Alfonso Aguiló Pastrana (Conoze.com) reflexiona sobre la necesidad de cultivar el perdón en todas sus dimensiones.
Por: Alfonso Aguiló Pastrana | Fuente: Conoze.com
Cualquier persona comete errores que producen
ofensas en quienes le rodean, y esas ofensas suelen llevar aparejadas un
sentido de culpa para su causante.
Si esa persona pretendiera desentenderse de la realidad de esa ofensa que ha
producido, o intentara proyectar sin razón su culpa sobre los demás, entonces
se haría daño a sí mismo, porque no pone remedio a su mal un verdadero y real
sentido de culpa, sino que lo ignora o lo oculta.
Para vivir feliz, toda persona necesita del perdón. Todos ofendemos a alguien
de vez en cuando -quizá con más frecuencia de lo que pensamos-, y para tener la
paz necesitamos aceptar la correspondiente culpa, pedir perdón y reparar en lo
posible la falta cometida.
Sentirse culpable puede ser algo positivo si nos lleva a reflexionar y a buscar
remedio. Sentirse habitualmente inocente de todo y repercutir la culpabilidad
sobre los demás suele ser síntoma de la eficiente acción del orgullo, que suele
ser corto de vista para los propios errores y agudísimo para los de los demás.
Perdonar y pedir perdón son cosas que a veces van muy unidas. A veces, no
llegamos a perdonar totalmente a otra persona, y quizá lo que sucede es que
tendríamos que pedirle perdón. Porque es verdad que hay ofensas suyas, pero
también ofensas nuestras. Porque los agravios suelen entrecruzarse en una
maraña que siempre es difícil desliar.
La vida es demasiado corta para tener atormentado el corazón o con un dolor que
ofusque tu memoria.
Sentirás la tentación de revivir una y mil veces tu ofensa, pero debes
superarlo y perdonar.
Además, muchas de las ofensas son imaginarias, y otras están magnificadas. Sea lo que sea, y sea con quien sea, enfréntate a
ello. Busca la ocasión de curar esa herida. Coge el teléfono. O escríbele una
carta, aprovechando que está fuera. O hazte el encontradizo. Memoriza unas
palabras de acercamiento. Pide perdón.
Para una correcta educación, será siempre necesario promover en la familia toda
una dinámica que haga del perdón algo natural, que no necesite explicar a los
hijos por qué deben disculpar.
La facilidad para perdonar es algo que se respira en una casa. Y la resistencia
a hacerlo, más todavía. Los hijos lo notan, porque observan a sus padres y
hermanos continuamente. El chico aprenderá a perdonar viendo perdonar. Para una
correcta educación, insisto, ha de aprender a perdonar. Entre otras razones,
porque tendrá que perdonarnos muchas cosas.
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