El obispo auxiliar
Athanasius Schneider comenta algunas cuestiones que le han trasladado muchos
católicos en esta crisis de la Iglesia: sedevacantismo, conciliarismo,
posibilidad de herejía,…
Sobre
la cuestión del verdadero Papa a la luz de la opinión sobre la pérdida
automática del ministerio papal debido a la herejía y la especulación sobre la
renuncia de Benedicto XVI.
La hipótesis de la posibilidad
de un Papa hereje proviene del decreto de Graciano (dist. XL, cap. 6, col. 146)
del s. XII. Según la opinión expresada en este decreto, el Papa no puede ser
juzgado por ninguna autoridad humana, excepto si ha incurrido en herejía (a nemine est iudicandus, nisi deprehendatur a fide devius).
Basándose en este espurio decreto erróneamente atribuido a San Bonifacio (+754)
y aceptado por Graciano, los teólogos medievales y los de los siglos
posteriores mantuvieron la hipótesis de que pudiese haber un Papa hereje como
una posibilidad, pero no con certeza. La condenación final de un Papa en caso
de herejía por un así llamado Concilio de Obispos imperfecto corresponde a la
tesis del conciliarismo mitigado. La tesis herética del conciliarismo mantiene
que un Concilio es superior al Papa.
Incluso si, según la opinión
de que se pudiese perder automáticamente el ministerio petrino debido a una
herejía, el juicio de esta pérdida fuese hecho por el Papa sobre sí mismo, y
automáticamente dejase de ser Papa sin ningún otro juicio hecho por la Iglesia,
tal opinión contendría una contradicción y revelaría un indicio de
cripto-conciliarismo. De acuerdo con esta opinión, el Colegio cardenalicio o un
grupo de obispos tendrían que emitir una declaración oficial sobre el hecho de
la pérdida automática del ministerio petrino debido a una herejía. Según otra
opinión, esta pérdida sería equivalente a una renuncia de tal ministerio. Sin
embargo, tenemos que tener en mente la inevitable posibilidad de que hubiese un
desacuerdo entre los miembros del Colegio cardenalicio o entre los obispos
referente a si un Papa puede o no ser culpable de herejía. Por tanto, siempre
habrá dudas con respecto a la pérdida automática del ministerio papal.
El Papa como tal no puede
incurrir en herejía formal en el sentido de que él pronunciaría una herejía ex catedra. Pero según algunos famosos
teólogos tradicionales, el Papa podría propiciarla o incurrir en ella como
persona privada o incluso también como Papa, pero sólo en su Magisterio
ordinario de modo no definitivo, que no es infalible.
San Roberto Belarmino opinaba
que “un Papa que es manifiestamente hereje, deja de
ser Papa y cabeza, al igual que deja de ser cristiano y miembro del Cuerpo de
la Iglesia: por lo tanto, puede ser juzgado y castigado por la misma”. (De
Romano Pontifice, II, 30). La opinión de este santo y otras similares sobre la
pérdida del ministerio petrino debido a una herejía está basada en el decreto
falso de Graciano en el Corpus Iuris Canonici.
Dicha opinión nunca ha sido explícitamente aprobada por el Magisterio o apoyada
por el Romano Pontífice en una enseñanza expresa sobre su validez doctrinal,
durante un considerable período de tiempo. De hecho, este asunto nunca ha sido
decidido por el Magisterio de la Iglesia y no es una doctrina definitiva
perteneciente al Magisterio universal y ordinario. Tal opinión es apoyada sólo
por teólogos, ni siquiera por todos los Padres de la Iglesia desde la
Antigüedad. No fue enseñada unánime y universalmente por los obispos y Papas en
su Magisterio constante. Ni Graciano, ni San Roberto Belarmino, ni San Alfonso,
ni otros teólogos de renombre aseveraron con sus opiniones una doctrina del
Magisterio de la Iglesia. Algunas de las intervenciones individuales de los
Padres del Concilio Vaticano I, que parecían apoyar la postura de la pérdida
automática del ministerio petrino debido a herejía, son consideradas como
opiniones personales, no como enseñanza formal de dicho Concilio. Y si algunos
Papas (como por ejemplo Inocencio III o Pablo IV) parecían apoyar esta postura,
esto no es una prueba para la perenne enseñanza del Magisterio ordinario y
universal. No se puede citar al Papa Gregorio XVI para apoyar dicha opinión, ya
que él fue partidario de esta tesis en su libro “El
triunfo de la Santa Sede y la Iglesia contra los ataques de los innovadores”
antes de ser Papa, por lo tanto, no pertenece a su Magisterio Papal.
La pérdida automática del
ministerio petrino de un Papa hereje no sólo implica aspectos prácticos y
jurídicos de la vida de la Iglesia, sino también doctrinales, en este caso,
eclesiológicos. En una materia tan delicada, no se puede seguir una opinión,
aunque haya sido apoyada por teólogos renombrados (tales como San Roberto
Belarmino o San Alfonso) durante un período considerable de tiempo. En cambio,
se debe esperar una decisión formal y explícita del Magisterio de la Iglesia,
una decisión que el Magisterio aún no ha promulgado.
