Por: Nory Camargo | Fuente: http://catholic-link.com/
Con el ánimo de aprovechar
este año de gracia que nuestra madre Iglesia nos ofrece, hemos traído para
ti 10 ejemplos de la misericordia de Dios en nuestro diario
vivir. Si mencionamos todas las veces donde la ternura y la acción de Dios está
presente, la lista sería demasiado larga y la longitud variaría de acuerdo a la
experiencia de cada uno. Sin embargo, esperamos que te sientas identificado con
alguna de ellas. ¡Comparte con tus amigos!
1. CUANDO
NOS SENTIMOS ABATIDOS POR LA TRISTEZA
La tristeza puede llegar en cualquier momento de
la vida. Las formas en las que se reacciona frente a ella varían de acuerdo a
la edad y la situación en la que nos encontremos. Seguramente nadie se salvará
de sentirse triste en algún punto de su vida, pero lo que sí es seguro es
que Dios no es indiferente a nuestro dolor. Él, al igual que un padre
o una madre, se preocupa por sus hijos y se manifiesta a través de otras
personas para hacernos sentir mejor. El dolor en ocasiones nos convierte en
ciegos renegadores de Dios y no nos permite ver que hay muchas situaciones de
nuestra vida que están llenas de la misericordia y el consuelo de Dios. En
ocasiones nos sentimos agotados y tendemos a perder la esperanza, creemos que
los problemas no tienen solución o que simplemente nada será suficiente para
que volvamos a recobrar la felicidad. En esos momentos es importante tener en
cuenta que Dios no nos da la espalda, no nos abandona, no flaquea como lo
hacemos nosotros, Él es firme en sus promesas. «Bienaventurados los que lloran,
pues ellos serán consolados» (Mateo 5, 4).
2.
CUANDO COMETEMOS UN PECADO
Imaginemos que somos un vaso con agua pura. A
medida que pecamos el agua se turbia y se vuelve negra, ya no somos nosotros,
es el pecado quien habita en nuestro corazón. La misericordia de Dios nos
brinda la oportunidad de volver a ser esa agua pura y transparente, todos
los días y casi a cualquier hora. La confesión es el sacramento divino que Dios
nos ha otorgado para redimir nuestros pecados, para descargar todo el peso que
llevamos a cuestas, es la oportunidad perfecta para volver a empezar. Acudir a
este sacramento no es signo de debilidad, como muchos suelen pensar, al
contrario, nos hace más fuertes pues tenemos el valor de
reconocernos débiles y pecadores, con sed y hambre de Dios. A nadie le
gusta hacer una lista de debilidades y errores, para nadie es fácil tener que
decirlos en voz alta, pero es el medio más efectivo para estar en verdadera paz
con Dios y con nosotros mismos. Es casi como darnos un buen duchazo: entramos
al confesionario sucios hasta la coronilla y salimos de él limpios y
relucientes. Enfrentar nuestros pecados no es fácil, pero es la única
manera de aceptar la ayuda de Dios. En medio de nuestra miseria es cuando más
se manifiesta la misericordia de Dios por el arrepentimiento y la necesidad de
volver a la casa del Padre.
3. CUANDO
DIOS NOS DA LA OPORTUNIDAD DE RECUPERARNOS DE ALGUNA ENFERMEDAD
Podemos ser nosotros mismos quienes en este
preciso momento padezcamos alguna grave enfermedad, pueden ser nuestros
familiares o amigos. Es un tema muy difícil y doloroso. Frente a él es
importante recordar que Dios en su insondable misericordia nos da dos
oportunidades. La primera es la de ser testimonio de fe y valentía enfrentando
nuestra enfermedad como medio de purificación y no haciendo de ella una carga
sino un ejemplo de vida. Muchos santos ofrecían sus dolores a Dios
e intentaban hacer de su vida un verdadero testimonio de entrega y amor.
La otra oportunidad es la cura. La cura por la cual rezamos todos, cuando
milagrosamente Dios posa su misericordia en nosotros y nos susurra al odio «levántate y anda» (Juan 11, 1 – 43). La
enfermedad puede acompañarnos desde el nacimiento, puede aparecer en plena
juventud o visitarnos cuando ya no nos quedan tantas fuerzas, en cualquier
etapa de vida la misericordia de Dios se puede manifestar: el milagro puede
ocurrir en un recién nacido, en un niño con leucemia, en un joven o en un
anciano. A nadie se le da un manual para enfrentar la enfermedad, pero a todos
se nos da la oportunidad de acudir a la misericordia de Dios. Aceptarla es otro
reto. Algunos pensarán “pero, ¿quién no quiere la
misericordia de Dios?”. Como seres humanos nos cuesta aceptar
nuestra fragilidad y la necesidad de ser ayudados, podemos llegar a un
estado de negación y tomar la actitud errada de sentir que Dios juega con
nuestros sentimientos en circunstancias como estas que prueban realmente
nuestra fe. La enfermedad puede ser ese empujón que necesitábamos para llegar a
ser más fuertes y darnos cuenta de lo que somos capaces de lograr.
