1339. –¿Por qué Cristo instituyó el sacramento del orden?
–En la Suma contra los gentiles, explica Santo Tomás
que: «En todos los sacramentos de los cuales ya se
trató, se confiere la gracia espiritual oculta bajo las cosas visibles. Pero,
como toda acción debe ser proporcionada al agente, es preciso, pues, que
administren dichos sacramentos hombres visibles que gocen de poder espiritual».
De manera que: «No pertenece, pues, a los ángeles la administración de
los sacramentos, sino a los hombres, revestidos de carne visible. Por eso, dice
San Pablo: «Pues todo pontífice, tomado de entre los hombres, es puesto en
favor de los hombres, para aquellas cosas que es instituido para aquellas cosas
que miran a Dios» (Hb 5, 1)».
Además de estas palabras del
apóstol, indica seguidamente que: «Hay también otro
fundamento de esta razón. Pues la institución y la virtud de los sacramentos
tienen su origen en Cristo de quien dice San Pablo: «Cristo amó a la Iglesia y
se entregó por ella para santificarla, purificándola mediante el lavatorio del
agua con la palabra de vida» (Ef 5, 25-26)».
Además del bautismo: «también consta que Cristo dio
el sacramento de su cuerpo y sangre en la cena y lo instituyó para que se
frecuentara, y ambos son los principales sacramentos».
Sin embargo: «como Cristo había de desaparecer corporalmente de la
Iglesia, fue necesario que instituyera a otros como ministros suyos, quienes
administraran los sacramentos a los fieles, como dice San Pablo: «Es preciso
que los hombres vean en nosotros ministros de Cristo dispensadores de los
misterios de Dios» (1 Cor 4, 1)».
Así se explica que, por ello,
Cristo: «confió a los discípulos la consagración de
su cuerpo y sangre, diciendo «Haciendo esto en memoria mía» (Lc 22, 19).
También: «dióles el poder de perdonar los pecados,
según aquello de San Juan: «A quien perdonareis los pecados, le serán
perdonados» (Jn 20, 23), Y asimismo: «les impuso también el deber de
enseñar y bautizar diciendo: «Id, pues, enseñad a todas las gentes y
bautizándolas» (Mt 28, 29)».
1340. –¿Cristo dio potestad espiritual a la Iglesia
para administrar los sacramentos?
–Para santificar, con la
administración de las gracias sacramentales, regir y predicar, Cristo instituyó
el sacramento del orden, que confiera las gracias necesarias para realizar
estos ministerios en la Iglesia. Se comprende, si se tiene en cuenta, por una
parte, que: «el ministro, comparado con el señor,
es como el instrumento comparado con el agente principal; así, pues, como el
instrumento es movido por el agente para obrar, así también el ministro es
movido por mandato del señor para ejecutar algo». El instrumento debe
recibir la moción del agente, y, por ello, el ministro de Cristo lo es por
recibir su orden. Además: «es preciso que el
instrumento este proporcionado al agente. En consecuencia, también es preciso
que los ministros de Cristo guarden proporción con Él».
Por otra, porque sabemos que: «Cristo, como Señor, realizó nuestra salvación con
autoridad y virtud propias, en cuanto fue Dios y hombre: pues, en cuanto
hombre, padeció por nuestra redención y, en cuanto Dios, hizo saludable su
pasión para nosotros» [1].
Explica Santo Tomás en la Suma teológica:
«hay una doble causa eficiente: una principal, otra instrumental. La causa
eficiente principal de la salvación de los hombres es Dios. Pero, al ser la
humanidad de Cristo «instrumento de la divinidad», como se ha dicho, se sigue
que todas las acciones y sufrimientos de Cristo obran instrumentalmente la
salvación en virtud de la divinidad» [2].
De manera que: «Solamente Cristo debe llamarse nuestro Redentor» [3],
pero. «el ser inmediatamente Redentor es algo
propio de Cristo en cuanto hombre, aunque la misma redención pueda atribuirse a
toda la Trinidad como causa primera» [4].
Cristo en su naturaleza humana sufrió y murió para la redención del hombre,
pero recibió está eficacia de su naturaleza divina. De este modo: «la pasión de Cristo referida a su carne, convino a la flaqueza
que asumió; pero, referida a la divinidad, obtiene de ésta un poder infinito,
conforme aquellas palabras: «La flaqueza de Dios es más fuerte que los hombres»
(1 Cor 1, 25), es a saber, porque la flaqueza de
Cristo, en cuanto flaqueza de Dios, tiene una fuerza que supera a todo poder
humano» [5].
De todo ello se infiere que: «es preciso también que los ministros de Cristo sean
hombres y participen algo de su divinidad mediante alguna potestad espiritual,
porque el instrumento participa también algo de la virtud del agente principal,
Y de esta potestad dice San Pablo que: «el Señor le dio potestad para edificar
y no para destruir» (2 Cor 13, 10)».
Advierte seguidamente Santo
Tomás que: «no se ha de decir que esta potestad se ha dado a los discípulos de
Cristo de manera que no pueda transferirse a otros, puesto que se les dio para «la edificación de la Iglesia» (Ef 4, 12), según
dice dan Pablo. Luego es preciso que esta potestad se perpetúe tanto cuanto es
necesario para la edificación de la Iglesia. Y esto comprende necesariamente
desde la muerte de los discípulos de Cristo hasta el fin del mundo. Así, pues, dióse a los discípulos de Cristo la potestad
espiritual para que por ellos pasara a los otros».
Queda confirmado, porque: «el Señor al hablar a los discípulos, se refería a los
demás fieles, como consta por aquello que se dice en San Marcos: »Lo que a
vosotros digo, a todos lo digo» (Mc 13, 37). Y, en San Mateo, dijo el
Señor a los discípulos: «Yo estaré con vosotros
hasta la consumación del mundo» (Mt 28, 20).
1341 –¿La potestad espiritual que se transfiere a
algunos discípulos es un sacramento?
