Isaías fue el “profeta de la Confianza en Dios”, considerado entre los más grandes profetas porque fue él quien anunció al Mesías, es decir, quien despertó las ansias por recibir al heredero del trono de David, portador de paz y de justicia, camino verdadero para llegar a Dios, Jesús.
En el Antiguo Testamento, Isaías destaca por la riqueza de su lenguaje,
expresión del llamado “siglo de oro” de la
literatura hebrea; sobre todo por belleza de sus textos que resaltan la
importancia de las profecías referidas al pueblo de Israel, los pueblos paganos
y a los tiempos mesiánicos y escatológicos.
Isaías, cuyo nombre significa “Dios salva”, nació
en Jerusalén en el año 765 A.C. y parece que perteneció a una familia
aristócrata. Tanto la manera como se expresa, como la forma como se conduce a
la hora de actuar, lo presentan como un hombre de una cultura y sabiduría poco
comunes.
Ningún otro profeta describió con tanta claridad la figura de quien
habría de ser el Redentor de la humanidad, ni nos proporciona tantos datos
sobre lo que sería la vida del Mesías o enviado de Dios. Además, escribió el
libro más largo de la Biblia -en las ediciones modernas suele ocupar unas 70
páginas-, y dada la penetración de sus descripciones, es posible afirmar que
escribió “la primera biografía de Jesús”, 7
siglos antes de su nacimiento.
El capítulo 53 del libro de Isaías es el retrato dramático y denso de la
pasión y muerte del Mesías. El Profeta logra penetrar con sus palabras el
núcleo mismo del dolor que habrá de redimir a la humanidad; y cada lector se
convierte, por esa profundidad que le viene del Espíritu Santo, en una suerte
de testigo ocular de la Pasión y Muerte de Jesús. Los pasajes se suceden
dejando en claro que los sufrimientos del Enviado de Dios serán el pago a
cuenta por nuestros pecados.
Pero la magnitud de lo relatado allí no puede desvincularse de lo que
Isaias expresó en el capítulo 6 de su libro profético. Allí se narra cómo Dios
lo llamó -y, por extensión, cómo nos llama a todos nosotros-: “Vi al Señor Dios, sentado en un trono excelso y elevado
y miles de serafines lo alababan cantando: ‘Santo, Santo es el Señor Dios de
los ejércitos, llenos están el cielo y la tierra de Tu Gloria’. Yo me llené de
espanto y exclamé: ‘Ay de mí que soy un hombre de labios impuros y vivo en
medio de un pueblo pecador y mis ojos ven al Dios Todopoderoso’. Entonces voló
hacia mí uno de los serafines, y tomando una brasa encendida del altar la
coloco sobre mis labios y dijo: ‘Ahora has quedado purificado de tus pecados’.
Y oí la voz del Señor que me decía: ‘¿A quién enviaré? ¿Quién irá de mi parte a
llevarles mis mensajes?’ Yo le dije: ‘Aquí estoy Señor, envíame a mí'''.
Finalmente, según una antigua tradición judía, Isaías murió martirizado
por el rey Manasés de Judá.
Redacción ACI Prensa
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