miércoles, 4 de noviembre de 2020

¿PODEMOS LEER TODO TIPO DE LIBROS?

El hecho de que no exista un índice de libros prohibidos no da licencia para leer lo que sabemos ofende a Dios.

Por: Redacción | Fuente: corazones.org

El índice de libros prohibidos es la lista de libros que las autoridades eclesiásticas prohibían a los católicos leer o retener sin autorización. El índice fue publicado por el Santo Oficio para dar a conocer que ciertos libros eran juzgados por autoridades competentes de la Iglesia como dañinos a la fe por ser contrarios a las enseñanzas de fe o moral, porque desacreditan a la Iglesia o podían confundir la fe de los creyentes.

Después del Concilio Vaticano II, la publicación de dicho índice se descontinuó. El 14 de Junio de 1966, la Congregación para la Doctrina de la Fe (la sucesora del Santo Oficio) dispuso que tanto el índice como las penas de excomunión que estaban indicadas en el mismo ya no eran vigentes. Sin embargo La Santa Sede publicó nuevas regulaciones, dando normas específicas acerca de la lectura de libros que son peligrosos a la fe católica o a la moral cristiana. Estas normas se codificaron en el Código de Derecho Canónico actual, en los #831 y 832.

831:

1-Sin causa justa y razonable, no escriban nada los fieles en periódicos, folletos o revistas que de modo manifiesto suelen atacar a la religión católica o la las buenas costumbres; los clérigos y los miembros de institutos religiosos sólo pueden hacerlo con licencia del Ordinario del lugar

2-Compete a la Conferencia Episcopal dar normas acerca de los requisitos necesarios para que clérigos o miembros de institutos religiosos o miembros de institutos religiosos puedan tomar parte en emisiones de radio o de televisión en las que se trate de cuestiones referentes a la doctrina católica o a las costumbres.

832:

Los miembros de institutos religiosos necesitan también licencia de su Superior mayor, conforme a la norma de las constituciones, para publicar escritos que se refieran a cuestiones de religión o de costumbres.

El Índice ha sido objeto de ataques queriendo acusar a la Iglesia de represión intelectual. No cabe duda de que se cometieron abusos con el Índice, la misma Iglesia lo reconoce. Como toda injusticia aquellos errores hicieron daño y debieron ser corregidos. Pero eso no es razón para juzgar el pasado según el presente. ¿Acaso hoy no cometemos errores, muchas veces por el otro extremo? La situación actual demuestra el daño causado por la mala prensa que ha llevado a la confusión generalizada sobre la moral.

Si bien la forma utilizada por el índice tuvo sus errores, no se puede negar la necesidad de avisar al pueblo de Dios de los peligros en la lectura.

La ley natural, por sí misma, nos prohíbe la lectura de aquellos libros o publicaciones que, en un juicio prudente, pongan en peligro nuestra fe o nuestra moral. Quien ama al Señor y se forma en sus caminos sabe en su corazón que debe apartarse de toda enseñanza que no sea recta. El hecho de que no exista un índice de libros prohibidos no da licencia para leer lo que sabemos ofende a Dios. Es así como Adán y Eva se dejaron engañar por el maligno. Por eso, nosotros mismos deberíamos ser los jueces
más estrictos de las cosas que leemos. ¿Acaso leería un profesional libros sobre su profesión cuando sabe que contienen errores? ¿Se dejaría usted tocar por un médico que se guía por manuales errados?

Si nuestra fe es católica, sabemos que Dios ha confiado al magisterio de la Iglesia la
enseñanza de la doctrina y la moral. Un ejemplo podría ayudarnos a entender la misión maternal de la Iglesia. Si usted tiene hijos, no les permitiría leer o mirar cualquier libro que usted sepa va a hacerle daño, por el contrario, usted procuraría que ellos leyeran libros que edificaran sus vidas. Esa restricción no le cerraría a sus hijos el campo del saber sino que se lo abriría más ampliamente en el camino adecuado. No les robaría la responsabilidad de pensar con su propia cabeza sino que les ayudaría a utilizar su juicio en el estudio más valioso. Claro, usted como padre podría errar tratando de sobreprotegerlo. Pero hay que recordar que también puede errar si no hace su papel de padre prohibiendo lo que es nocivo.

