jueves, 8 de julio de 2021

"LOS VAQUEROS"

 A principios del siglo pasado Huaura era un pañuelo de pequeña. La educación era muy estricta y ortodoxa, por lo mismo el tirarse la pera o hacerse la vaca, era un reto. Además, cruzando el puente tenías toda la campiña, cargada de frutas frescas que, por la abundancia, los dueños de las huertas jamás se percataban de los grandes festines que los “vaqueros” se daban.

Pero ninguna se comparaba, a la huerta de "Don Pedro el tuerto", hombre avaro, cascarrabias y amigo de nadie, que se ufanaba por poseer una de las huertas más fructíferas y fértiles, en donde los mangos parecían papayas, los nísperos limones, los higos paltas, y ni qué decir de las manzanas !eran inmensas!

Y era costumbre de este avaro señor, el hacer guardia, todas las tardes detrás de una higuera, escopeta en mano… Hasta el amanecer, cuidando que no le vayan a robar. Cosa que jamás nadie había logrado.

Esta huerta estaba situada en la parte trasera del balcón, exactamente donde hoy está el local de las monjas de Cáritas y también un bloque urbano… ¡Era un reto entrar a la huerta! -cosa que unos estudiantes se tomaron a pecho y comenzaron a tramar un plan para vaciar la huerta-.

Y consiguieron una sábana, una campanita a la vez que cada uno tenía que usar una túnica blanca, a manera de ángel, y con velas en la mano. Con este atuendo ingresaron de manera temeraria, a media noche, cuando don Pedro vigilaba tras una cargada higuera, fusil en mano.

Este comenzó a sentir, el murmullo de procesión que se acercaba, dentro de la huerta con el tilín de una campanita, mas, grande fue su sorpresa al ver a los jóvenes, con túnicas blancas, vela en mano, que avanzaban a la luz de la luna, cual procesión de ánimas, muy común en esas épocas. El delantero que portaba y agitaba una campanita, seguido por cuatro en sotana blanca que sostenían las puntas de una sábana blanca bajo la cual iba el más pequeño que recitaba:

¡Cuando éramos vivos veníamos a comer higo!

¡Ahora que estamos muertos venimos por don Pedro el tuerto!

¡Tú como ánima delantera échale mano que está detrás de la higuera!

Al oír esto, don Pedro se cagó, se meó y se desmayó, a la vez que exclamaba: ¡Carajo! ¡El ánima me conoce! -Cosa que los astutos estudiantes aprovecharon para llenar sus costalillos y la sábana, con las mejores frutas de la huerta, dejándola devastada. Cuando don Pedro se despertó y corrió asustado a avisar a los vecinos; al volver encontró su huerta saqueada.

Nota: En el bloque urbano dentro de lo que fue esta huerta, una de sus hijas compró una casita, y en su jardín, aún las plantas crecen de forma desmesurada… ¡qué! ¿no lo creen?

 

De: Darío Pimentel Delgado

Alejandro Smith Bisso

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