–Santo Tomás afirma que el
poder sagrado, que dio a los apóstoles y que desde ellos se ha ido
transmitiendo, por medio de un rito es un sacramento. Explica su conveniencia
con el siguiente argumento: «Porque este poder
espiritual pasa de Cristo a los ministros de la Iglesia, y los efectos espirituales
derivados de Cristo a nosotros son ejecutados bajo ciertos signos sensibles,
como consta por lo dicho, convino también que esta potestad espiritual se
entregara a los hombres bajo ciertos signos sensibles».
Estos signos sensibles
constituirían la forma y la materia del sacramento, pues: «son algunas fórmulas
verbales y determinados actos, como la imposición de las manos, la unción, la
entrega del libro o del cáliz, o cosas parecidas, que pertenecen a la ejecución
del poder espiritual». Y como: «cuando se entrega
algo espiritual bajo un signo corporal», lo que se da es un sacramento, puede
decirse que en la entrega de la potestad se celebra un cierto sacramento que se
llama el «sacramento del orden» [6].
Así se afirmó en el Concilio
de Trento en el siguiente canon: «Si alguno dijere
que el orden, o la sagrada ordenación, no es verdadera y propiamente sacramento
instituido por Jesucristo, nuestro Señor; o que es una ficción humana inventada
por hombres ignorantes en materias eclesiásticas; o que es solamente cierto
rito para elegir los ministros de la divina predicación y de los Sacramentos,
sea excomulgado» [7].
Se precisa en otro que: «Si alguno dijere que no hay en el Nuevo Testamento un
sacerdocio visible y externo, o que no hay potestad alguna de consagrar y
ofrecer el verdadero cuerpo y sangre del Señor, ni de remitir y retener los
pecados; sino solamente el oficio y mero ministerio de predicar el Evangelio, o
que los que no predican, no son absolutamente sacerdotes, sea excomulgado» [8].
1342. –¿Cuál sería la definición del sacramento del
orden?
–Santo Tomás cita la siguiente
definición: «El orden es un cierto signo de la
Iglesia por el que se entrega una potestad espiritual al ordenado» [9].
Comenta que: «La definición que el Maestro propone
se ajusta al orden en cuanto sacramento de la Iglesia. Por eso señala dos
cosas: el signo exterior, diciendo «cierto signo», y el efecto interno, al
decir «por el que se entrega una potestad espiritual» [10].
Se justifica la existencia de
este sacramento, cuya esencia se ha descrito, del modo siguiente: «Dios quiso
hacer sus obras semejantes a sí en lo posible, para que fuesen perfectas y a
través de ellas se le pudiese conocer. Y por eso, para manifestar en sus obras
no sólo lo que Él es en sí, sino también su manera de actuar sobre las
criaturas, impuso todos los seres esta ley: que los últimos han de ser
perfeccionados por los intermedios, y estos por los primeros, según dijo
Dionisio (Jerarquía celeste, 4, 3)».
De acuerdo con esta ley divina
universal: «para que la Iglesia no careciese de
esta belleza, puso Dios orden en ella, de suerte que unos administren a otros
los sacramentos; con lo cual, siendo como colaboradores de Dios, se hacen de
alguna manera semejante a Él. Lo mismo ocurre en el cuerpo natural, en el que
unos miembros vivifican a los otros» [11].
1343. –¿Cuáles son los efectos del sacramento del orden?
–El primer efecto del
sacramento del orden es la gracia sacramental del mismo, o la gracia
santificante con el matiz propio y adecuado del sacramento. Explica Santo
Tomás, en el primer capítulo dedicado al orden. En la Suma contra los gentiles. que: «es propio de la liberalidad divina que a quien se
concede la potestad de hacer algo se le confieran también aquellas cosas sin
las cuales no puede ejercerse convenientemente tal operación».
Además: «como la administración de los sacramentos, que es la
finalidad del poder espiritual, no se hace convenientemente si uno no es
ayudado para esto por la gracia divina», es preciso afirmar que: «también se
confiere la gracia en éste como en los demás sacramentos».
También se puede inferir que: «como la potestad del orden es para la administración de
los sacramentos y, entre estos, el más noble y como la culminación de todos es
el sacramento de la eucaristía, como consta por lo dicho (cf. IV, c. 61), es preciso que la potestad del orden se considere como
relacionada con este sacramento, porque: «cada cosa se denomina por el fin» (Arist.,
El alma,
4)». El orden, por tanto, confiere la
potestad para consagrar y administrar la eucaristía.
También se puede obtener otra
consecuencia, porque: «pertenece al mismo poder el
dar alguna perfección y preparar la materia para su recepción, tal como el
fuego tiene poder no sólo para comunicar su forma a otro, sino también para
disponer la materia para la recepción de esta forma». Por consiguiente: «como quiera que en la potestad del orden se tenga por
fin el consagrar y entregar a los fieles el sacramento del Cuerpo de Cristo, es
preciso que esa misma potestad incluya también el hacerlos aptos y dispuestos
para recibir este sacramento».
Se comprende que: «esta aptitud y disposición del fiel para la recepción de
este sacramento consiste en que esté limpio de pecado, pues no hay otro modo de
unirse espiritualmente a Cristo, a quien se une sacramentalmente recibiendo
este sacramento. Es preciso, pues, que la potestad del orden se extienda hasta
la remisión de los pecados, mediante la dispensación de aquellos sacramentos
que se ordenan a la remisión del pecado, como son el bautismo y la penitencia,
según consta por lo dicho (cf. IV. c. 59 y 62)».
Se confirma, porque: «el Señor, como se dijo, dio a sus discípulos, a quienes
confió la consagración de su cuerpo, el poder de perdonar los pecados. Poder
que se expresa por «las llaves», de las cuales dijo el Señor a San
Pedro: «Yo te daré las llaves del reino de los
cielos» (Mt 16, 19). Y el cielo se cierra y se abre para cada uno según
que esté sujeto al pecado o limpio de pecado; por eso el usar de estas llaves
se dice «atar y desatar», esto es, de los pecados» [12].
