A principios del siglo pasado Huaura era un pañuelo de pequeña. La educación era muy estricta y ortodoxa, por lo mismo el tirarse la pera o hacerse la vaca, era un reto. Además, cruzando el puente tenías toda la campiña, cargada de frutas frescas que, por la abundancia, los dueños de las huertas jamás se percataban de los grandes festines que los “vaqueros” se daban.
Pero ninguna se comparaba, a la huerta de "Don Pedro el tuerto", hombre avaro, cascarrabias y amigo de nadie, que se ufanaba por poseer una de las huertas más fructíferas y fértiles, en donde los mangos parecían papayas, los nísperos limones, los higos paltas, y ni qué decir de las manzanas !eran inmensas!
Y era
costumbre de este avaro señor, el hacer guardia, todas las tardes detrás de una
higuera, escopeta en mano… Hasta el amanecer, cuidando que no le vayan a robar.
Cosa que jamás nadie había logrado.
Esta
huerta estaba situada en la parte trasera del balcón, exactamente donde hoy
está el local de las monjas de Cáritas y también un bloque urbano… ¡Era un reto entrar a la huerta! -cosa que unos
estudiantes se tomaron a pecho y comenzaron a tramar un plan para vaciar la
huerta-.
Y
consiguieron una sábana, una campanita a la vez que cada uno tenía que usar una
túnica blanca, a manera de ángel, y con velas en la mano. Con este atuendo
ingresaron de manera temeraria, a media noche, cuando don Pedro vigilaba tras
una cargada higuera, fusil en mano.
Este
comenzó a sentir, el murmullo de procesión que se acercaba, dentro de la huerta
con el tilín de una campanita, mas, grande fue su sorpresa al ver a los
jóvenes, con túnicas blancas, vela en mano, que avanzaban a la luz de la luna,
cual procesión de ánimas, muy común en esas épocas. El delantero que portaba y
agitaba una campanita, seguido por cuatro en sotana blanca que sostenían las
puntas de una sábana blanca bajo la cual iba el más pequeño que recitaba:
¡Cuando
éramos vivos veníamos a comer higo!
¡Ahora
que estamos muertos venimos por don Pedro el tuerto!
¡Tú
como ánima delantera échale mano que está detrás de la higuera!
Al oír
esto, don Pedro se cagó, se meó y se desmayó, a la vez que exclamaba: ¡Carajo! ¡El ánima me conoce! -Cosa que los
astutos estudiantes aprovecharon para llenar sus costalillos y la sábana, con
las mejores frutas de la huerta, dejándola devastada. Cuando don Pedro se
despertó y corrió asustado a avisar a los vecinos; al volver encontró su huerta
saqueada.
Nota: En el bloque urbano dentro de lo que fue esta huerta, una de sus hijas
compró una casita, y en su jardín, aún las plantas crecen de forma desmesurada…
¡qué! ¿no lo creen?
De: Darío Pimentel Delgado
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