Segunda
misa por televisión
Al nuevo aliento
para los trabajadores de la salud que luchan contra el COVID-19 y a las
oraciones por los enfermos, Francisco añade la exhortación a los sacerdotes
para que salgan y lleven la Eucaristía a los enfermos.
(Vatican News) Tal como informa Vatican News, el Santo Padre exhorta a los sacerdotes
para que tengan el coraje de salir y acudir a los enfermos y lleven la Palabra
de Dios y la Eucaristía a los enfermos en la misa transmitida por televisión.
La homilía se inspira en el
Evangelio en el que los escribas y fariseos de la época hacían una demostración
hipócrita de su superioridad ante la gente llamándose a sí mismos maestros,
pero negándose a comportarse de forma coherente. El texto de la homilía según
transcripción VaticanNews:
Ayer la Palabra de Dios nos
enseñaba a reconocer nuestros pecados y a confesarlos, pero no sólo con la
mente, sino también con el corazón, con un espíritu de vergüenza; vergüenza
como una actitud más noble ante Dios por nuestros pecados. Y hoy el Señor nos
llama a todos los pecadores a dialogar con Él, porque el pecado nos encierra en
nosotros mismos, nos hace esconder o esconde nuestra verdad, dentro. Esto es lo
que le pasó a Adán, a Eva: después del pecado se
escondieron, porque se avergonzaron; estaban desnudos. Y el pecador,
cuando siente la vergüenza, luego tiene la tentación de esconderse. Y el Señor
llama: «Vengan, y discutamos –dice el Señor». Hablemos de tu pecado, hablemos de
tu situación. No tengan miedo. Y continúa: «Aunque
sus pecado sean como la escarlata, se volverán blancos como la nieve; aunque
sean rojos como la púrpura, serán como la lana». «Vengan, porque soy capaz de
cambiarlo todo - nos dice el Señor - no tengan miedo de venir a hablar, sean
valientes incluso con sus miserias».
Me viene a la mente ese santo
que era tan penitente, que rezaba mucho. Y trataba siempre de darle al Señor
todo lo que el Señor le pedía. Pero el Señor no estaba contento. Y un día se
enfadó un poco con el Señor, porque tenía mal carácter el santo. Y le dice al
Señor: «Pero, Señor, no te entiendo. Te doy todo,
todo, y siempre estás insatisfecho, como si faltara algo. ¿Qué falta?» «Dame
tus pecados: eso es lo que falta». Tener el valor de ir con nuestras
miserias y hablar con el Señor: «Vengan, y
discutamos –dice el Señor». No tengan miedo. «Aunque
sus pecado sean como la escarlata, se volverán blancos como la nieve; aunque
sean rojos como la púrpura, serán como la lana».
Esta es la invitación del
Señor. Pero siempre hay un engaño: en lugar de ir a hablar con el Señor, fingir
que no se es pecadores. Eso es lo que el Señor reprocha a los doctores de la
ley. Estas personas «todo lo hacen para que los
vean: agradan las filacterias y alargas los flecos de sus mantos; les gusta
ocupar los primeros puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas,
ser saludamos en las plazas y oírse llamar ‘mi maestro’ por la gente». La
apariencia, la vanidad. Cubrir la verdad de nuestro corazón con la vanidad. ¡La vanidad nunca se cura! La vanidad no sana
jamás. Además, es venenosa, sigue llevando la enfermedad a tu corazón, llevando
esa dureza de corazón que te dice: «No, no vayas al
Señor, no vayas. Quédate».
La vanidad es precisamente el
lugar para cerrarse a la llamada del Señor. En cambio, la invitación del Señor
es la de un padre, de un hermano: »¡Ven! Hablemos,
hablemos. Al final soy capaz de cambiar tu vida del rojo al blanco.
Que esta palabra del Señor nos
anime; que nuestra oración sea una verdadera oración. De nuestra realidad, de
nuestros pecados, de nuestras miserias. Hablar con el Señor. Él sabe, Él sabe
lo que somos. Lo sabemos, pero la vanidad siempre nos invita a cubrirnos. Que
el Señor nos ayude.








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