1344. –¿En el sacramento del orden se pueden
distinguir varias partes?
–Sostiene Santo Tomás, en la Suma teológica, que el sacramento del orden se
divide en varias órdenes. Lo explica con dos razones basadas en las Escrituras.
La primera es porque: «la Iglesia es el cuerpo
místico de Cristo, semejante según San Pablo, al cuerpo natural (Rm 12,
4-5). Pero en el cuerpo natural las funciones de
los miembros son diversas. Luego en la Iglesia debe haber distintas órdenes».
La segunda es la siguiente: «El ministerio del Nuevo Testamento es más digno que el
del Antiguo. Pero en éste eran consagrados no sólo los sacerdotes, sino también
sus ministros, los levitas. Luego también en el Nuevo Testamento deben
consagrase por el sacramento por el sacramento del orden no sólo los
sacerdotes, sino también sus ministros. Por eso es necesario que haya muchas
órdenes» [13].
En la Iglesia aparecieron
siete grados jerárquicos u órdenes por tres razones. En primer lugar: «para manifestar la admirable sabiduría de Dios, que
brilla de manera especial en la distinción ordenada de las cosas, tanto en el
orden natural como en el sobrenatural» [14].
Santo Tomás asume el principio
de la continuidad de grados intermedios establecido por el Pseudo-Dionisio, que
declaraba, por un lado, que «la jerarquía es un
orden sagrado, un saber y actuar asemejado lo más posible a lo divino» [15];
por otro, que: «el orden establecido por Dios» es
que «los seres inferiores se eleven a Dios por medio de las jerarquías
superiores» [16].
En segundo lugar, explica
Santo Tomás que la jerarquía clerical se introdujo en la Iglesia: «para remedio de la fragilidad humana, pues con una sola
orden no se podrían atender todas las cosas necesarias para los ritos sagrados
sin gran trabajo. Por eso, para los diversos ministerios se ponen distintas
órdenes».
Por último, en tercer lugar: «para dar a los hombres un camino más fácil de adelantar;
en efecto, se reparten por los diversos cargos para ser cooperadores de Dios,
que es «lo más divino de todas las cosas» (Dionisio, La jerarq.
celest., c. III, 2).» [17].
En La
jerarquía celeste del
Pseudo-Dionisio, se dice que: «cada orden de la
sagrada jerarquía, según le corresponde a cada uno, es elevado a cooperar con
Dios, con la gracia y poder que Dios le da puede hacer aquellas cosas que,
natural y sobrenaturalmente, son propias de la Divinidad. Dios las hace de
manera sobreesencial y las revela en forma jerárquica a las inteligencias que
aman a Dios» [18].
Según este orden divino
general, que se cumple en toda la escala de los entes, en la que siempre
superior desciende hasta lo inferior de un modo gradual o por medio de grados
intermedios: «el orden sagrado dispone que unos
sean purificados y que otros purifiquen, que unos sean iluminados y que otros
iluminen, que unos sean perfeccionados y que otros perfeccionen» [19].
1345. –¿Cuáles son estas partes u órdenes?
–Para explicar el número de
órdenes, en el siguiente capítulo de la Suma
contra los gentiles, Santo Tomás
sostiene que, por una parte, debe tenerse en cuenta que: «la potestad que se ordena a algún efecto principal tiene
por naturaleza bajo sí las potestades inferiores que la sirven. Como se ve
claramente en las artes, pues las artes que disponen la materia están al
servicio de la que imprime la forma artificial, y la que le imprime la forma
está, a su vez, al servicio de la que atiende al fin de lo artificial; más
todavía, la que se ordena al fin más próximo sirve a la que le corresponde el
último fin».
Así por ejemplo, la actividad «de cortar maderos sirve a la de construir naves, y ésta
a la de marinería, la cual sirve, a la vez, a la económica, o a la militar, o a
otra semejante, puesto que la navegación se pude ordenar a diversos fines».
Puede así afirmarse que: «como la potestad del orden se ordena principalmente a
consagrar el cuerpo de Cristo y administrarlo a los fieles, y a purificarlos de
los pecados, es preciso que exista alguna orden principal, cuya potestad se
extienda principalmente a esto, y tal es el «orden sacerdotal».
Además de la parte principal
del sacramento del orden, la orden sacerdotal, «ha
de haber otras que le sirvan, disponiendo de algún modo la materia, y éstas son
las «órdenes de los administradores». Y porque la potestad sacerdotal,
como ya se dijo, se extiende a dos cosas, a saber, a la consagración del cuerpo
de Cristo y a hacer idóneos a los fieles para la recepción de la eucaristía por
la absolución de los pecados, es conveniente que la sirvan las órdenes
inferiores en ambas cosas o en una sola». También se sigue de ello, porque: «es evidente que una orden inferior en tanto es más
superior a las otras en cuanto más cosas sirve al orden sacerdotal o lo hace en
algo más digno».
Por una parte, las que
considera: ««órdenes menores», sólo sirven
al orden sacerdotal en la preparación del pueblo: los «ostiarios»,
efectivamente, apartando a los infieles de la congregación de los
fieles. Los «lectores», instruyendo a los catecúmenos en los principios de la
fe y por eso se les encarga leer las escrituras del Antiguo Testamento. Los «exorcistas», purificando a quienes ya están instruidos,
pero están impedidos de algún modo por el demonio para recibir los
sacramentos».
