Leí hace unos días una
conversión que me impactó mucho, la de Paul de Partee. Tomo la traducción de
Religión en Libertad. La leí varias veces y después la busqué en lengua
original para ver si había perdido algún matiz. El artículo de la citada web
cuenta como este señor y su esposa, evangélicos, en la nochebuena, hace cuatro años,
fueron a una misa católica.
Dejo que el
artículo de Religión en Libertad sea el que siga el relato:
«A esa hora, por supuesto, todos
los asientos buenos estaban ocupados. "Así que
en vez de bancos y velas teníamos luces fluorescentes y sillas plegables en una
sala anexa, porque la nave principal estaba llena". Titubearon un
poco, pero decidieron quedarse y perseverar. "No
teníamos ni idea de qué esperar o qué hacer. Íbamos precavidos, porque si era
verdad lo que nos habían dicho, probablemente nos asaltarían con cosas de María
o algunas 'vanas repeticiones' y veríamos sin duda gente tratando de ganarse el
Cielo con sus obras", explica, enumerando algunos tópicos
protestantes sobre el catolicismo.
Empezó la procesión de entrada.
Entraron los monaguillos con el incienso, el diácono con los Evangelios en alto
"evocando a los judíos en procesión con la
Torá", pensó Paul. Salió el sacerdote revestido. "Y por alguna razón, en ese momento, algo en mi
interior se quebró. Por un brevísimo instante, me pareció que se movía el
suelo, o quizá la cabeza, como si me mareara o cayera. Entonces el canto y el
incienso me abrumaron. Durante la siguiente hora, yo me inclinaba por dentro
mientras todo lo que sucedía alrededor me traspasaba".
"Tres cosas
sucedieron en mi interior durante esta misa que aún hoy recuerdo", detalla.
Para empezar, tuvo varias
visiones interiores o locuciones interiores. En una, él y Jenna estaban en un
barco, en mar calma y con día soleado, pero una brisa suave empezaba a cambiar
la dirección del barco. En otro momento, cuando tocó arrodillarse en misa, y
así lo hicieron, "nos vi desde arriba, vi como
nuestros corazones eran atraídos hacia el altar, brillando con unas llamas de
oro, casi artísticamente pintados".
"En tercer
lugar, casi me abrumaba lo judío que era todo: los sacerdotes representaban a
Dios ante el pueblo, a la vez que representaban al pueblo ante Dios. El altar,
el Tabernáculo, el incienso... era como el judaísmo del que me había enamorado
siempre, ¡y mucho más! Y, de alguna manera, sabía sin duda que también Jenna
estaba experimentando algo grande y similar a su vez".
Después el
sacerdote pronunció unas palabras que Paul sabía que eran de la Escritura, y
todos se arrodillaron o inclinaron la cabeza. "Yo sabía que esa parte era importante". Y
el sacerdote proclamó: "Este es el Cordero de
Dios que quita el pecado del mundo. Bienaventurados los invitados a la cena del
Cordero".
"Al elevarse
la Hostia, el pequeño mareo que había sentido se convirtió en un terremoto. Mi
corazón se abrió en pedazos, mis ojos explotaron, y aunque veía la Hostia en
sus manos, ya no era un pedazo de pan. No sé cómo, pero supe instantáneamente,
más profunda y verdaderamente de lo que he sabido nunca nada, que aquello era,
de hecho, Jesucristo. Nunca he querido nada con más plenitud en mi vida.
Quería postrarme
largo en el suelo de esa habitación de fluorescentes. Quería asaltar el altar y
consumirle a Él. Quería contemplar ese extraño pedazo plano de pan hasta mi
último aliento... y a la vez pensaba que no podría resistirlo ni un momento
más. me pareció una eternidad, y durante esa eternidad, me di cuenta de que
toda esa cosa católica de 'no es pan, es Jesús' era verdad.
Si esa chaladura
era verdad (afrontémoslo, esta verdad es una locura de la forma más hermosa
posible) entonces todo eso era verdad. Me arrodillé abrumado mientras esos
católicos iban hacia el altar, al lugar del sacrificio, al sacerdote que
representa a Dios, a recibir a Jesús. ¡A mi Jesús!"».
Ahora sigo yo, Fortea. He recordado esta conversión
cuando celebro misa y elevo la forma. Ojalá yo sintiera ese mismo ardor de fe.
P. FORTEA
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