La política de este blog no es criticar a personas particulares, sino defender la verdad, lo positivo, lo bello. Ahora bien, el sacerdote que mencioné ayer es una figura señera, con una relevancia muy grande en Estados Unidos. Y su capacidad para confundir a cientos de miles de creyentes no puede ser obviada.
Al
pecador que viene al confesionario no se le juzga, se le ayuda a seguir el
camino de los mandamientos de Dios. Ahora bien, lo que resulta inaceptable, por
poner un ejemplo, es que un marido pregunte al sacerdote si hace bien o no en
seguir una relación ilícita con su secretaria. En un caso así, es inaceptable
la ambigüedad.
Con toda
sinceridad, yo no juzgo a mis hermanos sacerdotes. Pero sí que se les debe
pedir que jueguen limpio. ¿Sería aceptable que un
sacerdote siguiera siendo calculadamente confuso acerca del dogma de la
divinidad de Cristo si ya no cree en ese artículo de la fe?
Leonardo
Boff se alejó de la fe de la Iglesia, pero, al menos, fue sincero. Monseñor
Lefevbre se alejó de la obediencia a la Iglesia, pero fue sincero. El camaleón
profesional que sigue su juego durante años no merece ningún respeto. “Sea consecuente consigo mismo”, es lo que le
diría. “Yo no le obligo a que crea en la Iglesia.
Pero es pueril que usted no saque sus propias consecuencias”.
Si la
Iglesia durante dos mil años se hubiera equivocado en lo que enseñaba como
materia de fe, la Iglesia no sería algo divino, sino humano. La Iglesia ya no
sería lo que afirma ser.
Si el cálculo personal es el que dicta lo
que se dice y lo que se calla, pues ya está dicho todo.
P. FORTEA
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