4.
CUANDO NOS ROMPEN EL CORAZÓN
Una y mil veces podrán rompernos el corazón y no
me refiero solo a lo que ocurre en un noviazgo, puede ser un hijo, un padre, un
hermano o un amigo el que nos rompa el corazón. Cada vez que siento estar «destrozada» pienso cuán destrozado ha de estar el
Corazón de nuestro Dios, que lo dio todo por nosotros y aun así cada vez que
pecamos lo volvemos a clavar en la Cruz. Es un muy pero muy buen ejercicio:
sentiremos que nuestro corazón roto no es nada comparado con el de nuestro
Señor. Pero ¿adivinen qué? Él nos ama tanto
que incluso ante nuestras pataletas de corazones rotos siente compasión, nos
consuela en silencio, nos brinda calma y nos pone en el camino de otras
personas que pueden remendarnos el corazón. Lo que nos hace falta es estar en
contacto con nuestros vecinos, con los más necesitados, para darnos cuenta
de cuál puede llegar a ser un verdadero sufrimiento. Es verdad que nuestro
dolor es real y no podemos minimizar su dramatismo en nuestra vida, pero cuando
nos sentimos lastimados tendemos a tomarnos todo muy personal: las miradas de
las personas, los comentarios o las actitudes, y esperamos que todos sientan
compasión de nuestro dolor, que todos estén de nuestro lado. Dios
claramente estará junto a nosotros durante el dolor que experimentamos pero
gracias a su misericordia podemos descubrir que no somos los únicos. El error
que cometemos consiste en pensar que la misericordia de Dios solo se puede
manifestar mágicamente con resultados positivos. La verdad es que ante un
corazón roto Dios podrá poner junto a nosotros uno de verdad, un corazón que en
realidad esté roto por el dolor y el sufrimiento, y es allí donde entenderemos
que hemos sido afortunados y que además estamos en capacidad de ayudar a otros
cuyo dolor no alcanzamos a imaginar.
5.
CUANDO LOGRAMOS PERDONAR
¡Cuán difícil es, cuánto
cuesta perdonar lo “imperdonable”! A mí
me falta mucho, pero mucho, para perdonar del todo y puede que a ti también. Es
normal, somos seres humanos y algunas cosas nos cuestan demasiado, pero he
llegado a entender que el verdadero perdón solo proviene de Dios, de su
misericordia. Por nuestras propias fuerzas somos incapaces de perdonar algunas
faltas: abandono, infidelidad, asesinato,
violación, aborto, etc., Cuando se sientan incapaces de perdonar a
alguien (como me pasa a mí), déjenselo a Dios, pídanle: Señor, Tú bien sabes cuánto dolor me causó esta persona,
sabes también que soy incapaz de perdonar aunque lo intente, por eso recurro a
Ti, llena Señor mi corazón de tu misericordia porque no puedo hacerlo yo solo. Ya
verás como con el tiempo sientes que el rencor se aleja y el perdón se acerca
más. El caso de cada uno es distinto, pero cuando una persona no ha perdonado
se puede identificar con los siguientes síntomas: rabia,
resentimiento, deseos de venganza, pensamientos negativos hacia las otras
personas, depresión, incomprensión, ansiedad e incluso odio. Si vino a
tu mente una persona al leer alguno de estos síntomas es porque todavía no la
has perdonado. Cuando no se ha estado en los zapatos del otro es muy difícil
entender las barreras que le impiden a esa persona llegar al perdón. Por eso,
cuando hables con alguien a quien le cueste mucho perdonar no te conviertas en
un sabelotodo, no critiques, no juzgues, pues solo Dios sabe plenamente qué
pasos debe seguir esa persona para llegar al perdón, si es que en realidad lo
quiere.
6.
CUANDO NOS EXPERIMENTAMOS AMADOS DE NUEVO
La soledad se aloja en millones de corazones y a
veces no somos capaces de darnos cuenta de que las personas más cercanas a
nuestras vidas necesitan amor. Dios es el único que se percata de cada
sentimiento que hay en nuestro interior y así mismo se encarga de poner en
nuestro camino a las personas indicadas que puedan hacernos sentir amados de
nuevo, pero todo a su tiempo. Tenemos a un Dios que todo lo puede, que todo lo
ve y que también escucha nuestras plegarias, lo que tenemos que entender es que
así como su misericordia es infinita también lo es su paciencia. Porque ¡vaya que hay algunos (me incluyo) que somos acelerados e
impacientes! Todos queremos sentirnos amados, absolutamente todos, pero
muchas veces nos olvidamos de que ya lo somos. ¿Qué
pasaría si cada ser humano sobre la faz de la tierra se sintiera verdaderamente
amado por Dios? No olvidemos a qué fuimos llamados y que
nuestra existencia es valiosa. Lo bello de todo esto es que por
misericordia de Dios cada día puede ser una aventura, cada día puede
convertirse en el día en que creímos que nada iba suceder pero todo sucedió.
