Cuántas mentes
juveniles vegetan en la penumbra, en el crepúsculo, en la incertidumbre penosa.
Por: Mensajes :-) | Fuente: Catholic.net
Al contemplar hoy día, en muchos ambientes, a
esos jóvenes que son la belleza, la fuerza, el ideal, la esperanza, la
conciencia de la sociedad y su futuro, pero que se encuentran atraídos por mil
futilidades, por metas efímeras, por naderías, por cosas exteriores y sin
importancia, he experimentado no poca tristeza y desilusión y he pensado mucho
en aquellos que siguen una línea de lucha, de trabajo, de generosidad y de
fidelidad, llamados a ser la sal y la luz de esta juventud.
Cuántas mentes juveniles vegetan en la penumbra, en el crepúsculo, en la incertidumbre penosa. Se creen libres porque no estan sujetos a nada; se creen inteligentes porque someten todo a discusion; se sienten aristócratas porque tienen la enfermedad de la duda que los desvincula de toda solidaridad en el diálogo con los demás y con sus propias certezas. Y todo, porque no conocen ni tienen a Cristo.
Por ello, a esta juventud le acecha el peligro de llegar a ser superficial, opaca, privada de horizontes luminosos, escéptica y hasta cínica. Cuántos rostros tristes, macilentos, cansados, somnolientos en ella, y precisamente en ella que es el símbolo de la vida y la alegría.
Quisiera invitaros a poner lo mejor de vosotros mismos en este esfuerzo de reconquistar la juventud para Cristo. Y a esta misión os invito a todos, a aquellos que aún lleváis vuestra vida cristiana a rastras, porque no os decidís a dejar vuestro egoísmo, a abandonar vuestra comodidad, a abrir los ojos a las necesidades del mundo; también a aquellos de vosotros que ya os habéis dejado conquistar por Cristo y vivís obsesionados por la misión, dispuestos a no pactar con la mediocridad.
A unos y a otros, uniéndonos así al grito de Juan Pablo II, quisiera invitaros a dejarse capturar por Cristo, a que dejéis que Cristo entre en vuestras vidas de una manera decisiva y total, en vuestros corazones jóvenes, en cada uno de vosotros, pues se requieren todas las fuerzas para poder hacer algo por el Reino de Dios.
Cuántas mentes juveniles vegetan en la penumbra, en el crepúsculo, en la incertidumbre penosa. Se creen libres porque no estan sujetos a nada; se creen inteligentes porque someten todo a discusion; se sienten aristócratas porque tienen la enfermedad de la duda que los desvincula de toda solidaridad en el diálogo con los demás y con sus propias certezas. Y todo, porque no conocen ni tienen a Cristo.
Por ello, a esta juventud le acecha el peligro de llegar a ser superficial, opaca, privada de horizontes luminosos, escéptica y hasta cínica. Cuántos rostros tristes, macilentos, cansados, somnolientos en ella, y precisamente en ella que es el símbolo de la vida y la alegría.
Quisiera invitaros a poner lo mejor de vosotros mismos en este esfuerzo de reconquistar la juventud para Cristo. Y a esta misión os invito a todos, a aquellos que aún lleváis vuestra vida cristiana a rastras, porque no os decidís a dejar vuestro egoísmo, a abandonar vuestra comodidad, a abrir los ojos a las necesidades del mundo; también a aquellos de vosotros que ya os habéis dejado conquistar por Cristo y vivís obsesionados por la misión, dispuestos a no pactar con la mediocridad.
A unos y a otros, uniéndonos así al grito de Juan Pablo II, quisiera invitaros a dejarse capturar por Cristo, a que dejéis que Cristo entre en vuestras vidas de una manera decisiva y total, en vuestros corazones jóvenes, en cada uno de vosotros, pues se requieren todas las fuerzas para poder hacer algo por el Reino de Dios.
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