Entrevista al doctor Julio Tudela, miembro del Observatorio de Bioética de la Universidad Católica de Valencia.
Por: Jaime Septién | Fuente: Aleteia
El doctor Julio Tudela es farmacéutico, miembro
del Observatorio de Bioética del Instituto de Ciencias de la Vida de la
Universidad Católica de Valencia. Reúne en su ejercicio profesional y académico
el rigor científico y la concepción del personalismo aplicado a la bioética.
Esta conjunción de valores hace que la voz de
Tudela sea una voz calificada para esclarecer el actual debate sobre las
vacunas contra el coronavirus, la necesidad de vacunarse, la posible objeción a
hacerlo. Y, algo muy, importante, la responsabilidad de mirar por el bien de
los demás al tiempo que se responsabiliza la persona por el bien propio.
– Doctor Tudela, ¿cómo
definiría usted, en pocas palabras, el personalismo bioético?
Mejor, la bioética personalista. Ésta constituye
una propuesta para el análisis y valoración ética de la actividad y los avances
científicos relacionados con la vida humana o su entorno.
Se fundamenta en una sólida argumentación
antropológica, situando a la persona humana, su inalienable dignidad y
derechos, en el centro del debate ético, por encima de cualquier otra
consideración de orden práctico, económico o científico.
BUSCAR
EL BIEN DE LA PERSONA
Además, aporta al debate bioético la capacidad
de discernir qué propuestas suponen un mejor bien para el individuo y cuáles
no, a diferencia de otras corrientes bioéticas en las que una jerarquización en
la elección de las opciones disponibles se ve comprometida, precisamente, por
la ausencia de una antropología sólida de base.
–¿Cómo sería posible
convencer a los que se niegan a vacunarse desde la base del personalismo
bioético?
El primer principio de los que definen la
bioética personalista es la defensa de la vida física. En base a este principio
y dadas las numerosas evidencias científicas bien contrastadas sobre la
capacidad de las vacunas para la COVID-19 disponibles
para reducir enormemente el riesgo de muerte o complicaciones graves de la
enfermedad, si la vacuna está disponible, constituiría una violación de este
principio, por omisión, el negarse a la vacunación arriesgando la propia vida
en caso de contagio.
PENSAR
EN EL POSIBLE DAÑO A OTROS
El balance beneficio/riesgo de las vacunas
autorizadas es claramente beneficioso. Contribuyen, por tanto, de manera eficaz
a reducir la mortalidad y morbilidad, así como las graves secuelas que pueden
aparecer tras la enfermedad.
Pero, además, otros principios de la bioética
personalista, como el de sociabilidad y subsidiariedad y el de libertad y
responsabilidad, sitúan las decisiones libres de las personas en un contexto de
responsabilidad; es decir, supeditadas a sus posibles consecuencias, tanto
sobre el que toma las decisiones como sobre sus semejantes. Pues estos pueden
llegar a sufrir algún tipo de daño como consecuencia de nuestras propias
decisiones libres.
Este es el caso de la vacuna contra la COVID-19: negarse a recibirla no solo pone en riesgo la
propia vida y la salud, sino que sitúa a las demás personas con las que se
puede entrar en contacto en un riesgo innecesario y evitable.
Desde el Personalismo podemos afirmar que, dadas
las evidencias científicas disponibles hoy, negarse a vacunarse constituye un
acto irresponsable e insolidario. A los pacientes que me consultan sobre este
tema siempre les respondo: “no piense en usted para
decidir si se vacuna o no; piense en aquellos que enfermarán o morirán porque
usted pueda contagiarlos si no se vacuna”.
LIBERTAD
Y RESPONSABILIDAD
–En su práctica clínica,
¿ha enfrentado usted personas que tengan reticencia a vacunarse? ¿Es posible
convencerlas de vacunarse con cifras, testimonios, valores sociales, o resulta
muy difícil hacerlas entender y va a ser necesaria una normativa como la de
Macron en Francia?