Por otra, las que Santo Tomás
considera: ««órdenes superiores», sirven al
orden sacerdotal no sólo en la preparación del pueblo, sino también en la
consumación del sacramento. Pues los «acólitos» tienen
a su cargo los vasos no sagrados, en los cuales se prepara la materia del
sacramento y por eso en su ordenación se les entregan las vinajeras. Los «subdiáconos» tienen a su cargo los vasos sagrados
y la preparación de la materia aún no consagrada. Los «diáconos»
tienen, además, un cierto ministerio sobre la materia ya consagrada, en
cuanto que distribuyen a los fieles la sangre de Cristo. Y por eso estás tres órdenes, a saber, el sacerdocio, el
diaconado y el subdiaconado, se llaman sagradas, porque reciben poder sobre algo
sagrado». Se les llama también «órdenes
mayores».
Además: «estas órdenes superiores también sirven en la
preparación del pueblo. Por eso se les confiere a los diáconos el poder de
enseñar la doctrina evangélica al pueblo, y los subdiáconos la apostólica, y a
los acólitos el poder para que, con respecto a estas dos cosas, preparen lo que
corresponde a las ceremonias, como el llevar las luces y otros servicios
parecidos» [20].
1346. –¿Las siete órdenes son todas sacramentos?
–En la Suma teológica, precisa Santo Tomás que: «La división del orden no es de un todo integral en su
partes», como la que se da entre las partes de un compuesto, que no existe si
no consta de todas sus partes. Tampoco: «es
la de todo universal», o de un género que se divide en sus especies. No
hay un género sacramental común con distintas especies que se distinguen por
sus diferencias.
La división del orden sacramental
es «la de un todo potestativo», que
consiste: «en que el todo, según su razón completa,
se da en uno solamente, y en los demás se da una participación del mismo». En
una parte se da el todo de un modo pleno, tal como ocurre en el episcopado y en
las otras el mismo todo pero en distintos grados, de manera que participan de
la totalidad. «Esto es lo que ocurre aquí», porque:
«toda la plenitud de este sacramento está en una
sola orden, el sacerdocio», el sacerdocio pleno o episcopado, «mientras que en las demás se da una participación del
orden (…) Por eso todas las órdenes son un solo sacramento»
[21].
Las diferentes órdenes, que en
el presbiteriado y diaconado, son propiamente diferentes grados de
participación del orden, son siete, Explica Santo Tomás en la Suma teológica
que: «el sacramento del orden se ordena a la Eucaristía, que es como dice
Dionisio, «el sacramento de los sacramentos» (Jerar. Eclesiast, c. 3, p.
1). Por eso, así como se necesitan consagración el templo, el altar, los vasos
y las vestiduras, del mismo modo la necesitan también los ministros de la
Eucaristía; esta consagración es el sacramento del orden. Por eso la distinción del orden hay que tomarla según la
relación a la Eucaristía».
De este modo: «la potestad de orden o se ordena a la consagración de la
Eucaristía misma o a otro ministerio en relación con ella. En el primer caso
tenemos la orden de los «sacerdotes», la de los que han recibido el sacramento
del simple sacerdocio, «por eso, al ordenarse, reciben el cáliz con el vino y
la patena con el pan, símbolo de la potestad de consagrar el cuerpo y la sangre
de Cristo».
En cuanto a los ministerios
que tienen relación con la Eucaristía, explica Santo Tomás que: «La cooperación de los ministros tiene por objeto o el
sacramento mismo o a quienes lo reciben. En el primer caso es triple. El primer
ministerio es el de cooperar con el sacerdote. Es el oficio del «diácono». Por
eso se dice en las Sentencias que «es propio del diácono ayudar a los
sacerdotes en todas las cosas que se realizan en los sacramentos de Cristo; y
ésta es la razón de que también los diáconos distribuyan la Sangre». En
sentido propio, el presbiteriado y el diaconado participan del sacerdocio pleno
y, por tanto, son verdaderos sacramentos.
En segundo lugar: «está el ministerio, cuyo fin es preparar la materia del
sacramento en los vasos sagrados; es el oficio del «subdiácono»; por eso se
dice en las «Sentencias», que llevan los vasos del cuerpo y la sangre del Señor
y depositan las oblaciones en el altar. En señal de ello, cuando se ordenan,
reciben el cáliz vacío en manos del obispo». Aunque no sea un
sacramento, junto con el presbitariado y diaconado se le considera una orden
mayor o sagrada. En la actualidad sus funciones han pasado al ministerio de
lector y de acólito.
En tercer lugar, están las
otras cuatro órdenes, llamadas propiamente órdenes menores. Primero «se encuentra el ministerio ordenado a presentar la
materia del sacramento. Es el oficio del «acólito», que, como se dice en las
«Sentencias», prepara las vinajeras con vino y agua. Por eso recibe las
vinajeras vacías». El acólito sirve a los ministros en el altar a los
que acompaña.
Respecto a la siguiente orden
menor, el ostiario o portero, explica Santo Tomás que: «El
ministerio ordenado a la preparación de los que reciben la Eucaristía sólo
puede ejercerse sobre los inmundos, pues los limpios ya están preparados para
recibir los sacramentos. Según Dionisio, hay tres clases de impuros. Unos son
totalmente infieles, que rehúsan creer; éstos deben ser rechazados totalmente
de la asistencia a los divinos misterios y de la comunidad de los fieles; es el
oficio propio de los ostiarios». A esta labor de vigilancia de la
puerta, muy importante en el caso de persecución, se añadía las propias de un
portero, como abrir y cerrar las puertas y tocar las campanas.
La función del lectorado se
explica, añade Santo Tomás, porque: «Otros,
queriendo creer, aún no están instruidos; son los catecúmenos, para cuya
instrucción están los «lectores»; por eso se les encomienda leer los primeros
rudimentos de la doctrina de la Fe, contenidos en el Antiguo Testamento».
Junto con esta misión tiene también la de catequesis.
Por último, queda justificada
la función del exorcistado, la de expulsar los demonios, al advertir que: «hay otros, fieles e instruidos, pero impedidos por el
poder de los demonios; son los energúmenos, sobre quienes ejercen su potestad
los «exorcistas» [22].
