Llame
a los gobernadores de cada Estado y con ayuda del ejército y con fondos
federales coordine
superficies donde situar mil camas con oxígeno. En cada Estado, habrá que
distribuir geográficamente varias de esas superficies de urgencia. Acondicionar
el lugar, crear la red de oxígeno, conseguir las camas y la medicación, no es
algo que se lleve a cabo en una semana. Habría que haber empezado ya hace
tiempo. Pero, al menos, póngase manos a la obra ya. Cuando les falten las camas
y el oxígeno, cada día de demora supondrá la muerte de centenares personas en
Estados Unidos.
Coordine
a los gobernadores, pero allí donde no vea clara cooperación, actúe de forma
directa, pida los
poderes legales que sean necesarios. Ni el congreso ni la reserva federal le
van a negar ayuda para algo como es salvar vidas. La historia no perdonará a
los que ahora actúen de un modo rastrero.
Como si
de una economía de guerra se tratara, ponga a la
industria a fabricar respiradores, todos los que pueda. Sobre todo, eso.
Después, pónganse a fabricar todo los equipos
necesarios para las UCI.
Las
pruebas del coronavirus, el vestuario completo de protección para los
santiarios y las mascarillas serían la siguiente prioridad y esta muchísimo más
barata. Solo requiere organizarlo como lo que es: una
emergencia nacional; y no dejar este asunto en manos de la buena voluntad de la
iniciativa privada.
Cuarentena:
Yo mismo cuando
escuchaba (a expertos) que solo afectaba al 1% de la población, no era
partidario de sobreactuar. Pero la
experiencia de España e Italia ha sido arrolladora. No solo ha sido un tsunami
para el sistema sanitario, sino un tsunami que ha golpeado la psicología de
toda una nación.
Le
aconsejo un confinamiento de tres semanas. Más
tiempo implicaría un daño a la economía tan profundo e irreversible que
cambiaría nuestras sociedades durante mucho más de una década, llevándonos a
gobiernos más dictatoriales; porque nos vamos a enfrentarnos a situaciones de
verdadera miseria nacional. Tres semanas resulta razonable para espaciar el
ritmo de contagios.
Le
aconsejo un confinamiento no estricto, como el alemán. El miedo ha demostrado allí que basta para que la
gente se quede en casa. No veo que ganemos mucho, estadísticamente, prohibiendo
que alguien salga a correr un poco o haga bicicleta.
Señor
presidente de Estados Unidos, tómese muy en serio esta
situación, porque cuando empiecen a tomar al asalto las urgencias de los
hospitales privados en su país, cuando empiecen a acumularse los ataúdes, va a
haber una ola de furia contra usted. Y, justo en ese momento, es cuando el país
va a requerir más unidad y colaboración entre todos.
Señor
presidente, se enfrenta a una situación que tendrá un impacto sobre Estados
Unidos verdaderamente histórico. Resulta imprescindible
que haga todo lo humanamente posible. No se puede criticar a los
gobiernos de Italia o España porque desconocieron la magnitud de aquello a lo
que se enfrentaban. Pero ahora, a estas alturas, a nadie le será posible
excusarse.
El
impacto de esta pandemia en una nación como la suya fragmentada en un sistema sanitario de
hospitales privados va a ser
mucho más trágico que en sociedades con un sistema sanitario público
centralizado. Se lo repito, se enfrenta a una oleada de rabia y furia en sus calles que
ahora usted no puede prever. Y, precisamente, por la barrera que crea tener o
no tener un seguro de salud (y, por tanto, acceso a un hospital) va a morir
mucha gente, muchísima gente, también jóvenes. Por
favor, en esta situación, la inacción costará miles y miles de vidas. No cometa
los errores, que por desconocimiento (sin culpa), tuvieron lugar en Italia y
España.
Siempre he pensado que en el puesto más alto de una
nación deberían estar los más prudentes, los más capacitados para ejercer la
responsabilidad suprema de un país. Dejando aparte esa polémica, le aseguro,
señor Trump, que la
historia va a juzgarle con una severidad inmisericorde.
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