Ni de la peor
pesadilla hubiese uno esperado que el mundo se volviera un lugar inseguro para
vivir y, peor aún, que –de un día para el otro- cada uno se transformara en un
medio por el cual le pudiera llegar a la muerte a otra persona o a sí mismo.
Como quiera que se lo quiera
ver o explicar, el caso es que se nos ha arrebatado el vivir seguros
haciendo lo que normalmente hacemos.
Estamos viviendo un proceso de
duelo en el cual muchos están todavía en la etapa de negación que es tan solo la primera etapa.
No creerse lo que está pasando
y vivir como si no estuviera sucediendo es lo que ha provocado la mayor
cantidad de contagios.
Salir
de dicha etapa es crucial. Hay que pasar a la siguiente que es la aceptación.
Cuando se acepta la pérdida de alguien o de algo preciado, estamos en mayores
posibilidades de actuar sensatamente.
Antes de eso, las actuaciones
son insensatas ya que son una reacción meramente emocional, por no decir
irracional.
Salir
de la irracionalidad es fundamental para detener el avance del contagio con el que, al menos por un tiempo,
alejaremos el peligro.
La racionalidad nos gana
tiempo de vida.
La racionalidad es,
sencillamente, ser razonable, utilizar el sentido común y el entendimiento (al
que Dios ilumina) para que, alimentado de hechos veraces pueda alcanzar juicios certeros con los que tomar decisiones sensatas.
El virus nos
obliga a utilizar la razón.
La razón nos acerca a la verdad.
La verdad nos lleva a Dios.
La razón nos acerca a la verdad.
La verdad nos lleva a Dios.
LA RACIONALIDAD SIRVE AL CUERPO Y AL ALMA.
Esto es tan cierto como que, el capellán de un hospital italiano, ha dicho que en el hospital ha presenciado grandes conversiones, al ritmo de uno o dos por semana; mayor cantidad de las que podría haber en una parroquia.
Esto es tan cierto como que, el capellán de un hospital italiano, ha dicho que en el hospital ha presenciado grandes conversiones, al ritmo de uno o dos por semana; mayor cantidad de las que podría haber en una parroquia.
Ante la muerte inminente,
algunos, con verdadero arrepentimiento, pedimos perdón a Dios.
Yo rezo para que, si algún
bien pudiera arrojar este flagelo y, si algún fruto bueno pudiera tener la
tribulación, sea el que muchos se salven. Nos salvemos.
Nada me complacería más que
las almas sean santificadas y Dios glorificado.
Porque nada es
más importante.
Es lo único que a Dios le importa.
Para eso ha sido todo este problema en el que, por amor, se ha metido.
Ningún otro milagro esperarían ver mis ojos que a Dios “venciendo el mal a fuerza de bien”.
Es lo único que a Dios le importa.
Para eso ha sido todo este problema en el que, por amor, se ha metido.
Ningún otro milagro esperarían ver mis ojos que a Dios “venciendo el mal a fuerza de bien”.
¡Qué
grandes son tus obras, Señor, qué profundos tus designios! El insensato no las conoce y el necio no se da cuenta.
Salmo 92
Maricruz Tasies
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