1406. –¿La composición de los cuerpos resucitados en la vida eterna será la misma que en la vida temporal?
–Después de los anteriores
capítulos de la Suma contra los gentiles,
dedicados a los cuerpos resucitados, Santo Tomás se ocupa en otro de la
naturaleza del cuerpo en esta nueva condición, porque explica que: «Como vemos que todo cuerpo compuesto de contrarios se ha
de corromper necesariamente, hubo quienes dijeron que los hombres resucitados
no tendrían tales cuerpos compuestos de contrarios».
Se dieron varias doctrinas
respecto a ello. «Unos, movidos por el dicho de San
Pablo: «se siembra un cuerpo animal, resucita un cuerpo espiritual« (1 Cor 15,
44), afirmaron que nuestros cuerpos no resucitan en naturaleza corporal, sino
que se convierten en espíritus»,
De una manera parecida: «Otros, movidos por la misma afirmación, dijeron que
nuestros cuerpos eran en la resurrección sutiles y semejantes al aire y al
viento ya que el «espíritu» se llama aire y así, «espirituales» equivale a
aéreos».
Por último: «Y otros, con ocasión de lo que dice San Pablo hablando
de la resurrección: «Hay cuerpos celestes y cuerpos terrestres» (1 Cor
15, 40), dijeron que las almas tomaran en la
resurrección cuerpos no terrestres sino celestes».
Tanto a los que afirman que
los cuerpos resucitados serán espirituales, como aéreos o cuerpos celestes: «parece favorecer lo dicho por San Pablo en el mismo
lugar: «La carne y la sangre no poseerán el reino de Dios» (1 Cor 15,
50). Y, según esto, parece que los cuerpos de los
resucitados no tendrán carne ni sangre y, en consecuencia, tampoco los otros
líquidos corporales». Por tanto, según todas estas doctrinas los cuerpos
resucitados no serán como en esta vida. «Pero se ve
claramente que tales opiniones son erróneas.
1407. –¿Por qué son «erróneas» las doctrinas que afirman
una naturaleza distintas en los resucitados?
–Santo Tomás prueba la falsedad
de tales doctrinas con cinco argumentos. El inicial es teológico, los demás son
filosóficos. El primero se basa en dos premisas. Una: «nuestra
resurrección será conforme a la resurrección de Cristo, según el dicho de San
Pablo: «el cual reformará nuestro cuerpo miserable para hacerlo conforme a su
cuerpo glorioso» (Fil 3, 21)».
Otra: «Cristo,
después de la resurrección, tuvo un cuerpo palpable, compuesto de carne y de
huesos, porque, como dice San Lucas, después de la resurrección dijo a sus
discípulos: «Mirad mis manos y mis pies, soy yo mismo; tocad y ved que un
espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo» (Lc 24, 39)». De
ellas se concluye que: «también los otros hombres resucitados tendrán cuerpos
palpables compuestos de carne y huesos».
1408. –¿Cuáles son los argumentos filosóficos?
–En el primero se recuerda
que: «El alma se une al cuerpo como la forma a la
materia. Pero toda forma tiene determinada materia, pues es preciso que entre
el acto y la potencia haya proporción. Luego, como el alma sea la misma
específicamente, parece que ha de tener también la misma materia específica».
El término «alma» significa aquí el alma en cuanto espíritu,
o en cuanto realiza sus facultades propias de entendimiento y voluntad, que son
las que permanecen en su separación del cuerpo, o en su inmortalidad antes de
la resurrección. El «cuerpo» significa la
materia prima con las determinaciones físicas, vegetativas y animales que le
proporciona el alma espiritual, por ser forma de la materia. El cuerpo, en este
sentido, puede decirse materia, o sujeto del alma en sus determinaciones
superiores.
Por consiguiente, por tener la
misma alma, que volverá a determinar como antes a la materia,
independientemente que ésta sea o no la misma, el cuerpo tendrá que ser como el
de antes de la resurrección. «Será, pues, el mismo
cuerpo específicamente antes y después de la resurrección. Y así será preciso
que esté compuesto de carne y huesos y de otras partes de la misma clase».
En el siguiente argumento
filosófico, se dice: «Como en la definición de las
cosas naturales, que significa la esencia de la especie, entra la materia, es
necesario que, al variar la materia específica, varíe también la especie de la
cosa natural». Como la esencia de las cosas naturales, o substancias
compuestas de materia y forma, que se significa con el concepto lógico de
especie, expresada en la definición, esta última deberá contener ambos
constitutivos.
Como «el
hombre es una cosa natural», un compuesto de materia y de forma, o de un
espíritu, que realiza las funciones de informar a la materia, «por lo tanto, si después de la resurrección no tiene un
cuerpo compuesto de carne y huesos y partes similares, como lo tiene ahora, el
resultado no será de la misma especie», porque la especie debe significar todos
sus constitutivos esenciales. No sería en este caso un hombre y «se llamará
hombre equívocamente».
Los dos argumentos restantes
se basan no en la materia específica, sino en la individual y propia, que posee
cada hombre. En el primero de ellos, reconoce Santo Tomás la igualdad en cuanto
a la especie del cuerpo de todos los hombres y de ahí que deba admitirse que: «más distante está del alma de un hombre el cuerpo de
otra especie que el cuerpo humano de otro hombre».
