Cuenta Casiano que un monje se dedicó a juzgar tan duramente a los otros que el Señor permitió que le llegaran tentaciones casi enloquecedoras y al consultar al Padre Abad, éste le dijo:
"Es
la consecuencia de haberse dedicado a condenar a los demás en el tribunal de su
cerebro. No condene a nadie y verá que se apagan los incendios de sus
pasiones".
Así lo
hizo y descansó de tan terribles ataques.
Cuando sepamos que alguien ha caído en pecados escandalosos pensemos:
"Si
yo hubiera estado en ese caso con los sentimientos y debilidades que me
dominan, quizás habría pecado lo mismo y aun peor".
Y repitamos lo que decía san Agustín:
"No
hay pecado que otro ser humano haya cometido que yo no pueda cometer".
La corrección fraterna es una obra de caridad, es muy distinto juzgar que aconsejar.
(Combate espiritual, Lorenzo Scupolli)
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