1347. –¿Los exorcismos sólo se pueden ejercitar en
la orden del exorcistado?
–Se llama exorcismo a una
oración contra el espíritu maligno, que al mismo tiempo es un conjuro, en el
sentido de un mandato imperativo, Indica Santo Tomás que: «Hay dos clases de conjuro: Uno procede de modo de
súplica, obligando a obrar por respeto a las cosas sagradas; la otra, en cambio
a modo de compulsión» o de obligación por autoridad. «El primero no se puede usar respecto de los demonios,
ya que exige cierta manifestación de benevolencia y amistad, que nunca es
lícito tenerla con ellos».
En cambio, el segundo es
lícito, porque: «Podemos conjurar a los demonios
por el poder del nombre de Dios, arrojándolos fuera de nosotros como a enemigos
declarados, a fin de evitar los daños espirituales y corporales que nos pueden
venir de ellos. Poder que nos dio el mismo Cristo, cuando dijo: «He aquí que yo os he dado poder para andar sobre
serpientes y escorpiones y sobre toda potencia enemiga y nada os dañará»
(Lc 10, 19)» [23].
Debe precisarse que no se
pueden hacer conjuros en el sentido de invocaciones a los demonios, tal como
hacen los magos o adivinos, porque: «Los
nigromantes utilizan los conjuros o invocaciones a los demonios para aprender y
alcanzar alguna cosa de ellos» [24].
De este modo establecen «relaciones con ellos», sin tener en cuenta que, por
una parte: «los demonios son nuestros enemigos en
el curso de esta vida presente»; por otra, que: «sus
actos no se someten a nuestras disposiciones, sino a las órdenes de Dios y a
las de los santos ángeles» [25].
Un exorcismo o conjuro, en el
sentido correcto, por consiguiente, es la invocación del nombre de Dios, hecha
con el fin de alejar al demonio de alguna persona, animal, lugar o cosa. En el Catecismo de la Iglesia Católica se indica que: «Cuando
la Iglesia pide públicamente y con autoridad, en nombre de Jesucristo, que una
persona o un objeto sea protegido contra las asechanzas del maligno y sustraída
a su dominio, se habla de exorcismo. Jesús lo practicó (cf. Mc
1,25s; etc.), de él tiene la Iglesia el poder y el
oficio de exorcizar (cf. Mc 3,15; 6,7.13; 16,17). En forma simple, el exorcismo tiene lugar en la
celebración del Bautismo. El exorcismo solemne sólo puede ser practicado por un
sacerdote y con el permiso del obispo» [26].
En el actual Código de
Derecho canónico, se dice: «1. Sin licencia peculiar y
expresa del Ordinario del lugar, nadie puede realizar legítimamente exorcismos
sobre los posesos. 2. El ordinario del lugar concederá esta licencia solamente
a un presbítero piadoso, docto, prudente y con integridad de vida» [27].
Debe precisarse que cuando el
exorcismo se hace en nombre de la Iglesia, por la persona legítima y con los
ritos previstos, tiene entonces el carácter de un sacramental, y al exorcismo
se le llama «público». Si lo hace cualquier
persona se le llama «privado». Los
exorcismos públicos pueden ser, como se dice en este párrafo del Catecismo,
«simples», cuando forman parte de otros ritos, por ejemplo, el del
bautismo, y lo realizan quienes tienen potestad para celebrar aquel rito. Los
exorcismos públicos se denominan «solemnes», cuando
se hacen para los casos de posesión diabólica.
El exorcismo «público y solemne», dirigido a la posesión y
obsesión, es a los que se llama propiamente exorcismo, ya que sólo pueden ser
realizados por los obispos o los presbíteros que reciban la facultad, nunca por
otras personas, ni, por ello, por ningún laico. Este exorcismo debe ser
considerado como un sacramental, es decir, un signo sagrado que es eficaz por
la intercesión de la Iglesia, como lo es, por ejemplo, una bendición.
En cambio, los exorcismos
privados y públicos simples, que en sentido estricto no son exorcismos, se
pueden denominar «plegarias de liberación», que
son eficaces porque el demonio teme las cosas sagradas, como el agua bendita,
la cruz y sobre todo a Cristo, de ahí la importancia de santiguarse, acto en
que además pedimos el socorro de Dios para liberación de nuestros enemigos [28].
Sin embargo, con cualquiera de los dos, al igual que el exorcismo en sentido
estricto, el público solemne, por ser también exorcismos, como también se
indica en el nuevo Catecismo. se: «intenta expulsar a los demonios o liberar del
dominio demoníaco gracias a la autoridad espiritual que Jesús ha confiado a su
Iglesia» [29].
1348. –¿Cuál es el contenido de los exorcismos u oraciones
contra el espíritu maligno?
–Las preces restringidas del
exorcismo público y solemne se encuentran en el Ritual Romano. En cuanto, a los
demás exorcismo, los públicos simples se encuentran en los rituales de los
correspondientes sacramentos. Respecto a los privados pueden ser muchos. Una de
estas plegarias de liberación, que puede considerarse la mejor, es la oración
que mandó publicar el Papa León XIII, además de las preces que redactó para que
se rezaran después de la misas [30].
Este exorcismo lo pueden rezar todos los fieles en privado o en grupo, pues no
es para los posesos, sino contra Satanás y los ángeles rebeldes. Su texto es el siguiente:
«En el nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Oración a San Miguel:
Gloriosísimo príncipe de los ejércitos celestiales, San Miguel Arcángel,
defiéndenos en el combate contra los principados y las potestades, contra los
caudillos de estas tinieblas del mundo, contra los espíritus malignos
esparcidos en los aires (Ef 6, 10-I2). ¡Ven en auxilio de los hombres que Dios
hizo a su imagen y semejanza, y rescató a gran precio, de la tiranía del
demonio! A ti, venera la Iglesia como su guardián y patrono. A ti, confió el
Señor las almas redimidas para colocarlas en el sitio de la suprema felicidad.
