Por: Fabián Ortiz | Fuente: Catholic.net
En algún punto o momento de nuestras vidas hemos
tenido anhelos de todo tipo. Hemos querido tener ese “algo”
porque pensamos que nos va a hacer felices o porque pensamos que nos va
a resolver nuestros problemas; cuando simplemente nos va satisfacer nuestro
egoísmo. Todos los seres humanos en un momento de su
vida se enfrentan a momentos difíciles como el sufrimiento por alguna decisión
o la muerte o una enfermedad.
Recientemente me sucedió algo que me dio un gran
golpe emocional. Había trabajado muy duro durante meses para que una situación
se me diera a nivel profesional. Según yo, todo el tiempo que había estado
invirtiendo y todas las actitudes que había tenido eran suficientes para poder
alcanzarlo. En esos momentos hablaba con alguien muy especial sobre las
distintas razones que podrían ser la respuesta a esta situación que no se estaba
dando como yo lo quería. Fue ahí cuando me detuve a pensar en la delgada línea que existe entre el “por qué” y el “para qué”. Saberlo diferenciar es difícil y mas aún encontrarle significado o
entenderlo.
Cualquiera podría ponerse triste o enojado por
no haber obtenido lo que quería, pues es lo más normal que le suceda a uno como
respuesta. Pero gracias a ese “para qué”, he
logrado ir entendiendo un poco más de mi papel en este camino. He ido
entendiendo dos cosas muy importantes, pero que a la vez son también difíciles
de entender, por seres humanos que somos.
La primera es gracias a lo que llaman virtudes.
Hay varios tipos y entre ellas tenemos las teologales y morales. De estas
veremos las teologales; que son la fe, caridad y la esperanza. Las morales son
la justicia, prudencia, templanza y fortaleza. Estas virtudes son dones que
Dios nos da para contrarrestar los impulsos naturales inclinados al egoísmo,
placer y comodidad.
~ Gocémonos en la esperanza, soportemos el
sufrimiento, seamos constantes en la oración. ~
(Romanos 12:12)
La esperanza es la que nos da la certeza de que algún día viviremos en la eterna felicidad. Y corresponde a ese anhelo que Dios ha puesto en el corazón del ser humano. Con ella concretamos la firme confianza en que Dios nos dará las gracias que necesitamos porque nos ama y porque es fiel a la promesa. Fundamentada en la seguridad y en su poder infinito. Sin ella, perdemos la visión de la vida eterna y no le encontraríamos ese sentido de trascendencia.
Con la esperanza voy a
poder estar seguro que mis planes, si los pongo en manos de Dios, no van a ser
inciertos pues tengo esa seguridad en algo futuro prometido por el mismo Dios. ¿Qué más que la plena confianza en Dios?
Un personaje muy claro de la Biblia que nos
puede enseñar sobre la esperanza es Job. Job era un hombre que tenía muchas
cosas: tenía ganado, casa, familia y dinero.
Luego a él se le prueba su fidelidad hacia Dios quitándole todos sus bienes,
con padecimiento de enfermedades mortales y hasta la muerte de sus familiares.
Aún así, él sale triunfante de todas estas pruebas.
Luego hay que entender el
“para qué”. Aquí cada uno tiene que ponerse a valorar y hacer un examen de
conciencia para ver qué es en lo que está fallando o qué no está haciendo bien. Personalmente
me ayudó para entender que en lo que yo debía de trabajar más era en la
humildad. Tal vez para otros sea la prudencia o la caridad. En fin, cada uno
tiene alguna otra virtud por la cual trabajar. Y pueden ser no solo virtudes,
puede ser un sentimiento o una actitud. Este ejercicio me hizo discernir cuál
era esa parte en la que debía trabajar.
En vez de sentarme a
preguntarle a Dios el “por qué” de lo que me había pasado, empecé a preguntarme
el “para qué”; y fue
cuando logré entender un poco lo que Él estaba tratando de decirme o
explicarme. Siempre hay que dirigirlas hacia Dios y no contra Él. Saber cuál es
nuestro papel en estas situaciones es un punto importante de entendimiento y de
confianza que tenemos que ir aprendiendo. Tener fe es asumir ese riesgo de la
ceguera y entrar en el amor, a pesar de todo. Aprendí que puedo trabajar en la
fe cuando vivo la humildad de cara a mi relación con Dios, reconociendo lo
necesitado que estoy del Él.
A veces hay momentos donde
puedo volver a la incertidumbre pero es cuando más requiero de un momento de
oración y de silencio para seguir teniendo esperanza que todo va a salir de la
mejor manera posible. En
nuestros silenciosos ratos de oración, pidámosle por ese “para qué”. Asumamos con humildad sea cual sea el
desenlace. Seamos
como Job cuando le fue pasando cada trago amargo y demostremos esperanza en
cada etapa de nuestra vida. Y es que cuando tengo más fe y esperanza es que los
resultados llegan mas rápido y claramente.
“La puerta del cielo es muy baja; solo los humildes pueden
entrar por ella”
–Santa Elizabeth Ann Seton
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