Volvamos a educar en la castidad.
Por: INEsea | Fuente: Centro de Espiritualidad
Santa María
Si escuchamos las voces de nuestra cultura y de
nuestro mundo, no podemos apartar la vista de una realidad muy generalizada
entre nuestros adolescentes y jóvenes. Hoy la mayoría, con o sin
formación cristiana, consideran algo natural tener relaciones sexuales, y no
sólo con el novio sino también con aquel o aquella que están saliendo para conocerse
más.
Sabemos que el principio "todo el mundo lo hace"
no justifica su moralidad pero sí vale para adentrarnos en sus causas y en sus
consecuencias.
Como padres deseamos lo mejor para nuestros hijos; que sepan elegir bien, que
se casen, tengan hijos y una linda familia; pero a la hora de formarlos para el
matrimonio, no estamos nada convencidos de por qué no es bueno para ellos que tengan relaciones sexuales. Son
muchos los padres que aconsejan a sus hijos cómo cuidarse y si bien no lo
fomentan, no los educan; y después sufrimos nuestro propio dolor, el de
nuestros hijos y el de nuestros nietos.
La crisis por las consecuencias de este desorden también se manifiesta en la
salud; son muchos los que contraen enfermedades venéreas a causa de excesos y relaciones
promiscuas.
Si ampliamos la mirada y vemos qué pasa con estos adolescentes-jóvenes que han
vivido así sus relaciones de amistad y noviazgo, no descubrimos que ha sido un
aporte para los nuevos matrimonios, sino al contrario. Cada vez más las separaciones
se dan en los primeros años del matrimonio. ¿Qué
pasa?
Sin pretender dar respuestas quisiera
reflexionar sobre la manera de vivir la sexualidad durante el noviazgo y
profundizar en el desarrollo de la comunicación.
Nos confundimos al pensar que es sólo una cuestión "religiosa";
es mucho más honda, sus raíces se hunden nada menos que en el orden natural de
nuestra comunicación.
Vamos a intentar profundizar en este tema sin pretender
tener todas las respuestas.
Cuando varones y mujeres nos encontramos, descubrimos que esta capacidad de
encuentro, de diálogo, de comunicación y por lo tanto de unión y de comunión,
atraviesa todas nuestras dimensiones. Cuando la persona se comunica, lo hace
con su cuerpo, con su alma y con su espíritu. Lo visible es el cuerpo, es lo
que llama la atención, lo que atrae "a primera
vista". Pero no es sólo el cuerpo, que es la corporeidad del alma y
del espíritu, lo que nos atrae del otro, es también su interior que se
transparenta y emana por medio del cuerpo y como un imán atrae el afuera hacia
el adentro.
Y esto conlleva un orden con sus propias leyes que, cuando las quebramos se
desordena algo muy profundo.
En el encuentro entre un varón y una mujer, lo primero que atrae es esta
encanto del cuerpo; y es a través de la mirada y del lenguaje, verbal y gestual,
que comenzamos el juego de la seducción.
Este juego es un arte ancestral. Nadie nos enseña a seducir,
sencillamente emerge de lo más hondo de nuestra sexualidad y de nuestra
capacidad de comunicarnos.
Lo encontramos también en los animales, se acercan, se olfatean y, según las
especies podemos encontrar maneras que van de lo más sencillo hasta lo más
sofisticado para aparearse y procrear.
Esta atracción abre la puerta a algo más, a una comunicación de nuestro mundo
interior, que se expresa por medio de gestos y palabras y nos invita a
profundizar en el conocimiento mutuo.
¡Quisiéramos estar juntos
todo el tiempo! ¡Quisiéramos decirnos tantas cosas... revelar todo el misterio
de lo que somos...!
La atracción es enorme, los sentidos corporales
se activan, necesitamos mirarnos, escucharnos, tocarnos, olernos y gustarnos. La intimidad e intensidad de estas caricias va creciendo al mismo tiempo
que se desarrollan los sentidos interiores y crece la comunicación espiritual.
El enamoramiento nos hace capaces de escucharnos en todo lo que tenemos que
decirnos, y también de escucharnos en todo lo que no expresamos con palabras;
Somos capaces de recibirnos con la mirada y con los gestos, con sólo verte me
voy dando cuenta qué pasa en el interior de tu corazón, con solo tocarte siento
que puedo tocar tu misterio. Es cuando nuestros gestos se van haciendo cada vez
más elocuentes para quien nos ama. Como si el conocimiento de cada
uno avanzara al mismo tiempo por la profundidad de lo que somos capaces de
compartirnos, verbal y gestualmente. Palabras y
gestos son los rieles por donde avanza la comunicación.