Ruega, pues, al Dios de paz, que aplaste al demonio bajo nuestros pies,
quitándole todo poder para retener cautivos a los hombres y hacer daño a la
Iglesia. Pon nuestras oraciones bajo la mirada del Altísimo, a fin de que
desciendan cuanto antes sobre nosotros las misericordias del Señor, y sujeta al
dragón, aquella antigua serpiente, que es el diablo y Satanás, para
precipitarlo encadenado a los abismos, de manera que no pueda nunca más seducir
a las naciones (Ap. 20).
Exorcismo: En el nombre de
Jesucristo Dios y Señor nuestro, mediante la intercesión de la Inmaculada
Virgen María, Madre de Dios; de San Miguel Arcángel, de los Santos Apóstoles
Pedro y Pablo y de todos los Santos y apoyados en la sagrada autoridad que
nuestro ministerio nos confiere (los que no son sacerdotes supriman esta última
frase) procedemos con ánimo seguro, a rechazar los asaltos que las astucias del
demonio mueve en contra de nosotros.
Levántese Dios y
sean dispersados sus enemigos y huyan de su presencia los que le aborrecen.
Desaparezcan como el humo, como se derrite la cera al calor del fuego, así
perezcan los pecadores a la vista de Dios» (Sal 67).
V.: He aquí la Cruz
del Señor ¡Huid poderes enemigos! R.: Venció el león de la tribu de Judá, el
Hijo de David. V: Venga a Nos, Señor; tu misericordia. R.:
Pues que pusimos nuestra esperanza en ti.
Os exorcizamos, espíritus de
impureza, poderes satánicos, ataques del enemigo infernal, legiones, reuniones,
sectas diabólicas, en el nombre y por virtud de Jesucristo †. (Cada vez que se encuentre el † signo, debe hacerse la señal de la Cruz con un
crucifijo bendecido, sobre el lugar donde se reza el exorcismo), Nuestro Señor,
os arrancamos y expulsamos de la Iglesia de Dios, del mundo, y de las almas
creadas a la imagen de Dios, y rescatadas por la preciosa sangre del Cordero
Divino †.
No oses más, pérfida
serpiente, engañar al género humano, ni perseguir la Iglesia de Dios, ni sacudir
y pasar por la criba como el trigo, a los elegidos de Dios †. Te lo manda Dios Altísimo †
a quien por tu gran soberbia, aún pretendes asemejarte, y cuya voluntad es que
todos los hombres se salven y vengan al conocimiento de la Verdad † (1 Tim 2-4).
Te lo manda Dios Padre †. Te lo manda Dios Hijo †.
Te lo manda Dios Espíritu Santo †. Te lo manda
Cristo, Verbo eterno de Dios hecho carne † que
para salvar nuestra raza, perdida por tu envidia, se humilló y fue obediente
hasta la muerte (Flp. 2, 8), que ha edificado su Iglesia sobre firme piedra
prometiendo que las puertas del Infierno no prevalecerán jamás contra ella (Mt.
16, 18) y que permanecería con ella todos los días hasta la consumación de los
siglos (Mt. 28, 20). Te lo manda la santa señal de la Cruz † y la virtud de todos los misterios de la fe
cristiana †. Te lo manda el poder de la Excelsa
Madre de Dios la Virgen María † que desde el
primer instante de su Inmaculada Concepción aplastó tu muy orgullosa cabeza por
virtud de su humildad †. Te lo manda la fe de
los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, y la de los demás Apóstoles †. Te lo manda la sangre de los Mártires, y la piadosa
intercesión de los Santos y Santas †.
Así, pues, dragón maldito y
toda la legión diabólica, os conjuramos por el Dios † vivo;
por el Dios † verdadero; por el Dios † Santo; por el Dios que tanto amó al mundo, que llegó
hasta darle su hijo Unigénito, a fin de que todos los que creen en El no
perezcan, sino que vivan vida eterna (Jn. 3, 16). Cesad de engañar a las
criaturas humanas y brindarles el veneno de la condenación eterna. Cesad de
perjudicar a la Iglesia y de poner trabas a su libertad. Huye de aquí nuestro
mundo, Satanás, inventor y maestro de todo engaño, enemigo de la salvación de
los hombres.
Retrocede delante de Cristo en
quien nada has encontrado que se asemeje a tus obras. Retrocede ante la
Iglesia, una, santa, católica y apostólica, que Cristo mismo compró con su
Sangre. Humíllate bajo la poderosa mano de Dios, tiembla y desaparece ante la
invocación, hecha por nosotros, del santo y terrible nombre de Jesús, ante el
cual se estremecen los infiernos; a quien están sometidas las virtudes de los
Cielos, las Potestades y las Dominaciones: que los Querubines y Serafines
alaban sin cesar en sus cánticos diciendo: ¡Santo, Santo, Santo, es el Señor
Dios de los ejércitos! (Is. 6, 3). V: ¡Señor, escucha
mi plegaría! R.: Y mi clamor llegue hasta
TI. V: El Señor sea con vosotros R.: Y con tu espíritu.
Oración: Dios del Cielo y de la tierra,
Dios de los Ángeles, Dios de los Arcángeles, Dios de los Patriarcas, Dios de
los Profetas, Dios de los Apóstoles, Dios de los Mártires, Dios de los
Confesores, Dios de las Vírgenes, Dios que tienes el poder de dar la vida
después de la muerte, el descanso después del trabajo, porque no hay otro Dios
delante de ti, ni puede haber otro, sino Tú mismo. Creador de todas las cosas
visibles e invisibles, cuyo reino no tendrá fin: Humildemente suplicamos a la
majestad de tu gloria, se digne librarnos eficazmente y guardarnos sanos de
todo poder, lazo, mentira y maldad de los espíritus infernales. Por Cristo
Señor nuestro. Amén.