El debate sobre la obligatoriedad de las vacunas
permanece abierto y no existe consenso al respecto. El difícil equilibrio,
sobre el que ya he hablado anteriormente, entre la libertad individual y la
responsabilidad solidaria, hace que no nos sea lícito tomar cualquier decisión
en el ejercicio de nuestra libertad. Específicamente cuando nuestras decisiones
pueden amenazar los derechos de los otros.
Desde el análisis científico sosegado, los
motivos para aceptar las vacunas son numerosos e incontestables. Las evidencias
sobre su eficacia y seguridad se acumulan a medida que pasa el tiempo. Las
personas bienintencionadas que se acercan sin prejuicios a estas evidencias
podrán aceptar sin dificultad los numerosos beneficios que supone la
vacunación.
Pero tres son las grandes dificultades para
lograr que la población acepte vacunarse: la primera es la
ignorancia, el
desconocimiento de las mencionadas evidencias. La segunda, los
prejuicios o posiciones adoptadas por criterios no científicos
que hacen difícil abrirse a otras posibilidades.
Y en tercer lugar la
contaminación informativa, es decir, la proliferación de informaciones
erróneas, acientíficas e injustificadas que inducen a error a muchas de las
personas que dudan y no acuden a fuentes confiables, sino a medios de difusión
social muy influyentes pero muy poco veraces.
INFORMACIÓN
RIGUROSA
Ofrecer información científica rigurosa que
incluya los datos sobre la eficacia de las vacunas y los posibles efectos
desastrosos de la pandemia sobre aquellos que se niegan a vacunarse, constituye
un deber del mundo científico, sanitario y político, además de tratar de
desenmascarar las informaciones sesgadas o falsas sobre el tema.
–¿Cómo –frente a la
pandemia—se trasluce una “antropología defensora de la dignidad de la persona”?
En primer lugar, esta
pandemia ha puesto al descubierto lo mejor y lo peor de la naturaleza humana.
Los actos de solidaridad y entrega, a veces heroica, de los que han servido a
los enfermos desde múltiples ámbitos; o de aquellos investigadores que no han
escatimado esfuerzos en encontrar remedios contra la enfermedad; son un
exponente del valor de la vida humana y su inalienable dignidad, que merece que
se dediquen para su protección todos los medios y esfuerzos posibles.
En segundo lugar, el
drama de la escasez de los recursos para combatir la pandemia, ha mostrado la
dramática necesidad de elegir y descartar a los pacientes cuando no existen
respiradores o camas disponibles en los hospitales.
La necesidad de atender a todos por igual,
independientemente de su edad o estado de salud, ha sido defendida por muchos
de los que, desde una antropología cierta, reconocen como dignas a todas las
personas, sin importar sus condiciones particulares.
NO
ABANDONAR A LOS VULNERABLES
Pero, en tercer lugar, también hemos asistido a
agresiones a la dignidad personal en las situaciones en las que los enfermos
han sido abandonados en su soledad o descartados innecesariamente. O cuando los
países ricos han acumulado recursos sanitarios en perjuicio de los países más
pobres, en los que la pandemia se extiende sin control con tasas inaceptables
de mortalidad y dramática carencia de recursos.
–¿Qué se puede hacer
–pienso en Latinoamérica—para enfrentar estos obstáculos hacia el destino
universal y el acceso responsable de la vacuna?
Frente a estas actitudes, deben promoverse los
gestos de solidaridad entre naciones destinados a compartir los recursos pero
también entre los individuos, que reconociendo en cada individuo por débil y
dependiente que sea, un ser personal único y digno, dedican sus cuidados y
esfuerzos a su bien, no solo físico sino también psíquico y espiritual, tal
como reconoce el personalismo que entiende a la persona como un ser complejo
llamado al equilibrio en sus dimensiones; ésta es la antropología cierta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario