
a este primer punto.
De alguna u otra forma, cada
hábito es, en realidad, una manera de concretar esto: concretar el
deseo de que toda nuestra existencia esté orientada a Él.
Todo lo que hacemos tiene
sentido cuando responde a nuestro propósito más grande, que es nuestra vocación
a la santidad.
Y
ser santos es alcanzar la plenitud del amor, la perfección en el amor. Esto, por supuesto, es más que lindos sentimientos.
Involucrará responsabilidades,
deberes, el cumplimiento de algunas normas… pero todo se hará con amor, o si
no, sería puro voluntarismo.
2. HACEN ORACIÓN
Lo que todos los santos, de
todos los tiempos, tienen en común, es que hacían oración. Esto en síntesis, es
hablar con Dios. Un diálogo, una conversación. Y como tal, un espacio abierto a
la escucha.
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gratuito: «Un diálogo de amor», puede ser de gran ayuda si lo que
buscas es aprender a orar mejor.
Como dije, santidad es la
perfección en el amor. El Espíritu Santo es el amor de Dios, el que nos
santifica. Si necesitamos un modelo o nos preguntamos cómo hacer vida de esto,
miremos a Jesucristo, Él es el perfecto modelo. Y nuestra santidad está en
identificarnos con Él.
¿CÓMO NOS IDENTIFICAREMOS CON ALGUIEN A QUIEN NO
TRATAMOS, A QUIEN NO CONOCEMOS, A QUIEN NO AMAMOS?
¿Cómo sabremos
lo que el Espíritu Santo nos quiere transmitir, si no le escuchamos?, ¿cómo
entenderemos la voluntad del Padre si no le preguntamos?
¡De ahí la
importancia de charlar con Dios! Y de procurar que nuestra oración sea trinitaria: tratar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
3. TODO POR AMOR, LO MEJOR POSIBLE
Muchos santos hicieron cosas
impresionantes. Algunos, incluso extraordinarias. Pero Dios no nos pedirá esto
a todos… hay muchas vidas santas que pasaron en el anonimato, haciendo su tarea
ordinaria y lo que se esperaba de ellos en cada momento.
El «Día
de todos los santos» es cuando celebramos a ellos también, a todas esas
vidas calladas que se encuentran en la gloria de Dios. ¡Nosotros
podemos alcanzar lo mismo!
Podemos desanimarnos cuando
miramos nuestra realidad y solo vemos tareas cotidianas, rutinarias, quizás
algo aburridas.
Pero «el Señor se
encuentra entre los pucheros» como diría santa Teresa. En la cocina, en los correos
electrónicos, en las clases, en las meriendas… en lo de cada día.
Claro que, para que alcance un
sentido sobrenatural, divino, debe estar hecho por amor. Y, por estar hecho con
amor, debe estar bien hecho.
Al menos, procurar que así lo
sea —porque a veces procuramos y las cosas no salen bien, pero Dios mira
nuestra recta intención—.
4. PROCURAN CONOCER MEJOR A DIOS
No se puede amar aquello que
no se conoce. Es importante dedicar tiempo a
la formación espiritual y doctrinal. Puedes dedicar un tiempo diario y breve para
leer el Catecismo, libros de espiritualidad, documentos del Magisterio… ¡descubrirás una infinita riqueza!
Esto alimentará tu fe,
haciéndola más firme, y te ayudará a profundizar en tu oración, porque
conocerás mejor a la Persona que tratas.
5. SE PREOCUPAN POR SUS HERMANOS
En el mandamiento nuevo, Dios
nos invita a amar al prójimo
como a nosotros mismos. Nuestra relación con Dios no nos
aliena de los demás, nos invita a servirles.
Y
no hay mejor servicio que el de acercarlos a la fe, haciendo un apostolado
lleno de respeto y de caridad.
Si nos amamos lo suficiente
como para desear el bien y la felicidad para siempre (el cielo), ¿no deseamos la misma plenitud para los demás? Así
debería ser.
Nos
tendría que importar llevar, junto a nosotros, a muchos otros santos a la vida
eterna. Por eso,
apostolado.
Esto significa hablar de Dios
y de las cosas de Dios, con palabra, con ejemplo, a través de las obras de
misericordia. Pero también desde nuestra oración y mortificación discretas por
los demás.
Tiene mucho peso lo que
pedimos y lo que ofrecemos por los demás, por sus intenciones, por sus
necesidades, por conversiones, por todo.
6. SE SABEN HIJOS
Este último punto, en
realidad, debería ir primero. Como somos de la misma naturaleza divina, la
consciencia de esta nos mueve a portarnos como lo que somos: hijos de Dios.
¡Buenos hijos! Hijos que confían, hijos que
se abandonan, hijos que rezan, que viven entendiendo que nunca van solos. Que
son amados, deseados, buscados desde la eternidad… y llamados a la
eternidad.
Además
de hijos de Dios, somos hijos de la misma Madre. Ella nos ayudará
a vivir esta filiación divina, enseñándonos el rostro de su Hijo para que nos asemejemos a Él.
Acortándonos el camino a la
Santísima Trinidad, dándonos los empujones que necesitemos para llegar al
cielo. Es un regalazo este que nos hizo Jesús, cuando nos dio a la
Santísima Virgen como Madre.
¡Aprovechemos! Acudamos a ella con piedad
filial, viviendo una vida cada vez más mariana, y preguntándole cómo podemos
ser cada día mejores.
Cómo podemos, cada día, amar
más. Cómo podemos responder a nuestra vocación a la santidad.
Escrito por: María Belén Andrada
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