–De las acechanzas del
demonio, líbranos Señor. –Que te dignes conceder a tu Iglesia, la seguridad y
la libertad necesaria para tu servicio, te rogamos, óyenos. –Que te dignes
humillar a los enemigos de la Santa Iglesia te rogamos, escúchanos (Se rocía
con agua bendita el lugar donde se recita el exorcismo).
Ángeles de la guarda
¡Ayúdanos¡ Ángeles de la guarda ¡Protegednos! Ángeles de la guarda ¡Rogad por
nosotros! (Un Padre nuestro en cada invocación)».
1349 –¿En qué consiste la orden del episcopado?
–Como se ha explicado, aunque
el sacramento del orden es esencialmente uno, se pueden distinguir varias
partes, en cuanto se dan diferentes grados de participación en el sacerdocio:
el presbiterado, o simple sacerdocio, y el diaconado –sacramento y ministerio
más inmediato al presbiterado–. Los dos grados como sacramentos del orden
imprimen carácter indeleble.
El subdiaconado y las ordenes
menores (acolitado, exorcistado, lectorado y ostiariado) no son sacramentos,
sino que son sacramentales o afines a los sacramentales, y, por ello, no son
partes del sacramento del orden. Así se explica que en la ordenación de los
mismos no se hace la imposición de las manos, ni tampoco imprimen carácter. .
Además de estas siete órdenes
en sentido amplio, existe el episcopado, o sumo sacerdocio, el orden
sacramental, que es la plenitud del sacramento del orden o del sacerdocio, y
del que puede decirse participan el presbiterado y el diaconado. Santo Tomás,
en el siguiente capítulo de la Suma contra los
gentiles, lo justifica con el siguiente argumento: «Para conferir estas órdenes se realiza con cierto
sacramento, según se dijo, y los sacramentos de la Iglesia han de ser
dispensados por algunos ministros, será necesario que en la Iglesia haya un
poder supremo de más alto ministerio que confiera el sacramento del orden. Y
tal es el episcopal, el cual, si en cuanto a la consagración del cuerpo de
Cristo se equipara al sacerdotal, no obstante es superior a este en cuando a
las necesidades de los fieles». De manera que: «incluso
el poder sacerdotal se deriva del episcopal; y cuanto hay de arduo en lo
concerniente al pueblo fiel es un quehacer reservado a los obispos, los cuales
pueden comisionar a los sacerdotes para que también intervengan en ello».
En el Concilio de Trento se
estableció la sacramentalidad del episcopado al decirse: «Si alguno dijere que en la Iglesia Católica no existe
una jerarquía, establecida por divina institución, la cual consta de obispo,
presbiterios y ministros, sea excomulgado» [31].
Sobre la preeminencia del
orden episcopal se dijo también que: «Si alguno
dijere que los obispos no son superiores a los presbíteros; o que carecen de la
potestad de confirmar y ordenar; o que la que tienen es común a ellos y a los
presbíteros; o que son nulas las ordenes conferidas por ellos sin el
consentimiento o el llamamiento del pueblo o del poder secular; o que los que
no han sido debidamente ordenados ni recibidor misión de potestad eclesiástica
y canónica, sino que vienen de otra parte, son ministros legítimos de la
predicación y de los sacramentos, sea excomulgado» [32].
1350. –¿Es suficiente en la Iglesia la potestad de
cada uno de sus obispos?
–Afirma Santo Tomás a
continuación que hay: «un solo jefe para toda la
Iglesia por disposición de Cristo». Sobre la razón de su necesidad en la
jerarquía eclesiástica, argumenta Santo Tomás, en este mismo capítulo de la Suma contra los gentiles: «Es manifiesto que, aunque los pueblos se diferencian
por las diversas diócesis y ciudades, no obstante, es preciso que así como para
la iglesia particular de un pueblo determinado se requiere un obispo, que es la
cabeza de todo ese pueblo, igualmente se requiere que para todo el pueblo
cristiano haya uno que sea la cabeza de la Iglesia universal» [33].
Esta potestad de de cabeza única de la iglesia es la del Romano Pontífice.
Tal como se establece en el Código de Derecho Canónico: «El Obispo de la Iglesia Romana, en quien permanece la
función que el Señor encomendó singularmente a Pedro, primero entre los
Apóstoles, y que había de transmitirse a sus sucesores, es Cabeza del Colegio
de los Obispos, Vicario de Cristo y Pastor de la Iglesia universal en la
tierra; el cual, por tanto, tiene, en virtud de su función, potestad ordinaria,
que es suprema, plena, inmediata y universal en la Iglesia, y que puede siempre
ejercer libremente» [34].
Es necesario que exista un
Pastor supremo de la Iglesia, porque: «La unidad de
la Iglesia requiere la unidad de todos los fieles en la fe. Pero en torno a las
cosas de fe suelen suscitarse problemas. Y la Iglesia se dividiría por la
diversidad de opiniones de no existir uno que con su dictamen la conservara en
la unidad. Luego, para conservar la unidad de la Iglesia es preciso que haya
una cabeza universal que la presida».
Podría decirse que: «Cristo, que es el único esposo de la única Iglesia, es
la única cabeza y el único pastor». Sin embargo, con ello: «no se expresa
suficientemente», porque: «consta que Cristo
realiza todos los sacramentos de la Iglesia, siendo El quien bautiza, perdona
los pecados, y además, es el verdadero sacerdote que se ofreció en el ara de la
cruz y por cuyo poder se consagra diariamente su cuerpo en el altar. Pero, como
en el futuro no iba estar presente corporalmente entre los fieles, eligió a los
ministros, quienes dispensarían a los fieles cuanto hemos dicho».