Por misericordia de Dios encontramos el amor una y otra vez y por su
misericordia también imploramos ser amados en el silencio de nuestro interior.
7.
CUANDO LOGRAMOS ALCANZAR UNA META
Todas nuestras metas cumplidas solo se alcanzan
por la misericordia de Dios, que nos da las fuerzas para luchar, para
perseverar, para sacrificarnos, para caernos y volvernos a levantar.
Recordemos que somos hijos de Dios, no somos cualquier cosa lanzada al
azar a este mundo. No nos olvidemos de Dios cuando estemos en la cima, pues es
Él el único que hecho posibles las cosas. Cuando la emoción por un logro nos
invade pocas veces nuestro primer pensamiento es para Dios. Si dejáramos
que sea Él quien dirija nuestra vida todo sería distinto. No nos acostumbremos
a estar en nuestra zona de confort en la que todo se da, todo viene y todo va,
pero a nuestro modo y no al de Dios. No nos olvidemos de hacer nuestros planes
con Dios, contarle nuestros sueños y susurrarle nuestros deseos. Él escucha
pero no actúa según nuestros planes o nuestro reloj, actúa según su voluntad y
su tiempo, pues el tiempo de Dios es perfecto al igual que la dosis de
misericordia que recibimos para poder alcanzar nuestras metas.
8.
CUANDO OCURRE LO IMPOSIBLE
Nuestras plegarias han sido escuchadas, ese ser
querido que había partido hace ya mucho tiempo, vuelve; la conversión de un
familiar o amigo ocurre; la noticia de un embarazo que parecía inalcanzable se
anuncia. Miles y miles de milagros ocurren a diario y algunos son tan pequeños
e insignificantes que no les damos importancia: la lluvia, que vuelve tras una
intensa sequía, los cultivos que dan cosecha, el árbol que nos da sombra, el agua
y la luz que llegan. Lo imposible ocurre cada minuto por misericordia de
Dios para su pueblo. Todo es obra del Dios que nada olvida, del Dios que
riega la tierra como su propio jardín, del Dios que permite que esa agua
les dé de beber a los cultivos o al ganado. El aire que respiramos, el alimento
que llega a nuestra mesa, las comodidades del hogar y la compañía de nuestros
amigos y seres queridos… El secreto está en descubrir que hasta la oruga que se
convierte en mariposa o la mujer “estéril” que
concibe un hijo son un milagro, que por misericordia de Dios, ocurren día a
día.
9.
CUANDO SOMOS CAPACES DE AYUDAR A LOS DEMÁS
No hay satisfacción más grande que la de dar.
Sentirnos útiles es muy importante, no importa la edad, ayudar a los demás nos
hace mejores seres humanos y nos permite contemplar el mundo con otros ojos. Sé
que muchas veces te preguntas “¿pero si no tengo
dinero cómo puedo ayudar?”. Lo puedes hacer de infinitas maneras,
ofreciéndote como voluntario/a en una fundación, enseñándole a leer a comunidades
que no tienen acceso a la educación, cargando los paquetes de la ancianita
cascarrabias, enseñándole a bailar a los abuelos, uniéndote a una campaña por
la vida o siendo el vocero que permita recaudar fondos para ofrecer un desayuno
o un almuerzo a las personas de la calle. Esa inexplicable sensación que
sentimos al dar es como una bomba de amor, gratitud y compasión que estalla en
nuestro interior y transforma nuestras vidas para siempre. Esa es la
misericordia de Dios, insondable, infinita y transformadora.
10.
CUANDO NOS DESCUBRIMOS HIJOS DE MARÍA
¡Madre mía de mi alma! ¿Qué
más regalo? ¿Quién puede ser más afortunado? Por
misericordia de Dios, tenemos a la mejor de las madres, a la más hermosa, la
mujer elegida por Dios Padre para traer al mundo la salvación. Nuestra Madre
querida no despega los ojos de sus ovejas, nos consuela, nos escucha, nos
abraza, intercede por nosotros ante el Padre e incluso nos saca del purgatorio.
¡Qué maravilla! ¡Qué misericordia más infinita! Dios
pudo haber enviado a su Hijo solo, pero quiso demostrarnos que María era el
perfecto ejemplo de Hija, Esposa, Madre y amiga, Dios nos amó tanto que nos
hizo merecedores de tan grandiosa mujer, de la única que vivió en carne propia
el dolor más inimaginable del mundo. Si pensamos en cualquier sufrimiento nos
daremos cuenta de que nuestra madre, María Santísima, también lo padeció: María
concibió antes del matrimonio y fue rechazada y expulsada de su territorio, le
negaron posada la noche en que daría a luz, quedó viuda, pues José murió antes
de la crucifixión de Jesús y vio morir a su Hijo de la manera más desgarradora
que podrá existir en la historia. Ella más que nadie conoce nuestro
dolor, hemos sido llamados a ser sus hijos solo por misericordia pues, ¿qué mejor amor que el de María?
El contenido es cortesía de nuestros aliados y amigos CatholicLink
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