Por el contrario, el
Magisterio de la Iglesia, desde Pío X y Benedicto XV, parece que rechazó dicha
opinión, ya que la formulación del espurio decreto de Graciano fue eliminada en
el Código de Derecho Canónico de 1917. Los artículos que se referían a la
pérdida automática del ministerio eclesiástico debido a herejía en el Código de
Derecho Canónico de 1917 (artículo 188 §4) y en el de 1983 (artículo 194 §2) no
son aplicables al Papa, porque la Iglesia eliminó deliberadamente del Código de
Derecho Canónico la siguiente formulación tomada del anterior Corpus Iuris
Canonici: “a menos que el Papa se desvíe de la
fe (nisi deprehendatur a fides devius)”. Por este acto, la
Iglesia manifestó su comprensión, la mens ecclesia, de este asunto
crucial. Incluso si uno no está de acuerdo con esta conclusión, la materia
sigue siendo al menos dudosa. En este tipo de asuntos dudosos, sin embargo, no
se puede proceder con actos concretos que tienen implicaciones fundamentales
para la vida de la Iglesia, tales como por ejemplo no nombrar a un Papa
supuestamente hereje o elegido inválidamente en el Canon de la misa o en la
preparación de una nueva elección papal.
Incluso si uno apoya la
postura de la pérdida del ministerio papal debido a herejía, en el caso del
Papa Francisco, ni el Colegio de Cardenales ni un grupo representativo de
obispos han emitido una declaración con respecto a dicha pérdida, en la que se
especifique los pronunciamientos heréticos concretos y la fecha en la que
ocurrieron.
Según la postura de San
Roberto Belarmino, un solo obispo, sacerdote o fiel laico no puede afirmar el
hecho de la pérdida del ministerio petrino debido a herejía.
En consecuencia, incluso si
sólo un obispo o un sacerdote está convencido de que el Papa Francisco ha
incurrido en herejía, no tiene autoridad para eliminar su nombre del Canon de
la Misa.
Aunque se estuviese de acuerdo
con la opinión de San Roberto, aún hay dudas en el caso del Papa Francisco, y
ni el Colegio de cardenales ni ningún grupo de obispos ha hecho ninguna
declaración afirmando la pérdida automática del ministerio papal, informando a
toda la Iglesia sobre este hecho.
Los fieles católicos pueden
moralmente (pero no canónicamente) distanciarse de las enseñanzas y de los
actos erróneos o malos de un Papa. Esto ha ocurrido ya varias veces a lo largo
de la historia de la Iglesia. Sin embargo, dado el principio de que se debería
dar el beneficio de la duda a un superior (in
dubio pro superiore semper sit praesumendum), los católicos deberían
considerar también las enseñanzas correctas del Papa como parte del Magisterio
de la Iglesia, sus decisiones correctas como parte de la legislación de la
Iglesia, y sus nombramientos de obispos y cardenales como válidos. Porque aún
en el caso de que uno suscribiese la opinión de San Roberto Belarmino, la
declaración necesaria de cese automático del ministerio petrino aún no ha sido
formulada.
Un “distanciamiento”
moral e intelectual de las enseñanzas erróneas de un Papa también
implica resistir sus errores. Sin embargo, esto siempre debería hacerse con el
respeto debido al ministerio petrino y a la persona del Papa. Santa Brígida de
Suecia y Santa Catalina de Siena, que amonestaron ambas a los Papas de su
tiempo, son buenos ejemplos de tal respeto. San Roberto Belarmino escribió: “Tal como es lícito resistir al Pontífice que ataca al
cuerpo, también es lícito resistir al que ataca al alma o destruye el orden
civil o, sobre todo, intenta destruir la Iglesia. Yo digo que es lícito
resistirle no haciendo lo que ordena, e impidiendo la ejecución de su
voluntad”. (De Romano Pontifice, II, 29).
Advertir a la gente sobre el
peligro de las enseñanzas y actos erróneos de un Papa no requiere convencerlos
de que no es el Papa verdadero. Esto es debido a la naturaleza de la Iglesia
católica como una sociedad visible, en contraste con el protestantismo y con la
teoría de un conciliarismo o semi-conciliarismo, donde las convicciones de un
individuo o de un grupo particular dentro de la Iglesia se considera que tienen
un efecto sobre el hecho de quién es el verdadero y válido pastor en la
Iglesia.
La Iglesia es lo
suficientemente fuerte y tiene los medios para proteger a los fieles del daño
espiritual de un Papa hereje. En primer lugar, está el sensus fidelium, el sentido
sobrenatural de la fe (sensus fidei).
Es un don del Espíritu Santo, por el que los miembros de la Iglesia poseen el
verdadero sentido de la fe. Este es un tipo de instinto espiritual y
sobrenatural que hace que el fiel sentire cum
Ecclesia (piensen con la mente de
la Iglesia) y discierna lo que está en conformidad con la fe católica y
apostólica dada por todos los obispos y Papas, a través del Magisterio
Ordinario Universal.
