Estoy viendo un documental en tres capítulos acerca de la historia de Afganistán. La serie comienza en 1950 con la monarquía. Cincuenta minutos dedicados solo a la monarquía de ese país y comenzando en fecha tan tardía. ¿Qué significa esto? Significa un lujo de detalles y de precisión al que no nos tiene acostumbrada la televisión.
Por supuesto
nada de recreaciones históricas (siempre ridículas), solo filmaciones de época
y algunas muy atinadas entrevistas. Ahora estoy en el segundo capítulo, la
ocupación soviética.
En estos
capítulos, no hay nada de paja, nada de relleno. Hay tantas cosas que contar. ¿Por qué el presupuesto de los documentales va a parar a
las manos de los incompetentes?
Yo creo que
la mayoría de productores de documentales le dicen al director en el despacho
algo así: “Mira, sé que eres un lerdo. Ya lo has
demostrado suficientemente. Así que te encargo otro documental para patanes. Mi
única directriz es que no te eleves demasiado. No te olvides que trabajas para
individuos mentalmente muy torpes”.
Y después
discuten qué tema escoger. Por supuesto que debe tratarse de un tema para
sandios. O si es un tema serio, debe tratarse lo más neciamente posible.
Lo mejor es
intercalar tantas cuantas recreaciones históricas sean posibles. No importa que
sea un episodio sobre Napoleón, con cuatro actores bastará y cualquier caserón
un poco viejo será suficiente. “Y si no, que hablen
en el jardín”.
En los
documentales de los años 60 y 70, podía haber falta de medios, pero estaban
dotados de una indudable dignidad. En su elaboración intervenían los mejores
especialistas. Ahora veo que debajo del nombre del entrevistado aparece un vago
especialista en la Edad Media.
Y cuando el
documental trata acerca de la Iglesia... ay. Al menos Goebels inculcaba las
infamias a sabiendas que eran patrañas inventadas, pero estos ya han crecido en
la era post-Goebels y la verdad es la menor de sus preocupaciones.
P. FORTEA
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