Sin embargo, cada hombre posee
un cuerpo con un materia individual, distinto en cuanto a su singularidad de
los demás hombres, No hay dos cuerpos iguales en su concreción e
individualidad, Por ello: «el alma no puede volver
a unirse al cuerpo de otro hombre, como ya se demostró (II, c. 8)». De
manera que cada alma está unida a su propio cuerpo, y, por tanto, a su propia
materia concreta e individual, porque fue creada por Dios para corresponderse y
adaptarse a una porción de matera singular, a la que únicamente puede informar.
Si ello es así, como ya probó más arriba, en el lugar indicado, se sigue que: «mucho menos podrá unirse en la resurrección a un cuerpo
de distinta especie».
El segundo, Santo Tomás lo
inicia con esta formulación de su tesis, también ya ha probada: «Para que resucite el mismo hombre numéricamente, es
necesario que sus partes esenciales sena las mismas numéricamente». No
basta que su forma realice las mismas determinaciones, que antes de separarse
de su cuerpo y materia, para que haya resurrección, el cuerpo tiene que ser el
mismo individual o numéricamente. Por consiguiente: «si el cuerpo del hombre
resucitado no consta de estas carnes y estos huesos de que ahora se compone, el
hombre no será el mismo numéricamente».
Por último, lo confirma con un
pasaje de la Escritura, al indicar que: «todas estas opiniones, tan
abiertamente falsas, exclúyelas Job al decir: «De
nuevo he de ser revestido de mi piel y en mi carne veré a mi Dios, a quien he
de ver yo mismo y mis ojos lo han de contemplar, y no otro» (Jb 19,
26-27)».
1409. – ¿Con estos argumentos el Aquinate da por
terminada su crítica?
–Santo Tomás continúa su
crítica con una refutación de las tres doctrinas en su particularidad, porque: «cada una de dichas opiniones tiene sus propios
inconvenientes».
Respecto a la primera, la que
afirma que el cuerpo resucitado es de naturaleza espiritual, declara que: «es absolutamente imposible afirmar que un cuerpo se
transforme en espíritu. Pues no se transforman alternativamente sino las cosas
que tienen una materia común». En todo cambio, hay algo que permanece,
la materia, y algo que se trasforma, las formas accidentales o la forma
substancial. Si el cambio fuera total, no habría cambio, sino una aniquilación
y una creación.
Sin embargo: «entre lo espiritual y lo corporal no puede haber
comunidad de materia, pues las substancias espirituales son totalmente
inmateriales, como ya se demostró (II, c. 50)». Las substancias
espirituales son simples, están constituidas por una forma subsistente y
carecen de materia. «Luego es imposible que el
cuerpo humano se convierta en una substancia espiritual».
Todavía advierte que, en esta
doctrina, se encuentra otra dificultad, porque: «si el cuerpo humano se
transforma en substancia espiritual, tal substancia será el alma u otra
diferente». En el primer caso: «si se transforma en
la propia alma, después de la resurrección no habrá en el hombre más que el
alma, y como antes de la resurrección. Por lo tanto, no cambiará la condición
del hombre por la resurrección».
En el segundo: «si se transforma en otra substancia espiritual resultará
que con dos substancias espirituales se hará una única naturaleza. Y esto es
totalmente imposible, porque cada substancia espiritual es por sí subsistente»,
tiene un ser propio y proporcionado a su esencia.
1410. –¿Cuál es la crítica concreta a las otras dos
restantes doctrinas?
–En cuanto a la doctrina de la
conversión del cuerpo humano en algo material pero con menos consistencia o
firmeza como la del aire, afirma Santo Tomás que: «De
igual modo es imposible que el cuerpo del hombre resucitado sea como aéreo y
semejante al viento»; y, por dos razones.
La primera es la siguiente: «Es preciso que el cuerpo humano, como el de cualquier
animal, tenga cierta figura en la totalidad y en sus partes». Además: «el cuerpo, que tiene determinada figura, es menester que
sea limitado, porque la figura es lo que limita, o aprisiona en un límite».
Sin embargo, «el aire no tiene límites en sí,
aunque esté limitado por límites ajenos». Por consiguiente: «no es posible que el cuerpo del hombre resucitado sea
aéreo y semejante al viento».
La segunda razón es porque,
por una parte: «es preciso que el cuerpo del hombre
resucitado tenga tacto, pues no hay animal sin tacto» [1].
Explica Santo Tomás en la Suma teológica que: «él sentido del
tacto es uno genéricamente, pero con múltiples especies y por eso percibe
diversas contrariedades» [2].
De manera que: «el tacto percibe muchos grupos de
contrarios, como lo caliente y lo frío, lo húmedo y lo seco, etc.» [3].
Por ello: «estos sentidos no están vinculados a
distintos órganos sino que hallan entremezclados por todo el cuerpo, y por eso
no se percibe su diferencia» [4].
Santo Tomás no utiliza para la argumentación cualquiera de los otros sentidos
específicos, porque el tacto es el único sentido que está extendido por todo el
cuerpo.
Por otra parte, como se ha
dicho: «el resucitado, si es hombre, ha de ser
animal. Pero el cuerpo aéreo carece de tacto», porque le es imposible
tenerlo por no es compuesto como los cuerpos animales, «pues es menester que el
cuerpo mediante el cual se realiza el tacto sea el medio entre las cualidades
tangibles, a la manera de una potencia con respecto a las mismas, como lo
prueba Aristóteles en el libro Sobre el alma (II, c. 11)».
Por consiguiente, debe afirmarse que: «es imposible
que el cuerpo del hombre resucitado sea aéreo y semejante al viento».
Este último argumento sirve
también para refutar específicamente la última doctrina que considerar los
cuerpos resucitados igual que los cuerpos celestes, concebidos según aquella
época, porque: «demuestra también que no podrá ser
un cuerpo celeste». La razón es porque: «es
preciso que el cuerpo humano y el de cualquier animal sea susceptible de
cualidades tangibles, como acabamos de decir. Y esto no puede convenir al
cuerpo celeste, que ni es cálido, ni frío, ni húmedo, ni seco, ni cosa
parecida, ni acto o potencia, como se prueba en Sobre el cielo y el mundo
(I, c. 3). Luego el cuerpo del hombre no es celeste».
Por seguir a Aristóteles y a
la concepción astronómica helenística griega en general y de su interpretación
musulmana, Santo Tomás con otros muchos medievales considera que: «Los cuerpos celestes son incorruptibles y no pueden
sufrir transformación en sus disposiciones naturales. Y les corresponde
naturalmente la figura esférica, como se prueba en la obra de Aristóteles Sobre
el cielo y el mundo (I, c. 3)», Desde esta concepción, constituida
según el modelo físico cosmológico de la ciencia de la época medieval, concluye
Santo Tomás que: «no es posible que (los cuerpos
celestes) reciban la figura que corresponde naturalmente al cuerpo humano.
Luego, es imposible que los cuerpos de los resucitados sean de la misma
naturaleza de los cuerpos celestes» [5],
1411. –¿Cómo serán los cuerpos resucitados?
–También explica Santo Tomás,
en el siguiente capítulo de esta última parte de la Suma
contra los gentiles, que: «aun cuando
los cuerpos de los resucitados han de ser de la misma especie que son ahora
nuestros cuerpos, sin embargo, tendrán otra disposición», o situación,
porque: «primero, en cuanto que todos los cuerpos
de los resucitados tanto buenos como malos, serán incorruptibles».
Las razones son tres. «La primera se toma del fin de la resurrección, pues tanto los buenos
como los malos resucitarán para que también en los propios cuerpos obtengan el
premio o castigo por lo que hicieron mientras vivieron en el cuerpo». Toda
la persona humana con su naturaleza integral recibirá la retribución de la
sentencia del juicio final.
Toda retribución será eterna.
De manera que: «el premio de los buenos, que es la
felicidad, será perpetuo; de igual forma también al pecado mortal corresponde
pena perpetua. Ambas cosa se evidencian por lo que se determinó en el libro
Tercero (cc. 62 y 144)», que la visión de Dios se da en la eternidad y
que el castigado con la privación de este fin lo sufre eternamente. Por
consiguiente: «es menester que unos y otros reciban
un cuerpo incorruptible».
La segunda razón: «puede
tomarse de la causa formal de los resucitados, que es el alma. Pues se ha dicho
(IV, c. 79) que, para que el alma no permanezca perpetuamente separada del
cuerpo, volverá por la resurrección a tomar nuevamente el cuerpo». La
inmortalidad del alma espiritual requiere la resurrección futura del cuerpo,
que ha informado en esta vida.
Por consiguiente: «como se proveyó para la perfección del alma que
recibiese el cuerpo, será conveniente que el cuerpo se disponga según conviene
al alma». Por ser espiritual, «el alma es
incorruptible. Por lo tanto, también se le restituirá un cuerpo incorruptible».
Por último: «la tercera
razón puede tomarse de la causa activa del resurrección», Como también se ha dicho, la
causa eficiente principal de la resurrección es Dios, por medio de Cristo
resucitado (IV, c. 79). Puede decirse que: «Dios,
que restableció a la vida cuerpos ya corrompidos, mucho más podrá conceder a
los cuerpos la conservación perpetua de la vida ya recuperada. Para cuyo
ejemplo, cuando quiso, conservó libres de corrupción a los cuerpos
corruptibles, como los cuerpos de los tres muchachos en el horno de Babilonia
(Dan c. 3)».
De esta razón, se puede
concluir y respecto a las tres doctrinas refutadas, en el capítulo anterior,
que: «el hombre resucitado no será inmortal, porque
vuelva a tomar un cuerpo incorruptible, como sostenían las opiniones
anteriores, sino porque este mismo cuerpo, ahora corruptible, se hará
incorruptible». El cuerpo corruptible no se convertirá en espíritu, ni
en substancia aérea, ni en cuerpo celeste, sino que, al mismo cuerpo, Dios hará
que se incorruptible.
Desde esta tesis sobre la
identidad específica de los cuerpos resucitados: «se ha de interpretar a San
Pablo, que dice: «la carne y la sangre no pueden
poseer el reino de Dios». Significaría que en el estado de los
resucitados se quitará la corrupción de la carne y de la sangre, permaneciendo,
no obstante, la substancia de las mismas. Por eso añade: «ni la corrupción poseerá la incorruptibilidad» (1
Cor 15, 50)» [6].
La interpretación de este
pasaje la desarrolla Santo Tomás al comentar la epístola al que pertenece.
Después de citarlo indica que: «Lo cual no debe
entenderse como algunos herejes que dicen que no resucitarán carne y sangre
según la substancia, sino que todo el cuerpo o se convertirá en espíritu o en
aires, lo cual es herético y falso; porque San Pablo dice que nuestro cuerpo se
conformará con el cuerpo glorioso de Cristo. Así es que, tal como Cristo tuvo
después de la resurrección carne y sangre, como dice San Lucas: «tocad y ved
que un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo» (Lc
24, 39), es claro que también nosotros tendremos
carne y sangre en la resurrección».
Sin embargo: «no se debe entender que la carne y la sangre, o sea, la
substancia de la carne y de la sangre, no poseerán el Reino de Dios, sino que
los entregados a las obras de la carne y de la sangre, o sea, los hombres dados
a los vicios y a los placeres no poseerán el Reino de Dios. Y así es como se
entiende la palabra carne, o sea, el hombre que vive carnalmente» [7].
1412. –¿El cuerpo y la sangre de Cristo tienen
relación con la resurrección de nuestra carne y sangre que resucitarán?
–Hay una relación de nuestro
cuerpo resucitado con la Eucaristía, que contiene el cuerpo y la sangre de Cristo.
Santo Tomás refiere muchos efectos que produce la Eucaristía en el alma y el
cuerpo. Explica en la Suma teológica que: «el efecto de
este sacramento se debe considerar primera y principalmente por razón de lo que
contiene, que es Cristo, quien, así como cuando vino visiblemente al mundo le
trajo la vida de la gracia. Según aquello: «la gracia y la verdad vinieron por
Jesucristo» (Jn 1, 17), así también, viniendo al hombre sacramentalmente le da
la vida de la gracia».
También por ser la Eucaristía «representación de la pasión del Señor (…) los efectos
que la pasión hizo en el mundo los hace este sacramento en el hombre». Sobre
estos dos efectos, que enumera Santo Tomás, afirmaba el tomista Antonio Sauras
que: «las dos afirmaciones (…) la primera, (..) que
lo que fue Cristo encarnado para la vida del mundo es Cristo sacramental para
la vida de cada hombre; y la segunda, que los efectos que en el mundo produjo
la pasión los produce la Eucaristía en cada uno de los que la reciben»,
prueban que la Eucaristía debe considerarse como «sacramento
supremo y general» [8].
Notaba el profesor Sauras que
también: «es necesario concluir que la Eucaristía
es un sacramento general», porque «contiene
lo de todos, hace lo de todos, actúa en todos. No se compara con ellos como uno
de tantos sólo, sino, además, como el primero, principal y universal» [9].
En tercer lugar, indica Santo
Tomás que: «se considera el efecto de este
sacramento por el modo como se da; se da a manera de comida y de bebida. Y sí,
todo lo que hacen el manjar y la bebida materiales en la vida corporal, como
sustentar, aumentar, reparar y deleitar, lo hace este sacramento en la vida
espiritual» [10].
Por ello: «se lee en San Juan: «Si alguno come de
este pan vivirá para siempre» (Jn 6, 52). Siendo
la vida eterna la vida de la gloria, ésta es efecto del sacramento» [11]
Se explica que el efecto de la
Eucaristía sea la vida eterna y la gloria porque: «en
este sacramento se pueden considerar aquel de quien procede el efecto, Cristo,
en él contenido, juntamente con su pasión representada; y aquello por lo que el
efecto se produce, el uso y las especies sacramentales. Por los dos aspectos es
propio de este sacramento causar la consecución de la vida eterna».
Es innegable por el primero,
porque: «Cristo con su pasión nos abrió las puertas
de la vida eterna. Por eso se dice que: «Es el mediador de la nueva alianza,
para que, por su muerte reciban los llamados la promesa de la herencia eterna» (Hb,
9, 15). Por lo que en la forma de este sacramento se lee: «Este es el cáliz de mi sangre, de la nueva y eterna
alianza».
Por el segundo, igualmente,
porque: «el sustento de la comida espiritual y la
unidad significada por las especies del pan y del vino, ya se obtienen en la
vida presente, aunque de modo imperfecto. Pero se obtendrán de modo perfecto en
la gloria. Por lo que San Agustín, comentando las palabras «mi carne es
verdadera comida» (Jn 6, 56) dice: «los
hombres desean la comida y la bebida para no tener hambre y para no tener sed.
Pero esta hartura, en realidad no la otorgan más que esta comida y esta bebida
que convierten a sus consumidores en inmortales e incorruptibles en la sociedad
de los santos, donde habrá paz y unidad plena y perfecta» (Com. S
Juan, 6, 26, trat. 26)» [12].
En este mismo lugar dice San
Agustín: «Nuestro Señor nos entregó su cuerpo y su
sangre en unos elementos que se reagrupan en un solo ser a partir de muchos,
porque uno, el pan, es un solo ser procedente de muchos granos; y el otro, el
vino, es un sólo líquido procedente de muchos racimos» Y un poco antes
había escrito: «Oh sacramento de piedad, signo de
unidad, vínculo de caridad [13]».
Precisa Santo Tomás que: «como la pasión de Cristo, por cuya virtud obra el
sacramento, es causa suficiente de la gloria, mas no de suerte que
inmediatamente seamos introducidos en ella, sino que es menester «padecer
juntamente con Cristo», para ser después «con
Él glorificados» (Rm 8, 17), así este sacramento no nos introduce
inmediatamente en la gloria, sino que nos da la capacidad de entrar en la
gloria. Por eso, se le llama viático, del que tenemos una figura en el
siguiente pasaje del libro de los Reyes, donde se lee que Elías: «comió y bebió y caminó con la energía de aquella comida
durante cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, en Horeb (1 Re
19, 8)» [14].
Por estas razones, considera
Santo Tomás, en la Suma teológica,
que puede afirmarse que la Eucaristía es prenda o garantía de la resurrección,
como otro de sus efectos. El Dr. Sauras sintetizaba así las argumentaciones de
Santo Tomás: «La gracia cristiana conduce al hombre
a la vida inmortal; como el cristiano ha de morir, hemos de concluir que le
conduce resucitándole. Y como la parte vivificadora de la gracia procede de la
Eucaristía (…) se sigue que es la Eucaristía el principio sobrenatural del que
procede la resurrección».
Advertía que: «la tendrán todos, los buenos y los malos, los cristianos
y los no cristianos. Pero todos resucitarán por obra y gracia del Redentor; por
efecto de la redención, que en un grado u otro a todos llega»
[15].
No obstante, la resurrección gloriosa, efecto de la Eucaristía, no es para
todos, sino sólo para los bienaventurados.
1413. –¿La consideración del Sacramento de la Eucaristía
como vía para la resurrección sólo se encuentra en la «Suma Teológica»?
–Mientras Santo Tomás
preparaba estos últimos capítulos de la Suma
contra los gentiles, Urbano IV le
encargó la redacción de la liturgia de la festividad del Corpus Christi, que
acababa de establecer el Papa. Entre la antífonas que preparó, se encuentra la
siguiente, una de las más conocidas: «¡Oh Banquete
sagrado, en que se recibe a Cristo, en que se conmemora su Pasión, en que el
alma es colmada de gracia, y en que se nos da una prenda de la gloria futura» [16].
En el concilio de Trento, en
el Decreto sobre la Eucaristía, se
dice que Cristo: «quiso también que fuese este
Sacramento una prenda de nuestra futura gloria y de la felicidad eterna» [17].
En el Catecismo de Trento se indica además que: «Comprendiendo en una palabra todos los efectos y
beneficios de este Sacramento, diremos que la Sagrada Eucaristía tiene suma
virtud para alcanzarnos la gloria». Lo confirma con la referencia al
artículo citado de la Suma teológica (III, q. 79, a. 2), y da la siguiente razón: «porque está escrito: «El que come mi carne y bebe mi
sangre tiene vida eterna, yo le resucitaré en el último día» (Jn 6, 54).
Quiérese decir que los fieles mientras viven en
este mundo, por la gracia de este Sacramento disfrutan de suma paz y
tranquilidad de conciencia; reanimados después con su virtud suben a la gloria
y bienaventuranza eterna, a la manera de Elías, quien fortalecido con el pan
cocido debajo de la ceniza, anduvo cuarenta días y cuarenta noches, hasta
llegar a Horeb, monte de Dios, cuando se le acercó el tiempo de salir de esta
vida».
Es muy cierto, se añade que: «fueron muy dichosos aquellos, en cuyas casas fue
recibido Cristo siendo mortal, o los que recobraron la salud tocando su
vestido, o la orla de éste; mucho más dichosos y felices somos nosotros, a
cuyas almas no se desdeña de venir, estando adornado de gloria inmortal, para sanar
todas sus llagas, y para unirlas a sí mismo, enriquecidas con preciosísimos
dones» [18].
1414. –¿Es también doctrina común entre los
teólogos?
–Entre los teólogos que
destacan la relación entre la Eucaristía y la resurrección, puede citarse a
John Henry Newman. En uno de sus sermones, dedicado a la resurrección del
cuerpo, destaca estas palabras de Cristo: «En
verdad, en verdad os digo que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no
bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi
sangre tiene vida eterna, yo le resucitaré en el último día» [19].
Desde este pasaje Newman
infiere los efectos que obra en nosotros este «sagrado
alimento» El primer efecto es ser un
alimento para la inmortalidad. «Es la semilla en
nosotros de la vida eterna, el alimento de inmortalidad, que preserva nuestro
cuerpo y nuestra alma en la vida perdurable. El fruto prohibido obró en Adán
para la muerte; pero este fruto nos hace vivir para siempre».
El segundo es que proporciona eterna
energía o vigor. «El pan nos sostiene en esta vida
temporal. El pan consagrado es el medio de eterno vigor para el alma y el
cuerpo. ¿Quién podría vivir esta vida visible sin alimento terreno? De modo
semejante la Cena del Señor es el medio de nuestra vida para siempre. No tenemos
razones para pensar que viviremos para siempre a menos que participemos en
ella, igual que no podemos pensar que nuestra vida temporal se mantendrá sin
comida ni bebida» [20].
El tercer efecto es que sacralizan
nuestro cuerpo. «Comemos el pan consagrado y
nuestros cuerpos se vuelven sagrados; no son nuestros, son de Cristo. Se
encuentran penetrados de aquella carne que no conoció la corrupción; están
inhabitados por su Espíritu, se hacen inmortales, mueren sólo aparentemente,
por así decirlo, y por un tiempo. Una vez terminado su sueño, dan como un salto
y reinan con Él para siempre» [21].
1415. –¿Indica Newman si se encuentran antecedentes de
esta doctrina en las religiones paganas?
–Advierte
también Newman queesta visión cristiana, «que la
luz clara del Evangelio nos da», es muy distinta de la del paganismo. «Lo normal entre los sabios paganos es dar poca
importancia al cuerpo mortal y hablar de él con desprecio. No poseían ciencia
mejor. Casi no lo consideraban parte del ser humano y pensaban que sin él
mejoraría la condición del hombre. Es más, pensaban que el cuerpo era la causa
de su pecados, como si el alma fuera pura y el cuerpo un elemento sucio y basto
que contamina al alma».
Por consiguiente: «el gran anhelo de los paganos respecto a la muerte era
liberarse del cuerpo. Al sentirse llenos de pecado sin saber cómo, echaban la
culpa al cuerpo; lo que si sabían era que esta vida estaba llena de
inconvenientes, de ahí que pensaran en la muerte como en un cambio a mejor. No
es que albergasen la esperanza de un retorno a un Dios y Padre, pero imaginaban
un estado sin ataduras terrenas que les concedía ilimitada libertad» [22].
Queda confirmada esta
diferencia esencial entre la visión pagana y la explicación cristiana en un
pasaje del Evangelio, que cita las siguientes palabras de Cristo: «Y que los muertos hayan de resucitar lo demostró también
Moisés, cuando junto a la zarza llamó al Señor el Dios de Abraham, el Dios de
Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque todos
están vivos para Él» [23].
La resurrección de los
cuerpos, según la explicación de Cristo, queda afirmada e incluso probada en
este pasaje de la Escritura a que se refiere: «Dijo
(Dios): «Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob» [24].
1416. –¿Por qué queda demostrada la resurrección de los
cuerpos con las palabras de Cristo citadas (Lc 20, 37-38)?
–La explicación que da Newman
de ello parte del siguiente hecho: «Dios habló a
Moisés en la zarza ardiente y se llamó a Sí mismo el «Dios de Abraham»; y
Jesucristo nos dice que en este sencillo anuncio se contiene la promesa de que
Abraham resucitará de entre los muertos» [25].
Seguidamente nota, sobre el
sentido de esta promesa de Cristo de la resurrección, que: «cuando Dios se llamó a Sí mismo el Dios de Abraham,
Isaac y Jacob quería decir que aquellos santos patriarcas se encontraban vivos
todavía, a pesar de no hallarse en la tierra. Lo cual puede parecer evidente a
primera vista; pero cabe preguntarse qué pruebas hay en el texto de que sus cuerpos
vivirán, porque si sus almas viven aún, basta este hecho para
explicar que en el Libro del Éxodo se les siga llamando siervos de
Dios».
Puede responderse que: «Nuestro Señor parece decirnos que, de algún modo, el
cuerpo de Abraham podría considerare vivo todavía como prenda de su resurrección,
aunque estaba muerto en el sentido normal de la palabra. Su anuncio declara que
Abraham resucitará de entre los muertos, porque en realidad está vivo todavía.
No puede en último término quedar sujeto al poder del sepulcro, igual que no se
puede impedir a un hombre dormido que despierte. Abraham sigue vivo aún en el
polvo, aunque no ha resucitado de él, Vive porque todos los santos de Dios
viven para Él, aunque parezcan morir» [26].
1417. –¿Cómo se puede estar muerto y vivo a la vez?
Reconoce Newman que: «quizás resulte paradójico decir que nuestros cuerpos,
aunque estén muertos, viven». La extrañeza desaparece, si se tiene en
cuenta que: «hablamos del cuerpo como si supiéramos
lo que es y cómo es, cuando en realidad sólo sabemos lo que nuestros ojos nos
dicen. El cuerpo parece crecer, madurar y decaer, pero en definitiva no sabemos
de él sino lo que perciben nuestros sentidos, y sin duda Dios ve en nuestro
organismo físico mucho más que nosotros no podemos ver. Nos falta un
conocimiento directo de lo que podríamos llamar la existencia substantiva del
cuerpo; sólo captamos sus accidentes» [27].
Indirectamente podemos conocer la substancia, pero de un modo parcial.
Nota además que: «hablamos también de alma y cuerpo como si estuviéramos
en condiciones de distinguirlos perfectamente y lo supiéramos todo de una y
otro. La mayor parte de las veces, sin embargo, usamos las palabras sin saber
del todo lo que decimos». Con el lenguaje de Santo Tomás, se dirá que empleamos
los términos metafísicos en sentido analógico. Precisa Newman que: «es útil,
desde luego, establecer esa distinción, y la Sagrada Escritura también lo hace;
pero en último término, el Evangelio habla de nuestra naturaleza en sentido
religioso, como una. Alma y cuerpo forman una persona, que nace una vez
y ya no muere».
En cambio: «los antiguos filósofos pensaban que el alma vivía quizás
para siempre y que el cuerpo perecía en la muerte; pero Cristo nos dice otra
cosa: nos dice que el cuerpo vivirá siempre. En el texto citado parece
sugerirse que nunca muere realmente, que dejamos de ver lo que nosotros estamos
acostumbrados a ver, pero que Dios continúa viendo los elementos que no están
al alcance de nuestros sentidos».
En el pasaje bíblico citado: «Dios se llama misericordiosamente a Sí mismo el Dios de
Abraham. No dice el Dios del alma de Abraham, sino simplemente de Abraham. El
bendijo a Abraham y le concedió la vida eterna; no solamente a su alma sin su
cuerpo, sino a Abraham como hombre completo».
Puede sostenerse, por ello,
que: «Él es nuestro Dios, de modo que no nos
es dado distinguir entre lo que hace a favor de nuestras diferentes
naturalezas, espiritual y material. Son meras palabras. Cada uno siente que es
un ser único, y ese ser único en todos sus aspectos substanciales y atributos
nunca morirá» [28].
Santo Tomás diría que cada uno tiene un ser personal, único e irrepetible, que
da actualidad al alma y al cuerpo, y del que tiene conciencia inmediata de su
existencia.
1418. –¿Cuál es la enseñanza práctica de este
comentario de Newman sobre la Eucaristía y la resurrección?
–Newman termina su exposición
con una consecuencia: al participar de la
Eucaristía el cristiano «honra su propio cuerpo como algo santo para el Señor».
Por ello: «rogamos a Dios que «nuestros
cuerpos pecadores se purifiquen mediante su Cuerpo» y en la Sagrada Escritura
se nos promete que nuestros cuerpos serán «templos del Espíritu Santo» ¡Cómo
debemos procurar apartarlos de todo pecado, para que sean verdaderos miembros
de Cristo! Se nos dice que un peligro de enfermedad y muerte espera al que
participa indignamente de la Cena del Señor» [29].
Se refiere Newman a estas
palabras de San Pablo: «el que coma este pan o beba
el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor.
Por tanto, examínese cada cual a sí mismo; y coma así de aquel pan y deba del
cáliz. Porque el que come y bebe indignamente, come y bebe su propia
condenación, no haciendo discernimiento del Cuerpo del Señor. Por esto hay
muchos enfermos y débiles entre vosotros y mueren bastantes»
[30].
Al comentar este pasaje decía
Santo Tomás que se come y bebe indignamente: «si
alguien se acerca a comulgar con voluntad de pecar mortalmente; pues, como dice
el Levítico: «ninguno que tenga mancha ha de acercarse al altar» (Lev
21, 16). En tanto que uno se halla con voluntad de pecar tiene mancha de
pecado; voluntad y mancha que quita la penitencia: por la contrición, con
propósito de confesarse y satisfacer, cuanto a la remisión de la culpa y de la
pena eterna; y por la confesión y satisfacción, cuanto a la remisión total de
la pena y reconciliación con los miembros de la Iglesia».
Como consecuencia: «En caso de apremio, cuando alguno, por ejemplo, no puede
haber fácilmente un confesor a la mano, para recibir este Sacramento es
suficiente la contrición. Pero por lo regular debe siempre preceder, seguida
alguna satisfacción, la confesión».
Precisa Santo Tomás que: «Esto que digo se entiende de aquel cuya conciencia no
gravan pecados capitales y mortales; porque después del bautismo, al que así
sea halle gravado con el peso de mortales crímenes lo exhorto primero a
satisfacer con pública penitencia; y hecha ya esta diligencia, absuelto y
reconciliado, a juicio del sacerdote, recibir la comunión, si para condenación
no quiere, en caso contrario, comulgar la Eucaristía»
[31].
En el Concilio de Trento se
decretó sobre esta doctrina que: «para que no se
reciba indignamente tan grande Sacramento, y por consecuencia para muerte y
condenación, establece y declara este santo Concilio que los que se sienten
gravados con conciencia de pecado mortal, por muy contritos que se consideren,
deben necesariamente hacer previa confesión sacramental, habiendo facilidad de
confesor» [32].
En el Catecismo del Concilio de Trento se explicó sobre este modo de recibir la
Eucaristía que: «unos reciben sólo el Sacramento,
como son los pecadores que no temen recibir la sagrada Eucaristía en su boca y
corazón impuro». Reciben el Sacramento, con las especies consagradas con
el cuerpo, sangre, alma y divinidad de Cristo, pero no reciben sus efectos. «Por consiguiente, los que así dispuestos reciben la
Eucaristía no sólo no sacan de ella fruto alguno, sino que, según afirma San
Pablo comen y beben su propia condenación» [33].
Al que comulga en pecado
mortal, a este pecado se añade otro pecado mortal por el hecho de comulgar,
porque como indica Santo Tomás: «quien recibe el
sacramento en pecado mortal, comete una falsedad con él, incurriendo en
sacrilegio, como violador del sacramento, y así peca mortalmente» [34].
1419. –¿Considera también Newman grave la comunión
sacrílega?
Después de referirse al pasaje
de San Pablo sobre las consecuencias de la recepción indigna de la Eucaristía,
comenta Newman seguidamente: «lo cual no es de
extrañar, si consideramos el gran pecado de recibirlo en un cuerpo contaminado
por la desobediencia voluntaria a la gracia. Hay que eliminar todo lo que
mancha, la ira o cualquier otro vicio, todo lo impropio, todo lo irrespetuoso
hacia Quien ha comprado nuestro cuerpo a gran precio (1 Cor 6, 20) [35]».
Cita a continuación estas
palabras de San Pablo: «Resucitado Cristo de entre
los muertos, ya no muere más (…) de la misma manera también vosotros considerad
que estáis muertos al pecado (…) Por tanto, que no reine el pecado en vuestro
cuerpo mortal, de modo que obedezcáis a sus concupiscencias»
[36].
También estas otras de la
misma carta paulina: «Si el Espíritu de Aquel que
resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el mismo que resucitó
a Cristo de entre los muertos dará vida también a vuestros cuerpos mortales por
medio de su Espíritu, que habita en vosotros (…) si por el Espíritu hacéis
morir las obras del cuerpo viviréis» [37].
En la obra de nuestra
redención: «hay que trabajad, por tanto, con Dios».
Con el alimento que nos da con la Eucaristía, hay que prepararse para el
«banquete celestial». De manera que debemos:
««discernid el Cuerpo del Señor» (1 Cor 11, 29)
cuando se coloca delante de vosotros y recibidlo después adecuadamente» [38].
Explica Santo Tomás, al
comentar este último pasaje, después de citar lo que dice el Señor: «los que hicieron malas obras resucitarán para ser
condenados» [39],
que: «hay que discernir de otros cuerpos el del
Señor» y, no, por ello: «tomándolo de manera
indiferente como otro manjar cualquiera. Se lee en la Escritura: «Todo aquel
que siendo inmundo tocare las cosas consagradas y ofrecidas al Señor perecerá» (Lv
22, 3)» [40].
Concluye Newman con esta
exhortación sobre el sacramento de la Eucaristía: «atesorad
año tras año en vosotros esta semilla de vida y mantened la fe en que un día
producirá fruto. «Creed que ya lo recibisteis y se os concederá» (Mc 11,
24). Gloriosa será en verdad la primavera de la
Resurrección cuando todo lo que parecía seco y marchito brote y florezca. Las
cosas recibirán la gloria del monte Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarón.
El abeto surgirá en vez del espino y el almendro en vez del rastrojo. Las
montañas y colinas romperán a cantar (Cf. Is 35, 2)».
Se pregunta finalmente: «¿Quién querría no encontrarse en semejante compañía?». En
cambio: «Desgraciados serán entonces quienes ahora
disfrutan, por un momento, de los goces del pecado; desgraciados que siguen su
voluntad egoísta en vez de caminar por la fe; que viven ociosos en vez de
intentar servir a Dios; que se afanan tras las vanidades de este mundo y
desprecian la religión, o no les importa caer en pecado; que viven instalados
en la ira, la malicia, el amor propio, la avaricia; que no se esfuerzan por ser
mejores y más santos; que temen, en fin, manifestarse cristianos, tomar su cruz
y seguir a Cristo» [41].
Eudaldo Forment
[1] Santo Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles,
IV, c. 84
[2] ÍDEM, Suma teológica, I, q. 78, a. 3, ad 3.
[3] Ibíd., I, q. 78, a. 3, ob 3.
[4] Ibíd., I, q. 78, a. 3, ad 3.
[5] ÍDEM, Suma contra los gentiles, IV, c. 84.
[6] Ibíd., IV, c. 85.
[7] ÍDEM, Comentario a la Primera Epístola a los
Corintios, c. 15, lec. 7
[8] Antonio Sauras, O.P., Introducciones y notas al
“Tratado de la Eucaristía” de la “Suma teológica”, en Suma teológica de
Santo Tomás de Aquino, ed. Bilingüe, Madrid, BAC, 1947-1960, 16 vols., Introd.
q. 79 (III), v. 13, pp. 668-689, p. 671.
[9] Ibíd., p. 672.
[10] Santo Tomás de
Aquino, Suma teológica, III, q. 79, a. 1, in c.
[11] Ibíd., III,
q. 79, a. 2, sed c.
[12] Ibíd., III,
q. 79, a. 2, in c.
[13] San Agustín, Tratados
sobre el Evangelio de San Juan, trat. 26.
[14] Santo Tomás de
Aquino, Suma teológica, III, q. 79, a. 2, ad 1.
[15] Antonio Sauras,
O.P., Introducciones y notas al “Tratado de la Eucaristía” de la “Suma
teológica”, op. cit., p. 687.
[16] ÍDEM, Oficio
de la Fiesta del Cuerpo de Cristo, Ad Magnificat. Antiph.
[17] Concilio de
Trento, Decreto sobre el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, c. 2.
[18] Catecismo de
Trento, II, c. 4, n. 54.
[19] Jn 6, 53-54
[20] John Henry
Newman, Sermones parroquiales, Madrid, Ediciones Encuentro, 2007-2015, 8
vv., v. 1, Sermón 21, pp. 257-265, p. 260.
[21] Ibíd. pp.
260-261.
[22] Ibíd., p. 261.
[23] Lc 20, 37-38.
[24] Ex 3, 6. «Dijo
Dios de nuevo a Moisés: “Esto dirás a los hijos de Israel: El Señor Dios de
vuestros padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob me ha
enviado a vosotros (…) Anda y congrega a los ancianos de Israel y les dirás: El
Señor Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios
de Jacob…» (Ex 3, 15-16).
[25] John Henry
Newman, Sermones parroquiales, op. cit., p. 257.
[26] Ibíd., pp. 258.
[27] Ibíd., pp.
258-259.
[28] Ibíd., p. 259.
[29] Ibíd., p. 264.
[30] 1 Cor 11,
27-30.
[31] Santo Tomás de
Aquino, Comentario a la Primera Epístola a los Corintios, c.
XI, lec. VII. En el actual Código de Derecho canónico se
dice: «Quien tenga conciencia de hallarse en pecado grave, no celebre la Misa
ni comulgue el Cuerpo del Señor sin acudir antes a la confesión sacramental, a
no ser que concurra un motivo grave y no haya posibilidad de confesarse; y en
este caso, tenga presente que está obligado a hacer un acto de contrición
perfecta, que incluye el propósito de confesarse cuanto antes» (c. 916). El
motivo grave podría ser para el sacerdote el dejar a los fieles sin Misa y para
los laicos el peligro de muerte.
[32] Concilio de
Trento, Decreto sobre el santísimo Sacramento de la Eucaristía, can. XI.
[33] Catecismo
del Concilio de Trento. II, c. 4, n. 55.
[34] Santo Tomás de
Aquino, Suma teológica, III, q. 80, a. 4, in c.
[35] John Henry
Newman, Sermones parroquiales, op. cit., p. 264.
[36] Rm 6, 9-12.
[37] Rm 8, 11-13.
[38] John Henry
Newman, Sermones parroquiales, op. cit., p. 265.
[39] Jn 5, 29.
[40] Santo Tomás de
Aquino, Comentario a la Primera epístola a los Corintios, c. XI, lec. 7.
[41] John Henry
Newman, Sermones parroquiales, op. cit., p. 265.
No hay comentarios:
Publicar un comentario