A veces se tienen tesoros que no somos capaces de valorar, la fe es un gran tesoro, las dificultades ponen a prueba nuestra fe, y de nada sirve una fe muerta sino viva.
Por: P. Eusebio Gómez Navarro | Fuente:
Catholic.net
La fe es gratuita y la respuesta también es
libre. La fe es un gran tesoro. Tenemos tesoros que no somos capaces de
valorar. Es como el que tiene una avioneta arrumbada en un oscuro garaje, llena
de polvo y telarañas, que nunca ha usado. La avioneta está ahí sin sospechar lo
que es. Cree que es un trasto más del garaje, como la estantería llena de botes
o ruedas viejas. Y un día viene alguien y la saca, la limpia, le engrasa el
motor, le llena el depósito de gasolina, arranca… y ¡a
volar!
¿Os imagináis lo que sentiría la avioneta si fuese
capaz de sentir? Creo que lo más grande no sería la emoción de notar el
viento de frente con fuerza o de ver pasar a gran velocidad los bosques, los
montes y las colinas desde lo alto…, sino descubrir de repente lo que en
realidad era, aquello para lo que fue creada… ¡Para
volar!
Existe además la fe religiosa, la fe en Dios, en Jesús. El creyente vive de la
fe. Vivir la fe es más importante que hablar de ella, y quien oye hablar de
ella sin fe, no descubre nada, es como un ciego al que le explican cómo es la
luz. Jesús no hace muchas preguntas a sus oyentes, no les exige admitir verdades,
sino que les dice: ¿Creéis que puedo hacer esto? ¿Os fiáis de mí? . ¿Por qué no me creéis?;
etc.
Muchas personas, cuando les preguntamos si creen, nos hablan de una fe apoyada
en el ambiente, en la tradición: Siempre se ha
hecho así; Mi familia ha sido siempre
católica…. Y reducen su fe a los sacramentos, que tienen más un
tinte social que de expresión de fe. Y sin embargo, sabemos que la auténtica fe
cristiana brota de una experiencia de Dios, exige creer en Él y una respuesta
personal. No basta con creer lo que otros digan, ni siquiera con creer a los
curas.
Queremos que la fe sea un seguro de vida ante el dolor o ante los problemas.
Ser creyente supone asumir todos los valores personales, familiares y sociales
con su realidad actual y sus expectativas de futuro. Jesús no imponía nada,
invitaba a seguirlo. Es verdad que a nadie adulaba o pretendía engañar con
falsas promesas. Habla de las exigencias del seguimiento, pero en cualquier
caso uno es libre de aceptar. Y quien lo siga tendrá la alegría del que ha
encontrado un gran tesoro.
Quien tiene fe, ve a Dios en todos los acontecimientos y en todas partes. La fe
no es visión, no es conocimiento ni seguridad. La fe es vivir con la firme
convicción de que estamos en manos de Dios, que es a la vez Amor y Poder. La fe
es desprendernos de nuestras ansiedades y temores, de nuestras dudas y
desesperaciones. La fe es un salto, un impulso, un intento, un no aferrarse a
las seguridades. La fe es un don, no se gana a puños. Jesús mandará a sus
discípulos a dar testimonio de su fe, a anunciar lo que habían visto, oído y
vivido (1 Jn 1, 1-4).
La fe, como la esperanza y el amor, puede crecer o perderse. Dijeron los
apóstoles al Señor: Auméntanos la fe. ¿Cómo crecer
en la fe? Respirando el amor y el poder de Dios.
A veces somos víctimas del miedo, de la duda, de la inseguridad… Y a nuestra
mente se asoman pensamientos negativos: no soy…, no
puedo…, no quiero. Y esto nos debilita la fe, nos roba las fuerzas y nos
quita la paz. La fe se conoce, se profundiza, se defiende, se alimenta y se
transmite. Se alimenta con la Palabra de Dios, con la oración, con la confesión
periódica, con la eucaristía. El cristiano debe defenderla sin miedo,
propagarla y testimoniarla.
La fe es un don gratuito que nos ha hecho Dios. Dios nos amó primero (1 Jn 4,
19). Nosotros hemos de acogerla, cultivarla, hacer fructificar esos talentos.
La fe es un don que exige una respuesta humana.
A veces esta respuesta resulta difícil, ya que en muchos momentos nos
encontramos en situaciones complicadas que no sabemos cómo resolver, o en
momentos difíciles de asumir, o en circunstancias duras, y la vida no es fácil:
una enfermedad o la muerte de un ser querido… Cuando las cosas van mal,
tendemos a hundirnos, a ponernos tristes, y es entonces cuando deberíamos
confiar más en Dios, en los momentos de duda, por la noche, cuando estés
cansado y desanimado, cuando aparentemente nada tiene sentido y te sientes
confuso y frustrado.
Aunque no sepas adónde lleva el camino, dondequiera que estés y sientas lo que
sientas, ¡Dios lo sabe! Y no temas, porque
Jesús es tu luz y tu fuerza. Yo soy la luz, el que me sigue no andará en
tinieblas (Jn 12, 46).
La fe es un tesoro que hemos recibido de Dios, de la Iglesia y de nuestra
familia. Y que algunos no han sabido o no han querido conservar y engrandecer.
Sin ella no nos salvamos (Mc 16,16). Según san Juan, la fe consiste en
creer en Jesucristo (Jn 3, 15); en recibirlo (1, 12); en
escucharlo (5, 40), en seguirlo (8, 12); en permanecer en Él (15,
4-5), en su palabra (8, 31), en su amor (15, 9). Y así es como por la fe
conocemos a Dios. Creer en El evangelio es condición indispensable para entrar
en el Reino (Mc 1, 15).
La fe en Jesús realiza milagros (Mt 13, 58), sana y salva (Mc 5, 34).
Por eso sin la fe es imposible agradar a Dios (Hb 11,6), y quien
persevera en ella, obtendrá la vida eterna (Mt 10,22). Por supuesto que
nadie está obligado a creer, es un acto libre y amoroso que sólo el hombre es
capaz de hacer.
Lo que la Escritura nos dice es que Dios nos llama, pero sin coaccionar a
nadie. Es la fe la que nos lleva a abandonarnos en las manos de Dios, pues
sabemos de quién nos fiamos, Y dejamos nuestra suerte en sus manos, seguros y
ciertos de que su bondad y misericordia nos acompañan todos los días de nuestra
vida.
Las dificultades ponen a prueba nuestra fe y esperanza. La fe nos da nuevos
ojos, para ver con los ojos de la fe a Jesús como lo vieron los discípulos.
Guiarse por la fe es confiar en Dios, creer en lo que dice y hace. La fe
compromete nuestra vida con lo que creemos.
No sirve una fe muerta, sino viva (St
2,14-26), por las obras y no por la fe se justifica la persona (St 2,24).
Y la fe tiene que estar encarnada en el aquí, en nuestra historia. Es una pena
ver como en pueblos cristianos se da una gran incoherencia. Para que sea viva
necesita alimentarse de la palabra, de la oración y sacramentos y fortificarla
en la vida.
El crecimiento de la fe es un proceso, como lo es el
amor y la esperanza.
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