En la vida espiritual siempre tenemos algo nuevo que aprender y no debemos creernos lo suficientemente crecidos como para no aprender algo nuevo acerca de nuestra fe. Pero el estudio debe estar bien fundamentado. Es penoso que muchos católicos desperdician su tiempo en cualquier libro y no se han leído los libros clásicos de espiritualidad, aquellos que la Iglesia nos presenta como libros de probado valor espiritual.

Debemos ser dóciles y dejarnos enseñar y guiar. Jesús nos dio el ejemplo, El que es Dios, se dejó enseñar y guiar por la Santísima Virgen y San José, aún después de haber cumplido la mayoría de edad (recuerde que el Señor vivió "sujeto a ellos" hasta los treinta años cuando inició su ministerio público).

Debemos someter nuestra conciencia a la verdad objetiva pues Jesús dijo: "Quien me ama, guarda mis Mandamientos" -Jn 14:15. No hay amor sin un compromiso a la verdad y a la fidelidad. (ver Jesús ante los Mandamientos y la encíclica Veritatis Splendor). Para ayudarnos a formarnos sólidamente en la fe y no dejarnos engañar, el Santo Padre promulgó El Catecismo de la Iglesia Católica.

Como adultos responsables de nuestra fe, debemos estar muy agradecidos al Señor que nos ha dado a la Iglesia como Madre para velar por el bien de nuestras almas.


ALGUNOS DE LOS LIBROS DE LOS QUE NOS DEBEMOS CUIDAR:

- Libros que atacan la doctrina católica o defienden cualquier herejía o cisma o tienden a minimizar la religión.

- Libros que contienen ataques en contra de la religión, la moral, el culto divino y la pureza. Por ejemplo, los que tratan o narran cosas y actos obscenos o que inciten a las pasiones.

- Libros de religión hechos y publicados por no-católicos a menos que sean aprobados por la autoridad eclesiástica.

- Biblias y libros que presentan comentarios sobre las Sagradas Escrituras y no son católicos. (Algunos de estos pueden ser buenos pero hay que saber discernir).

- Libros que enseñan o apoyan la adivinación, brujería, magia y prácticas similares a éstas.

- Libros que defiendan actos prohibidos como el suicidio, duelo, divorcio, homosexualidad.

- Ediciones no aprobadas de libros litúrgicos.

- Libros que propagan falsas indulgencias.

- Estampas del Señor, la Virgen Santísima, los ángeles, santos o algún siervo de Dios, que no sean dignas de aquel a quien representan.


Como conclusión podemos decir que el índice de libros prohibidos indicaba a los creyentes aquellas lecturas que podían ser dañinas para su fe y para su misma armonía personal. Con el aumento vertiginoso de las publicaciones y con una mayor madurez a la hora de escoger las lecturas de cada quien, se hacía innecesario mantener este índice de libros prohibidos. Ello no quita, sin embargo, que cada uno sepa rechazar cualquier lectura (y esto vale para cualquier programa de radio, televisión, cine, internet, músicas, etc.) que pueda implicar un daño a la propia adhesión a Cristo o al compromiso decidido para servir al prójimo según la justicia y la caridad cristianas.

Así, cualquier lectura que ataque la religión, o promueva el odio a personas o a razas (lecturas, por ejemplo, que inciten al antisemitismo, al odio hacia los miembros de otras naciones, al desprecio de los pobres), o que calumnie a los demás, o que promueva comportamientos sexuales pecaminosos, o que defienda posiciones complicadas y confusas a la hora de orientar la propia fe y la vida moral, o que inciten a la violencia y a las guerras, son lecturas que el cristiano, por mantener su fidelidad a Cristo, no debe hacer, a no ser que se vea en la obligación de conocer algún libro o programa actual para poder iluminar a otros cristianos sobre el peligro que allí se encuentra.

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