Deberíamos recordar las sabias
palabras que el cardenal Consalvi le dijo a un furioso emperador Napoleón
cuando éste amenazó con destruir la Iglesia: “Lo
que nosotros, es decir el clero, hemos tratado de hacer y no hemos conseguido,
no lo va a conseguir usted con toda seguridad”. Parafraseando estas
palabras, podríamos decir: “Ni un Papa hereje puede
destruir la Iglesia”. El Papa y la Iglesia no son lo mismo. El Papa es
la cabeza visible de la Iglesia Militante en la tierra, pero al mismo tiempo él
también es un miembro del Cuerpo Místico de Cristo.
El sentire
cum Ecclesia requiere de un
verdadero hijo o hija de la Iglesia que elogie al Papa cuando hace lo correcto,
y que le pida que haga aún más y que pida a Dios que lo ilumine para que se
convierta en un heraldo valiente y defensor de la fe católica.
El anterior Papa Benedicto XVI
ya no es Papa. Basta con releer la parte más importante de su declaración de
renuncia para darse cuenta de lo que significa. Las siguientes afirmaciones de
Benedicto XVI eliminan cualquier duda razonable sobre la validez de su
abdicación, y su reconocimiento del Papa Francisco como único y verdadero Papa:
“Y entre vosotros, entre el Colegio Cardenalicio,
está también el futuro Papa, a quien ya hoy prometo mi incondicional reverencia
y obediencia”. (Discurso de despedida a los cardenales, 28 de febrero
2013). “He dado este paso con plena conciencia de
su importancia y también de su novedad, pero con una profunda serenidad de
ánimo”. (Última Audiencia general, 27 de febrero 2013). ”No hay la menor duda sobre la validez de mi renuncia al
ministerio petrino. La única condición para la validez es la total libertad de
la decisión. La especulación sobre la invalidez de la renuncia es simplemente
absurda”. (Carta a Andrea Tornielli, 18 de febrero 2014, publicada en La Stampa
el 27 de febrero del mismo año). Durante una conversación con un periodista del
periódico italiano Corriere della Sera, el anterior Papa, Benedicto XVI dijo: ”El
Papa es uno, y es Francisco”. Estas palabras de Benedicto XVI fueron
publicadas en la edición escrita de ese periódico el 28 de junio de 2019 y
anticipadas en la versión italiana de Vatican News el 27 de junio del mismo
año.
La Iglesia es una sociedad
visible. Por lo tanto, lo que era esencial para la culminación de la renuncia
de Benedicto XVI no eran sus posibles pensamientos sino lo que declaró
públicamente, ya que la Iglesia no juzga las intenciones internas (de internis non iudicat Ecclesia). Los
posibles actos ambiguos del Papa Benedicto XVI, como vestir sotana blanca,
mantener su nombre, impartir la bendición apostólica, etc… no afectan el
significado inequívoco de su renuncia. Muchas de sus palabras y acciones
comprobables e inequívocas después de su renuncia confirman también que
considera que el Papa es Francisco y no él.
Declarar que el Papa Francisco
sea un Papa inválido, ya sea debido a sus herejías o a una elección no válida
(en razón de la supuesta violación de las normas del Cónclave o porque el Papa
Benedicto XVI sea aún el Papa basándose en la invalidez de su renuncia) son
acciones desesperadas y subjetivas destinadas a remediar la crisis actual sin
precedentes del Papado. Son puramente humanas y revelan una miopía espiritual.
Tales empeños llevan a un punto muerto, a un callejón sin salida. Dichas soluciones
revelan un planteamiento pelagiano implícito, para resolver un problema con
medios humanos; ciertamente un problema, que no puede ser resuelto mediante
esfuerzos humanos, sino que requiere una intervención divina.
Sólo necesitamos examinar los
casos similares de deposición de un Papa o de declaración de invalidez de su
elección en la historia de la Iglesia para ver que provocaron aspirantes
rivales y enfrentados por el ministerio petrino.
Tales situaciones causaron más
confusión en la Iglesia que el tolerar a un Papa hereje o cuya elección fuese
dudosa según la visión sobrenatural de la Iglesia y la confianza en la
Providencia Divina.
La Iglesia no es en última
instancia humana, sino una realidad divina y humana. Es el Cuerpo Místico de
Cristo. Los intentos para resolver esta crisis actual del Papado que se apoyan
en la opinión de San Roberto Belarmino con su solución concreta, o refugiarse
en la teoría no probada de que Benedicto XVI sigue siendo el único Papa
verdadero, están destinada al fracaso desde el principio. La Iglesia está en
las manos de Dios, incluso en los tiempos más oscuros.
No debemos dejar de proclamar
la verdad católica y advertir y amonestar cuando las palabras y acciones del
Papa claramente dañan a los fieles. Pero como verdaderos hijos de la Iglesia lo
que deberíamos hacer ahora es lanzar una seria cruzada mundial de oración y
penitencia para implorar una intervención divina. Confiemos en las palabras del
Señor: “Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos,
que claman a él día y noche, aunque los haga esperar?” (Lucas 18, 7).
28 de
febrero 2020.
+ Athanasius Schneider, obispo auxiliar
de la archidiócesis de Santa María en Astana.
Traducido
al español por Ana María Rodríguez y Manuel Pérez Peña
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