Cuando en el noviazgo la comunicación pretende avanzar sólo en un carril, en
vez de avanzar se desordena. Pero este desorden no es percibido en la misma
relación, que, aunque en forma desordenada, "parece"
seguir avanzando.
El noviazgo es el tiempo aprender a comunicarnos, a intercambiar opiniones,
visiones, a compartir nuestros
pensamientos, creencias, ideales, para ver si congeniamos y si podemos
construir un proyecto común cimentado con lo que los dos traemos de diferente.
Es el tiempo de salir y de relacionarnos también con otras personas, conocer
nuestra manera de ser y de comportarnos en distintas situaciones. No sólo lo que
decimos, sino lo que hacemos y cómo lo hacemos.
Y MIENTRAS VA AVANZANDO
NUESTRA COMUNICACIÓN, VAN SURGIENDO LAS PRIMERAS DIFICULTADES.
Y si bien la dificultad entorpece la relación y nos desanima, sin embargo es la
única posibilidad de darnos cuenta si somos capaces de resolverla; si los dos
contamos con los medios internos para atravesarla. Esto manifiesta nuestra
capacidad de frustrarnos, de aceptar nuestras diferencias y, lo que es más
importante, de ver si podemos resolverlas juntos. El noviazgo es el tiempo de
resolver nuestras dificultades a través de la palabra. Este proceso, largo y a
veces trabajoso es el que permite que nuestras facultades del alma, nuestra
psicología y nuestra dimensión espiritual vayan interactuando y
compenetrándose.
En el noviazgo quebramos la armonía del orden en el desarrollo de la
comunicación cuando dejamos que el gesto desplace a la palabra y nos
apresuramos a resolver las dificultades por medio de la entrega íntima
corporal, que es la culminación de la comunicación, el último paso y que supone
nuestra mayor entrega.
Dejamos que nuestros cuerpos se fundan y se penetren el uno en el otro, sin que
esta fusión / penetración se haya realizado al mismo tiempo en las otras
dimensiones de nuestro ser.
No respetamos la sabiduría del ritmo que impone el mismo orden y deviene un
desorden casi imperceptible en la misma relación ya que la comunicación
continúa y "parece" avanzar porque
nos "sentimos" muy bien, nuestro
cuerpo está gratificado y colmado de sensaciones placenteras.
Sin embargo, en lo interior, en lo invisible, en el alma y en el espíritu de
esas personas, está sucediendo otra cosa que todavía no puede ser comunicada
por medio de la palabra.
La entrega íntima de nuestros cuerpos nos toma por entero, avasalla
cualquier otro tipo de comunicación. Es la comunicación por
excelencia cuando ocupa su lugar; cuando no es así, desplaza a todas las otras
que necesitan crecer en consistencia.
Cuando rompemos este orden no estamos eligiendo, estamos actuando desde el
impulso o la reacción, desde lo que "siento".
Y las sensaciones pueden tener tanta fuerza que no nos ayudan a pensar
para elegir. Es cuando nos dejamos llevar por las necesidades del cuerpo. Esto
está bien para las funciones vitales, pero la comunicación es espiritual y
exige de nuestra inteligencia, de las facultades de nuestra alma. Y ésta a su
vez está supeditada a un orden que la trasciende; el orden espiritual que une a
todas las personas entre sí con toda la creación y con su creador.
Es de esta hondura de mi espíritu humano unido al espíritu divino, de quien soy
deudor y criatura, desde donde la persona elige el sentido último de su vida,
quién es y qué va a hacer para realizarse en el ser.
La comunicación del alma y del espíritu requiere mucho más tiempo que la
corporal. Al cuerpo le toca esperar y respetar
el ritmo de cada dimensión de nuestros ser.
La relación sexual es el punto máximo de convergencia de la comunicación; en
donde no sólo nuestros cuerpos exigen tal compenetración, también nuestras
almas y nuestro espíritu. Es la comunicación más espiritual que somos capaces
de tener como personas, por lo tanto el tener o no tener relaciones sexuales
con otra persona es una decisión espiritual. El que mi cuerpo y la atracción
que el otro ejerza sobre mí lo requieran, no debería ser, por sí mismo, un
indicativo de mi elección.