Por este motivo: «porque había de sustraer su presencia corporal de la
Iglesia, fue menester que comisionara a otro para que, haciendo sus veces,
rigiera toda la Iglesia. Por esto, antes de la ascensión, dijo a San
Pedro: «Apacienta mis ovejas» (Jn, 21, 17);
antes de la pasión: «Tú, una vez convertido,
confirma a tus hermanos» (Lc 22, 32); y sólo a él prometió: «Yo te daré las llaves del reino de los cielos» (Mt
16, 19), manifestando que la potestad de las llaves
debía transmitirla él a los otros, para conservar la unidad de la Iglesia».
Además, no puede decirse que:
«aunque confirió a San Pedro esta dignidad, no pueda transmitirse a los demás».
Por una parte: «porque nos consta que Cristo
instituyó la Iglesia de modo que permaneciese hasta el fin de los siglos». Por
otra, porque: «consta también que a los ministros
que entonces vivían los constituyó de tal manera que su potestad se
transmitiera a los sucesores hasta el fin de los tiempos, para utilidad de la
Iglesia, y principalmente como quiera que él mismo dijo: «Yo estoy con vosotros
todos los días hasta la consumación de los siglos» (Mt 28, 20)» [35].
1351. –Con el sacramento del orden, los ministros de la
Iglesia «reciben la potestad para dispensar los sacramentos a los fieles». ¿Si
el ministro,, cuando dispensa los sacramentos, está en pecado, los files no alcanzan
sus efectos?
–Observa Santo Tomás, en el
siguiente capítulo, el último de los dedicados al orden, que: «los sacramentos eclesiásticos pueden ser dispensados
incluso por pecadores y malos, con tal de que estén ordenados». Argumenta
que: «Lo que se adquiere para una cosa por medio de
la consagración, permanece perpetuamente en ella; por eso, nada consagrado se
vuelve a consagrar. Luego la potestad de orden permanece perpetuamente en los
ministros de la Iglesia, no desapareciendo por el pecado».
Si no fuera así y «el efecto del sacramento pudiera ser impedido por la
maldad del ministro, el hombre no podría estar seguro de su salvación ni su
conciencia permanecería libre de pecado». No habría medio de tener
seguridad alguna, porque: «ningún hombre puede juzgar
la bondad o maldad de otro, pues esto es privativo de Dios, que escudriña los
secretos del corazón».
Además: «parece inconveniente que alguien deposite en un simple
hombre la esperanza de su salvación, pues se dice: «Maldito el hombre que
confía en el hombre» (Jr. 15, 5). Si, pues,
el hombre no esperase alcanzar la salvación sino mediante los sacramentos
dispensados por un ministro bueno, se pondría al parecer, la esperanza de
salvación de alguna manera en el hombre» [36].
Eudaldo Forment
[1] Santo Tomás deAquino, Suma contra los gentiles,
IV, c. 74.
[2] ÍDEM, Suma teológica, III, q. 48, a. 6, in
c.
[3] Ibíd., III, q. 48, a. 5, sed c.
[4] Ibíd., III, q. 48, a. 5, in c.
[5] Ibíd., III, q. 48, a. 6, ad 1.
[6] ÍDEM, Suma contra los gentiles, IV, c. 74.
[7] Concilio de Trento, Sesión XXIII, Verdadera
y católica doctrina del sacramento del orden para condenar los errores de
nuestro tiempo, Cánones del sacramento del orden, can III.
[8] Ibíd., can I.
[9] Hugo de S. Víctor, Los sacramentos de la fe
cristiana, l. 2, p. 3, c. 5.
[10] Santo Tomás de
Aquino, Suma teológica, Supl., q. 34, a. 2, in c.
[11] Ibíd.,
Supl., q. 34, a. 1, in c.
[12] ÍDEM, Suma
contra los gentiles, IV, c. 74.
[13] ÍDEM, Suma
teológica, Supl., q. 37, a. 1, sed c.
[14] Ibíd.,
Supl., q. 37, a. 1, in c.
[15]
Pseudo-Dionisio, La jerarquía celeste, c. III, 1.
[16] Ibíd., c. IV,
3.
[17] Santo Tomás de
Aquino, Suma teológica, Supl., q. 37, a. 1, in c.
[18]
Pseudo-Dionisio, La jerarquía celeste, c. IV, 3.
[19] Ibíd., c. IV,
2.
[20] Santo Tomás de
Aquino, Suma contra los gentiles, IV, c. 75,
[21] ÍDEM, Suma
teológica, Supl., q. 37, a. 1, ad 2,
[22] Ibíd.,
Supl., q. 37, a. 2, in c.
[23] Ibíd.,
II-II, q. 90, a. 2, in c.
[24] Ibíd.,
II-II, q. 90, a. 2. ad 2.
[25] Ibíd.,
II-II, q. 90, a. 2, in c.
[26] Catecismo de
la Iglesia Católica, n. 1673,
[27] Código de
Derecho Canónico, 1172,
[28].Gabriele
Amorth, Habla un exorcista, Barcelona, Planeta, 1998, p. 44.
[29] Catecismo de
la Iglesia Católica, n. 1673,
[30] El sacerdote,
arrodillado en la primea grada del altar, después de hacer una inclinación de
cabeza a la Cruz, rezar tres avemarías, la salve, y una oración en la que
se invocaba el auxilio y protección de Dios sobre la Iglesia, rezaba esta
oración a San Miguel, compuesta también por León XIII: «Arcángel San
Migue, defiéndenos en la batalla, se nuestro amparo contra la perversidad y
acechanzas del demonio. Reprímale Dios, pedimos suplicantes; y tú, Príncipe de
la milicia celestial, lanza al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los
otros malignos espíritus que vagan por todas partes del mundo para la perdición
de las almas».
[31] Concilio de
Trento, Sesión XXIII, Verdadera y católica doctrina del sacramento
del orden, can VI.
[32] Ibíd., can VII.
[33] Santo Tomás de
Aquino, Suma contra los gentiles, IV, c.76.
[34] Código de
Derecho Canónico, 331.
[35] Santo Tomás de
Aquino, Suma contra los gentiles, IV, c.76.
[36] Ibíd., IV, c.
77.
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