EL DESCUBRIMIENTO: CÓMO TRABAJAR LA PIEDRA
El gran
cóndor necesitaba mucho espacio para bajar o elevarse. Por esto siempre lo hizo
en el agua. Manco Cápac decidió construir una
localidad donde pudiera corretear para que hiciera sus maniobras sin dificultad
y le facilitara rápidos vuelos de investigación. Escogió una pampa de arena y
como era hijo del Dios Sol sopló dicha pampa y
quedó hechizada, nunca más las arenas se detuvieron ahí y construyó un enrome
campo nivelando dos cerros separados uno del otro que el gran cóndor cruzaba
cuando correteaba en su vuelo.
De ahí
partía en sus investigaciones. No bien veía una cosa que no estaba bien, la
estudiaba detenidamente y la enmendada. Lo que los otros hombres del lugar no
veían como solucionar y en su egoísmo se peleaban por pequeñas cosas, no
apreciaban las grandes riquezas que tenían por delante, pero que Dios ha dado
para todos y no para uno solo. Por eso rápidamente formó una organización y los
pueblos conquistados anexados al imperio vivían felices porque gozaron de
bienes conquistados a la naturaleza, con una legislación justa que los
satisfacía.
Enseñó como
trabajar la piedra siguiendo los vuelos del akaklio,
un pajarito de las cumbres que come fruto silvestre, cuyo ácido vomita sobre la
roca y con el pico va horadando metros dentro de la montaña para hacer su nido,
descubrió cual era el fruto que comía.
La llama
cuando come cierta yerba también la horada. En el mar encontró un molusco que
para proteger su descendencia, también la perfora y se introduce dentro de las
rocas. Conocidos los frutos que coge el akaklio,
la yerba que come la llama y el alga que escoge el molusco para horadar las
piedras, descubrimiento secreto.
Luego
mandó construir un palacio en el Cusco, cuidado por los sacerdotes adoradores
de su padre. Un gran círculo de planchas de oro donde pacían las llamas blancas
sagradas que comían estos tres hallazgos, más la hoja sagrada de coca. Así
dentro de este templo que se llamó Korikancha,
su padre el sol fecundaba con sus fuertes rayos, que se maceraban y destilaban
después una sustancia espesa que ablandaba la roca. Este descubrimiento fue guardado
como secreto militar, que ni los kurakas
conocieron.
Con el
producto descubierto enseñó a cortar la piedra y trabajarla, para que encajara
una con otra, también pulirla con la ayuda del gran cóndor que las traía desde
altas montañas. Trabajadas luego, las llevaba poniéndolas una encima de la
otra, así se construyeron fortalezas en lugares estratégicos, inaccesibles; se
canalizaron ríos, se construyeron palacios que son hoy la admiración del mundo.
Consolidado
el imperio la gente aprendió del oro y la plata, de la montaña y los ríos, a
trabajar estos metales, hacer bellísimos huacos, máscaras, adornos como
collares, aretes, así como tejidos impalpables por su finura, con hermosos
dibujos. A trabajar la agricultura, descubriendo por medio del árbol la conversión
de las neblinas en lluvia y de esa forma los desiertos los convirtieron en
verdes pastizales.
Enseñó a
hacer andenes con piedras pircadas en la falda de los cerros para ganar tierras
para la agricultura, en la abrupta sierra. Con un sistema propio de riego
formando bosques en su cumbre, los cuales destilaban agua que bajaba de un
andén al otro.
Aprovechando
los viveros naturales que son las lomas en medio de candentes arenas y
fulgurante luz del sol. Y en los valles, lo cual permitía sacar varias cosechas
al año. Cruzaron la papa silvestre, igual que el tomatillo y el tabaquillo. Y
otras especies logrando muchas variedades que hoy el mundo entero explota y
utiliza.
Arborizado
todo el territorio, desapareció el desierto. Se ganaron grandes extensiones de
territorio para la ganadería y la agricultura. Desaparecieron las plagas y las
grandes sequías. Se canalizaron los ríos. Se abrieron carreteras, puentes
colgantes en las altas cumbres, que fueron la admiración de quienes la
conocieron.
Ordenaron
que los orfebres y los ceramistas dejaran mensajes en joyas y huacos que
hacían, para que las nuevas generaciones supieran del esplendor del imperio. Lo
reconstruyeran porque ellos como hijos del sol y del tiempo, sabían que iban a
venir hombres blancos barbudos que lo iban a destruir todo.
Antes de
marcharse con el gran cóndor, circulando con sus alas extendidas dibujaron en
esa pampa lo vital para su reconstrucción: el taro,
rey del desierto que convierte las neblinas en lluvia. Lo dibujaron
frente al mar para que todos lo vieran; los pájaros guaneros que hay que
cuidar, porque son los que hacen producir la tierra; las arañas que controlan
las plagas que producen los insectos; el sueño me vencía y fui cerrando los
ojos, no oyendo al abuelo: las paredes de la cueva
se fueron poniendo rojas, rojas.
Alberto Bisso Sánchez (1995).
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