Las desinteligencias del noviazgo deben solucionarse por medio de la palabra.
Debemos conocer el límite de la palabra, la impotencia, la frustración, el no
saber cómo decirte todo lo que quiero expresarte.; aprender a intercambiar
opiniones y vivencias, a gozar la experiencia de "estar
de acuerdo" y también a sufrir el "desacuerdo"
para encontrar juntos la solución. Nos toca aprender a discutir, a
pelearnos y a reconciliarnos sin faltarnos el respeto. Es el tiempo de darnos
tiempo para aprender a poner en palabras lo que nos pasa, y a silenciarnos para
poder escuchar lo que no somos capaces de decirnos, la humillación de la
palabra da lugar a la comunicación sin palabras, la comunicación espiritual, de
corazón a corazón.
Todo esto es parte del noviazgo. No es fácil aprender a aceptar nuestras
diferencias, sólo si somos capaces de hacerlo estaremos en condiciones de dar
un paso más; pero ¿cómo lo sabremos si incluimos
las relaciones sexuales para superarlas?
Por supuesto que en el noviazgo la relación sexual parece resolver casi todas
las diferencias; en la intimidad sexual la palabra pierde toda su potencia para
dejar espacio al gesto; Pero el gesto no resuelve la diferencia que queda sumergida
para volver a aparecer en otro momento, muchas veces ya casados y con la
tristísima experiencia de que no podemos ni sabemos solucionarlas.
El que antes era todo para mí, comienza a ser un desconocido. Nunca antes lo
había oído hablar así, ni comportarse de esa manera. Nos sentimos dolidos y
desilusionados, perdemos interés por estar juntos y nuestras diferencias nos
van separando cada vez más.
Es importante que sepamos las consecuencias de este desorden para ser más
responsables a la hora de actuar. La entrega sexual es la entrega de toda mi
persona a otra persona, es el máximo exponente de nuestra capacidad de
comunicarnos.
Es lícito que exija reciprocidad, privacidad, intimidad y respeto. Está abierta
a la procreación, eso supone que asumo el riesgo de que pueda ser una entrega
fecunda en un hijo.
Sabemos que aunque lo evitemos, el riesgo siempre está y esto por sí sólo
debería ser un límite para quienes no están dispuestos o preparados para formar
una familia.
La familia exige una casa, un hogar, un lecho común; Una vida compartida con
todas sus consecuencias: Compromiso, seguridad,
estabilidad y fidelidad. Cuando no estamos dispuestos a formar una
familia, pero igual queremos tener relaciones sexuales, estamos desoyendo las
exigencias que conlleva la relación sexual, pensando en nosotros mismos, en el
ahora, pero sin proyectarnos en un compromiso estable. Y esto es un desorden,
que muchas veces trae aparejados otros desordenes aún mayores.
De relaciones sexuales apuradas, surgen los matrimonios de apuro y los hijos no
deseados y tantas veces abortados. Las familias que nacen así ya tienen en su
constitución este desorden. Si bien pensaban casarse, la fecha anunciada fue
por el hijo y no por un consentimiento responsable.
De relaciones sexuales apuradas surgen elecciones equivocadas, en las que falta la claridad suficiente para discernir,
evaluar y elegir.
Muchas veces, los novios que viven situaciones de entrega casi matrimonial, no
son muy libres para elegir si quieren o no continuar con la relación, quedan "pegados" a una forma de relacionarse
desordenada que les quita libertad de elección.
Volvamos a mirar cómo queremos crecer en
la comunicación del amor. La comunicación es espiritual y exige una
inteligencia espiritual que es la integración de mi cuerpo con las facultades
del alma y del espíritu que actúa como principio integrador de todo el ser.
Volvamos a educar en la castidad, que es la virtud que nos invita a ordenar
toda nuestra sexualidad a la comunicación del amor. Aspiremos a la castidad, y
no nos cansemos de las dificultades que vamos encontrando en el camino. ¡Que este sea nuestro deseo! Que esta sea nuestra
aspiración. No importa que nos equivoquemos, o que las cosas "se nos desordenen" en el camino.
Sigamos caminando en un noviazgo casto y puro, poniendo nuestra mirada en
los bienes más altos. Una y otra vez. Sin cansarnos ni desfallecer.
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