Si Dios te dijera: Pídeme lo que quieras, ¿qué le pedirías?
Por: P. Evaristo Sada, L.C. | Fuente:
la-oracion.com
Para vivir hay que
respirar, respirar aire puro, oxigenado. Si no, te ahogas, te asfixias.
Una orquesta sinfónica, aún cuando tenga en
programa una función todos los días, comienza siempre por afinar los
instrumentos. Uno podría preguntarse: pero ¿para
qué? Si son instrumentos pulidos, valiosos y cuidados con esmero, ¿realmente es necesario afinarlos todos los días, cada
vez que se van a tocar? Es así. Si queremos vivir bien nuestra
vida espiritual, necesitamos afinar el amor y respirar aire nuevo, el aire puro
del Espíritu, todos los días.
Jesucristo no podía vivir
sin orar, como nosotros no podemos vivir sin respirar.
¿QUE ERA LA ORACIÓN PARA
JESÚS?
Para Jesucristo la oración era una necesidad.
Buscaba la soledad para encontrar a su Padre (Lc 9,18 y Mt 14,23), se iba al
desierto o a la montaña para hablar con su Él (Mt 4,1 y Mc 6,46 ), oraba de
noche cuando nadie pudiera interrumpirle y cuando todo favorecía el clima de
intimidad (Mc 1, 35).
Para Jesucristo la oración
era una prioridad. Oró
en los momentos más difíciles de su vida, en Getsemaní y en el Calvario. Oró
antes de tomar decisiones importantes, como antes de elegir a los doce
apóstoles (cf Lc 6,12). Oró agradeciendo al Padre la revelación bondadosa de su
Rostro a los más pequeños (Mt 11,25). Elevó al cielo su espíritu y sus palabras
seguro de ser siempre escuchado antes de resucitar a Lázaro y de realizar otros
muchos milagros. (Jn 11,42)
Oró en momentos de especial trascendencia en su
vida, como al transfigurarse en el Monte Tabor (Lc 9, 29), antes de
manifestarse como Hijo de Dios (Lc 9,18), antes de enseñar el Padre nuestro (Lc
11,1) y en la Última Cena (Jn 17). Aunque todos le buscaran (Mc 1,37), él
oraba. Lo dijo y lo cumplió el primero: es preciso orar en todo tiempo y no
desfallecer (Lc 18,1). Al final de su corta vida se dedicó particularmente a la
oración: “Ya no andaba en público entre los judíos”
(Jn 11)
Verle orar despertaba en
sus discípulos el deseo de hacer lo mismo (Lc
11,1)
Quienes convivieron con él
aprendieron bien la lección: la primera comunidad cristiana fue una comunidad
orante (Hechos
2,42). Este hecho deja ver cuánto les habrá insistido Jesucristo sobre la
importancia y la necesidad de la oración. “Sabemos
bien que la oración no se debe dar por descontada: hace falta aprender a orar,
casi adquiriendo siempre de nuevo este arte; incluso quienes van muy
adelantados en la vida espiritual sienten siempre la necesidad de entrar en la
escuela de Jesús para aprender a orar con autenticidad.” (Benedicto XVI,
4 de mayo de 2011)
¿POR
QUÉ ORABA JESÚS?
Porque tenía una profunda conciencia de su
condición de hijo. Jesús nos enseña que la oración, el trato con el Padre, es
el acto más propio de nuestra condición de hijos de Dios. No es por
conveniencia que reza, ni por cumplir un compromiso, ni porque algo le falta,
reza porque es hijo y un hijo trata con su padre, lo necesita. Ni Jesucristo, siendo Dios, dio la oración por descontada. Mucho menos
nosotros:
“El Hijo de Dios hecho Hijo de la Virgen aprendió a orar
conforme a su corazón de hombre. Y lo hizo de su madre que conservaba todas las
“maravillas”
del
Todopoderoso y las meditaba en su corazón (cf Lc 1, 49;2, 19; 2, 51). Lo
aprende en las palabras y en los ritmos de la oración de su pueblo, en la
sinagoga de Nazaret y en el Templo. Pero su oración brota de una fuente secreta
distinta, como lo deja presentir a la edad de los doce años: “Yo debo estar en las cosas de mi
Padre” (Lc
2, 49). Aquí comienza a revelarse la novedad de la oración en la plenitud de
los tiempos: la
oración filial, que el Padre esperaba de sus hijos va a ser vivida por fin en
el propio Hijo único en su Humanidad, con los hombres y en favor de ellos”. (Catecismo de la Iglesia Católica, 2599)
La vida de oración es
cuestión de identidad, proviene de nuestra condición de hijos de Dios. Va mucho
más allá que la necesidad o el problema del momento.
Si Dios nos dijera: Pídeme
lo que quieras y te lo concederé. Aquí hay algo de mucho valor que podemos
pedirle. Además, es algo que a Él le gustará que le pidamos: aviva en mí el espíritu filial, como el de tu
Hijo Jesucristo.
Si rezas, ¿por qué rezas?
Si no rezas, ¿por qué no
rezas?
Es misterioso ver cómo teniendo el Padre más
maravilloso, tantas veces nos empeñamos en vivir como huérfanos….
No hay comentarios:
Publicar un comentario